viernes, 12 de mayo de 2017

LECTURAS Y COMENTARO V DOMINGO PASCUA CICLO A - 14 MAYO 2017

“YO SOY EL CAMINO”


ORACION COLECTA

Señor, tu que te has dignado redimirnos y haz querido haceros hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre  y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6, 1-7

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra.
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

SALMO RESPONSORIAL (32)

El Señor es compasivo y misericordioso.

Aclamen, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.

La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 2, 4-9

Queridos hermanos: Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también ustedes, como piedras vivas, entran en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.».
Para ustedes los creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos es la piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
Ustedes, en cambio, son , una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 1-12

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias si no, os lo había dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya saben el camino.
Tomás le dice: Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?.
Jesús le responde: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocieran a mí, conocieran también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto.
Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe?. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?». ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, crean a las obras. Les lo aseguro: el que cree en mí, también el hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.

COMENTARIO

En un pueblo de orígenes seminómadas, el tema del camino tiene un amplio uso en todas las facetas de la vida. La palabra "camino" se emplea para designar la ley de Moisés como cauce y dirección que el hombre ha de conocer y aceptar si quiere llegar a la felicidad que anhela. Es necesario conocer los caminos del Señor (las Sagradas Escrituras y preceptos legales: Sal 119.). La desobediencia a esta ley es un extravío (Dt 31. 17) que orienta hacia metas contrarias a las realmente deseadas por el hombre.
Jesús no es sólo un nuevo Moisés que guía a su pueblo a través del desierto por rutas que otros hayan trazado. Moisés no era la ley. Jesús afirma que él en persona es el camino verdadero y viviente que sustituye a la ley mosaica. Para el cristiano, no serán ni diez, ni trescientos trece los mandamientos de Dios; será la persona misma de Jesús por medio de su Espíritu quien sirva de cauce buscado a su actuar diario.
Todo hombre, en su vida, sigue un camino u otro. Todo hombre busca, en su vida, encontrar la verdad. Y todo hombre desea, en fin, que su vida no termine para siempre. A esos tres profundos anhelos del hombre da Jesús, en el evangelio de hoy, respuesta bien cumplida. Y no una respuesta teórica,   cabalística  o extraña: él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
En él, y en vivir la vida como él la vivió, está la respuesta a los interrogantes y las búsquedas del hombre. El Camino a seguir, La Verdad a defender, la Vida que no se pierde, están al alcance de nuestra mano. Elegirlos o rechazarlos es cosa nuestra.
Es necesario convertirse y dejar de "judaizar". Hay que evitar entender las palabras de Jesús como letra obligatoria, fijada y muerta.
En la lectura de nuestra Biblia hemos de encontrar no una nueva normativa superior a otras, sino a una persona dinamizadora y vivificante.
No se trataba ni se trata de seguir física o miméticamente a Jesús por los polvorientos caminos de Palestina, ni siquiera de saberse sus discursos o su doctrina.
Se nos pide ser discípulos, no alumnos. Convertirse a él implica en primer lugar encontrarse con él, aceptarle convencida y voluntariamente, estar de acuerdo con sus sentimientos y su concepción de la vida.
De estas raíces saldrán en último término los frutos de una actuación externa coherente con lo que en el interior se siente y se vive. El programa de Jesús es él mismo.

PLEGARIA UNIVERSAL

Con fe en el Señor resucitado y para que, creyendo tengamos vida en su nombre, dirijamos al Señor nuestra plegaria.

1.- Para que la Iglesia viva con plenitud el gozo pascual y lo extienda con su testimonio a todos los hombres. Roguemos al Señor.

2.-   Para que el Papa, los obispos y sacerdotes tengan el Espíritu de Cristo y sepan transmitir con fidelidad el mensaje renovador de su muerte y resurrección. Roguemos al Señor.

3.- Para que los pobres, enfermos y cuantos sufren encuentren la fortaleza que necesitan. Roguemos al Señor.

4.- Para que todos los hombres perciban los frutos del gozo y la paz que Cristo nos comunicó por su resurrección. Roguemos al Señor.

5.- Para que aquí reunidos experimentemos en nuestras vidas la fuerza de Cristo resucitado  y llevemos, por el amor y el perdón, su alegre noticia al mundo que nos rodea. Roguemos al Señor.

Señor, tu que por medio de tu Hijo resucitado quisiste dar muerte a nuestro hombre viejo y nos convertiste por la fe en hombre nuevo, aumenta nuestra fe y dígnate escuchar cuantos te hemos pedido. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces participes de tu divinidad, concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION DESPUES DE LA COMUNION

Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo, y ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos ya desde ahora, la novedad de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

Lunes 15: Hch. 14, 5-18; Sal 113b; Jn. 14, 21-26.
Martes 16: Hch. 14, 19-28; Sal 144; Jn. 14, 27-31ª.
Miércoles 17: Hch. 15, 1-6; Sal 121; Jn. 15, 1-8.
Jueves 18: Hch. 15, 7-21;  Sal 95; Jn. 15, 9-11.
Viernes 19:  Hch. 15, 22-31; Sal 56; Jn. 15, 12-17.
Sábado 20: Hch. 16, 1-10; Sal 99; Jn. 15, 18-21.
Domingo 21:  Hch. 8, 5-8.14-17; Sal 65; Pe. 3, 15-18; Jn. 14, 15-21


COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 14. 1-12

1. Jesús, a solas con la comunidad cristiana, con aquéllos que le han prestado su adhesión saliendo del ámbito de la esclavitud religiosa judía. En la vigilia de su paradójica glorificación, cuando se ponga de manifiesto su gloria, es decir, su capacidad real de amar a costa de su propia vida. Este amor es el lugar donde él mora y tiene la altura de una cruz. Jesús se va al lugar que le es propio. Es un espacio, un ámbito espacioso: el espacio del amor a toda costa. Un espacio ilimitado, con amplitud infinita, la amplitud que le confiere el amor sin fronteras del Padre.
J/PADRE: La religión judía había empequeñecido este espacio convirtiéndolo en un "bunker" donde se refugiaban los heridos que causaba la propia religión. En este "bunker", Yahvé había perdido su nombre y se había convertido en divinidad sin rostro. El trabajo de Jesús ha consistido en devolverle a Yahvé su rostro concreto, el de Padre que ama. Un continuo y arduo trabajo de depuración del hecho religioso, invirtiendo totalmente la concepción tradicional de Dios. En Jesús, Dios ha recobrado su verdadero rostro, deformado por los hombres religiosos. Por eso, este rostro brillará en todo su esplendor en la cruz, porque no hay mayor amor que dar la vida. La cruz, es decir, el amor, es el lugar hacia el que Jesús va. Ver a Jesús es, pues, ver al Padre, porque uno y otro no son más que amor a ultranza. De ahí que Jesús sea el camino, la verdad, la vida. Su criterio de verificación son sus obras, sus acciones concretas de amor: la mujer que no ha muerto apedreada, el ciego que ve, el paralítico que anda, la gente hambrienta comiendo al aire libre, es decir, personas liberadas, con capacidad de movimientos, personas emancipadas y adultas. Personas así son las obras que el cristiano está llamado a realizar.
Dabar 1981/31



2. J/LEY  /Jn/01/17-18
El autor del cuarto evangelio es de un radicalismo y de un atrevimiento que asustan. ¿La Ley es mala? La Ley es la Ley, pero no es reveladora de Dios. La Ley es necesaria en un mundo de tullidos religiosos, pero no en el mundo de los hijos de Dios. Las obras de éstos son de una altura y una categoría desconocidas en un sistema de Ley. Estas obras o trabajos posibilitan la libertad de movimientos (cf Jn 5. 1-9), la fiesta al aire libre (cf. Jn 6. 1-15), la autocrítica (cf. Jn 8. 2-11), la visión (cf.Jn 9. 1-7), la vida (cf Jn 11. 38-44). A través de estos trabajos es como el autor del cuarto evangelio nos ha presentado a Jesús revelando al Padre. A trabajos de este tipo nos invita el autor para poder ser reveladores del Padre.
A. Benito, Dabar 1987/29



"No perdáis la calma". Lo dice Jesús en un momento en el que las cosas estaban mal para Él y para los suyos. Lo van a matar, que es el acontecimiento por excelencia que puede alterar a un ser humano, y aquellos hombres a los que ha llamado desde diversos sitios y que han convivido con Él van a quedar desbordados por los acontecimientos. Era de lo más importante, por consiguiente, la recomendación de Jesús.
Pero, naturalmente, para mantener la calma es necesario tener unos firmes cimientos. Jesús los pone inmediatamente después de la recomendación que hace: "Creed en Dios y creed también en Mí". Ahí está el secreto de la calma que pide el Señor. No es la calma del apático ni del pasota. No. Es la calma del hombre que vive integrado en los problemas de su tiempo, que los siente, que los sigue, que se incorpora a ellos, que intenta -si puede- solucionarlos, pero que mantiene fija su vista en Dios, creyendo en Él. Es la calma del hombre sensible al dolor ajeno y propio, sensible a la injusticia, sensible ante los acontecimientos inexplicables que nos dejan asombrados y sin respuesta pero que, a pesar de todo, cree en Dios. La calma que pide el Señor es una calma activa, fruto de una personalidad forjada en el seguimiento de Cristo, que es el rostro del Dios en el que creemos y al que no hemos visto nunca, como le dice Felipe al Señor.
Ana M. Cortes, Dabar 1987/29


Cuando el hombre pregunta por el camino está preguntando por el sentido y meta de su existencia. Así se entiende la respuesta de Jesús.
Jesús es el camino para Dios porque en Jesús es Dios quien personalmente ha venido al hombre, abriéndole así el camino.



6.- La marcha de Jesús y el miedo ante un mundo hostil hace nacer en los discípulos una profunda angustia que corre el peligro de hacerlos sucumbir (14. 27; 16. 6/20). Jesús quiere confortarlos mostrándoles que su marcha constituirá un paso serio para una unión de carácter más íntimo que la que ahora tienen entre ellos, por la fuerza del Espíritu. El miedo atenaza muchas veces al que cree en Jesús. Su fuerza y su palabra le liberan.
El camino para llegar a creer en Dios no es para nosotros más que uno solo: JC. De ahí que la fe, asegurada en la propia fe de Jesús, tiene que remontar la angustia que provoca la dureza de la vida hasta el encuentro con lo más íntimo de Dios. Para nosotros, hoy por hoy, nuestra fe es la fe en Jesús. Confiados en él sabemos que saldremos airosos de nuestra propia limitación y de la del mundo que nos rodea, por dura que sea la contradicción.
La imagen del camino largo y difícil que Israel debió recorrer para mantenerse en la fidelidad a su Dios se encuentra en toda su amplitud en el Éxodo y su simbólica. Después, la imagen fue aplicada a la ley como camino del justo hacia Dios (Dt 34. 4; Sal 25. 10). En el NT la forma de caminar según Dios es la persona misma de Jesús (Mc 8. 34; Lc 9. 23), pero en Juan tiene aún un significado más profundo: Jesús no es solamente el camino en la medida en que, por su enseñanza, conduce a la vida, sino que él es el camino que conduce al Padre en la medida en que él mismo es la verdad y la vida (cf. 10. 9). Está bien marcado el sentido último de nuestra misión cristiana: vivir como Jesús ha vivido y tener la misma manera de pensar adaptada al mundo de hoy.
Felipe (1. 44) expresa la aspiración más profunda del hombre, aspiración que nadie de nosotros logra colmar (1. 18; 6. 46).
Pero Jesús se presenta en esta situación como la garantía de la consecución de ese fin último al que tiende con ansia el corazón del hombre. O dicho de otro modo: Jesús puede hacer que el hombre sea feliz ya desde ahora.
Eucaristía 1978/19



Los Evangelios de este día y de los domingos siguientes proponen extractos del discurso pronunciado por Jesús después de la cena. Se trata de tres textos sucesivos. El primero (Jn 13, 33-14, 31) es un discurso de despedida, al final del cual los apóstoles y Cristo "se levantan" (Jn 14, 31); ha terminado la reunión. El segundo (Jn 15-16) es un doblete del primero, cuyos temas principales desarrolla. El tercero (Jn 17) reproduce la oración "sacerdotal" de Cristo a su Padre. El Evangelio de este primer ciclo pertenece al primer discurso.
Los apóstoles manifiestan su inquietud y su tristeza ante el abandono de Cristo. Jesús les anuncia que todos se reunirán en torno al Padre (Jn 14, 1-3, 19, 28), y les garantiza su presencia entre ellos por el amor (Jn 13, 33-35; 14, 21) y el conocimiento que de El tendrán (Jn 14, 4-10). Este pasaje evoca dos temas bíblicos importantes: el de la casa y el de la ruta.
a) La casa de Dios designa el Templo de Jerusalén. Pero Jesús ha dejado bien patente que la verdadera morada del Padre no podía confundirse con esta casa de comercio y de contratación (Jn 2, 17-20). Dio a entender, asimismo, que El mismo era esta casa de Dios (Jn 2, 20-22), ya que su fidelidad al Padre constituye el sacrificio definitivo y, en El, serán acogidos todos los hombres con mayor hospitalidad que en el templo de Sión. En esta primera parte de su discurso hace ver que la casa del Padre es la gloria en la que El entrará pronto y adonde no pueden seguirle los que aún no hayan vencido la muerte y el pecado (vv.1-3; cf. 2 Cor 5, 1). La casa llega a ser, según esto, una experiencia más: la de "vivir" con el Señor y el Padre (v. 3); no es tanto un lugar como una manera de existir sumergido en la vida divina y en la comunión con el Padre.
b) La imagen de la casa evoca sin esfuerzo alguno la de los caminos que a ella conducen: éxodo que lleva a la Tierra Prometida, peregrinaje que nos pone en el Templo, camino de regreso del destierro. Este tema del camino introduce la idea de la mediación de Cristo. Lo mismo que la estancia del Padre excluye un lugar físico, material, siendo más bien experiencia interna de comunión con El, de igual modo el camino que lleva a esa unión cae fuera de toda localización física, pues es una vivencia íntima en que se confunden autor y receptor de la misma, comunicada por Dios a los hombres (v. 10) mediante la enseñanza de su "verdad" y la comunicación de su "vida" (v. 6). Jesús es verdad porque es la revelación exacta del Padre, inabordable en todos los aspectos. Es vida porque, a partir de El, puede el hombre participar de la comunión con Dios vivo (Jn 3, 36; 5, 24; 6, 47); y es, sobre todo, camino, porque sus funciones de verdad y vida tienen su realización definitiva dentro de un contexto escatológico cuyo cumplimiento está próximo.
Si tomamos las expresiones del v. 6 desde otro punto de vista, podría decirse que son, al mismo tiempo "descendentes" (verdad y vida) y "ascendentes" (camino); se completan entre sí para evocar la mediación exclusiva del Hombre-Dios. Cristo es el camino por el hecho de haber vivido en Sí mismo la transfiguración, bajo el influjo de la gloria de Dios, de la humanidad fiel, y por haber comunicado esta experiencia a sus hermanos. Es morada de Dios, porque en El y con El la humanidad encuentra al Padre y participa de su vida.
Los temas casa y camino son particularmente esclarecedores en eclesiología. Nos hacen caer en la cuenta de que la Iglesia no es aún la mansión de Dios, pero toma ya parte en el camino que conduce a ella. Aún no conoce realmente a Dios, pero el conocimiento que de El tiene es, sin embargo, verdadero. Ambos temas se completan y se corrigen mutuamente. A los cristianos sensibles a las ideas de estabilidad y perfección, el tema del camino recuerda que la Iglesia es susceptible de continua reforma y está obligada a hacer frecuentes altos en el camino; les recuerda también a los cristianos este tema que la Iglesia no puede -ni debe- conceder un valor absoluto a las culturas y ritos de que se vale para su misión; que no puede dar valor eterno a lo que, en ella, no es más que servicio a los demás y renuncia de sí. Por el contrario, el tema de la mansión recuerda, a los cristianos sensibles a los cambios y agitaciones violentas, que la Iglesia está avocada a la estabilidad y que en el propio seno de las revoluciones late un solo corazón y un alma idéntica a ella misma que le garantiza la presencia de su único e idéntico Señor.
Maertens-Frisque, Nueva Guia de la Asamblea Cristiana IV, Marova Madrid 1969.Pág. 158



8.- Texto. Se halla en las antípodas del texto del domingo pasado. Los interlocutores de Jesús son sus discípulos; la forma no es la discusión sino la conversación: el ambiente no es de enfrentamiento, sino de enseñanza y de aprendizaje; el contexto es la amplia conversación de la cena previa a dejar Jesús este mundo para ir al Padre.
JESUS/PADRE: La palabra Padre es precisamente la palabra más repetida en el texto; doce veces, además de dos referencias y de una mención de Dios. El texto es, pues una conversación sobre el Padre, con quien Jesús va a reunirse pronto. El verbo ir, teniendo al Padre como destino, se menciona cinco veces. La conversación sobre el Padre es más concretamente una conversación sobre el camino para ir al Padre. La palabra camino se repite tres veces. Este camino es Jesús. Yo soy el camino... Nadie va al Padre si no es a través de mí. La frase es una reformulación de la frase del domingo pasado "Yo soy la puerta" y, consiguientemente, una descalificación de la Ley como camino para ir al Padre. Si Jesús es el camino que lleva al Padre, conocer o ver a Jesús equivale a conocer o ver al Padre. Los verbos conocer y ver son otros de los términos importantes del texto: cuatro y tres menciones respectivamente. En este texto ambos verbos vienen a ser sinónimos y no se mueven en el nivel empírico que tenía el verbo ver en el texto del sepulcro del día de Pascua o en el de Tomás del segundo domingo de Pascua. En esta ocasión conocer y ver se refieren al nivel hondo y total; es un conocer y un ver a Jesús en profundidad. Resultado de este conocimiento y de esta visión es la fe en Dios y en Jesús, que aparece enunciada al principio como invitación y programa de vida para el discípulo de Jesús: Creed en Dios y creed también en mí. La expresión creer en Jesús vuelve a repetirse en el último versículo, esta vez introducida por la fórmula enfática Os lo aseguro, realzando así la importancia de lo que se dice en el versículo: El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Reaparece el término obra, que nos es familiar desde los domingos de Cuaresma. Se trata de un término del mundo laboral, que designa el trabajo, el esfuerzo de ayudar a las gentes a salir de los sistemas religiosos en la medida en que éstos velen el rostro de Dios y produzcan personas heterónomas e infantiles. Estas son las obras que está llamado a realizar el discípulo de Jesús. Resulta emocionante saber que estas obras pueden exceder en importancia de las del propio Jesús. A modo de resumen para la reflexión: Jesús es el camino para ir al Padre; conocer a Jesús es conocer al Padre; conocerlos es creer en ellos; creer en ellos es realizar las obras que ellos hacen.
Comentario. Creo que fue Goethe quien escribió lo siguiente: Si buscas al infinito, anda tras lo finito en todas direcciones. La invitación tiene un antecedente en este texto de Juan. Si buscas a Dios, anda tras Jesús. El es lo finito de Dios, a la medida de las posibilidades humanas. El, es decir, una persona, no un sistema ni una ley, por muy sacrosantos que sean, y con los que jamás hay posibilidad de encuentro, de diálogo, de conversación, de enriquecimiento personal.
¡Qué hermoso sería, si Dios existiera! La frase se la oía ayer a un joven. Y como yo andaba a vueltas con este texto de Juan, me acordé de esta frase: El que me ve a mí, ve al Padre. Y sentí que Dios existe y es real.
Fue Sócrates quien en la Apología de Platón dice a sus jueces: Voy a aportaros pruebas, que no van a consistir en palabras, sino en algo que vosotros tenéis en mayor estima: obras. El testimonio tiene un seguidor en este texto de Juan: Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. ¡Cuántas palabras, y grandes palabras en lo que llevamos de siglo! El resultado se llama desencanto, repliegue, individualismo. La salida de la crisis pasa sólo ya por las obras. ¡Qué pena que la palabra se haya degradado tanto!
Alberto Benito, Dabar 1990/28



9.- Jesús acaba de decir a sus discípulos que se va, que uno de ellos le traicionará y otro le va a negar tres veces antes de cantar el gallo. Los discípulos están deprimidos por lo que han oído. Y, ahora, Jesús trata de consolarles y levantarles el ánimo. Les pide que confíen en Dios y en él. Lo primero es comprensible, y lo segundo debiera serlo también para aquellos discípulos si han creído lo que claramente les ha dicho Jesús sobre su persona: que "él y el Padre son uno" (10, 30 y 38). Por eso la fe y la confianza en Dios y en Cristo ha de ser la misma (12, 44).
Jesús les infunde una esperanza que debe ayudarles a superar todas las dificultades. Les dice que se reunirá con ellos en la casa del Padre, en donde hay sitio para todos. Si él marcha ahora es para prepararles un sitio. Cuando todo se haya terminado y Jesús haya resucitado de entre los muertos, comprenderán, bajo la luz pascual, que Jesús ha abierto con su muerte las puertas de la gloria y que es así como ha ganado para sus discípulos el derecho de entrar en la casa del Padre.
Los discípulos debieran ya saber a dónde va Jesús, al Padre. Jesús, después de haberles hablado de su propia persona y de su misión, supone también que conocen el camino. Sin embargo, no parece que le hayan entendido muy bien; por lo que Tomás, en nombre de todos, le pregunta adónde va y cuál es el camino del que habla. El mismo es el camino por el que se llega al Padre. En la persona de Jesús, en sus palabras y obras, se hace presente en medio de los hombres el misterio de Dios, se revela el Dios invisible (1, 1 s.; 3, 32; 8, 31 s.; 12, 45). Pero la revelación de Dios en su Hijo encarnado no sólo manifiesta lo que Dios es y quiere ser para los hombres, sino que además da vida a cuantos la aceptan con fe. Por eso Jesús es el Camino para encontrar al Padre, la Verdad en la que Dios se manifiesta y la Vida misma que Dios nos da. De todo esto ya había hablado Jesús a sus discípulos mediante la "comparación" de la puerta que se abre a las ovejas para que tengan vida abundante (10, 9).
Jesús es más que un camino, es el Camino, absolutamente hablando y, por consiguiente, es también Dios, uno con el Padre. De suerte que los discípulos, al conocer a Jesús, conocen ya al Padre. Posiblemente Felipe le pide algo así como una manifestación de Dios ante sus propios ojos, semejante a lo que ha leído en las Escrituras (Ex 24, 10; 33, 18-34, 35; Is 6; Ez 1; etc). Piensa que sólo así saldrá del sentimiento de inseguridad y abandono en el que se encuentra ante la despedida de Jesús.
Jesús le indica que él se mueve todos los días en una relación mucho más inmediata con el Padre de lo que era posible en aquellas manifestaciones y visiones momentáneas, Felipe, como los otros discípulos que le siguen, vive en un trato familiar con Jesús y por lo tanto con el Padre.
Sin embargo, esta visión del Padre no es posible sin la fe. Dios no sólo se manifiesta, sino que también se oculta en la naturaleza humana de Jesús. Es preciso aceptar la fe con todas sus consecuencias para experimentar el gozo de esta comunicación con Dios en Cristo y por Cristo. Las palabras y las obras de Jesús son el testimonio en el que se funda esa fe, pues son también palabras y obras del Padre.
Eucaristía 1981/24



10.- Contexto. El evangelio de hoy se enmarca en la situación motivada por la marcha de Judas (Jn. 13, 30). Esta marcha expresa simbólicamente la muerte de Jesús cfr. Jn. 13, 31. La muerte como glorificación; recuérdese lo escrito el quinto domingo de cuaresma comentando el relato de la resurrección de Lázaro). Leída, pues, a nivel de significado (lectura de Juan), la marcha de Judas enfrenta a los discípulos (=los cristianos) con una situación nueva, derivada de la desaparición de Jesús (cfr. Jn. 13, 33). ¿Qué será de los discípulos en esta situación? ¿Cuál es su función? A estas preguntas responde el evangelio de hoy, que ha sido acertadamente calificado como "exhortación ante la desaparición del Maestro" (M. J. Lagrange).
Texto y sentido. Doble ruego de Jesús a sus discípulos (v. 1) y fundamentación del mismo (vs. 2-11). La fórmula solemne del versículo 12 introduce una nueva perspectiva, centrada en el papel de los discípulos como continuadores de la obra de Jesús. El esquema formal nos lleva a distinguir, pues, dos partes. Pero este modo de hablar resulta tremendamente pobre e inexacto, dada la situación crítica que viven los personajes. Por eso, más que de partes hay que hablar de vivencias.
Versículos 1-11 o invitación al consuelo y a la confianza. Estos versículos sólo los podrá "entender" quien haya vivido la experiencia del desconsuelo y del abandono por la pérdida de un ser querido. Esta experiencia constituye el presupuesto hermenéutico necesario para captar el sentido de este texto.
Ante el desconsuelo que su muerte desencadena en los discípulos (v. 1a), Jesús les habla de un reencuentro en la casa del Padre, de un volverse a ver, de un camino que lleva a ese reencuentro (vs. 2-4). A la hora de interpelar los vs. 2-4 hay que evitar el peligro de la racionalización. Racionalizar o de estancias diferenciadas. Otro ejemplo: preguntarse cuándo tiene lugar la vuelta de Jesús (manifestación solemne de la Parusía; cuando uno muere). El v. 3 no dice nada de esto; simplemente está usando unas imágenes, poniendo una comparación. Todo, para decir lo único que en una situación así importa: me voy, pero nos volveremos a ver.
El segundo ruego de Jesús es una invitación a la confianza, a fiarse del Padre y de El (v. 1b). El desarrollo-justificación de este ruego se realiza en forma de preguntas y respuestas (vs.5-11). Las preguntas de los discípulos aferran la dificultad que, en última instancia, una tal invitación plantea: ¿Cómo saber que podemos tener confianza? ¿Dónde está la base segura y la fuerza motora de esa confianza? Frente a la mística gnóstica contemporánea, preocupada por conocer la vía de la inmortalidad, el itinerario a seguir en el otro mundo a través de las esferas celestes, Juan propone la mística realística de Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". El que cree en Jesús no tiene necesidad de ninguna otra gnosis o doctrina de salvación; está ya seguro de llegar a la meta y ya la está tocando desde ahora. Se trata, como se ve, de la misma idea del domingo anterior ("Yo soy la puerta"), pero desarrollada desde símbolos distintos. Puerta y camino son metáforas; verdad y vida son experiencias humanas.
Jesús es además el que revela al Padre. El nos ofrece la garantía absoluta de que Dios existe y de que es Padre. ¡Precisamente la garantía que como humanos necesitamos! Versículo 12. A la invitación al consuelo y a la confianza sigue ahora la invitación a la acción. En ausencia de Jesús, los discípulos deben desempeñar entre los hombres el mismo papel que Jesús ha desempeñado entre ellos. La fe de los discípulos no es un término, sino un punto de partida. Y un punto de partida con unas repercusiones mayores que las de Jesús, porque la actuación de los discípulos no estará limitada al estrecho marco judío, como fue el caso de Jesús. Los discípulos deberán ser para los demás hombres testimonio de consuelo y testimonio de confianza en el Padre y en Jesús; deberán ofrecer la garantía de que Dios existe y de que es Padre. ¡Precisamente la garantía que como humanos están necesitando!
Dabar 1978/27



11. FE/CREER-J:
Según la concepción veterotestamentaria y judía, la fe es un apoyarse del hombre en el fundamento vital divino, que le confiere vida y existencia; un entregarse sin reservas y confiado en la promesa, bondad y lealtad de Dios. Justamente en este sentido no es posible creer en todo. Más aún no se puede creer absolutamente en nada del mundo, sino sólo en Dios, porque solo él responde al anhelo de una fidelidad incondicional. En Juan el concepto "creer" tiene ya detrás de sí una historia cristiana, y ha experimentado por lo mismo una ampliación importante. Ahora la fe no se dirige tan sólo a Dios, sino también a la persona de Jesús. Para el cristianismo primitivo Jesucristo está tan estrechamente vinculado a Dios que él mismo se ha convertido en el "objeto de la fe". La fe en Dios aparece mediatizada por Jesús; es Jesús quien ha pasado a ser el fiador de la fe. Y, a la inversa, la fe en Dios se ha hecho fundamento de la fe en Jesús, de tal modo que, según Juan, fe en Dios y fe en Jesús constituyen una unidad indestructible.
/Jn/14/02: "El que quiera servirme que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (12,26). Ahora bien, el camino que Jesús recorre es el camino del Hijo del hombre, que a través del mundo, pasando por la cruz y resurrección, conduce hasta el Padre. Justamente ese camino es el que ahora se impone como obligatorio también para los discípulos; pues, pertenecer a Jesús equivale a estar con él, por fe y amor, en una especie de comunidad de destino. En la casa de Dios, del Padre, hay "muchas moradas". O, formulado de una manera abstracta: en Dios encontrará cada uno su plena posibilidad de amor, la felicidad eterna acomodada a su propia capacidad; nadie tiene, pues, que preocuparse de que no vaya a haber para él ninguna posibilidad, ninguna consumación. Como quiera que sea, allí ya no imperará ninguna "necesidad de vivienda". La partida de Jesús -así lo ve Juan- tiene el significado de que él es en cierto modo el aposentador celestial que prepara la vivienda a sus amigos. Con ello, sin embargo, va aneja la idea de que para los hombres no hay otra posibilidad de llegar a Dios si no es por Jesús, que nos lo revela. Su camino es el camino modélico del hombre hasta Dios. (...)
Jesucristo representa la respuesta definitiva a la cuestión planteada en los símbolos religiosos; es el cumplimiento del anhelo religioso de la humanidad, tanto por lo que respecta a la esperanza judía de salvación como al anhelo religioso de los gentiles. En Jesús se encarnan los valores e ideales supremos de la vida. En las metáforas aflora una y otra vez como concepto fundamental la idea de vida, de vida eterna. Jesús es el revelador que comunica al hombre la verdadera y eterna vida divina.
J/SALVADOR-UNICO: De ahí deriva una doble relación. Ante todo, la de que Jesús de Nazaret, como personaje humano e histórico, es el revelador de Dios y el portador escatológico de la salvación; ése es el supuesto básico del mensaje soteriológico de Juan, como de todo el cristianismo primitivo. Eso significa, por una parte, que desde ese fundamento se contemplan críticamente todas las demás expectativas de salvación sin que puedan asegurar la salvación que prometen. Por otra parte, sin embargo, aflora una visión positiva de las religiones, que se puede formular poco más o menos así: con sus diversas formas de interpretar la existencia, las religiones son la expresión más profunda y vigorosa del deseo humano de salvación. Ese anhelo de salvación, el afán religioso no es una ilusión, sino una verdad humana existencial, que cada uno puede experimentar en sí mismo. En Jesucristo y en el Dios del amor universal a los hombres, al que Jesús llama Padre suyo, encuentra ese anhelo su consumación insuperable. Lo que se dice explícitamente del Antiguo Testamento, a saber, que ha de entenderse como una promesa de Cristo, cabe decirlo también analógicamente de todas las religiones. En la fe cristiana están sublimadas las religiones en el doble sentido hegeliano de la palabra: en ella se realizan y consuman.
JESUS/CAMINO: El hombre -y así lo hemos dicho en conexión con el versículo 5 -pregunta por el camino, el camino de la vida o el camino de la salvación, y consiguientemente por el sentido y finalidad de su propia existencia. Las religiones intentan, por su parte, dar una respuesta a esa pregunta acerca del camino. Aquí dice Jesús de sí mismo: Yo soy el camino. Lo cual significa de primeras, frente a todos los otros caminos, que Jesús personalmente es el camino salvífico del hombre hacia Dios, al lado del cual para la fe no cuentan para nada ni el camino soteriológico judío de la piedad nomista (la tora) ni el gnóstico de un conocimiento puramente interno de la salvación.
Pero la palabra dice aún más. Y así lo expresa R. Bultmann: "Al designarse Jesús a sí mismo como el camino, queda claro: 1. que para los discípulos las cosas discurren de distinto modo que para él; Jesús no necesita para sí ningún camino en el sentido que lo precisan los discípulos; más bien es él el camino para ellos; 2. que camino y meta no pueden separarse en el sentido que lo hace el pensamiento mitológico". En el encuentro con el revelador Jesús está la salvación del hombre. Respecto de Jesús el concepto "camino" abraza toda su historia, es decir, su actividad terrestre, su muerte y resurrección. Y todavía un paso más: su camino desde la preexistencia celeste hasta el mundo y de nuevo su retorno al Padre, su venida desde Dios y su ida a él. El hombre tiene ya un camino hacia Dios, porque en Jesús es Dios quien personalmente ha venido hasta el hombre, abriéndole así el camino. Con la revelación de Dios en Jesús queda resuelto el problema del hombre acerca del camino.
Simultáneamente late ahí también una referencia a la fe: si Jesús en persona es el camino, también la fe en cuanto respuesta humana a la revelación hay que entenderla ya como camino. La fe es asimismo algo vivo y dinámico, un movimiento que se adueña de la vida del hombre y la convierte en una "marcha" permanentemente. Ahí entra ciertamente la vinculación con Jesús, así como el buscarle de continuo. Su persona no resulta jamás superflua para la orientación de la fe, nunca queda superada.
JESUS/VERDAD: Para nosotros no es tan fácil de comprender que Jesús se designe a sí mismo como la verdad; no, desde luego, porque nosotros hayamos ligado al concepto "verdad" unas representaciones muy distintas. Así, por ejemplo, se entiende como verdad (1) el que uno diga lo que piensa y quiere, la armonía entre pensamiento, propósito y lenguaje, en oposición al engaño o mentira. O bien (2) la concordancia de una idea o afirmación, o bien de una doctrina, con la realidad, en oposición al error. Hoy es frecuente sobre todo (3) entender la verdad como introducción a la práctica recta; y, finalmente (4), se entiende a menudo verdad en el sentido de que una afirmación o teoría responda a las reglas de la razón, de la lógica o de los métodos científicos. La verdad del presente texto no se deja encasillar en ninguna de las concepciones mentadas; buena prueba de que la idea de verdad es aquí distinta de la que emplean el lenguaje cotidiano y la ciencia. No se trata, por consiguiente, de que Jesús haya dicho la verdad, ni de que en él concuerden pensamiento y lenguaje, o incluso lenguaje y obrar, de que jamás haya mentido. Aquí se trata ciertamente de la radical búsqueda humana de la verdad como experiencia de sentido y certeza. En esa dirección fundamental podría apuntar la afirmación joánica.
Al tiempo hay que pensar también especialmente en la idea veterotestamentaria de la verdad (heb. emet). El término hebreo emet en sentido teológico expresa la absoluta fidelidad de Dios en su obrar, en su revelación y en sus mandamientos. Verdad significa la credibilidad absoluta de Dios frente al hombre, de tal modo que éste puede confiar incondicional- mente en la palabra de Dios, en su promesa y lealtad. De esa fiabilidad, lealtad y verdad de Dios puede vivir el hombre; ahí adquiere la constancia y firmeza básica para su vida. El hombre, que se confía a la palabra y revelación de Dios y que cuenta con ella totalmente en la práctica, en cuanto que obra la verdad con fe, participará en la verdad de Dios. En esa concepción de la verdad, la visión y el obrar (teoría y práctica), conocimiento y experiencia, están en íntima relación.
Ahora bien, la afirmación central del evangelio de Juan está en que esa verdad de Dios sale al encuentro del hombre en Jesús; con él han venido la gracia y la verdad (1,17). Esa verdad que sale al encuentro, que es objeto de experiencia y que habla, es la que hace al hombre libre: "Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois verdaderamente discípulos míos: conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (/Jn/08/31). En contacto con Jesús y su mensaje el hombre encuentra la verdad y realidad liberadora de Dios: experimenta la verdad en Jesús como salvación y como amor; puede ser de la verdad. Cierto que esa verdad nunca se convierte en posesión disponible. Lo decisivo para la fe es que la verdad liberadora sólo se experimenta en el encuentro con Jesús y su palabra; tiene que ser otorgada al hombre. Pero en Jesús se nos da de hecho y de forma permanente. De ahí que hable el deseo humano de la suprema verdad y sentido de una manera insuperable. 
JESUS/VIDA: Finalmente, por lo que hace al concepto de vida, es difícil agotar el contenido transcendental de esa palabra en el marco de la teología joánica. En conexión con el pensamiento veterotestamentario y judío la vida (o la vida eterna) se convierte en palabra clave para la salvación; es decir, para todo aquello que la revelación tiene que ofrecer al hombre. Si en la tradición sinóptica esa palabra clave para la salvación es el concepto "reino de Dios", en Juan lo es la palabra "vida". Para una comprensión adecuada de la importancia que tiene esa palabra podemos recurrir al concepto moderno "calidad de vida". Según ese concepto, lo que le interesa al hombre no es simplemente un mínimo existencial, como es el disponer de alimento, vestido y vivienda, sino que para una vida humana plena hay otras cosas, como la participación en un cierto nivel de vida o en los bienes de la cultura. La fe dice que ni siquiera eso basta, sino que la vida humana sólo alcanza su plena consumación en la comunión con Dios. Podemos calificar esa concepción como una calidad de vida escatológica. Justamente eso es lo que preocupa al cuarto evangelista: la lejanía de Dios, como ausencia de sentido, de felicidad y alegría es lo que constituye el problema más grave y la auténtica enajenación de nuestra vida; mientras que la vida verdadera, como podría ofrecerla la revelación, consiste en que por Jesús se nos brinda la comunión divina. Jesús, el Hijo del hombre, es el donador de vida escatológica. Por él ha sido dada aquella posibilidad de vida, que supera toda otra calidad. FE/INICIO/VE:
En Juan se suma como elemento decisivo el que esa vida eterna no se entienda sólo como algo futuro que sólo se nos otorgará en el futuro lejano o después de la muerte, sino que la fe es el comienzo de esa vida eterna. Con la fe el hombre alcanza ya, aquí y ahora, una nueva calidad de vida escatológica. La fe es el paso decisivo "de la muerte a la vida", porque es la participación del hombre en la comunión divina que se le ha abierto por Jesús (cf. al respecto 1Jn/01/01-04).
Dícele Felipe: "Señor, muéstranos al Padre..." Objetivamente la súplica formula el deseo de una contemplación de Dios. En ese deseo de contemplar directamente la divinidad en toda su plenitud, se condensa la quintaesencia de todo anhelo religioso, el anhelo de que en el encuentro con Dios se nos abra el sentido del universo. Pese a toda la diversidad de sus respuestas, las religiones son las formas expresivas de un sentido último definitivo y que ya no puede superarse. También la Biblia conoce ese deseo del hombre de contemplar a Dios, pero alude una y otra vez a sus limitaciones. A Moisés, que dirige a Yahveh la súplica "Déjame contemplar tu gloria", se le da la respuesta: "No puedes contemplar mi rostro, pues ningún hombre que me ve puede seguir viviendo." Lo más que puede otorgársele es que pueda contemplar "las espaldas" de la gloria divina, pero nada más (cf. Ex 34,18-23). También el evangelio de Juan mantiene esta concepción de que ningún hombre ha visto a Dios ni puede verle (1,18; 6,46; cf. 1Jn 4,12). Ese principio de la invisibilidad de Dios por el hombre constituye precisamente un supuesto básico de la teología joánica de la revelación. Ciertamente que al hablar de Dios se tiene a menudo la impresión de que ese principio básico ha quedado en el olvido, pues de otro modo nos encontraríamos hombres con mayor inteligencia que no se contentan con la fe en Dios.
Según la concepción bíblica Dios se muestra sobre todo al "oyente de la palabra". La respuesta de Jesús se mantiene exactamente en ese cuadro. El reproche "Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe?", remite al lector una vez más al trato con el Jesús histórico. Conocer a Jesús equivale justamente a reconocerle como el revelador de Dios. Sobre Jesús se pueden decir muchas cosas. Cuando no se ha encontrado ese punto decisivo, es que aún no se ha dado con el lugar justo para hablar de Jesús, por seguir moviéndose siempre en preliminares y cuestiones acusatorias. Todo trato con Jesús, el teológico y el piadoso, así como el trato mundano con él, debe siempre plantearse esta cuestión.
Ahora el lado positivo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". En el encuentro con Jesús encuentra su objetivo la búsqueda de Dios. Pues ése es el sentido de la fe en Jesús: que en él se halla el misterio de lo que llamamos Dios. Por lo demás, el "ver a Jesús", de que aquí se trata, no es una visión física, sino la visión creyente. La fe tiene su propia manera de ver, en que siempre debe ejercitarse de nuevo. Pero lo que en definitiva llega a ver la fe en Jesús es la presencia de Dios en este revelador. Y es evidente que, así las cosas, huelga la súplica de "¡Muéstranos al Padre"!
Se da ahora la razón de por qué la fe en Jesús puede ver al Padre: "¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?" Hallamos aquí una forma de lenguaje típica de Juan (fórmula de inmanencia recíproca), para indicar que Jesús está "en el Padre" y que el Padre está "en Jesús". En esa fórmula, que no debe interpretarse mal como una concepción espacial, se manifiesta la íntima relación y comunión entre Dios y Jesús. Que Jesús "está en el Padre" quiere decir que está condicionado en su existencia y en su obrar por Dios, a quien él entiende como su Padre; y, a la inversa, que Dios se revela a través de la obra Jesús, hasta el punto de que "en Jesús" se hace presente. Se comprende que la verdad de esta afirmación sólo se manifiesta en la fe, y no en una especulación sobre Dios que pueda separarse de la fe. Y que la fe pone al hombre en una relación viva con Jesús y, justamente por ello, en una relación viva con Dios, asegurando una participación en la comunión divina. (...)
FE/SENTIDO: A la fe le incumbe siempre un problema de sentido, no la cuestión del éxito externo o del progreso. Pero si se dejase arrastrar hasta ahí, volvería a estar en posición de poder alcanzar una nueva certeza. Ese sentido no es posible demostrárselo a nadie; lo que sí se puede es vivir del mismo y testificarlo vitalmente, y eso es lo que importa en definitiva.
MAS-ALLA/MU: Sobre los v. 2-4: Con ello quedaría también aclarado el problema del "más allá". Juan responde de forma breve y rotunda a esta cuestión, inquietante para muchos hombres: quien se orienta según Jesús y en él ha encontrado la salvación, no tiene ya en definitiva por qué seguir cavilando acerca del "más allá", acerca de las "moradas" del cielo. A las preguntas de ¿qué ocurre después de la muerte?, ¿concluye todo con la muerte?, Juan da la respuesta siguiente: la realidad del Dios del amor es mayor. Quien durante esta vida confía en Dios, puede y debe mantener esa confianza. No caerá en el vacío. Dios es el amor que abraza a todos los hombres, todos los tiempos y la historia toda; y, por ende, también nuestra pequeña vida que alcanza su verdadero significado sobre el trasfondo de ese amor. Todos los caminos del hombre acaban por desembocar ahí. Con esa idea se puede vivir y morir. Tal vez sea importante decir que ¡con eso solo se puede vivir! No es necesaria ninguna otra respuesta, ni se necesita tampoco ninguna "geografía del más allá".
El Nt Y Su Mensaje, El Evang. según S. Juan, 4-2, Herder Barcelona 1979.Pág. 71ss.



12.- Jesús empieza a despedirse de sus discípulos, pero ¡qué diferencia y qué distancia! Las palabras de Jesús son tan bellas, tan profundas, que los discípulos no se enteran. Sus preguntas manifiestan la diferencia de niveles en que se encuentran. Jesús empieza la despedida tratando de animarles. «No perdáis la calma». Una palabra que no pierde actualidad y que nos ayuda a nosotros en tantas y tantas ocasiones. Después les promete que no les dejará solos, que se acordará siempre de ellos, que algún día volverán a estar todos juntos. Pero ¿dónde? Las respuestas de Jesús alcanzan una significación admirable que nunca nos cansaremos de meditar. Nos revelan el misterio personal de Jesús, su unión íntima con el Padre y su misión salvadora para el hombre.
Caritas, Ríos Del Corazón, Cuaresma y Pascua 1993.Pág. 241



13.- Jesús anuncia que se va. La escena nos situa ante el llamado discurso de despedida de Jesús a sus discípulos. La escena empieza y acaba con una invitación de Jesús a creer (14,1.11-12). Y en medio, encontramos: la explicación del por qué Pedro ahora no puede ir a donde va Jesús (14,2-3); el diálogo con Tomás sobre el camino hacia la casa del Padre (14,4-6); y el diálogo con Felipe sobre la identidad de Jesús (14,7-10), centrada en la afirmación: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.
Antes Pedro ha expresado el deseo de seguir a Jesús hacia el lugar a donde va o a donde vuelve (13,36-38); incluso ha manifestado que está dispuesto a dar la vida por seguir a Jesús. Pero Pedro sólo irá por la fe en Jesús resucitado. Por eso, Jesús empieza con una llamada a la fe. Si ahora los discípulos no pueden seguirle, han de continuar apoyándose en su persona, tal como el creyente se apoya en Dios: ¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios" (Si 42,6.12; 43,5).
Jesús vuelve a la casa del Padre para prepararnos allí un lugar. Y el lugar dispuesto no es tanto un espacio como una existencia con Jesús en el Padre. Jesús nos dispone una estancia junto al Padre. La fe muestra la casa del Padre, el banquete festivo con el Padre, e invita a la vez, aquí y ahora, a poner nuestra atención en Jesús, el camino que lleva a él. El camino es una opción: Seguid el camino que Yahvé vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión (Dt 5,33). Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia (Dt 30,15-19).
Jesús se presenta como el camino hacia el Padre. El salmo 43,3 afirma que sólo la luz y la verdad conducen al lugar donde reside Dios. Jesús es la luz (ó,12; 9,5) y la verdad (8,32; 18,37-38) que nos guía. Por eso, Jesús recuerda a Tomás, y a todos, que hagamos nuestra su pregunta: si creemos que él es la Verdad y la Vida, seguro que hallaremos en él el camino que lleva al Padre, a quien él retorna y donde ya está.
Jesús se presenta tan Dios como su Padre. Es aquí Felipe quien nos ayuda a plantearnos la relación entre Jesús y el Padre. Jesús es Dios hecho hombre, su humanidad es el camino, la puerta hacia el Padre. Sólo seremos como Dios si nos unimos a Jesús por la fe, que es amor. En efecto: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. Hemos de creer que Jesús está en el Padre y el Padre en él. La fe es clave para poderlo percibir, vislumbrar o entrever.
Jesús satisface nuestra búsqueda de Dios, nuestra sed de Dios. Si buscamos a Dios, miremos a Jesús. La búsqueda de Dios es la búsqueda de todo creyente: Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios? (Sal 42,3). ¡Ahora sí sabemos que ver a Jesús es ver la faz de Dios!
Jaume Fontbona, Misa Dominical 1999/07/08