viernes, 14 de septiembre de 2012

LECTURAS Y COMENTARIO DEL DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B 16 DE SETIEMBRE DEL 2012

LECTURAS Y COMENTARIO DEL DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B - 
16 DE SETIEMBRE DEL 2012




TÚ, MORIR O SUFRIR

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías (50,5-9a):
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?.

SALMO RESPONSORIAL (Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9

Caminaré en presencia del Señor.

Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R/.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo, 
caí en tristeza y angustia. 
Invoqué el nombre del Señor:   «Señor, salva mi vida.» R/.

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. R/.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida. R/.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol Santiago (2,14-18):
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de ustedes les dice: «Dios los ampare; abríguense y llénense el estómago», y no les dan lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»

EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-35):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
Palabra del Señor

COMENTARIO


Tú eres el Mesías le dice Pedro a Jesús. “Mesías” en hebreo y “Cristo” en griego significan literalmente “el ungido”, aquel que ha recibido la unción por la que el rey obtenía la fuerza del Espíritu.
La palabra se convirtió en nombre propio de Jesús: Jesucristo es Jesús-Mesías. Para un judío la palabra Mesías hacía vibrar las esperanzas más hondas de Israel. Si queremos medir su impacto, hemos de llenarla de significados muy diversos, que se refieren sin embargo a dos datos fundamentales: el Mesías sería el enviado de Dios, y sería enviado ante todo para salvar al pueblo elegido y luego a todas las naciones. A partir de esto, unos soñaban con  un rey guerrero, otros con un gran profeta de justicia. Para todos sería poderoso, sabio, muy religioso, muy cerca de Dios, liberador en todos los sentidos de esta palabra.  Pero nunca, nunca, un judío se habría imaginado a un Mesías que pudiese sufrir.
Hay que observar bien el lugar de la famosa declaración de Pedro: en el centro del evangelio. Hasta entonces no han cesado de preguntarse: ¿quién es este hombre? Ahora los discípulos lo saben: es el Mesías. Pero una nueva cuestión los va a preocupar llenando toda la segunda parte del evangelio: ¿cómo este extraño Mesías puede ser un libertador, un triunfador, y caminar hacia la muerte? 
Jesús lee en ellos esta incomprensión. Sobre todo, que no proclamen a la gente ese título de Mesías demasiado cargado de viejos sueños: “Les prohibió terminantemente decírselo a nadie”. Sí, es el Mesías, sí será el  salvador,  pero  no según sus ideas: “Empezó a instruirlos: este hombre tiene que  padecer mucho, ser ejecutado y  resucitar”. De momento, resucitar es algo que no les impresiona: quizás piensan vagamente en  la resurrección de todos los justos “el último día” no puede concebir esta resurrección absolutamente única que va a hacer explotar toda la gloria del auténtico Mesías. No pueden encajar el choc de esas palabras desconcertantes aplicadas a su Mesías: sufrir, morir. Pedro pierde los estribos y “empezó a reñirlo”.
En este momento del evangelio, su trato asiduo con Jesús les permite discutir con él, progresar y llegar a este grito tan fenomenal: “¡Tú eres ciertamente el Mesías!”. Pero, para acercarse al misterio total ¡cuántos diálogos se necesitarán tan borrascosos como éste!: Pedro: ¿Tú sufrir y morir?. ¿Tú el Mesías?. Jesús llama a toda la gente para gritarle esta verdad  tremenda: “Si alguno quiere seguirme, que coja su cruz”. No podremos en este mundo levantar el misterio de este sufrimiento inevitable.  Lo único que podemos hacer es dar crédito a Dios, el crédito más difícil: esperar el día en que sepamos por fin por qué el Padre que nos ama no podía darnos, ni a su Hijo ni a nosotros, una vida sin la cruz.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez