PARÁBOLA DEL PADRE QUE TENÍA DOS HIJOS
ORACION COLECTA
Señor, que reconcilias contigo a los hombres por tu Palabra hecha carne, haz que el pueblo cristiano ser apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestas pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Josué 5,9a.10-12
En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.» .
Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.
SALMO RESPONSORIAL (33)
Gusten y vean qué bueno es el Señor
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamen conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R.
Contémplenlo, y quedaran radiantes, mi rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,17-21
El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo los exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.».
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."».
COMENTARIO
Dos situaciones paralelas configuran la introducción del texto. De una parte, los recaudadores y pecadores escuchando a Jesús; de otra, los fariseos y letrados criticando la condescendencia de Jesús. La parábola que sigue es la respuesta de Jesús a la crítica de los fariseos y letrados.
La parábola tipifica en dos hermanos las conductas de los dos grupos de la introducción.
De una parte, el hermano menor: símbolo representativo de los recaudadores y pecadores; de otra, el hermano mayor: símbolo de los fariseos y letrados. La parábola sigue a otras dos en las que se habla de la alegría de Dios por la conversión de los pecadores.
Este ordenamiento de las tres parábolas convierte, a su vez, al padre de la tercera es símbolo representativo de Dios. En su primera parte la parábola reproduce la conducta del hijo menor, desde su marcha de la casa paterna hasta su retorno a ella.
Pieza magistral de realismo y ternura. Ciclo sellado por la alegría festiva del reencuentro y cerrado en lo tocante al hijo menor. En su segunda parte la parábola reproduce la reacción negativa del hijo mayor y los esfuerzos del padre por convencerle a que se sume a la alegría festiva del reencuentro con su hermano.
Todo en esta segunda parte es tipo de las situaciones de la introducción. La alegría festiva es símbolo de la convivencia amigable de Jesús con los recaudadores y pecadores; la negativa del hijo mayor a tomar parte en la fiesta es símbolo de la crítica de los fariseos y letrados a la condescendencia de Jesús.
Esta parábola debería tener otro título, considerando al Padre que concilia a los dos hijos como: parábola del padre que tenía dos hijos. Hay en esta parábola una radiografía de los pecadores y los “buenos” El problema del texto no son los malos, sino los buenos. La radiografía del bueno la hace el bueno mismo en el v. 29: tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya. Hay en esta radiografía una fina ironía por parte del autor. En el original griego el verbo "servir" pertenece al área semántica ser esclavo. Este es precisamente el punto negro del bueno: vivir como esclavo en vez de vivir como hijo. El bueno cumple a la perfección, pero desconoce lo que es estar con el padre. Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Con estas palabras completa el padre lo que le falta a la radiografía del bueno: la filiación, la libertad de hijo, la madurez. A fuerza de cumplir, el bueno se fabrica una coraza que le impide moverse.
Tan férrea y opaca es la coraza que sólo le permite ver el propio ombligo. Fuera de sí, el bueno no ve a nadie, ni siquiera al Padre al que paradójicamente dice servir. Pero el Padre sufre por el hijo esclavo. Un hijo así es una tragedia para sí mismo y para Dios, a la par que una desgracia para la convivencia con los demás, a quienes mira por encima del hombro con desdén y lástima. Estos buenos son unos repelentes inaguantables. En el texto de hoy la conversión llama explícitamente a la puerta de los buenos.
PLEGARIA UNIVERSAL
Hoy Dios Padre nuestro, sentimos en nuestro interior el dolor de habernos alejado de Ti, y con la misma humildad y sencillez del hijo prodigo, te presentamos nuestras necesidades. Oremos diciendo: Dios, Padre nuestro, escúchanos.
1.- Por los que dirigen las naciones, para que sean capaces de compartir entre ellos la responsabilidad de asegurar para todos los pueblo un futuro de paz y desarrollo integral. : Dios, Padre nuestro, escúchanos.
2.- Por los inmigrantes, los refugiados y todos aquellos que viven lejos de su tierra, para que encuentren siempre una buena acogida en los pueblos de destino. Dios, Padre nuestro, escúchanos.
3.- Por los que viven alejados de ti, para que, imitando al hijo prodigo arrepentido, reconozcan su culpa y vuelvan a ti, Padre misericordioso. Dios, Padre nuestro, escúchanos.
4.- Por los que nos preparamos ilusión a celebrar la Pascua, para que aprovechemos este tiempo favorable, mejorando nuestro modo de encontrarnos contigo, nuestro Padre y con nuestros hermanos, todos hijos tuyos. Dios, Padre nuestro, escúchanos.
Señor, tu pueblo camina siguiendo los pasos que tu marcaste primero. Atiéndenos y concédenos lo que confiados te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Al Ofrecerte, Señor, en la celebración gozosa de este domingo, los dones que nos traen la salvación, te rogamos nos ayudes a celebrar estos santos misterios con fe verdadera y a saber ofrecértelos por la salvación del mundo. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Señor, Dios, luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia, para que nuestros pensamientos sean dignos de ti, y aprendamos a amarte de todo corazón. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 7: Is. 65, 17-21; Sal 29; Jn. 4, 43-54.
Martes 8: Ez. 47, 1-9.12; Sal 45; Jn. 5, 1-3.5-16.
Miércoles 9: Is. 49, 8-15; Sal 144; Jn. 5, 17-30.
Jueves 9: Ex. 32, 7-14; Sal 105; Jn. 5, 13-47.
Viernes 10: Sab. 2, 1ª.12-22; Sal 33; Jn. 7, 1-2.10.25-30.
Sábado 11: Jr. 11, 18-20; Sal 7; Jn. 7, 40-53.
Domingo 12: Is. 43, 16-21; Sal 125; Jn. 8, 1-11.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 15, 1-3. 11-32
Lucas dedica todo un capítulo a las parábolas de la misericordia: la
oveja perdida (15, 4-7), el dracma perdido (15, 8-10), el hijo perdido (15,
11-32). Este capítulo pudo haber sido pensado como un midrash de Jer. 31.
Encontramos, en efecto, en el texto del profeta la imagen de la concentración
de las ovejas (Jer. 31, 10-12), la de la mujer que encuentra a sus hijos
perdidos (Jer. 31, 15-16), y finalmente la imagen de Dios perdonando a su hijo
preferido Efraim (Jer. 31, 18-20). Señalemos que el pasaje paralelo de Mt. 18,
8-14 añade un nuevo midrash a Jer. 31: el de los cojos y ciegos que entran en
el Reino (Mt. 18, 8-10), como preveía Jer. 31, 8.
* * * *
Cabe pensar que la parábola del hijo pródigo hace alusión a Jer. 31,
texto que debía de ser bien conocido de los primeros cristianos porque es el
texto del Antiguo Testamento que mejor describe la Nueva Alianza (Jer. 31,
31-34). Muy bien puede haberse hecho en la parábolas de la misericordia un
comentario de Jer. 31 preparando a las mentes para la inteligencia de la nueva
alianza, basada en un amor a Dios más fuerte que el pecado.
Las motivaciones del arrepentimiento del hijo menor no son
particularmente puras, y la conversión no se produce sino bajo la presión de
necesidades vitales, lo que al menos tiene la ventaja de subrayar la magnitud
de la gratuidad del perdón paterno.
Pero en el momento en que ese amor alcanza su culminación entra en
escena el hermano mayor. Jeremías 31 se termina con la descripción de la
reconciliación de Efraim y de Judá, dos tribus que estaban interesadas por la
misma alianza y la misma abundancia (Jer. 31, 23-31). En la parábola, el padre
de familia no tendrá la alegría de reconciliar a sus dos hijos en torno a su
amor, en el banquete de la abundancia: el mayor, comido por la envidia, rechaza
esa mezcla con el pecador de la misma forma que los escribas y los fariseos
(Lc. 15, 1-3). El hermano mayor se comporta además con el mismo orgullo que el
fariseo en el Templo (Lc. 18, 10-12), con el mismo desprecio hacia el otro
(comparar "este hijo tuyo..." y "este publicano"). En
cuanto al hijo menor, su oración se parece a la del publicano (cf. Lc. 18, 13).
Por tanto, esta parábola, lo mismo que la del publicano y el fariseo, trata de
justificar la benevolente acogida que Cristo dispensa a todo los hombres,
incluso a los pecadores.
En segundo plano, el mayor aprende que no será amado por su Padre si, a
su vez, no recibe al pecador; el padre amoroso espera que no se le limite en su
misericordia. No es él quien excluye al mayor, sino que es este último quien se
excluye a sí mismo porque no ama a su hermano (cf. /1Jn/04/20-21).
De esta forma, el amor gratuito de Dios elabora una nueva alianza que
incita a la conversión y se sella en el banquete eucarístico, alianza en la que
el derecho de primogenitura antiguo queda eliminado porque el amor de Dios se
abre a todos.
* * * *
La parábola del hijo pródigo constituye una excelente iniciación al
período de penitencia. Se precisa en primer término que los dos hijos son
pecadores: así es la condición humana. Pero uno lo sabe y monta su actitud en
función de ese conocimiento; el otro se niega a reconocerlo y no modifica en
nada su vida. Dios viene para el uno y para el otro: sale al encuentro del más
pequeño, pero también al encuentro del mayor (vv. 20 y 28); Dios viene para
todos los hombres, para los pecadores que saben que lo son y para los que no lo
saben; no viene solo para una categoría de hombres.
En el proceso penitencial del más pequeño se advierte en primer término
la iniciativa humana; hablábamos más arriba de la "contrición imperfecta": el pequeño se
convierte porque es desgraciado y porque, al fin de cuentas, el ambiente de la
casa paterna vale mucho más que la porqueriza en que vive. Con esta contrición
imperfecta (v. 16) procede a su examen-de-conciencia ("entrando en sí
mismo"; v. 17) y prepara incluso el texto de la confesión que hará a su
padre (vv. 17-19). Pero el descubrimiento esencial del penitente que se lanza
por el camino de retorno a Dios es el advertir que Dios sale a su encuentro con
una bondad tal que el penitente pierde el hilo conductor de su discurso de
confesión (vv. 21-23). Los papeles se han cambiado: ya no es la contrición del
penitente lo que cuenta y constituye lo esencial de la actitud penitencial,
sino el amor de Dios y su perdón.
Pero son muchos los casos, desgraciadamente, en que el sacramento de la
penitencia se desarrolla como si el perdón no fuese más que una correspondencia
a una confesión y una actitud del hombre cuando es, ante todo, una actitud de
Dios y una celebración de su amor re-creador. Y es también muy raro que el
ministro del sacramento dé realmente la impresión de que encamina a alguien
hacia la alegría del Padre.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 164 ss
Esta parábola del "padre bondadoso" sigue en parte la línea de
las anteriores. Primeramente es una proclamación, un grito jubiloso: "¡Alegraos
conmigo!". "¡Alegraos, porque he hallado lo que había perdido!".
Dios, como el pastor o la mujer que barre su casa, no deja de buscar lo que es
suyo (el padre salía todos los días a otear el horizonte). Y cuando lo
encuentra, explota la alegría. Y quiere que todos se alegren con él. También
los fariseos -que oyen de la boca de Jesús cómo es el amor del Padre con los
pecadores y ven cómo busca a los hombres hasta encontrarlos- deberían dejar de
murmurar envidiosos y reconocer con profunda satisfacción: "¡Este perdona
los pecados!".
Pero no. El padre se encuentra -así la parábola- con que el hijo
"fiel" no entiende que ha llegado la hora del júbilo; no puede
comprender por qué su padre "ha tirado la casa por la ventana" cuando
vuelve su hermano perdido. Es llamativo el peculiar alarde sobre su propia
"fidelidad". Pero esa permanencia en la casa del padre no le había
llevado aún a la confianza y a la alegría con él y en él, sino a una espera por
recibir un buen sueldo de obrero. El padre le ruega, sin embargo, que se
reconozca como hijo, y lo abraza, y le dice que "todo lo mío es
tuyo". Y también que se reconozca hermano de ese "mi" hijo que
es "tu" hermano, el que ha vuelto de las miserias extrañas a
nosotros...
FIDELIDAD/DUREZA: Lo que
sobrecoge en la parábola es el insondable amor del padre para con ambos hijos y
la terrible (sin duda "típica") dureza del corazón del hijo que se
distancia de ese padre porque no acepta a "ése", "ese tu
hijo" que ha despilfarrado tu hacienda.
EUCARISTÍA 1989, 11
Lucas no se refiere a ninguna situación especial sino a lo que siempre
sucedía: mientras los pecadores públicos y todos aquellos que no eran buenos a
juicio de los fariseos y según la religiosidad oficial, se acercaban a Jesús,
le escuchaban y se convertían al evangelio, los santones y maestros de Israel
no hacían otra cosa que expiarle y criticar su conducta. Pero Jesús, acogiendo
a los pecadores, no hacía otra cosa que manifestar el amor de Dios y su perdón
misericordioso. La parábola del "hijo pródigo" es una réplica de
Jesús a la murmuración de los fariseos.
La parábola, que debiera llamarse del "padre bondadoso", tiene
también algunos rasgos simbólicos y sicológicos de gran interés.
Pero, como decíamos, lo principal es el insondable amor de Dios que se
refleja en la conducta del padre.
P/LIBERTAD: El pecado es
siempre un apartarse de Dios para convertirse a las criaturas, una opción por
el mundo con menosprecio de Dios. No obstante, Dios deja en libertad al hombre
para que haga su experiencia. No quiere tener hijos a la fuerza, deja que se
vayan lejos. El pecado lleva al hombre al límite de su miseria. Pero entonces
es posible que recapacite y vuelva a su casa. De ser así, el primer paso se da
con el reconocimiento de la propia miseria. Dios espera siempre al hijo pródigo
y le sale al encuentro con su gracia. Si se decide a volver, lo acogerá
amorosamente, lo restablecerá en su dignidad perdida y lo colmará de bienes.
Dejará a un lado la venganza y aun la mera justicia, no aceptará que viva en la
casa como un jornalero. Celebrará su venida como una resurrección: "estaba
muerto y ha revivido". Así es Dios.
El comportamiento del hermano es completamente distinto. Sirve para
contraponer el amor de Dios a la conducta de los hombres, que no sabemos
perdonar, porque no nos amamos como hermanos.
Porque tampoco nos comportamos como verdaderos hijos de Dios, sino sólo
como servidores y esclavos. Es una crítica de Jesús a los fariseos que cumplen
la ley a la perfección, al pie de la letra, pero que no han descubierto que la auténtica
perfección de la ley es el amor. Para saber perdonar hace falta ser Dios o
verdadero hijo de Dios, no basta con ser un cumplidor.
EUCARISTÍA 1986, 12
Entre el telón de fondo y la parábola del padre de los dos hijos hay
otras dos parábolas en el texto de Lucas cuando habla Jesús del hombre que
tenía dos hijos. Es Dios quien en silencio ve perderse a su hijo menor y quien
lo acoge desbordante de alegría. Es Dios quien suplica a su hijo mayor y quien
le manifiesta sus desvelos de padre. Jesús actúa como revelador de este Dios
haciendo sus veces: acoge al hijo menor y come con él, suplica al hijo mayor
que sea hermano de su hermano. La parábola termina con esta súplica a los
fariseos y letrados. Estos conocen ahora que la razón por la que Jesús está
gustoso en compañía de publicanos y pecadores es porque son hijos de Dios lo
mismo que ellos. No tiene pues ningún sentido la descalificación y el desprecio
entre hermanos. Tanto un hermano como otro tienen ciertamente algo en qué
cambiar. Publicanos y pecadores ya lo han hecho; toca ahora a fariseos y
letrados el hacerlo. Ellos son ahora el hijo problemático.
Comentario. El análisis del texto revela suficientemente lo incompleto,
inconcluso e inexacto que resulta la habitual denominación parábola del hijo
pródigo. Lo completo y exacto es hablar de parábola del padre que tenía dos
hijos. El padre es quien da unidad a toda la historia, la figura central, la
que aparece en las dos partes. El padre es el personaje auténticamente
fascinante de la historia, una verdadera obra maestra. El es el personaje que
de verdad ama y sufre. Nos hallamos probablemente ante la mejor página del
Nuevo Testamento sobre Dios. Si queremos saber como es Dios, acudamos a esta
parábola del padre que tenía dos hijos.
Lo que el domingo pasado estaba solamente implícito, hoy se hace
explícito. Todos tenemos necesidad de conversión, los hijos menores y los hijos
mayores, los malos y los buenos.
CUMPLIDOR/ESCLAVO: Lo que pasa
es que los malos saben que lo son y cambian. El problema terminan por
plantearlo los buenos, los que nunca desobedecen una orden de Dios. Una
cuestión de matiz o de talante termina siendo una cuestión esencial: en vez de
hijos terminan siendo esclavos intransigentes y pagados de sí mismos.
Hay, sin embargo, una cosa que queda muy clara en la historia que Jesús
narra: que Dios no es un capataz de esclavos, sino un padre. Dios es fascinante
a pesar de sus hijos mayores.
ALBERTO BENITO
DABAR 1989, 16
Comentario. Es de capital importancia no perder de vista el ensamblaje
del conjunto: la parábola es la respuesta de Jesús a la crítica de letrados y
fariseos por el hecho de juntarse a comer con pecadores. El conjunto es, pues,
un diálogo entre fariseos y Jesús a propósito de las comidas de éste con
pecadores. El centro de interés no son, pues, los pecadores sino los fariseos.
Fruto de la estricta correspondencia de situación y personajes entre los vs.
1-2 y la parábola, el autor establece las siguientes equivalencias: pecadores
del comienzo = hijo menor de la parábola (el malo; fariseos = hijo mayor (el
bueno).
Insistir, como suele hacerse, en el hijo menor se estropear la parábola.
La insistencia hay que hacerla en el hijo mayor. El es el verdadero problema.
El hijo menor no es problema simple y llanamente porque reconoce su actuación
de mal hijo y la supera. El problema está en el hijo mayor: no reconoce que
también él es mal hijo. ¿Mal hijo? Sí, porque no actúa como hijo sino como
esclavo: ve en el padre un amo a quien hay que servir, a quien no hay que
desobedecer, a quien hay que estar siempre pidiendo permiso.
Sí, el hijo mayor también es mal hijo. Con el agravante de que ni quiere
reconocerlo, ni, consiguientemente, supera su pecado. Por eso no se cierra la
parábola sino que queda abierta: ¿Reconocerán los buenos su pecado y empezarán
a dejar de ser esclavos para ser hijos, es decir, libres? Aquí está la
cuestión.
Ahora entenderemos lo que decíamos el domingo pasado: Jesús no pide el
cambio a los malos sino a los buenos. El hijo menor no necesita ser invitado a
salir de su situación: él mismo sale.
Esta invitación sólo se hace al hijo mayor. ¡Qué genial es Jesús! Si
seguimos llamando a esta parábola la parábola de la misericordia habrá que
hacerlo a condición de fijarse más en el hijo mayor. De lo contrario la
misericordia tiene el riesgo de convertirse en paternalismo y, lo que es más
grave, la religión en una cuestión de moralidad.
DABAR 1983, 19
En la parte central del tercer evangelio hallamos el capítulo 15, el de
"las parábolas de la misericordia", una auténtica obra maestra de la
literatura cristiana.
La finalidad de estas parábolas (oveja perdida, dracma perdida, hijo
pródigo) era contestar a los fariseos su crítica porque Jesús acogía a los
pecadores.
De las tres parábolas, la de hoy, la del hijo pródigo, es la más
conocida y la más rica en enseñanzas. Hace una descripción psicológica y
teológica incomparable sobre el corazón del hombre y el corazón de Dios, sobre
la realidad del pecado y de la gracia.
El hombre que se aleja de Dios y no encuentra sino desengaño, miseria y
soledad. Pero este hombre no está del todo perdido.
Tiene capacidad de renovarse y de revivir. Dios no lo abandona, y sabe
que puede volver si sabe humillarse. Y lo hace.
El padre lo espera, se conmueve, lo perdona y lo acepta no ya como siervo
sino como el hijo de siempre, con la misma dignidad (traje, anillo, sandalias,
fiesta). El perdón de Dios es absoluto, perdona y olvida totalmente; todo
recomienza, todo se ve con ojos nuevos llenos de alegría.
Como contraste, el hijo mayor que representa la observancia exacta pero
sin corazón, la obediencia farisaica que calcula y no ve los valores de la
misericordia.
El tema más repetido de esta parábola es el de la alegría y la fiesta, y
más aún que del hijo pródigo nos habla del padre bondadoso que inspira la
conversión y la acepta plenamente.
J. M. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 6
-"Hijo... deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha revivido...": Todo el dinamismo de la narración lleva hacia la
situación conflictiva con el hermano mayor, que ilustra la actitud
intransigente de los escribas y fariseos. El hijo mayor no sabe comprender que
el amor del padre pasa por encima del pecado y no quiere participar en el
banquete... En contraste, Jesús es el verdadero hijo mayor que sintoniza con el
estilo del padre y participa del banquete en el que se reencuentra con los
pecadores. Pero la parábola no se queda sólo en una ilustración del alcance y
del significado del hacer de Jesús, sino que es también una interpelación a los
oyentes, a los escribas y fariseos, y a todo el que al escucharla vea retratada
su actuación. La interpelación es una invitación a reconocer en el hijo
pequeño, al hermano. A reconocer en el pecador a tu propio hermano. Sólo desde
este descubrimiento se puede sintonizar entonces con Jesús y con el plan de
Dios.
JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 5
La parábola del hijo pródigo, aparte de ser una joya literaria, es un
fogonazo de luz divina que nos descubre el corazón de Dios, o el nombre de
Dios, que diría Moisés. Resulta que Dios se manifestaba en Jesús como
excesivamente misericordioso, «acercándose a los publicanos» y «comiendo con
los pecadores». Ante el escándalo de "los justos", les pinta este
retrato de Dios, de los pecadores y de los justos.
No puede leerse sin emoción. Pensar que Dios es como el padre de la
parábola -verdadero protagonista del cuadro-, es algo que nos rompe. ¡Abajo
nuestras defensas y fuera nuestros miedos! Sólo nos quedan las lágrimas de la
alegría y la emoción. Un padre que respeta la decisión alocada del hijo, que no
duerme pensando en la suerte del hijo, que madruga todos los días esperando la
vuelta del hijo, que cambia por traje nuevo y joyas los harapos del hijo, que
no pide cuentas al hijo, que hace la fiesta más grande por la recuperación, por
la resurrección del hijo... Verdaderamente, Dios no tiene, sino que es
misericordia.
Y, por contraste, la estampa mezquina, cicatera, orgullosa, distante del
hermano mayor. Es el auténtico fariseo, verdaderamente repugnante. ¡Qué miedo
si Dios se pareciera, siquiera un poquito, a él!
CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 93
-"Ese acoge a los pecadores y come con ellos": La introducción
del capítulo pone en evidencia el contexto de las parábolas que Jesús
pronuncia. Jesús comiendo con los pecadores manifiesta, de una forma palpable y
activa, la misericordia de Dios. La crítica de los fariseos a la actuación de
Jesús es una crítica al estilo de actuar del mismo Dios. Las tres parábolas del
capítulo: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, pretenden dar
una respuesta que ponga en evidencia el profundo contraste que hay entre la
opción farisea y la opción de Dios.
-"Un hombre tenia dos hijos...": La parábola denominada del
"hijo pródigo", que ha inspirado obras literarias y artísticas, ha
sido también para algunos denominada la parábola de "los dos hijos";
pero el verdadero protagonista es el padre, que con su amor pasa por encima de
la irreflexión del más joven y la mezquindad del mayor. Este amor del padre es
el camino que vemos en la actuación de Jesús y que, a través de la parábola,
nos indica que se trata de un amor que manifiesta el de Dios, que también es
Padre.
-"Hijo... deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha revivido...": Todo el dinamismo de la narración lleva hacia la
situación conflictiva con el hermano mayor, que ilustra la actitud
intransigente de los escribas y fariseos. El hijo mayor no sabe comprender que
el amor del padre pasa por encima del pecado y no quiere participar en el
banquete... En contraste, Jesús es el verdadero hijo mayor que sintoniza con el
estilo del padre y participa del banquete en el que se reencuentra con los
pecadores. Pero la parábola no se queda sólo en una ilustración del alcance y
del significado del hacer de Jesús, sino que es también una interpelación a los
oyentes, a los escribas y fariseos, y a todo el que al escucharla vea retratada
su actuación. La interpelación es una invitación a reconocer en el hijo
pequeño, al hermano. A reconocer en el pecador a tu propio hermano. Sólo desde
este descubrimiento se puede sintonizar entonces con Jesús y con el plan de
Dios.
JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1995, 4