sábado, 2 de abril de 2016

LECTURAS Y COMENTARIO II DOMINGO DE PASCUA CICLO C - 3 FEBRERO 2916

QUE POR LA FE TENGA VIDA


ORACION COLECTA

Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de la fiesta pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor  la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 5,12-16

Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.

SALMO RESPONSORIAL (117)

Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia

Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. 
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia. 
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular 
Es el Señor quien lo ha hecho, 
ha sido un milagro patente. 
Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Señor, danos la salvación;  Señor, danos prosperidad. 
Bendito el que viene en nombre del Señor, 
os bendecimos desde la casa del Señor; 
el Señor es Dios, él nos ilumina. R.

SEGUNDA LECTURA

Lectura del libro del Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19

Yo, Juan, su hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra, Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.». Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.».

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes.».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.».
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados!, quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes.».
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.».
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!».
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?. Dichosos los que crean sin haber visto.».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

PLEGARIA UNIVERSAL

Señor, traemos ante ti todas nuestras increencias, rutinas, miedos, y muertes, porque queremos que nos ayudes a resucitar contigo. Y como santo Tomas repetimos: ¡Señor mío y Dios mío!

1.- Por la Iglesia, herida por tanta incoherencia, por tanto egoísmo, por tanta falsedad de parte de los de fuera de ella, pero también de parte de algunos que están dentro de ella, para que, viendo las marcas de la pasión de Cristo y la gloria de la Resurrección, aceptemos con humildad nuestro camino. ¡Señor mío y Dios mío!.

2.- Por el Papa Francisco, los obispos, los sacerdotes, los diáconos, para que su coherencia, su perdón, su entrega. Hagan que todos lo que miramos hacia ellos podamos repetir la oración de Tomas. ¡Señor mío y Dios mío!.

3.- Por los pobres, los marginados los que sufren situaciones de injusticia, cuyas heridas producimos con la mayor naturalidad, para que al cruzarnos con ellos nos hagan cambiar  confiar en nuestro Dios y Señor. ¡Señor mío y Dios mío!.

4.- Por nosotros, para que seamos conscientes de que cuando hacemos daño a una persona estamos hiriendo al Hijo de Dios y arrepentidos elevemos nuestra plegaria. ¡Señor mío y Dios mío!.

Te pedimos Señor, que nos ayudes a vivir en plenitud entendiendo que de tus llagas nacen el amor y la misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe Señor, las ofrendas que 8junto con los recién bautizados)  te presentamos y haz que renovados por la fe y el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION DESPUES DE LA COMUNION

Concédenos, Dios todopoderoso que la fuerza del sacramento pascual que hemos recibido persevere siempre en nosotros. Por Jesucristo nuestro Señor.

COMENTARIO

En el evangelio de hoy son fácilmente discernibles tres partes. La primera la forman los vs. 19-23. Se desarrolla en un lugar cerrado. Dentro se encuentran los discípulos, en quienes ha hecho presa el miedo a los judíos. Llega Jesús y, tras saludarles, se identifica. El autor comenta lacónicamente: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. El saludo repetido abre después las palabras de Jesús, constituyendo a los discípulos en enviados suyos. Un suave soplo de aire de Jesús es el símbolo de ese envío, que el propio Jesús explica. La segunda parte está formada por los vs. 24-29, con Tomás como protagonista. No cree lo que los demás le cuentan sobre Jesús. Más aún, pone condiciones para su aceptación. A los ocho días se repite el hecho en las mismas circunstancias de lugar y miedo. Tras el saludo a todos, Jesús se dirige directamente a Tomás, a quien invita a dar crédito a la realidad de su persona. Tomás así lo hace, pero Jesús le puntualiza que el camino que ha seguido para creer en él no es ni el único ni el más dichoso.
La tercera parte del texto son los vs. 30-31. Se trata de una conclusión del autor a toda su obra, indicando las dos motivaciones que ha tenido para escribirla.
El autor del cuarto Evangelio ha presentado la fe en Jesús resucitado por parte de los discípulos. Lo veíamos el domingo pasado. A ella han llegado a partir de la profundización en un signo, el sepulcro vacío. Por consiguiente, la primera parte del texto de hoy no quiere ser una demostración de que Jesús vive. En el planteamiento de Juan no entra la fe como apologética. Lo que Juan quiere poner de manifiesto en esa primera parte es el papel de los discípulos en cuanto creyentes.
Son los enviados de Jesús, como él lo ha sido del Padre. Lo son, por supuesto, desde la íntima paz y alegría nacidas de la efectiva y real presencia de Jesús. Pero no es esa presencia lo que se quiere hacer resaltar, sino el envío de los discípulos.
Como el Padre me ha enviado, así también yo les envío. Los creyentes son una comunidad con un aire nuevo, el aire de Jesús, simbolizado en su suave soplo sobre ellos. Los creyentes son la comunidad del perdón de los pecados. ¡Lástima del aire viejo y enrarecido que a veces se ha infiltrado en estas palabras!

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

Lunes: Is. 7, 10-14; Sal 39; Hb. 10, 4-10; Lc. 1, 36-48.
Martes: Hch. 4, 32-37; Sal 92; Jn. 3, 5ª.7b-15.
Miércoles: Hch. 5, 17-26; Sal 33; Jn. 3, 16-21.
Jueves: Hch. 5, 27-33; Sal 33; Jn. 3, 31-36.
Viernes: Hch. 5, 34-42; Sal 26; Jn. 6, 1-15.
Sábado: Hch. 6, -7; Sal 32; Jn. 6, 16-21.

Domingo:  Hch. 5, 27-32.40b-41; Sal 29; Ap. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19.

COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 20, 19-31


Las páginas del evangelio de Juan repiten incansablemente: “Ese hombre es Dios”. Al final pone el remache: Se escribió este libro, para que crean que Jesús es el Hijo de Dios”. Creer esto es ser un cristiano. Hay millones de hombre que creen en Dios, pero sólo los cristianos añaden a esta fe una afirmación que los judíos y los musulmanes rechazan enérgicamente: Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Y el Hijo se encarnó en Jesús de Nazareth. Los que trataron con Jesús durante tres años tenían sus dudas; fue necesaria la resurrección para que en nombre de todos Tomás lanzase este grito de amor y de adoración: “¡Señor mío y Dios mío!”. “Por su fe tengan vida”. ¿Qué otra vida?. ¡Por qué los que no creen en la divinidad de Jesucristo también están ciertamente vivos!. San Juan nos ha hablado todo el tiempo de vida eterna. Esta palabra es un tanto engañosa: se piensa en una vida sin fin. Esto es verdad, pero insuficiente para ver de qué vida se trata. Hay que pensar más bien en uno de los nombres de Dios: el eterno. La vida que se nos ofrece es la vida del eterno, la vida misma de Dios. Nuestra fe llega hasta eso.
Pero ¿cómo esa otra vida, que Juan llama vida eterna, se manifiesta concretamente en nuestra vida de cada día? Los verdaderos creyentes, cuando juzgan a las personas, los hechos, los acontecimientos, lo hacen bajo una luz distinta. Se dice de ellos: “¡Qué fe!”. Su esperanza nadie  la puede derribar y tienen paz y alegría y no le abaten las preocupaciones. Su preocupación por los demás, su prontitud para el servicio, para el compromiso, su manera de amar sin contentarse con palabras, lo llamaríamos la vida “teologal”, o sea una vida dada por Dios que nos liga constantemente a él bajo la forma de experiencia de fe, de esperanza y de caridad. Cuando creo, cuando espero, cuando amo, vivo la vida “eterna” tal como se la puede vivir aquí abajo.  Es la vida “cristiana” si se le da a esta palabra, un tanto devaluada toda su fuerza: la vida “crística”. La que nos hace reír: “Mi  vida es Cristo”. Al abrir nuestra vida ordinaria a Jesucristo, la fe hace entrar en ella los pensamientos de Jesucristo, sus juicios, su fortaleza, su forma de amar, todo lo que san Juan expresar con su famoso “como”. Vivir como Cristo. Un Francisco de Asís por ejemplo vivió “como Cristo” en la medida que puede hacerlo un hombre.  Y esto es verdad en  todos los santos, pero de manera muy diversa dada la riqueza de imitación de Cristo. Sin alcanzar esas cumbres, muchos cristianos llevan una vida “teologal” una vida de imitación de Jesucristo. El evangelio es evidentemente la mejor escuela, con tal que se desarrolle un reflejo esencial: todo lo que se aprende en él de Jesús tiene que movernos a vivir algo como él: “el evangelio dice Juan, se escribió para que por la fe de ustedes tengan vida”. Es inútil creer si esto no nos sacude. Tiene que cambiarnos, escuchar y vivir el evangelio, pues Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron su evangelio: no es un libro, es él.

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 1.- Texto. Se compone de un relato en dos tiempos y de un epílogo o comentario final del autor a todo el Evangelio. El relato arranca al atardecer del mismo día en el que, de madrugada, Pedro y el discípulo amado habían comprobado que el sepulcro de Jesús estaba vacío. El lugar es un espacio cerrado a causa de un miedo al exterior humano. Jesús se hace presente en ese espacio y su presencia comunica paz e infunde alegría a los encerrados. Y con la paz y la alegría, el aliento de un envío a imagen y semejanza del envío de Jesús por el Padre.
El segundo tiempo del relato se sitúa a la semana siguiente. Esta vez el problema no es externo (miedo a los de fuera), sino interno: Tomás ha puesto condiciones para poder creer que Jesús está vivo. De nuevo se hace Jesús presente comunicando paz, e inmediatamente se dirige al hombre que había puesto condiciones.
Jesús no le reprocha su actitud, pero declara superior la exhibida por el discípulo amado en Jn. 20, 8: sin haberle visto a él, ha creído, sin embargo, que él estaba vivo. La traducción litúrgica habla en perspectiva de futuro: ¡Dichosos los que crean sin haber visto! La lectura es correcta, pero a condición de enraizarla en el presente del grupo, cuyo símbolo es el discípulo amado, personaje no necesariamente individual, y que por eso mismo jamás tiene nombre propio exclusivo. ¡Dichosos los que tienen fe sin haber visto! Los dos últimos versículos no se refieren sólo al relato de hoy, sino que tienen en cuenta la totalidad de la obra. Los interlocutores son el autor y sus lectores. El autor se dirige directa y explícitamente a los lectores, nosotros por ejemplo. Les -nos- habla de su labor de selección y del móvil que le ha llevado a escribir.
Comentario. El primer tiempo del relato sugiere por evocación las primeras línea del Génesis: "La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas" (/Gn/01/02). En ambos casos el aliento crea una situación buena nueva, poniendo fin a otra anterior de tiniebla o de espacio cerrado. Probablemente haya que buscar en esta evocación la clave de lectura de nuestro texto. ¿No querrá hablarnos el autor de un nuevo comienzo, de una nueva creación? Las primera creación llevaba aneja una bendición: "Creced y multiplicaos". Bendecir a alguien es dotarle de una fuerza saludable. También aquí los discípulos (en el cuarto Evangelio sinónimo de creyentes) aparecen dotados con esa fuerza: "Recibid espíritu santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados: a quienes se los retengáis, les quedan retenidos".
BENDICION-BIBLICA: Estas palabras no tienen sentido forense. Hay que interpretarlas en la línea de la bendición bíblica. La bendición produce el engrandecimiento ante los demás de la persona bendecida, a la vez que Dios hace depender su conducta respecto de los hombres de la postura que éstos adopten frente a las personas que él ha bendecido. El creyente en Jesús es recipiente y también cauce de bendición; es fuerza saludable para los demás.
Tal vez esta grandeza explica el interés del autor del cuarto Evangelio por el tema de la fe en Jesús y de las personas creyentes. El ha escrito, nos dice, "para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios. ¡Dichosos los que tienen fe sin haber visto!" El autor sabe que esto no es una cuestión de evidencia tajante. Tal vez por eso no habla él de milagros, sino de signos. El signo hay que saber captarlo. Creer en Jesús es un proceso que se lleva a cabo por descortezamiento o eliminación de capas. Pero por esto mismo no es un proceso fácil, pues comporta siempre renovación de los hábitos mentales y de comportamiento del que se dice creyente.
A. BENITO
DABAR 1988, 24

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2.- Comentario. Lo que un eminente exégeta escribía hace treinta años sobre el relato de la Pasión en el cuarto evangelio puede también aplicarse al relato de la Pascua: "No se trata de una construcción hecha con miras a ilustrar unas ideas, sino una interpretación teológica de una historia verdadera". Esta historia parte de una situación de miedo a las autoridades judías. La situación no es nueva en la obra. Es ya la cuarta vez que el autor la menciona (las otras tres en Jn. 7, 13; 9, 22; 19, 38). Por Jn. 7. 11-13 se ve claro que el miedo no es al pueblo judío, sino a sus autoridades. Este miedo encierra, incapacita, esteriliza. "En esto entra Jesús". Al autor no le interesa el cómo ni el modo. Lo importante es el hecho. Jesús está ahí, es la misma persona que había convivido antes con los que ahora están incapacitados por el miedo. "Paz a vosotros". Por dos veces resuena la frase. En vez del miedo, la paz. Esta debe ocupar el espacio interior del que antes se adueñaba el miedo. El corazón de los discípulos se distiende y la alegría termina por aflorar a sus rostros. "Paz a vosotros". El cambio ya se ha producido. No tiene ningún sentido seguir encerrados. "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Padre, Jesús, cristianos (el término discípulos tiene en Juan este sentido amplio). Los cristianos son a Jesús lo que Jesús es al Padre. Jesús está ahí para desvelarles su identidad. Son sus enviados, como El lo es, a su vez, del Padre. Por eso deben tener su mismo talante. "Recibid espíritu santo". La presencia del artículo determinado "el" en la traducción litúrgica puede desorientar un poco. El autor no está escribiendo en términos trinitarios, sino en términos de tipo o calidad de existencia. Es difícil condensar en unas línea lo que Juan entiende por espíritu y que ha ido desentrañando a lo largo de su obra. Algo, sin embargo, nos puede orientar el hecho de que Juan maneja el lenguaje por oposición-negación. Jesús, por ejemplo, ha sido presentado de esta manera en Jn. 1, 17. El cuarto evangelio se abre con la gran oposición gracia-verdad por un lado y ley por otro. De ahí a la oposición espíritu-letra media sólo un paso, el formulado explícitamente bajo espíritu-carne en Jn. 3,6. Letra (autoridades judías) frente a espíritu (Jesús). Anquilosamiento frente a movilidad; rigidez frente a fluidez. "El espíritu sopla donde quiere, oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa a todo el que ha nacido del espíritu" (Jn/03/08). Estos son los cristianos en su calidad de enviados de Jesús. Dan curso a una forma de existencia opuesta al atenazamiento y al miedo, característicos de la forma de existencia bajo la ley.
La segunda parte del texto nos lleva a una problemática distinta, aunque ya insinuada el domingo pasado en Jn. 20, 1-9. "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que creen sin haber visto".
Por un lado Juan pone de manifiesto que la convivencia física con Jesús no es criterio suficiente para entender a Jesús en profundidad. Por otro, adelanta que esta inteligencia de Jesús puede darse en los que no han convivido físicamente con El. Juan no niega ni minusvalora el papel de los testigos oculares o, más concreto, de los Doce. Sencillamente, rompe una lanza en favor de los que no han convivido con Jesús. Se trata de una problemática fundamental vivida intensamente en las primeras comunidades cristianas. Exponentes de la misma son el libro de los Hechos y las Cartas de Pablo. El texto de este domingo nos proporciona la gran alegría de saber que hoy podemos entender a Jesús incluso mejor que los que convivieron con El. Estamos realmente en el tiempo pascual.
A. BENITO
DABAR 1985, 23

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5. Son varios los temas que componen este Evangelio: las apariciones del Señor ritman de ocho en ocho días la vida de las comunidades primitivas; Cristo-Señor hace uso de su poder de Resucitado transmitiendo sus poderes a los apóstoles; finalmente, los discípulos se ven llevados a descubrir, lo mismo que Tomás, el desprendimiento de la fe. a) Las apariciones. Juan comienza por resumir los datos que han llegado a su conocimiento seguramente a través de las mismas fuentes que a San Lucas (24, 36-49): Cristo no es ya un hombre como los demás, puesto que pasa a través de los muros; pero no es un espíritu, puesto que se le puede ver y tocar sus manos y su costado (v. 20). Su resurrección ha supuesto para El un nuevo modo de existencia corporal. Juan no insiste tanto como Lucas en torno a la demostración: reemplaza la alusión a los pies por la alusión al costado y no señala que Cristo tuvo que comer con los apóstoles para que le reconocieran. Pero, mientras que en San Lucas el Señor está completamente vuelto hacia el pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, Juan le presenta más bien orientado hacia el futuro y preocupado por "enviar" a sus apóstoles al mundo.
Este envío de los apóstoles al mundo es prolongación del envío que el Padre ha hecho de su Hijo (Jn 17, 18). Los apóstoles están ya habilitados para terminar la obra que Cristo ha iniciado durante su vida terrestre (Jn 17, 11). La reunión de los discípulos en torno al Señor se hará en adelante en torno a los mismos apóstoles.
Un tema importante de las apariciones es la preocupación de Cristo por organizar los distintos elementos que prolongarán sobre la tierra su actividad de Resucitado: la jerarquía, los sacramentos, el banquete, la asamblea (adviértase la doble mención de la "reunión" de los apóstoles" vv. 19 y 26, ya con su ritmo dominical: v. 26).
b) El don del Espíritu (PAS/PENT). ¿Cómo puede Juan descubrir la venida del Espíritu sobre los apóstoles el domingo de Pascua, mientras que Lucas la anuncia para Pentecontés? (Lc 24, 49). Realmente, Juan se hace eco de una antigua idea de los medios judíos, en especial de los que se movían en torno a Juan Bautista. En esos medios se esperaba a un "Hombre" que "purgaría a los hombres de su espíritu de impiedad" y les purificaría por medio de su "Espíritu Santo" de toda acción impura, procediendo así a una nueva creación (Sal 50/51, 12-14; Ez 36, 25-27). Al "insuflar" su Espíritu, Cristo reproduce el gesto creador de Gén 2, 7 (cf, 1 Cor 15, 42, 50, en donde Cristo debe su título de segundo Adán al "Espíritu" que recibe de la resurrección; Rom 1, 4).
Mediante su resurrección, Cristo se ha convertido, pues, en el hombre nuevo, animado por el soplo que presidirá los últimos tiempos y purificará la humanidad. Al conferir a sus apóstoles el poder de remitir los pecados, el Señor no instituye tan solo un sacramento de penitencia; comparte su triunfo sobre el mal y el pecado.
Se comprende por qué San Juan ha querido asociar la transmisión del poder de perdonar con el relato de la primera aparición del Resucitado. La espiritualización que se ha producido en el Señor a través de la resurrección se prolonga en la humanidad por medio de los sacramentos purificadores de la Iglesia.
c) De la visión a la fe (J/PRESENCIA). La forma de vida del Resucitado es de tal especie que no se le reconoce: María Magdalena le toma primero por el jardinero (Jn 20, 11-18). Cuando le "reconoce" (v.16) ve cómo se le prohíbe las muestras de respeto con que trataba al Cristo pre-pascual (v. 17). Aun cuando este tema figura también en San Lucas (Lc 24, 16, 31), adquiere en San Juan el evangelista del "conocimiento" (Jn 21, 4), un relieve particular.
Esta pedagogía del Señor resucitado nos permite comprender la lección dada a Tomás. La nueva forma de vida del Señor no permite ya que se le conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los medios humanos. Ya no se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los sacramentos y la vida de la Iglesia, que son la emanación de su vida de resucitado. La "fe" que se le pide a Tomás permite "ver" la presencia del resucitado en esos elementos de la Iglesia, por oposición a toda experiencia física o histórica. La fe está ligada al "misterio", en el sentido antiguo de la palabra.
d) No hay que perder de vista que esta aparición asocia el don del Espíritu y la fe a la revelación del costado de Jesús (v.20). Ahora bien: Juan ya había dicho, en el momento en que fue herido el costado de Cristo en la cruz (Jn 19, 34-37), que la fe captaría a quienes vieran su costado herido. He aquí lo que sucede: la contemplación de la muerte de Cristo provoca la fe en la acción del Espíritu. Si Cristo muestra su costado no lo hace por simples razones apologéticas: revela a los contemplativos la fuente de la nueva economía.
En este sentido, el género de visión (v. 25) que los apóstoles han tenido de Cristo resucitado no ha sido ese tipo de visión material (vv. 26-31) exigida por Tomás. Si no hay diferencia entre estas dos experiencias, no se ve por qué Cristo habría de reprocharle lo que no reprocha a los demás y por qué habría que exigir al primero una fe que no les ha exigido a los segundos. En realidad, los diez apóstoles han tenido una experiencia real del Señor resucitado, pero probablemente fue más mística que la experiencia a que aspiraba Tomás. Para evitar a los hombres a "creer sin ver", ¿no deben, los apóstoles, los primeros, aprender a pasar las pruebas materiales? La resurrección no es, desde luego, una cuestión de apologética ni un acontecimiento maravilloso: ella no es signo más que en la medida en que la fe la ilumina, y es, al mismo tiempo, interior a la fe.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 36


6. CR/ELECCION
En los textos bíblicos, las denominaciones de elegido, ungido y enviado son equivalentes. Cuando los primeros cristianos se llaman a sí mismos elegidos, no están presumiendo por ningún privilegio, sino recordándose que han sido enviados a cumplir una misión, en favor de los demás, que prolonga en cierto sentido la del mismo Cristo: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo".
Para la realización de esta tarea reciben también la fuerza del Espíritu. El episodio de Tomás quiere animar la fe de todos aquellos que no vieron directamente al Señor y para los que se han escrito todos los signos que Juan narra en su evangelio. "Dichosos los que crean sin haber visto". De cualquier modo, la simple contemplación de lo exterior de los acontecimientos nos da su sentido profundo. Sólo la fe permite ver y entender la trascendencia de lo que se está presentando.
En el resucitado reconocen los apóstoles al Jesús que anduvo con ellos por los caminos de Palestina. Distinto, pero él mismo. El Jesús de la historia es el Cristo de la fe, Jesús es el Cristo.
La más breve confesión cristiana quedará en esta palabra: Jesucristo.
EUCARISTÍA 1990, 20

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7.- Texto. La mañana del domingo del descubrimiento del sepulcro vacío tiene su culminación en el cuarto Evangelio en la tarde de ese mismo domingo. Si por la mañana el sepulcro vacío dominaba el relato, por la tarde lo domina la presencia de Jesús en medio de sus discípulos. Esta presencia explica aquel vacío, pero, sobre todo, restablece una continuidad de relación Jesús-discípulos. De aquí arranca la intencionalidad del texto. Al servicio del final de la relación está el miedo de los discípulos; al servicio de la reanudación de la relación están el saludo, enfáticamente repetido, y la identificación del propio Jesús como la misma persona que antes habían conocido los discípulos. La reanudación de la relación se sella con la alegría de los discípulos, quienes, a partir de ahora, hablan de Jesús como el Señor, enraizándolo por completo con Dios. La aceptación de la identificación de Jesús por los discípulos se plasma en la fórmula de confesión de fe "ver al Señor".
Pero la reanudación de la relación es sólo un primer paso. El siguiente es el envío de los discípulos por Jesús, en continuidad con el envío de Jesús por el Padre. Los discípulos deben hacer presente a Jesús y prolongar su obra, como Jesús ha hecho presente al Padre y prolongado su obra. Este envío no debe entenderse limitado a los doce. En el cuarto Evangelio la denominación discípulos es sinónima de creyentes. La comunidad creyente en su totalidad es la enviada.
El tercer paso es la donación del Espíritu, que capacita para el envío. El símbolo de exhalar el aliento significa la transmisión de vida. Aquí se trataría, por consiguiente, de una participación en la vida de Jesús resucitado, que posee personalmente el Espíritu de Dios y que lo transmite a la comunidad creyente.
El último paso es la potestad de perdonar los pecados. La potestad se da en el seno de la comunidad creyente, más allá y por encima de las concreciones históricas que esa potestad ha asumido con posterioridad.
A partir del v. 24 el relato avanza con la conocida historia de Tomás, al que el autor presenta como "uno de los doce", una expresión que en el cuarto Evangelio se reserva para Tomás y para Judas el traidor. Los discípulos hacen ante Tomás confesión de su fe: "hemos visto al Señor". Tomás les responde que él hará suya esta misma confesión, siempre y cuando tenga razones tangibles para hacerlo. Jesús en persona le aporta esas razones y Tomás hace suya la confesión de fe. Jesús la acepta, pero reprocha a Tomás el modo de llegar a ella, declarando, en cambio, bienaventurados a los que crean sin necesidad de basarse en la comprobación tangible.
A través de esta bienaventuranza el texto se abre al futuro, a las personas no contemporáneas de Jesús, a los lectores del cuarto Evangelio. Así se pone explícitamente de manifiesto en los dos versículos finales, en los que el autor da cuenta de la doble finalidad de su escrito.
Con la mayor parte de los exégetas, la frase "para que creáis" no va dirigida a no creyentes, a quienes se intenta ganar, sino a creyentes, a quienes se intenta afianzar en la fe que ya tienen.
Esta finalidad cristológica se completa con otra soteriológica: "para que tengáis vida". El cuarto Evangelio es esencialmente un mensaje de salvación, poniendo explícitamente de manifiesto que no hay cristología separada de la soteriología.
Comentario. Más allá y por encima de las legítimas concreciones históricas que, sobre todo en lo relativo a la potestad de perdonar los pecados, ha ido asumiendo el texto de hoy, en él se plasman los componentes fundamentales del ser cristiano, a los que una y otra vez hay que remitir cuando de dar razón de lo que como Iglesia somos se trata.
Es bien sabido que el cuarto Evangelio no renuncia a los Doce, pero debe también saberse que en el cuarto Evangelio se formulan serios reparos a los Doce, cuando de entender a Jesús se trata.
En el cuarto Evangelio no son precisamente los Doce -Tomás es un ejemplo- quienes más se distinguen por la prontitud y facilidad en captar a Jesús. Y, sin embargo, la captación de Jesús constituye el rasgo básico y fundamental del ser cristiano. Captar a Jesús es llegar a descubrir en él al Hijo de Dios.
Nosotros estamos en condiciones de hacerlo con más facilidad incluso que los Doce. Este es probablemente el mensaje que quiere transmitirnos el autor de la historia de Tomás.
Del reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios surge la alegría, componente esencial del ser cristiano, no siempre suficientemente resaltado. Actitud existencial sin los miedos y temores radicalmente humanos; estado de ánimo distendido y grato; fuerza vital desbordante. Todo lo anterior pertenece al ámbito de lo individual y privado.
Con el componente esencial del envío el ser cristiano se hace social y público. El envío no es proselitismo, sino presencia. El cristiano es otro Cristo; a través suyo toma cuerpo una forma de ser, de organizarse y de vivir. Una forma distinta, porque está animada por el Espíritu de Dios y porque en ella existe el perdón de los pecados.
A. BENITO
DABAR 1992, 26

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9.- Cuando se escribe este evangelio, el domingo, el día del Señor, es ya el día de la reunión de los cristianos. Estamos en el mismo día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del Espíritu. Juan muestra que el misterio pascual es una unidad. Miedo y cerrazón. Unas actitudes de los discípulos que Jesús resucitado supera. A pesar del miedo y la cerrazón, él se les pone en medio. (Vale la pena tenerlo siempre presente: como una advertencia y como un motivo de esperanza). El evangelio subraya que la presencia de Jesús es real, pero distinta de la de antes, y que este Jesús es el crucificado: la resurrección no quita nada de la absurdidad y el sufrimiento de la muerte; en todo caso, nos hace ir más allá, nos la hace mirar con otra esperanza.
Jesús puede dar aquella paz que proviene de dar la vida. Jesús resucitado, dador de la paz, lleva la alegría. Quizá podríamos decir: al principio de la comunidad hay ya alegría... Jesús, enviado del Padre, envía a los discípulos. La misión de los discípulos es la misma de Jesús: ser testimonios del Padre, del Dios que ama tanto al mundo que le da la propia vida. Y el evangelista no habla de unos cuantos discípulos privilegiados, sino de todos. Empieza una nueva creación. Así como Dios había alentado sobre aquella figura de barro para darle la vida, Jesús da el Espíritu a los discípulos para que tengan su misma vida, una vida que se caracteriza por la reconciliación, por la capacidad de ser corderos de Dios que quitan el pecado del mundo a base de dar la propia vida por amor y con plena libertad. Tomás pide otros signos que no son el testimonio de la comunidad creyente que habla en nombre del Señor. De hecho, le bastará con el "reproche" que le dirige Jesús, y creerá como los demás, por su palabra. Y no sólo eso: hará la confesión máxima de la fe. ¡Exclama que Jesús es Dios! La bienaventuranza final se dirige a todos aquellos que creerán por la palabra y el testimonio.
J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992, 6

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10.- Sentido del texto. 1. Versículos 19-23. Como el antiguo Israel, los discípulos, que habían comenzado su éxodo siguiendo a Jesús, se encuentran desamparados en medio de un ambiente hostil. No tienen experiencia de Jesús vivo. Pero están en la noche en que el Señor va a sacarlos de la opresión. Jesús viene a liberar a los suyos. Su primer saludo de paz recuerda a los discípulos su presencia anterior en medio de ellos y su victoria, eliminando el miedo y la incertidumbre. Se les da a conocer como el que les demuestra su amor hasta la muerte, con las señales que indican su poderío (manos) y la permanencia de su amor (costado). El nuevo saludo en v. 21 sirve para transmitir seguridad y valentía en la misión que comienza para ellos y que, como la de Jesús, va a consistir en la actividad liberadora del hombre, hasta la entrega total. La comunidad cristiana es la alternativa que Jesús ofrece para dar testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. El resultado de la misión de la comunidad viene formulado en términos positivo y negativo en el v. 23. Ante el testimonio de amor que la comunidad tiene que dar, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su adhesión y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre. Como Jesús, pues, la comunidad es mediación de salvación o de condena, no porque ella enjuicie a nadie, sino porque la actitud que se adopte ante ella refrendará lo que cada uno es y decide de por sí.
2. Versículos 24-29. La fe en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente.
DABAR 1983, 23

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11. PERDON/A.
Así como en la primera creación del hombre, Dios le infundió la vida, así también el aliento de Jesús comunica la vida a la nueva creación espiritual. Cristo, que murió para quitar el pecado del mundo, ya resucitado, deja a los suyos el poder de perdonar. Así se realiza la esperanza del pueblo de la Biblia. Dios lo había educado de modo que sintiera la presencia universal del pueblo. En el templo se ofrecían animales en forma ininterrumpida para aplacar a Dios. Pero ese río de sangre no lograba destruir el pecado, y los mismos sacerdotes debían ofrecer sacrificios por sus propios pecados antes de rogar a Dios por los demás. Las ceremonias y los ritos no limpiaban el corazón ni daban el Espíritu Santo.
Pero ahora, en la persona de Jesús resucitado, ha llegado un mundo nuevo. Aunque la humanidad siga pecando, ya el primero de sus hijos, el "hermano mayor de todos ellos", ha ingresado en la vida santa de Dios.
Los que se afanan por la vida espiritual, sufren sobre todo por la presencia universal del pecado. Su tristeza profunda está en no hallarse aún totalmente liberados de él. De ahí que el perdón de los pecados sea para ellos la riqueza más grande de la iglesia. La capacidad de perdonar es la fuerza que permite solucionar las grandes tensiones de la humanidad. Si bien penetra difícilmente en los corazones, ella no deja de ser un gran secreto... Quien no sabe perdonar, no sabe amar. En la reconciliación se muestra al prójimo el amor más auténtico.
EUCARISTÍA 1992, 21

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12.- Cristo es percibido como presente entre sus discípulos reunidos en la tarde del primer día de la semana (tal vez convenga ver aquí una alusión a las reuniones cristianas que se celebraban en domingo). Este dato, confirmado por 1 Cor 15, 4 (uno de los más antiguos relatos sobre la resurrección), no parece que se refiera solamente a la costumbre literaria de hacer resucitar a los dioses a los tres días. Sino que, dado el número, la confluencia de testigos y la simplicidad de los relatos, podemos admitir que así fue. Posteriormente los creyentes tomaron este día como el más significativo para celebrar al misterio cristiano. Obligación de amor, que no de ley.
La misión de los discípulos se deriva del suceso de Pascua (cf. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-20; Lc 24,44-49); pero Juan lo encuadra en el conjunto de la misión de Jesús (17, 17-19). Además no subraya el carácter universal de la misión; tal vez porque esta meta ya ha sido conseguida a la hora en que se escribe el evangelio de Juan (cf. 4, 35-38). Los apóstoles y todos los discípulos son portadores de la misión de Jesús. La Iglesia, si cree de verdad en la resurrección, tiene que acercarse a los extremos de la miseria humana; allí está su campo de misión, su labor de hacer ver que el mensaje pascual es coherente y válido.
A pesar de que en las diferentes Iglesias hay controversia sobre el punto de quién ejerce el don del perdón, lo que sí es cierto es que la fuerza perdonadora del resucitado reside en los creyentes, en los discípulos de Jesús (cf. Mt 16, 19). Después de la resurrección es posible creer en el perdón porque el poder de las tinieblas ya no volverá a reinar en el mundo. Creer en esto y trabajar en consecuencia es ser cristiano.

En adelante, la fe reposa no sobre el "ver", sino sobre el testimonio de los que han visto. Por esta fe es por la que los cristianos llegamos a Cristo (17, 20). Y recreamos en nuestras vidas el mismo hecho salvador de la cruz y la misma alegría de la resurrección. Así entramos en comunión con los Apóstoles, que "vivieron", y participamos de su experiencia pascual.
EUCARISTÍA 1977, 20

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13.- Podríamos llamar «oficiales», apariciones colectivas, a las de Jesús resucitado a todos los discípulos juntos. De entre ellas, aquellas cuyo día nos es señalado claramente, tienen lugar en domingo. La tarde del mismo día de Pascua los discípulos de Emaús, después de la aparición con que ellos han sido agraciados, se reúnen con los otros discípulos en Jerusalén (Lc. XXIV, 33), Jesús se aparece a todo el grupo en ausencia de Tomás. Una semana más tarde se aparece de nuevo y confunde el escepticismo de Tomás que no creyó lo que le refirieron sus compañeros. El evangelio de este domingo nos relata punto por punto estas dos primeras apariciones generales, separadas por una semana. La elección de este pasaje para el domingo posterior a la Pascua está inspirada en la concreta indicación que figura en medio del texto y que es como el quicio del evangelio de este domingo: «ocho días más tarde» (v. 26).
DO/ANIVERSARIO: Este domingo después de Pascua es, verdaderamente, el primero de todos los domingos. En efecto, la Resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico, único en el transcurso de los siglos. La reunión de los discípulos, justamente una semana después, y la visita de Jesús que viene a solemnizar esta reunión como si le confiriese un carácter oficial, hacen que el misterio de la Resurrección deje de tener, si así se puede decir, carácter de acontecimiento para adquirir el de institución. Se trata de algo que no basta recordar como un hecho histórico, sino que es preciso celebrarlo, es decir, empaparse de su realidad y de su riqueza espiritual. La primera celebración de la Pascua tuvo lugar el primer domingo siguiente a la misma. De este modo, el domingo ha venido a ser el «hebdoversario» de la Resurrección, su celebración hebdomadaria.
Los discípulos del Señor, judíos de origen, tenían la costumbre de dedicar al Señor un día por semana; pero ya estaba el sábado. Les era necesario conservar el ritmo religioso hebdomadario, pero también les era necesario indicar que convenía cambiar de día para que el día del Señor fuese el día de la Resurrección del Señor. Jesús, con su aparición del primer domingo después de Pascua, contribuyó a este desplazamiento del día consagrado y de descanso. Con ocasión de la Pascua todos los cristianos han cumplido su "deber pascual". Los inconstantes, los negligentes y los indiferentes también han hecho el cumplimiento pascual. Es necesario ayudarles a permanecer fieles, a no retornar a su negligencia... hasta la próxima Pascua. Muchos pastores toman voluntariamente la negligencia como tema para su predicación del domingo in albis. La celebración hebdomadaria inaugurada por el Señor, el pasaje del acontecimiento único convertido en institución habitual, todos estos pensamientos enmarcados en la liturgia del día, ¿no constituyen un buen punto de partida para una tal predicación dirigida a los que han hecho el cumplimiento pascual? San Gregorio Nacianceno escribió en el siglo IV a propósito del domingo octava de la Pascua: «Después de ocho días, que la octava sea para ti una gran fiesta... El domingo aquel (la Pascua) era el de la salud, éste es el del aniversario de la salud; aquél era la frontera entre el sepulcro y la resurrección; éste es sencillamente el de la segunda creación, a fin de que, igual que la primera creación comenz6 en domingo, así también la segunda creación comience en el mismo día, que es, al mismo tiempo, el primero en relación con los que le siguen y el octavo con relación a los que le preceden, más sublime que el día sublime y más admirable que el día admirable: él se refiere, en efecto, a la vida de arriba».
L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 175 s.

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14.- Nos encontramos ante el segundo grupo de episodios narrados por el cuarto Evangelio en el contexto de la resurrección de Jesús. En este conjunto hay claramente tres perícopas diversas: la aparición de Jesús a los discípulos, sin Tomás (vv 19-23); la aparición de Jesús estando presente Tomás (24-29), y, finalmente, la conclusión del Evangelio (30-31). Notemos que, con estos dos versículos (30-31) aparece la conclusión original de la obra, ampliada más tarde con la inclusión del capítulo 21. De esta forma, el enlace entre la escena de Tomás y la conclusión resulta todavía más directo e importante. La estructuración de las apariciones está hecha en paralelo con los dos primeros episodios de este capítulo 20: por una parte, los discípulos y la fe; por otra, la aparición a Tomás forma un claro paralelo con la aparición de Jesús a María de Magdala, y el énfasis en este segundo caso se centra en la dificultad de reconocer a Jesús y en la correspondencia de Jesús a la fe de los creyentes.
FE/VISION: Entre las muchas cosas que aparecen en estas escenas podríamos recoger una: el tema de la fe y la visión. Por una parte parece que Jesús niega que la visión haya de ser considerada por los cristianos como necesaria para la fe. Pero, en cambio, la fe -según este Evangelio- comporta una visión («si tienes fe, verás el poder de Dios», dice Jesús a Marta: /Jn/11/40). Hay, en este Evangelio, una clara dialéctica entre visión y fe. Debemos destacar el carácter simbólico de la escena del ciego de nacimiento para comprender la profundidad de lo que se nos quiere decir: «Yo he venido a este mundo para abrir un proceso; así, los que no ven, verán, y los que ven, quedarán ciegos» (/Jn/09/39). El que se imagina que ve, el que ya tiene un conocimiento claro y definido de lo que ha de pasar («a nosotros nos consta...»: 9,24.29.31), en realidad ni ve ni sabe nada, es ciego. En cambio, el que todo lo ignora, el que no ve, éste llegará a contemplar el poder de Dios en Jesús. La visión no lleva necesariamente a la fe; en cambio, la fe sí que lleva a la visión.
Para aquellos que parecen conocerlo todo, para quienes no necesitan la luz, pues piensan que ya la tienen, Jesús no actuará abriéndoles los ojos. En cambio, el que se siente en la necesidad de la luz y de la claridad, que no se fía de sí mismo, tal vez la fe en Jesús le puede llevar a contemplar la gloria de Dios.
ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 889 s.