LA MISERICORDIA INVITADA
ORACION COLECTA
Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras suplicas y pues el hombre frágil y sin ti nada puede, concédenos la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradecerte con nuestras acciones y deseos. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del segundo libro de Samuel 12,7-10.13
En aquellos días, Natán dijo a David: «Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal?. Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías."».
David respondió a Natán: «¡He pecado contra el Señor!».
Natán le dijo: «El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.».
SALMO RESPONSORIAL (31)
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. R.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 2,16.19-21
Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la Ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la Ley. Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero, si la justificación fuera efecto.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,36–8,3
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.». Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.». Él respondió: «Dímelo, maestro.».
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?». Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.».
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.».
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.». Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.».
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
COMENTARIO
Invitar a comer es uno de los signos de amistad más comunes en todas las culturas. El Evangelio de hoy nos narra un episodio de un fariseo que rogaba a Jesús que fuera a su casa porque le quería invitar a comer. Así fue. Pero se coló una mujer conocida en la ciudad por sus pecados, y discretamente comenzó a llorar a los pies de Jesús, a besárselos y enjugarlos con los cabellos, a perfumarlos con el frasco de perfume que había traído.
El fariseo viendo aquello, se puso a murmurar contra el maestro. Es decir, invitó a Jesús a comer como quien invita a una persona famosa, acaso para pavonearse de haber sido anfitrión del afamado maestro que estaba en la boca de todos.
Es tremendo eso de esperar a Dios en los caminos que Él no frecuenta o empeñarse en enmendarle la plana cuando le vemos llegar por donde ni nos imaginamos. En esta entrañable escena, no obstante, lo más importante no era la desilusión defraudada del fariseo, sino la enseñanza de Jesús ante el comportamiento de aquella pobre mujer.
Ella hizo lo que le faltó al fariseo en la más elemental cortesía oriental: acoger lavando los pies, secarlos y perfumarlos. Ella no lo hizo como gesto de educación refinada, pues no estaba en su casa y era ella quien había invitado a Jesús, sino como gesto de conversión, como petición de perdón y como espera de misericordia. Ciertamente el Señor respondería con creces: no banalizaría el pecado de la mujer, pero valoraría infinitamente más el perdón que con aquel gesto ella suplicaba. El fariseo sólo vio en ella el error, mientras que Jesús acertó a ver sobre todo el amor: a quien mucho ama, mucho se le perdona.
El fariseo y aquella mujer habían pecado, cada cual a su modo. El primero no lo reconoció mientras que ella supo pedir perdón, que es una forma de amor. La vida es como un banquete.
En él podemos estar murmurando inútilmente los errores ajenos como el fariseo, o ser perdonados amorosamente como la mujer. Además de evitar los errores hemos de aprender a amar, creyendo que más grande que nuestra torpeza es la misericordia del Señor.
PLEGARIA UNIVERSAL
Como el Rey David, también nosotros nos descubrimos pecadores, y vemos como esas trabas nos impiden avanzar en nuestra vida y repercuten en el caminar de la Iglesia. Pedimos hoy Padre que nos haga ver esos peligros y nos asista en las dificultades. Respondemos: Ilumina y atiende a tu Iglesia
1.- Te pedimos por el Papa, los Obispos y los sacerdotes para que no les falte tu luz y tu fuerza ante los avatares del tiempo que vivimos. : Ilumina y atiende a tu Iglesia:
2.- Por todos los pueblos del mundo, para que te descubran como Padre amoroso y se dejen guiar por tu Palabra en tu Iglesia. : Ilumina y atiende a tu Iglesia
3.- Por los necesitados, para que Cristo se haga presente en sus vidas, y desde la humildad y sencillez de su situación acojan con corazón abierto la salvación que él nos trae. : Ilumina y atiende a tu Iglesia
4.- Por los hogares cristianos, para que teniendo a Cristo por encima de todo, ninguno deje de ser servidor de los demás. : Ilumina y atiende a tu Iglesia
Padre sabiendo pecadores y necesitados de tu intervención en nuestra vida, atiende las necesidades de tu pueblo que con humildad te ha presentado. Por Jesucristo, nuestro Señora. Amen.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Tu nos has dado, Señor, por medio de estos dones que te presentamos, el alimento del cuerpo y el sacramento que renueva nuestro espíritu, concédenos con bondad que siempre gocemos del auxilio de estos dones. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Que esta comunión en tus misterios, Señor, expresión de nuestra unión contigo, realice la unidad de tu Iglesia. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 13: 2R. 21, 1-16; Sal 5; Mt. 5, 38-42.
Martes 14 : 2R. 21, 17-29; Sal 50; Mt. 5, 43-48.
Miércoles 15: 2R. 2, 1.6-14; Sal 30; Mt. 6, 1-6.16-18.
Jueves 16: Ecl. 48, 1-15; Sal 96; Mt. 6, 7-15.
Viernes 17: 2R. 11, 1-4.9-18.20; Sal 131; Mt. 6, 19-23.
Sábado 18: Cr. 24, 17-25; Sal 88; Mt. 6, 24-34.
Domingo 19: Za. 12, 10-11; 13, 1; Sal 62; Gl. 3, 26-29; Lc. 9, 18-24.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 07, 36-08, 03
Texto. Se trata en realidad de un texto doble, aunque unificable por la presencia femenina. Es precisamente esta presencia lo que confiere a la lectura de hoy su carácter especial. Si Lucas menciona en 8, 1-3 a unas determinadas mujeres como parte integrante del grupo de seguidores de Jesús, es porque se trataba de un hecho significativo. Se conocen ciertamente casos de mujeres que contribuían generosamente al sostenimiento de rabinos, pero no se conocen casos de mujeres que formaran parte integrante de un grupo de discípulos de un rabino.
Al mencionar Lucas esta presencia femenina, dice que se trataba de mujeres a quienes Jesús había curado (Lc. 8,3). Aunque Lucas no lo afirme explícitamente ¿no estará sugiriendo que el seguimiento y la ayuda económica de estas mujeres obedecían a razones de agradecimiento? Como veremos seguidamente, el agradecimiento en el tema sobre el que gira el relato anterior 7, 36-50, y que tiene también como protagonista a una mujer.
Lucas no especifica en este caso el nombre de la mujer, sí en cambio su condición de pecadora, aunque sin dar la menor indicación sobre la naturaleza especifica de su pecado. Lo significativo es su condición, en contraste con la condición de justo del otro protagonista del relato, de quien sí se nos da el nombre. Pecadora y justo se encuentran frente a frente en un relato que Lucas ha escrito con una preocupación exclusivamente dialéctica. Esto último se debe subrayar para evitar plantearse cuestiones como las siguientes: ¿cómo es posible que un anfitrión se olvide de las más elementales normas de cortesía?, ¿cómo es posible que Jesús critique a su anfitrión con tan poca delicadeza?. Estas preguntas tendrían sentido si el relato fuera lo único que no es, una crónica de sociedad.
Una cuestión, en cambio, que sí hay que plantear es el sentido de la afirmación de Jesús en el v. 47: "Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor". Desde la época patrística hasta no hace mucho la conjunción "porque" ha solido interpretarse en sentido casual y se ha visto en el amor el motivo del perdón. Los estudiantes de teología de hace unos años lo pueden confirmar. Se veía a la pecadora como una penitente en busca de perdón, que Jesús le otorga en razón del amor manifestado previamente. En esta interpretación primero es el amor y después el perdón.
Cabe, sin embargo, la posibilidad gramatical de darle a la conjunción "porque" un valor explicativo en vez de casual e interpretar el amor como agradecimiento por un perdón previo.
Primero sería el perdón y después el amor-agradecimiento. Es la interpretación actualmente más aceptada, porque, como vamos a ver, es la que cuadra en el conjunto del relato.
En presencia del justo Simón la pecadora se deshace en lágrimas y en muestras de respeto y veneración hacia Jesús. La situación provoca la crítica de Simón contra Jesús. Este le cuenta a Simón la historia de un prestamista que perdona por igual la deuda a dos deudores desiguales. Como conclusión de la historia Jesús pregunta a Simón: "¿Cuál de los dos lo amará más?" Se trata, indudablemente, del amor-respuesta al perdón previo de la deuda.
Esta pregunta y la respuesta de Simón a la misma constituyen la clave de todo el relato. Lo que Jesús hace después no es sino aplicar la parábola a la situación real de los personajes en la sala, el justo y la pecadora. En esta aplicación no se trata de criticar actuaciones sino de explicarlas en términos de agradecimiento. El justo, al no sentir que deba agradecer nada, no lo hace; la pecadora, al sentir que debe agradecer mucho, lo hace. La pecadora está haciendo lo que tenía que hacer y por eso puede ir en paz. ¿Puede decirse lo mismo del justo? La parábola hablaba de dos deudores, aunque éstos fueran desiguales. Lucas elabora el relato con vistas al deudor menor. También él debería sentir la necesidad de ser agradecido.
Tres sugerencias para la reflexión:
1. Los marginados (en el contexto sociológico judío del s. 1 la mujer lo era) como portadores de valores teológicos.
2. También los buenos son deudores.
3. El agradecimiento a Dios da la medida de la talla del cristiano.
BENITO-A._DABAR/89/33
2.
Texto. Un fariseo, Jesús y una pecadora. La presencia de la mujer y su posterior actuación determinan el diálogo de Jesús y el fariseo. Este último tiene formada una opinión negativa de la mujer. De esa opinión parte en sus reflexiones, salpicando de paso a su huésped. Jesús penetra en el pensamiento del anfitrión y pide cortésmente, aunque fríamente, permiso para hablar, permiso que le es concedido también friamente. "Simón, tengo algo que decirte. El respondió: Dímelo, maestro". Y Jesús le propone una parábola, dejando que sea Simón quien saque la conclusión.
¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: supongo que aquél a quien le perdonó más. En los versículos que siguen (44-46) subyace la siguiente pregunta: ¿Quién ha amado más, Simón o esta mujer? El v.47 es la respuesta a la disyuntiva: por eso te digo, sus muchos pecados le han sido perdonados; porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama. Es de sobra conocida de todos la dificultad que este versículo plantea. Sin embargo, la traducción adoptada por la liturgia es la que mejor se acomoda a la parábola. Lo que la mujer ha hecho con Jesús es la señal agradecida por lo mucho que se le ha perdonado. Simón, en cambio, tiene poco que agradecer, por la sencilla razón de que se siente poco perdonado o con poca necesidad de perdón. Y dirigiéndose Jesús a la mujer le dice: Tus pecados han sido perdonados. En este momento nos hace saber el autor que hay más gente recostada a la mesa y que esta gente está viviendo una gran sorpresa: ¿Quién es éste? Pero la verdadera protagonista es la mujer, o mejor, la actitud que la mujer ha puesto de manifiesto.
Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
El texto litúrgico continúa con dos referencias del autor a la actividad de Jesús y a las personas que le acompañaban. Estas son los doce y unas mujeres, entre las que menciona a tres. De esta manera, el Evangelio de hoy tiene como denominador común la presencia de la mujer.
Comentario. El mejor comentario tal vez sea leer el texto en su contexto. Los versículos inmediatamente anteriores a él dicen así: (/Lc/07/31-35) ¿A quién diré que se parece esta gente de ahora? Se parecen a unos niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros: "Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis". Porque ha venido Juan Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis: "Tiene un demonio dentro"; ha venido el Hijo del Hombre, que como y bebe, y decís: "¡Vaya un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y de pecadores!" Pero la sabiduría de Dios ha quedado justificada por todos los discípulos.
Como los niños que no se ponen de acuerdo a qué juego jugar. Pero en contraposición a los religiosos de siempre está emergiendo otro tipo de gente, tal vez menos cuidadosa de las observancias legales, pero más dócil a los impulsos divinos (Padre Lagrange).
Son éstos y no aquéllos los que captan los signos de los tiempos y, por eso mismo, son ellos los discípulos de la sabiduría.
Ejemplo ilustrativo de estos discípulos es la mujer del relato. El punto del mismo no es el perdón de los pecados, sino el amor que la mujer manifiesta por el perdón otorgado. Ella está en paz con Dios, pero precisamente por estarlo se siente deudora. El fariseo, en cambio, que sin duda está también en paz con Dios, no se siente para nada deudor ni necesita agradecer nada. El fariseo, anclado en el derecho al que se considera acreedor por su bondad, es absolutamente incapaz de sencillez, de espontaneidad, de amor. Es tieso, arrogante, enjuiciador de los demás.
El texto es exclusivo de Lucas. Es el primero de una serie en la que el autor pone de manifiesto algo que ya ha enunciado programáticamente por labios de otra mujer: Proclama mi alma la grandeza del Señor porque se ha fijado en su humilde esclava (Lc. 1, 46-48). Es la actitud sencilla, abierta, no calculadora.
Frente a los poderosos y arrogantes de espíritu; frente al hijo mayor que, a pesar de vivir siempre en la casa del padre, es incapaz de libertad para hacer una fiesta. Los papeles, pues, están cambiando. Un nuevo estilo de gente está emergiendo. Los últimos están siendo los primeros.
Otro ejemplo ilustrativo son las mujeres que acompañan a Jesús. Para captar el alcance y la trascendencia de esta referencia, que una vez más es exclusiva de Lucas, hay que pensar en lo impensable de la presencia de mujeres como seguidoras de un rabino. Esto era total y absolutamente inaudito. Contemplando el talante de Jesús, puesto de manifiesto por Lucas, uno no puede menos de abrir unos ojos como platos ante situaciones de discriminación de la mujer en la Iglesia.
BENITO-A._DABAR/86/34
En su aparente ingenuidad los vs. 2-3 encierran una honda intencionalidad, sólo perceptible si se tiene en cuenta la situación sociológica de la mujer entonces. Basten estos ejemplos: Sólo se celebraba el culto divino en las sinagogas cuando, al menos, había presente una decena de hombres, en tanto que no se computaba el número de las mujeres. El rabino Judá ben Ilay dice: "Tres glorificaciones es preciso hacer a diario: ¡Alabado seas, que no me hiciste pagano! ¡Alabado seas, que no me hiciste mujer! ¡Alabado seas, que no me hiciste inculto!" Cuando hay huéspedes en casa, a la mujer no se le permite tomar parte en el banquete. Un rabino no se rodeaba de mujeres ni de niños.
Jesús rompe con todos estos esquemas tradicionales. Para él no existen personas de segundo rango.
DABAR/77/38
4. P/ACEPTACION
Ante Dios todos somos deudores, y nadie puede estar en paz con Dios si Dios no le concede la paz. Simón el fariseo era un pecador, y la mujer que lavó con lágrimas los pies de Jesús también era una pecadora. Y nosotros también lo somos. La única diferencia está en que unos lo son más que otros. Pero lo que verdaderamente importa es aquella otra diferencia que se establece cuando unos reconocen su pecado y otros se obstinan en ignorarlo. Pues el gozo del encuentro con Dios sólo pueden experimentarlo cuantos se reconocen pecadores sin juzgar a los demás. La Cena del Señor no es un fiesta para los satisfechos de su propia justicia, siempre tan problemática, sino para aquéllos que tienen hambre de la justicia que viene de Dios y para los que aman mucho porque mucho han sido perdonados. Es con éstos con los que Jesús quiere compartir su pan y su palabra, su vida.
EUCA/74/36
Una famosa homilía de san Gregorio Magno hizo que la tradición católica identificase a la pecadora perdonada con María Magdalena (mencionada separadamente al final del evangelio de hoy, 8,2) y, además, con María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta.
Son desde luego tres mujeres distintas. El hecho de que de María de Magdalena hubiesen salido tres demonios no significa que fuese pecadora pública, lo que aún es menos pensable de la piadosa y apacible María de Betania. Tampoco debe identificarse este episodio con la unción de Betania, a pesar de la coincidencia de algunos detalles. Por lo que se refiere a la historicidad del hecho, hay que tener en cuenta la capacidad literaria de Lc, que cuenta los acontecimientos tan artísticamente que parecen parábolas y las parábolas con tantos detalles plásticos que parecen historias. Si consideramos la parábola del prestamista (vv. 40-43) como de origen independiente del resto del episodio, nos explicaremos la diversidad entre las dos conclusiones superpuestas. El episodio de la mujer pecadora termina con 47 a: el gran amor que aquella mujer ha mostrado la ha hecho merecedora del perdón; la conclusión de la parábola, 47b, es inversa: el amor que ha mostrado no es la causa, sino la consecuencia, de habérsele perdonado mucho.
HILARI ·RAGUER-H._MI-DO/77/12
7.
Este pasaje, que narra la unción de Cristo llevada a cabo por una pecadora, y, con este motivo, la parábola de los dos deudores, plantea un problema sobre el que los exegetas aún no se han puesto de acuerdo.
La tradición pre-evangélica conocía una unción en Betania, en casa de Simón el fariseo (/Mt/26/06-13; /Mc/14/03-09) realizada por una mujer cuyo nombre no se revela. Cristo justificaba esta unción costosa basándose en una opinión del judaísmo según la cual las atenciones para con los cadáveres tienen más mérito que la limosna hecha a los pobres. Juan toma esta tradición en un momento en que ya se encontraba cargada con elementos nuevos (/Jn/12/01-08). Da un nombre a la mujer: María, la hermana de Marta y de Lázaro; subraya que la unción se efectuó no en la cabeza, como decían Mateo y Marcos, sino en los pies; añade, además, que María los enjugó con sus cabellos.
Finalmente, aunque conserva la discusión sobre el coste excesivo de esta unción, observa que este óleo estaba destinado a la sepultura de Cristo. Pero como Cristo debía resucitar, las atenciones de la sepultura resultaban inútiles. Además, este óleo perfumado, ofrecido por María antes de la muerte de Cristo, se convierte así en la expresión de su certeza, confirmada por la resurrección de Lázaro, de que Cristo no podía morir (Jn 11, 25).
La versión de Lc 7, 36-50 aporta elementos originales. Presenta a un anfitrión llamado Simón (Lc 8, 40; Mt 26, 6); la unción se lleva a cabo, contrariamente a la versión de Mateo, en los pies, que la mujer enjuga con sus cabellos (Lc 7, 38; Jn 12, 3). Lucas no habla de una unción en Betania antes de la pasión, consciente, sin duda, de que esto sería una repetición. No menciona la discusión sobre la oportunidad de la unción (Mt 26, 10-12; Jn 12, 5-8), probablemente porque supone un conocimiento de la clasificación judía de las "buenas obras", desconocida para los lectores griegos. Prefiere sustituir esta discusión por una parábola más acorde con su Evangelio del perdón.
Se trate o no de la misma escena que narran los demás Evangelios, es evidente que hay que distinguir, en el relato de San Lucas, la historia en sí (vv. 36-39, 44-47, 48-50) de la parábola que le ha sido añadida (vv. 40-43).
a) Lc/COMIDAS:.Las escenas de la comida, en San Lucas, constituyen un auténtico género literario sometido a leyes bien precisas (cf. 7, 36-50; 5, 27-32; Lc 14). Sin duda, Lucas ha aprovechado el marco de la comida para presentar, más o menos artificialmente, algunas parábolas inéditas. Siempre las inserta con habilidad, conectándolas con algún incidente ocurrido en la comida (en otra ocasión los puestos en la mesa; aquí, la omisión de las abluciones rituales). Sin embargo, no hay que dar a la comida en casa del fariseo un valor teológico; para Lucas es solo un marco, tomado quizá de Mc 14, 3-9, pero elaborado por Lucas en función de su concepción literaria del banquete. En este cuadro introduce Lucas temas tomados de la tradición oral (la pecadora, vv. 37-38; la parábola de los dos deudores, vv. 40-43) o de la tradición escrita (Mc 14, la unción: v. 37).
Pero Lucas añade a estas tradiciones elementos redaccionales debidos simplemente al género-de-banquete (vv. 44-46) y comentarios propios de su teología (remisión de los pecados: vv. 41-42 y 47-50).
b) La lección esencial de la narración, en la opinión de Lucas, se centra en el perdón de los pecados efectuado por Cristo. El contexto (Lc 7, 34; 8, 1-4) alude directamente a la promiscuidad de Cristo con los pecadores.
El escándalo a que hace alusión el fariseo (v. 39) se apoya en la prohibición, hecha en /Dt/23/19, de aceptar los dones de una prostituta para fines sagrados: si Cristo era un hombre de Dios, tenía que rechazar el regalo que le ofrecía esta mujer.
Recluido en su legalismo, como los fariseos endurecidos de Mc 2, 23-3, 5, el anfitrión no se esfuerza en buscar la razón por la que Cristo prescinde de esta prescripción. Frente a este "endurecimiento" Jesús manifiesta su apertura para con la pecadora: el contacto personal que establece con ella y su encuentro de amor y de perdón eximen de las reglas de pureza y de discriminación dictadas por el Deuteronomio. Este encuentro de persona a persona, en el que el don de Dios (perdón de los pecados) va unido al amor del hombre (gratitud de la mujer), es tan importante que sustituye a los medios tradicionales de justificación: las abluciones y los ritos (v. 48) c) La parábola de los dos deudores (vv. 40-43) está concebida con una gran finura. A los fariseos preocupados por una religión de deudas y deberes les propone el ejemplo de un acreedor que perdona las deudas de sus deudores, y de unos deudores que en su vida normal manifiestan sentimientos de amor y de agradecimiento, rasgos bastante insólitos en la vida cotidiana.
Ciertamente, la parábola corre riesgo de desviar al lector cuando habla de amar más o menos y establece una especie de competencia entre los dos debitores: el amor y la gratitud no se traducen en cifras. Pero este aspecto cuantitativo de las cosas se debe al contexto polémico en el que se sitúa la parábola. Este contexto no hay que tomarlo demasiado en cuenta: el interés esencial de la parábola está en hacer pasar a los interlocutores de una noción cuantitativa de la religión a una religión del encuentro, en la que Dios y su perdón alcanzan al hombre y a su fidelidad amorosa.
Para comprender este Evangelio es necesario descubrir a la persona del Hombre-Dios, lugar ideal del encuentro entre Dios y el hombre. Precisamente porque Cristo ha conseguido realizar este encuentro, puede abordar las peores situaciones humanas y proponer a los pecadores que realicen las condiciones requeridas para el encuentro: una apertura al don (o al perdón) de Dios, un "sí" amoroso a la iniciativa divina.
La posesión de las condiciones de este encuentro -sobre todo dentro de la Eucaristía- exime automáticamente de los falsos encuentros que proporcionan los ritos y las abluciones exteriores y libera de las excomuniones y de los ostracismos dictados por un legalismo abstracto.
MAERTENS-5.Pág. 68
8.
Dividimos el texto en dos unidades fundamentales (7, 36-50 y 8, 1-3), ocupándonos principalmente de la primera, centrada sobre el tema del amor y del perdón. El contexto de la escena es un banquete; Jesús participa como invitado y dos personas muy distintas (un fariseos y una prostituta) vienen a ofrecerle sus dones.
El fariseo le invita a una comida material. Evidentemente, sería exagerado el acusarlo de mala voluntad; quizá siente respeto por Jesús, cuando le llama. Sin embargo, en el fondo de su gesto existe un rasgo de juicio y de dominio; por eso se atreve a sancionar la actitud del maestro. Tiene su verdad hecha, conoce ya a Dios y no necesita que nadie le enseñe la nueva profundidad del reino y de la vida.
La publicana no está invitada, pero viene. Sabe que Jesús ofrece un mensaje salvador, ha conocido su calidad de hombre que se entrega totalmente a los demás y por eso viene a ofrecerle simplemente lo que tiene: el perfume que utiliza en su trabajo, sus lágrimas, sus besos. Tomado en sí mismo, ese gesto resulta ambivalente. El publicano, regido por las normas de una moral estricta, condena a la mujer, reprueba su gesto de liviandad y juzga a Jesús que ha permitido que le traten de una forma semejante. Jesús, en cambio, ha interpretado la actitud de la mujer como un efecto de su amor, como expresión de gratitud por haber sido comprendida y perdonada.
La visión de Jesús se ilumina a partir de una parábola (7, 41-43): de dos deudores insolventes amará más al Señor aquél a quien le ha sido perdonada la mayor de las deudas. Aplicando la parábola se precisa la actitud del fariseo y de la prostituta.
Todo el evangelio está mostrando ese mensaje: Jesús ofrece el perdón de Dios a los hombres insolventes de la tierra. Entre ellos se encuentran el fariseo y la prostituta. El fariseo no se ha preocupado de aceptar ese perdón; piensa que sus cuentas están claras, se siente plenamente en paz y, por lo tanto, le resbalan las palabras de Jesús que aluden al don de Dios que borra los pecados. Convida a Jesús, pero lo hace por curiosidad; en el fondo no lo ama, porque no se reconoce (no quiere ser) perdonado. La mujer, en cambio, se sabe pecadora; ante Dios y ante los hombres confiesa que su deuda es impagable; por eso se ha sentido condenada. Pero ahora que Jesús ha llegado a la ciudad, una vez que ha proclamado su palabra de gracia universal, ella se ha sentido (se ha sabido perdonada). Por eso, superando todos los convencionalismos, aprovecha la ocasión y viene hasta Jesús para demostrarle su agradecimiento y su amor: la grandeza del perdón que Dios le ha concedido se demuestra a partir de la grandeza del amor que ese perdón ha suscitado. En torno a esta relación de Jesús con la pecadora debemos añadir unas notaciones marginales: 1) en sentido estricto el amor de la mujer es siempre una respuesta, porque el primer paso lo ofrece el mismo Dios que perdona a todos por medio de Jesús. Sin embargo, no podemos olvidar que en la historia de cada vida la dialéctica perdón-amor puede revestir modalidades diferentes, de tal manera que en algún caso el amor en vez de ser un signo o consecuencia puede venir a convertirse en principio del perdón. 2) Como ejemplo de una existencia humana fundada en la gratitud por el perdón que ha sido concedido se sitúan las mujeres del texto siguiente de san Lucas (8, 1-3); esas mujeres, que han sido curadas, liberadas, perdonadas por Jesús, han respondido a su don con un gesto de amor comprometido, que las convierten en auténticas discípulas (seguidoras) del maestro. 3)
Este rasgo de un amor total con que se responde al perdón (al don de gracia) de Jesús se ajusta más a la tipología de la mujer, de tal manera que una parte de la espiritualidad femenina puede basarse en estos fundamentos; sin embargo, no debemos olvidar que la misma espiritualidad de los varones puede y debe responder a este principio del perdón y del amor como respuesta. 4) Es curioso señalar que en esta caracterización del seguimiento de Jesús, Lucas concede ventaja a la mujer (es tipo de auténtica discípula), cosa inaudita y revolucionaria en la sociología humana y religiosa de aquel tiempo.
BI-LICA/NT.Pág. 1292 ss.
9. Historia inaudita cuando se piensa en los tabúes que Jesús violaba. Decía en rabino de la época que entre un justo y una prostituta había que mantener una distancia de 2 metros.
Jesús no se cuide ni de juicios ni de conveniencias. Esta pecadora tiene una gran confianza en Jesús. Jesús la acoge con un amor que la transforma y entonces se despierta en ella un amor más grande. Otro amor que la purifica y la resucita, un amor inmenso que ha recibido un perdón inmenso.
Dos personas. Dos seres que están dentro de nosotros. El Justo y la pecadora. El justo observa fríamente, razona, encerrado en lo que cree saber sobre Dios, el pecado, los perdones imposibles. Va a faltar a este encuentro que habría cambiado su vida.
La pecadora no dice nada, tiene detalles de delicadeza, de amor. Simeón es un justo, de esos a los que Jesús no ha venido a llamar. Si se sientan a la misma mesa, lo hacen como personas que se han hecho ellos mismos la invitación. No pueden entender la gracia, el don gratuito, generoso, traído por Jesús. ¿Es que son orgullosos -más pecadores que los demás? El texto no se preocupa de esto y deja a la paradoja toda su fuerza: aquellos a los que se perdona poco no pueden entender a Jesús. Del otro lado está la mujer. En una situación de desamparo. Su misterio hace pensar en esa otra mujer que Jesús acaba de encontrar y que conocía también el fondo del desamparo llevando al sepulcro a su hijo único. Llegando como llegan al fondo de la pobreza, las dos mujeres no pueden sino recibir.
La palabra de Jesús crea una vida nueva. Cada vez que me confieso, Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo amor, con la misma fuerza. La diferencia no esta en Jesús sino en mí.
El amor es consecuencia del perdón. La moral tradicional queda aquí en ridículo. Habitualmente, el perdón aparece como la recompensan del amor y el amor como la causa del perdón. Aquí es a la inversa; el amor es la consecuencia, el fruto del perdón. el perdón es lo primero, no se da a cambio del amor, sino que es pura y simplemente dado. ¿Cuál es entonces la causa del perdón? Algunas buena disposición habrá en la mujer, que la impulsa a hacerse perdonar.
Sólo los que pasan la dura experiencia de la pobreza, cualquiera que sea la forma bajo la que se presente esa indigencia son accesibles al don de Dios que es el perdón.