HECHOS DE CONVERSIÓN.
ORACION COLECTA
Oh Dios que contemplas como tu pueblo espera con fidelidad la fiesta de nacimiento del Señor, concédenos llegar a la alegría de tan gran acontecimiento de salvación y celebrarlo siempre con solemnidad y jubilo desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Sofonías 3, 14-18a
Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón,
Jerusalén.
El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.
Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.».
SALMO RESPONSORIAL (12)
Griten jubilosos: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.».
El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. R.
Den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre es excelso. R.
Tañen para el Señor, que hizo proezas, anúncienlas a toda la tierra; griten jubilosos, habitantes de Sión: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.» R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4, 4-7
Hermanos: Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres.
Que su mesura la conozca todo el mundo.
El Señor está cerca. Nada les preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué hacemos?».
Él contestó: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?».
Él les contestó: «No exijan más de lo establecido.».
Unos militares le preguntaron: «¿Qué hacemos nosotros?».
Él les contestó: «No hagan extorsión ni se aprovechen de nadie, sino conténtense con la paga.».
El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo los bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.».
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.
COMENTARIO
En este tercer domingo de Adviento, vuelve a aparecer ante nuestros ojos la figura de, Juan bautista quien lanza una dura llamada a la conversión, muy dentro del estilo profético del Antiguo Testamento: “¡Raza de víboras! ¡Den el fruto que corresponde al arrepentimiento!” (Lc 3, 7). La gente reaccionó enseguida diciendo: “¿Qué tenemos que hacer?”. Esta es la lección preciosa de este pasaje: no dejar nunca en el vacío el impulso de la conversión. No existe la conversión, existen hechos que demuestran que uno quiere convertirse y que concretan de forma inmediata el arrepentimiento del corazón: “¿Qué hay que hacer?”. Al meditar a Marcos, vimos lo mucho que hay de decepcionante en nuestras “conversiones”. Nos exalta el sentimiento de una transformación maravillosa: “Ahora, ya está, mi vida cambiará”. Creemos que es el momento de la gran marcha hacia el ideal, hacia la santidad. Pero casi siempre volvemos a caer en la trampa, nos quedamos unos días (¡muy pocos!) en el fervor del “sentimiento” sin explotar demasiado aprisa esa gracia de conversión y la exaltación se viene abajo y la vida sigue como antes.
Como tantas veces lo hemos experimentado hay allí una frontera difícil de franquear: pasar del sentimiento a los hechos. Para ponernos así inmediatamente en camino, la primera meditación sobre la conversión acentuaba la importancia de la fe y de la oración. No presumir, no contar únicamente con nuestras fuerzas, pedir la ayuda de Dios.
Esta vez ponemos el acento en nuestra audacia: ¡Tenemos que creer también en nosotros!. Y por tanto movilizarnos enseguida en un “¿qué hacer?”. Modesto pero decidido, fijándonos en lo más cotidiano de nuestra vida.
Los consejos de Juan Bautista pueden parecernos muy alejados de nuestros problemas pero observemos que llama a la caridad, a la justicia y a la no-violencia. Algunos impulsos de conversión nos llevarían más bien a una mayor oración, o al culto, o a esforzarnos en cambiar de carácter (“seré más amable con X”...). Bien, pero miremos un poco mejor a nuestro alrededor. ¿Cómo lograremos compartir? “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene”. Esto es más modesto... y más eficaz que el sueño heroico de dar diez túnicas, que seguirá siendo un sueño y que se añadirá a tantas conversiones abortadas, que sólo dejan cierto sabor a cenizas.
“No exijan más de lo establecido” les dice Juan Bautista a los recaudadores. ¡Qué examen tan concreto de nuestro comportamiento en el trabajo, en el comercio, en los tratos!. “No hagan violencia a nadie”.
Aunque no seamos soldados ni policías, quizás seamos duros con nuestros hijos, con los empleados, con los miembros de una comunidad de la que somos responsables.
Hay muchas maneras de violentar, de jugar a ser tiranos. Cuando más nos esforcemos en ser lúcidos en este terreno tan delicado, más pasará nuestra conversión del sueño a la realidad.
Y lo que nos dijo Juan Bautista, nos toca a nosotros averiguarlo, siguiendo en esta línea de realismo. ¿Qué hay que hacer? ¡Algo!.
PLEGARIA UNIVERSAL
Demos gracias a Dios, que en Cristo ha cancelado la condena que pesaba sobre nosotros y sobre la humanidad y digamos con alegría junto a todos los hombres: Ven, Señor Jesús.
1.- Para que el Santo Padre y todos los pastores de la Iglesia, promuevan en las comunidades cristianas espacios de fraternidad, donde podamos compartir la alegría de sentirnos hermanos, y recibir al Señor que viene a quedarse entre nosotros. Oremos al Señor.
2.- Para que los gobernantes de las acciones rechacen toda injusticia y discriminación de razas culturas y religión, y promuevan con sinceridad el diálogo y la paz. Oremos al Señor.
3.- Para que en este tiempo de adviento, el Señor abra nuevos corazones a la solidaridad con los niños, los pobres y los más marginados de la sociedad, y ellos a través nuestro, puedan sentir la cercanía de Dios. Oremos al Señor.
4.- Para que, los pueblos del mundo que sufren el flagelo de las guerras y los odios, reciban del Señor el consuelo y la fortaleza para no desfallecer en medio de tantos sufrimientos. Oremos al Señor.
5.- Para que quienes no tienen esperanza, puedan recuperar la alegría de vivir, a través de nuestros gestos de bondad. Oremos al Señor.
Dios de la vida y de la paz, mira con amor a tu pueblo que con confianza eleva sus ojos hacia a ti y haz que cuando venga tu hijo, nos encuentres unidos en el amor, fuertes en la fe y alegres en la esperanza. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Haz, Señor que te ofrezcamos siempre este sacrificio como expresión de nuestra propia entrega, para que se realice el santo sacramento que tu instituiste y se lleve a cabo en nosotros eficazmente la obra de tu salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Imploramos tu misericordia, Señor, para que este divino alimento que hemos recibido nos purifique del pecado y nos prepare a las fiestas que se acercan. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 17: Gn 49, 2.8-10; Sal 71; Mt 1, 1-17.
Martes 18: Jr 23, 5-8; Sal 71; Mt 1, 18-24
Miércoles 19: Jc 13, 2-7. 24-25ª; Sal 70; Lc 1, 5-25.
Jueves 20: Is 70, 10-14; Sal 23; Lc 1, 26-38
Viernes 21: Ct 2, 8-14 (o bien: Sof 3, 14-18ª); Sal 32; Lc 1, 39-45
Sábado 22: 1S 1, 24-28; Sal: 1Sam 2, 1-8; Lc 1, 46-56.
Domingo 23: Mi 5, 1-4ª; Sal 79; Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-45.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 3, 10-18
1.- * Texto. El domingo pasado Lucas nos situaba ante Juan, un profeta con proyección universal. Caracterizaba su actividad como proclamación de un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. En la primera parte del texto de hoy Lucas ejemplifica de una manera concreta la clase de reforma de vida exigida por Juan. Lo hace sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que a modo de estribillo articula toda la primera parte. La pregunta la formulan la multitud anónima, unos publicanos y unos militares.
Por publicanos se entiende los encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo general de judíos al servicio de Roma, potencia ocupante. Como había que pagar por anticipado la cantidad estipulada por Roma, eso llevaba a los recaudadores a resarcirse no sólo de la cantidad ya depositada, sino también de los gastos causados en el desempeño de la función, más los intereses. Todo esto hacía que el sistema de recaudación de tributos estuviera abierto a toda clase de abusos. La profesión de recaudador de tributos era generalmente considerada como una actividad más bien infamante y poco escrupulosa. Por militares no se entiende miembros de las tropas romanas de ocupación, sino judíos enrolados al servicio de Herodes Antipas.
A la multitud anónima el profeta le pide la distribución compartida de los recursos fundamentales para cubrir las necesidades primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11). A los recaudadores les pide que cobren exactamente los tributos establecidos y sus legítimas comisiones personales, sin caer en la tentación de la avaricia o de la extorsión (v. 13). A los militares les pide la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (v. 14).
La segunda parte del texto la forman los v. 15-17, completados con un pequeño comentario del autor en el v. 18. En esta parte sintetiza Lucas la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías. Esta inferioridad está formulada por medio de tres tipos de imágenes: rituales, jurídicas y apocalípticas. El conjunto de estas imágenes le sirve a Lucas para caracterizar al Mesías como el más fuerte.
La imagen jurídica es la expresión "desatar la correa de las sandalias". En el Antiguo Testamento este acto simboliza la privación de un derecho en beneficio del desatante. La imagen no proviene, pues, del mundo de los esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente sin derechos.
Las imágenes apocalípticas del fuego y de la horca de aventar sugieren la idea de un tiempo último y definitivo por un lado, y de un personaje clave y decisivo para los hombres por otro. No tienen nada que ver con el infierno.
Resumiendo: estamos ante un texto ético en su primera parte y cristológico en la segunda. La ética, ejemplificando cambios de comporta- miento, facilita y prepara el camino al portador del Espíritu. Los cambios de comportamiento o reforma de vida, expresados y visualizados ritualmente en el bautismo de agua del profeta Juan, hacen posible la dimensión del Espíritu que hará su aparición con Jesús el Mesías.
* Comentario. Conviene resaltar el dinamismo, la progresión interna del texto. Este dinamismo pone de manifiesto que el comportamiento ético pertenece a los presupuestos del hecho cristiano. Siendo como tenemos que ser, esto es, comportándonos bien, hacemos posible que el Espíritu pueda actuar en nosotros.
El buen comportamiento pertenece a la fase previa de eliminación de obstáculos. Supuesta esta eliminación, viene después el ser cristiano. Ya en esta fase previa no hay particularismos ni exclusiones.
Lucas está especialmente interesado en esta temática. Por eso introduce en su relato grupos o colectivos marginados por el sentir religioso oficial judío. Hoy introduce a recaudadores y militares.
El programa ético del profeta Juan no es maximalista. Las exigencias que formula no pretenden revolucionar las estructuras sociales del momento. A los recaudadores no les dice que corten sus relaciones con el poder invasor; les dice simplemente que huyan de la extorsión. A los militares no les dice que abandonen su posición; les dice simplemente que no chantajeen ni intimiden.
¿Simplemente? Observemos bien que la simplicidad del profeta habla de honestidad en los negocios, de equidad en la aplicación de la justicia. Particularmente y como persona privada me quedo con la simplicidad del profeta frente a los maximalismos de reformas estructurales, aunque sólo sea en base al dicho de que el ideal es enemigo de lo bueno. Desde la honestidad en los negocios y la equidad en la aplicación de la justicia, es decir, desde lo bueno, a lo mejor resulta que cambian las estructuras comerciales y jurídicas, es decir, se consigue el ideal.
¿Y qué decir de la simplicidad del profeta en lo que pide a la multitud anónima? Compartir con los más desafortunados lo necesario para cubrir, al menos, las necesidades primarias. ¿Y si a partir de este domingo nos entrenamos todos un poco en este ejercicio del compartir? No es evidentemente un programa económico, pero si compartiéramos muchos, a lo mejor hasta cambiaban las estructuras económicas.
A.- Benito, Dabar 1988, 3
Juan bautista predica la conversión primero al pueblo en general y, después, a diferentes grupos o estamentos sociales. No exige a nadie que haga penitencia vistiéndose de saco y cubriéndose la cabeza con ceniza, no exige a nadie que se retire con él en el desierto. Juan bautista exige a todos que cumplan con el precepto supremo del amor al prójimo y con los deberes de la justicia.
Juan no pide una conversión hacia el pasado, no pide lamentos y lágrimas sobre el pasado, lo que pide es un cambio hacia el futuro. La penitencia que predica ha de acreditarse por sus frutos y no por sus lamentos, y es una penitencia con una marcada dimensión.
En el rito bautismal, la Iglesia supone siempre esta pregunta en los catecúmenos: "¿Qué debemos hacer?", y responde diciendo: "Guardar los mandamientos", sobre todo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Porque fue así como respondió Jesús a cuantos le preguntaban lo mismo y se interesaban por su salvación. También el precursor dio la misma respuesta.
El bautista predicó la penitencia en un mundo en el que el hombre vivía habitualmente en situaciones extremas y andaba preocupado por el vestir y el comer (cf. 12, 22-31). En aquella situación, el bautista exigía nada menos que la reducción del consumo al mínimo vital: una sola túnica y el pan de cada día, en beneficio de los descamisados y los hambrientos. Hoy vivimos en la llamada sociedad de la abundancia; pero, mientras haya hombres en el mundo que no tengan lo necesario para vivir, nuestra sociedad estará condenada ante los ojos de Dios.
El amor al prójimo es una exigencia general, sin esa conversión de amor, no tiene sentido la penitencia. El amor al prójimo supone que se ha cumplido antes con la justicia. Por eso Juan se refiere al cumplimiento de la justicia cuando dirige su palabra a los publicanos y a los soldados.
A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa de los pobres.
Evidentemente, en nuestra sociedad los que más cotizan son los pobres. Por tanto, no se puede hablar de una verdadera conversión cristiana si los cristianos no estamos empeñados en una verdadera reforma fiscal.
A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. El negocio de los armamentos, la violencia establecida, los turbios intereses de los "golpistas"... están pidiendo a gritos una conversión pública.
Juan conoce sus propios límites y sabe cuál es su papel. Juan sale al paso de los rumores del pueblo y confiesa abiertamente que él no es el que ha de venir, "el más fuerte", el Mesías.
Juan piensa en un mesías justiciero, que va a venir a separar el trigo de la paja y a purificar el mundo con el fuego. No olvidemos que es aún un hombre del A.T. EL último de los profetas. Por eso anuncia la venida del Señor y el "día del Señor" como un juicio inminente sobre los hombres. Pero Jesús dirá que no ha venido a condenar a los hombres, sino a salvarlos.
Eucaristía 1988, 59
3.- Lucas interrumpe la serie de palabras de Juan el Bautista según la fuente común de Mt y Lc e introduce una sección (vv. 10-14), de su fuente propia del tercer evangelio. Estos cinco versículos contrastan, por su humanismo y moderación, con la severidad de los que les preceden y les siguen. La pregunta de la gente: "¿Qué hacemos?" es la clásica de los que han iniciado el proceso de conversión y desean sinceramente salvarse. El propio Lucas la pone en boca de los habitantes de Jerusalén después del discurso de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2,37). Es también la pregunta del "joven rico" (Mt 19,16; Mc 10,16; Lc 18,18) y se encuentra asimismo en apocalipsis apócrifos. El Bautista no remite a la Ley, ni a ritos sacrificiales, sino al terreno de las relaciones cotidianas con el prójimo. No sólo se diferencia de los fariseos, que presentaban como camino de salvación la práctica de complicadas observancias, sino también de la secta de Qumran, que se alejaba del pueblo y tenía a todos por condenados a excepción de ellos, y practicaba un rigorismo moral. Juan "no predica al pueblo la pobreza, sino el compartir" (Schalatter). No les pide nada heroico ni extraordinario, sino un mínimo de solidaridad con el prójimo y de fidelidad a los deberes de estado o de profesión. Todo lo que les dice que deben hacer, podemos suponer que la mayoría no lo hacían. De este modo, podemos suponer que entre los que desde lejos habían acudido al desierto de Judá a escuchar al Bautista y a ser bautizados por él, habría bastante gente acomodada, que venían bien abrigados por el frío de la noche y bien provistos de alimentos. La moral del Bautista debería empezarse a cumplir allí mismo, entre los que le escuchan, antes de entrar en las aguas del Jordán para pedir el perdón y la salvación.
La predicación de Juan no es evasiva, sino muy concreta; antes de señalar con el dedo al Mesías ha señalado inequívocamente a los egoístas, que por otra parte no estarían en condiciones de reconocer al Mesías. No exige nada heroico, pero a todos pincha allí donde les duele. Vienen unos publicanos (que no eran simples recaudadores de impuestos, sino colaboradores de una "multinacional" que saqueaba el Imperio romano con el pretexto de cobrar impuestos) y no los rechaza, como sin duda habrían hecho los fariseos, ni les dice que deben abandonar su profesión (cf. la cuestión de la licitud del tributo, Mc 12,44 y pp.) sino sólo que no cobren más de lo mandado (¡señal de que cobraban más!).
Vienen unos militares, probablemente de las tropas de Herodes Antipas, en las que se mezclaban judíos con paganos, y que, por el sólo hecho de su profesión, eran considerados "pecadores" por los fariseos. El Bautista les dice que no abusen de su fuerza, que les ha sido dada al servicio del pueblo, para oprimirlo con extorsiones y amenazas (también debía ser usual; un papiro del 37 d.C. habla de un "extorsionado por un soldado", utilizando la misma palabra que Lc 3,14).
Los vv. 15-18 vuelven a ser de la doble tradición Mt-Lc, con elementos propios de Lucas que recuerdan también la insistencia de Jn al hacer hincapié en la subordinación del Bautista a Jesús.
H.- Raguer, Misa Dominical 1978, 22
4.- El texto que comentamos se estructura en torno a dos centros principales: a) por un lado se halla la figura de Juan, que retomando las palabras del antiguo testamento anuncia el juicio que se acerca e interpela a todos exigiendo un cambio de conducta; b)por el otro, se muestra el poder de Dios que viene como fuerza transformante, como juicio de Espíritu y de fuego para el hombre.
Del mensaje de Juan, hemos hablado en el comentario a 3,7-14. Sus notas fundamentales eran las siguientes: a) la conversión es necesaria para todos (aun para los fariseos); b) es posible para todos (aun para los publicanos y soldados); c) implica un vivir para los otros (justicia interhumana). Como signo distintivo de ese mensaje, Juan administraba a los hombres un bautismo. Sobre el sentido de su gesto, situado en el plano de la espera apocalíptica de Dios, nos habla 3, 16: "Yo bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo... el os bautizará con Espíritu Santo y fuego".
Originalmente, ese que "puede más que yo" no se refiere a ningún tipo de mesías de este mundo, sino a Dios, que en el final del tiempo triunfará sobre lo malo y mostrará la salvación para los justos (juicio). Dios no se interpreta como el ser supremo, aséptico e inmóvil, de la tradición ontológica del occidente cristiano. Siendo trascendente, el Dios de la apocalíptica judía que se encuentra en el fondo del mensaje del Bautista, ofrece rasgos muy cercanos: es la fuerza que derrota el mal, el poder que sustenta la existencia de los hombres. Por eso, la tradición cristiana, allí donde Juan habla de Dios y de su juicio, ha podido situar la figura de Jesús y de su obra entre los hombres.
En este contexto, cuando Juan afirma "Yo os bautizo en agua..." (3, 16) está simbolizando toda la preparación del hombre que se dispone para la llegada de su Dios. Y cuando añade "viene el que puede más que yo.." se refiere de hecho (dentro de la tradición cristiana) a la revelación de Dios en Jesucristo. Dios viene en Jesús con toda la fuerza de su juicio: bautiza con fuego y destruye la paja inútil de los hombres injustos con una hoguera inextinguible. Pero, a la vez, se acerca hasta nosotros con la fuerza transformante del perdón y de la gracia: "bautiza en el Espíritu" (2, 16-17).
Teniendo en cuenta todo esto debemos distinguir los dos momentos de la conversión cristiana. El primero nos prepara a la venida de Jesús y tiene en Juan su prototipo: es necesario que se cumpla la justicia, aunque se corra el riesgo de la cárcel (Lc 3, 19-20). El segundo se contiene en la palabra de Jesús, que nos ofrece la presencia transformante de su gracia.
Utilizando su lenguaje más moderno, se pudiera precisar: la revolución social no es por mí misma el contenido del reino de Jesús: es todavía antiguo testamento (Juan Bautista). El reino de Jesús es más interno (en el amor), es más profundo (como gracia de Dios en nuestra vida). Pero sin esa revolución, sin la justicia que nos lleva hacia la igualdad y sin la ayuda a los pequeños es utópico pensar que entenderemos algún día la palabra (y el bautismo en el Espíritu) del Cristo. Por eso, lo que hoy llamamos de ordinario teología de la liberación se puede identificar en gran medida con la exigencia precristiana del Bautista. La palabra del reino de Jesús (su Espíritu y su amor) no ha destruido la exigencia de renovación y de justicia de los viejos profetas de Israel, sino que la ha llevado a su más hondo cumplimiento.
Comentarios A La Biblia Liturgica NT, Edic Marova, Madrid 1976.Pág. 1250 S.
5.- Juan Bautista concreta hoy en qué ha de consistir la conversión y la preparación del camino del Señor de que hablaba el evangelio del domingo pasado. Se trata de tener unas determinadas actitudes ante la vida.
En primer lugar, viene la gente en general, y la actitud es muy clara: ser solidario con los que no tienen, compartir con los demás lo que uno tiene.
Después vienen los publicanos y los guardias, que eran gente ya de por sí pecadora porque estaban al servicio de los ocupantes. Estos son los únicos grupos peculiares que Lucas menciona, y es que quiere destacar que nadie queda fuera de la llamada a la salvación. A éstos, Juan no les pide que dejen su trabajo (que es lo que todo judío les pediría, porque si no lo dejaban continuaban siendo pecadores), sino que rompan con el estilo injusto con que era habitual realizarlo. Juan, en definitiva, propugna que cada uno viva con la máxima solidaridad y justicia posibles: eso es lo que cuenta, eso es prepararse para la venida del Mesías.
La segunda parte del texto es ya un anuncio de la persona de Jesús. Lucas muestra que en aquel momento histórico había variados grupos de gente esperando alguna acción de Dios en la historia, y por eso Juan tenía tanta popularidad. Juan, no obstante, deja bien claro que él no es el enviado definitivo de Dios que la gente esperaba, sino que viene a preparar esta acción de Dios. El enviado definitivo vendrá, según Juan, con una gran fuerza: el Espíritu y el fuego son los signos de la acción poderosa de Dios en los últimos tiempos, y el derecho a separar el grano de la paja como juez último también es un signo del poder de este enviado definitivo.
A lo largo del Nuevo Testamento, este sentido que aquí tienen el Espíritu y el fuego quedarán ampliados y pasarán a significar la vivencia, ya ahora, de los últimos tiempos, mediante el bautismo que une a Jesucristo resucitado; aquella vivencia que se manifestó de un modo visible en el acontecimiento fundacional de Pentecostés.
Josep Lligadas, Misa Dominical 1994, 16
6. Orígenes (hacia 185-253) laico y teólogo
Homilías sobre San Lucas,26,3-5. SC 87, 340-342)
“En su mano tiene el bieldo para aventar...”
El bautismo con que Jesús bautiza es por “el Espíritu y el fuego”. Si eres santo, serás bautizado con Espíritu Santo; si eres pecador, serás echado al fuego. El mismo bautismo se hará condena de fuego para los pecadores indignos. Pero los santos, aquellos que se convierten al Señor con una fe perfecta, recibirán la gracia del Espíritu Santo y la salvación.
Así, pues, aquel que bautiza con Espíritu Santo y fuego “tiene en su mano el bieldo para aventar su parva y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará en un fuego que no se apaga.” (Lc 3,16-17) Quisiera revelar porqué el Señor tiene en su mano el bieldo de aventar y de qué soplo se trata al aventar la parva, mientras que el trigo, de más peso, se acumula en un solo lugar, porque, si no sopla el viento no se puede separar la parva del trigo.
Creo que el viento son las tentaciones, que en el conjunto de los fieles revela lo que es parva y lo que es trigo. Porque, cuando vuestra alma ha sido dominada por la tentación, no es que la tentación haya cambiado vuestra alma de trigo en parva, sino porque ya erais parva, es decir, personas livianas y sin fe. La tentación no ha hecho más que desvelar vuestra naturaleza escondida. En cambio, si afrontáis la tentación con ánimo fuerte, no es ella la que os hace constantes y fieles. La tentación únicamente revela las virtudes de la constancia y del esfuerzo que estaban en vosotros, pero de forma escondida... “Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre... para que reconozcas en tu corazón que el Señor tu Dios te corrige como un padre corrige a su hijo.” (cf Dt 9,3-5)