SE EXTRAÑABA DE SU
FALTA DE FE
1°
LECTURA: Ez. 2, 2‑5: Son un pueblo rebelde,
sabrán que hubo un profeta en medio de ellos
SALMO: Sal 12. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.
2°
LECTURA:
2Cor. 12, 7b‑10: Presumo de mis debilidades,
porque así residirá en mí la fuerza de Cristo
EVANGELIO Mc. 6, 1‑6:
No desprecian a un profeta más que en su tierra
Cuando
oímos esta observación de Marcos: “Se extrañaba de su falta de fe”, sentimos
cierto temor: ¿y yo? ¡Bienaventurado temor, porque nunca estaremos bastantes
atentos a la salud de nuestra fe; vivir alguna cosa con Jesús depende por
entero de la fuerza de nuestra confianza en
él. Podríamos decir que estamos repitiendo, pero es el evangelio el que
se repite; no ha sido escrito más que para eso: despertar, nutrir, hacer
progresar nuestra fe en Jesús. Esa fe es nuestra mirada sobre él, nuestro trato
con él, nuestra unión con él, el medio de amarlo cada vez más, sin
“escandalizarnos nunca de él”, como nos advierte también aquí Marcos. Lo que
ocurrió en Nazareth puede sucedernos a nosotros. Había venido “a su patria”, o
sea, a su misma casa, y es precisamente esta familiaridad con él la que hace a
esos hombres de Nazareth, una pequeña aldea en donde todo el mundo se conoce
muy bien, ciegos y sordos. Impresionados por este hecho, Jesús les recuerda el
refrán: “Sólo en su tierra desprecian a un profeta”. Nos lo dice también a nosotros: aquí está la
intención de este relato de Marcos. Creemos conocer a Jesús.
Él forma parte de nuestra vida,
por así decirlo. Respecto a los no-creyentes nosotros somos paisanos suyos, hemos
tratado siempre con
él. Algunas veces esta familiaridad con él nos cansa, la lectura del
evangelio nos aburre; es algo bien conocido. Porque hacemos lo que nunca deberíamos
hacer: una lectura distraída, despreocupada. El evangelio merece algo más.
Merece el esfuerzo de meditación que
hacemos en este momento para reventar toda esa familiaridad y desembocar
en el asombro: ¡Señor, qué difícil eres de conocer!. Allí comienza la aventura.
Salimos de la aldea en donde Jesús era tan conocido que nadie se interesaba por
él. Sentimos que hemos de deshacernos de estas ideas rutinarias. Nos parecía que esas ideas nos hacían vivir
algo con él. Pero alimentaban tan pobremente nuestra fe que “Jesús no podía
hacer ningún milagro por nosotros”. Si
nos preguntamos por el vigor de nuestra fe, hay aquí un test muy fácil: cuanto más fuerte es, más lo busca. Jesús
puede entonces ser Jesús para nosotros;
conociéndolo mejor, le pedimos más. Su decepción de Nazareth debe afectarnos
muy profundamente: “Se extrañaba de su falta de fe”. Señor, ¡Me gustaría tanto
no decepcionarte! Cuando abrimos el evangelio con hambre de conocer a Jesús
mucho más, descubrimos los horizontes
de sus tres
países: es de Nazareth, ciertamente, pero también es de la Trinidad y ahora de la
resurrección. Habita en
Dios y cohabita con todos los hombres.
Ese ir y venir entre Dios y los hombres, cuando uno está cerca de él, produce
vértigo algunas veces: “¿De dónde le viene esto?”. Vislumbra que creer en él es
un camino largo y difícil pero, ¿en qué camino quedaríamos más colmados?.
Pbro. Roland Vicente
Castro Juárez