¿QUÉ ES LA CUARESMA?
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la
Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para
arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser
mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza
y termina el Domingo de Ramos, día que se inicia la Semana Santa. A lo largo de
este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por
recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como
hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto
y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión
espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia
nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la
Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas.
Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a
parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos
más de Dios.
Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación
fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros
corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro
amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la
Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría
para alcanzar la gloria de la resurrección.
40 días
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número
cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de
los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los
cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó
Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que
duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material,
seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de
pruebas y dificultades.
La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la
tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la
Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante
vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica
penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero
debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.
I. EL TIEMPO DE CUARESMA
1. Un tiempo con características propias.
La Cuaresma es el
tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha
de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del
Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más
frecuente a las “armas de la penitencia cristiana”: la oración, el ayuno y la
limosna (ver Mt 6,1-6.16-18).
De manera
semejante como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el
desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el nuevo pueblo de
Dios, se prepara durante cuarenta días para celebrar la Pascua del Señor. Si
bien es un tiempo penitencial, no es un tiempo triste y depresivo. Se trata de
un tiempo especial de purificación y de renovación de la vida cristiana para
poder participar con mayor plenitud y gozo del misterio pascual del Señor.
La Cuaresma es un
tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este
camino supone cooperar con la gracia, para dar muerte al hombre viejo que actúa
en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones,
alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios, y por consiguiente,
de nuestra felicidad y realización personal.
La Cuaresma es uno
de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe verse reflejado con
intensidad en cada uno de los detalles de su celebración. Cuanto más se
acentúen sus particularidades, más fructuosamente podremos vivir toda su
riqueza espiritual.
Por tanto habrá
que esforzarse, entre otras cosas:
- Por que se capte
que en este tiempo son distintos tanto el enfoque de las lecturas bíblicas (en
la santa misa prácticamente no hay lectura continua), como el de los textos
eucológicos (propios y determinados casi siempre de modo obligatorio para cada
una de las celebraciones).
- Por que los
cantos, sean totalmente distintos de los habituales y reflejen la
espiritualidad penitencial, propia de este tiempo.
- Por lograr una
ambientación sobria y austera que refleje el carácter de penitencia de la
Cuaresma.
2. Sentido de la Cuaresma.
Lo primero que
debemos decir al respecto es que la finalidad de la Cuaresma es ser un tiempo
de preparación a la Pascua. Por ello se suele definir a la Cuaresma, “como
camino hacia la Pascua”. La Cuaresma no es por tanto un tiempo cerrado en
sí mismo, o un tiempo “fuerte” o importante en sí mismo.
Es más bien un
tiempo de preparación, y un tiempo “fuerte”, en cuanto prepara para un tiempo
“más fuerte” aún, que es la Pascua. El tiempo de Cuaresma como preparación a la
Pascua se basa en dos pilares: por una parte, la contemplación de la Pascua de
Jesús; y por otra parte, la participación personal en la Pascua del Señor a
través de la penitencia y de la celebración o preparación de los sacramentos
pascuales –bautismo, confirmación, reconciliación, eucaristía-, con los que
incorporamos nuestra vida a la Pascua del Señor Jesús.
Incorporarnos al “misterio pascual” de Cristo supone participar en
el misterio de su muerte y resurrección. No olvidemos que el Bautismo nos
configura con la muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma busca que esa
dinámica bautismal (muerte para la vida) sea vivida más profundamente. Se trata
entonces de morir a nuestro pecado para resucitar con Cristo a la verdadera
vida: “Yo les aseguro que si el grano de trigo…muere dará mucho fruto” (Jn
20,24).
A estos dos
aspectos hay que añadir finalmente otro matiz más eclesial: la Cuaresma es
tiempo apropiado para cuidar la catequesis y oración de los niños y jóvenes que
se preparan a la confirmación y a la primera comunión; y para que toda la
Iglesia ore por la conversión de los pecadores.
3. Estructuras del tiempo de Cuaresma.
Para poder vivir
adecuadamente la Cuaresma es necesario clarificar los diversos planos o
estructuras en que se mueve este tiempo.
En primer lugar,
hay que distinguir la “Cuaresma dominical”, con su dinamismo propio e
independiente, de la “Cuaresma de las ferias”.
a. La “Cuaresma dominical”.
En ella se
distinguen diversos bloques de lecturas. Además el conjunto de los cinco
primeros domingos, que forman como una unidad, se contraponen al último domingo
–Domingo de Ramos en la Pasión del Señor-, que forma más bien un todo con las
ferias de la Semana Santa, e incluso con el Triduo Pascual.
b. La “Cuaresma ferial”.
Cabe también
señalar en ella dos bloques distintos:
- El de las Ferias
de las cuatro primeras semanas, centradas sobre todo en la conversión y la
penitencia.
- Y el de las dos
últimas semanas, en el que, a dichos temas, se sobrepone, la contemplación de
la Pasión del Señor, la cual se hará aún más intensa en la Semana Santa.
Al organizar,
pues, las celebraciones feriales, hay que distinguir estas dos etapas,
subrayando en la primera los aspectos de conversión (las oraciones, los
prefacios, las preces y los cantos de la misa ayudarán a ello).
Y, a partir del
lunes de la V Semana, cambiando un poco el matiz, es decir, centrando más la
atención en la cruz y en la muerte del Señor (sobre todo las oraciones de la
misa y el prefacio I de la Pasión del Señor, toman este nuevo matiz).
En el fondo, hay
aquí una visión teológicamente muy interesante: la conversión personal, que
consiste en el paso del pecado a la gracia (santidad), se incorpora con un
“crescendo” cada vez más intenso, a la Pascua del Señor: es sólo en la persona
del Señor Jesús, nuestra cabeza, donde la Iglesia, su cuerpo místico, pasa de
la muerte a la vida.
Digamos finalmente que sería muy bueno subrayar con mayor
intensidad las ferias de la última semana de Cuaresma –la Semana Santa- en las
que la contemplación de la cruz del Señor se hace casi exclusivamente (Prefacio
II de la Pasión del Señor). Para ello, sería muy conveniente que, en esta
última semana se pusieran algunos signos extraordinarios que recalcaran
la importancia de estos últimos días. Si bien las rúbricas señalan algunos de
estos signos, como por ejemplo el hecho que estos días no se permite ninguna celebración
ajena (ni aunque se trate de solemnidades); a estos signos habría que sumar
algunos de más fácil comprensión para los fieles, para evidenciar así el
carácter de suma importancia que tienen estos días: por ejemplo el canto de la
aclamación del evangelio; la bendición solemne diaria al final de la misa
(bendiciones solemnes, formulario “Pasión del Señor”); uso de vestiduras
moradas más vistosas, etc.
4. El lugar de la celebración.
Se debe buscar la
mayor austeridad posible, tanto para el altar, el presbiterio, y los demás
lugares y elementos celebrativos. Únicamente se debe conservar lo que sea
necesario para que el lugar resulte acogedor y ordenado. La austeridad de los
elementos con que se presenta en estos días la iglesia (el templo), contrapuesta
a la manera festiva con que se celebrará la Pascua y el tiempo pascual, ayudará
a captar el sentido de “paso” (pascua = paso) que tienen las
celebraciones de este ciclo.
Durante la
Cuaresma hay que suprimir, pues, las flores (las que pueden ser sustituidas por
plantas ornamentales), las alfombras no necesarias, la música instrumental, a
no ser que sea del todo imprescindible para un buen canto. Una práctica que en
algunas iglesias podría ser expresiva es la de recubrir el altar, fuera de la
celebración eucarística, con un paño de tela morada.
Finalmente hay que recordar, que la misma austeridad en flores y
adornos debe también aplicarse al lugar de la reserva eucarística y a la
bendición con el Santísimo, pues debe haber una gran coherencia entre el culto
que se da al Santísimo y la celebración de la misa.La misma coherencia debe
manifestarse entre la liturgia y las expresiones de la piedad popular. Así,
pues, tampoco caben elementos festivos, durante los días cuaresmales y de
Semana Santa, ni en el altar de la reserva ni en la exposición del Santísimo.
5. Solemnidades, fiestas y memorias durante la Cuaresma.
Otro punto que
debe cuidarse es el de las maneras de celebrar las fiestas del Santoral durante
la Cuaresma. El factor fundamental consiste en procurar que la Cuaresma no
quede oscurecida por celebraciones ajenas a la misma. Precisamente para lograr
este fin, el Calendario romano ha procurado alejar de este tiempo las
celebraciones de los santos.
De hecho durante
todo el largo período cuaresmal, sólo se celebran un máximo de cuatro
festividades (además de alguna solemnidad o fiesta de los calendarios
particulares): San Cirilo y San Metodio (14 de febrero); la Cátedra de San
Pedro (22 de febrero); San José, casto esposo de la Virgen María (19 de marzo)
y la Anunciación del Señor (25 de marzo). En todo caso en la manera de celebrar
estas fiestas no deberá darse la impresión de que se “interrumpe la Cuaresma”,
sino más bien habrá que inscribir estas fiestas en la espiritualidad y la
dinámica de este tiempo litúrgico.
Con respecto a la
memoria de los santos, hay que recordar que durante la Cuaresma todas ellas son
libres y si se celebran, se debe hacer con ornamentos morados, y del modo como
indican las normas litúrgicas.
1. Con respecto al conjunto de las celebraciones.
Se omite siempre
el “Aleluya” en toda celebración.
Esta mandado
suprimir los adornos y flores de la iglesia, excepto el IV Domingo. (Domingo de
la alegría en nuestro camino hacia la Pascua). Igualmente se suprime la música
de instrumentos (excepto el IV Domingo), a no ser que sean indispensables para
acompañar algún canto.
Las mismas expresiones de austeridad en flores y música se tendrán
en el altar de la reserva eucarística y en las celebraciones extralitúrgicas, y
en las manifestaciones de piedad popular.
2. Con respecto a las celebraciones de la eucaristía.
Excepto en los
domingos y en las solemnidades y fiestas que tienen prefacio propio, cada día
se dice cualquiera de los cinco prefacios de Cuaresma.
Los domingos se
omite el himno del “Gloria”. Este himno, en cambio, se dice en las solemnidades
y fiestas.
Antes de la
proclamación del evangelio, tanto en las misas del domingo como en las
solemnidades, fiestas y ferias, el canto del “Aleluya” se substituye por alguna
otra aclamación a Cristo. Con todo, para subrayar mejor la distinción entre las
ferias y los días festivos, creemos mejor omitir siempre este canto en los días
feriales. Incluso en los domingos, es mejor omitir esta aclamación que recitarla
sin canto.
Los domingos no se
puede celebrar ninguna otra misa que no sea la del día. En las ferias, las
señaladas en el Calendario Litúrgico con la letra (D), existe la posibilidad de
celebrar alguna misa distinta de la del día. Si en las ferias se quiere hacer
la memoria de algún santo, se substituye la colecta ferial por la del santo.
Los demás elementos deben ser feriales (incluso la oración sobre las ofrendas y
después de la comunión).
1. Textos eucológicos.
La Cuaresma es el tiempo del año que posee mayor riqueza de textos
eucológicos (conjunto de oraciones de un libro litúrgico o de una celebración).
La misa no sólo tiene propia la primera oración de cada día, sino incluso la
oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión. Pero, además de
estos textos obligatorios, subrayaríamos la importancia de otros formularios
que pueden usarse libremente:
a.- El acto penitencial de la misa.
Sería recomendable destacar, durante este tiempo, esta parte de la
celebración. Podrían, por ejemplo, variarse cada día de la semana las
invocaciones (la nueva edición del Misal Romano ofrece para ello una variedad
de posibilidades), y cantar a diario –no limitarse a rezar- el “Señor ten
piedad”. Es una manera sencilla de subrayar el carácter penitencial de estos
días.
b. Oración de los fieles.
Convendría emplear algunos formularios en los que se
atendiese el significado propio de este tiempo, y en los que se incluyeran
algunas peticiones por los pecadores, a tenor de lo que se dice al respecto en
el Concilio Vaticano II (ver Sacrosanctum Concilium, N. 109). Asimismo, y
siguiendo el pedido del Papa S. Juan Pablo II, se pueden incluir peticiones por
la paz del mundo, por la familia, por la defensa de la vida, y por las
vocaciones.
d)
Cantos de comunión.
Deberán evitarse los que tuvieren un matiz penitencial, pues la
comunión es siempre un momento festivo. En el momento de comulgar no se trata
de crear un ambiente cuaresmal, sino acompañar festivamente la procesión
eucarística. Por ello es bueno para este momento de la Santa Misa escoger
cantos alusivos al convite eucarístico.
e)
Preparación de los cantos de la Vigilia y de la Cincuentena pascual.
Hay que dedicar
durante la Cuaresma un tiempo cada semana para ensayar cantos pascuales. Esto
no se sitúa solamente en la línea de una necesidad práctica con vistas a las
fiestas y al tiempo litúrgico que se aproximan, sino que además contribuirá a
vivir la Cuaresma como un camino hacia la pascua, creando el deseo de anhelar
su celebración.
En esta línea,
tiene tanta importancia los ensayos en sí como la explicación de algunos textos
cantados. En estos ensayos cuaresmales debería procurarse que el repertorio
pascual progresara de año en año, y, así, los cantos pascuales superaran los de
los otros ciclos, como la Pascua supera en solemnidad las otras fiestas.
Como cantos más
importantes podrían citarse:
Un “Aleluya”
vibrante (y quizá nuevo) que, bien ensayado desde el principio de la Cuaresma,
lo podría saber bien toda la asamblea.
Un “Gloria”
solemne y extraordinario, que podría estrenarse en la Noche santa de Pascua y
convertirse en el “Gloria” propio de la cincuentena, o por lo menos de
la Octava de Pascua. Es bueno recordar que el “Gloria” que se escoja
debe recoger en su totalidad el texto litúrgico del Misal Romano.
Aquel que cantará
el “Pregón Pascual” en la Vigilia Pascual, deberá practicarlo con la
suficiente anticipación y nunca dejar su ensayo para el último momento.
3. Preparación del cirio pascual.
El cirio pascual
es quizás el signo más propio y expresivo de las celebraciones pascuales. Por
ello, no es suficiente comprarlo (sería imperdonable usar el cirio de otros
años, pues la Pascua es la renovación de todo), sino que es necesario ambientar
su futura presencia, y, lograr que los fieles lo anhelen, pues el representa al
Señor glorificado.
Por ello sugerimos
que se organice el IV Domingo de Cuaresma una colecta entre los fieles para
adquirirlo. El IV Domingo de Cuaresma, es el domingo de la alegría en el camino
penitencial hacia la Pascua, y nos invita a pensar en la Pascua como una
celebración ya muy próxima.
Con ello resultaría más verdadera la expresión que se cantará en
el pregón pascual: “En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este
sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de
sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio”. Es evidente que
esta expresión pierde todo su sentido si se usa un cirio que ya ha sido, por
decirlo así, “ofrecido” anteriormente.
4. Oración, mortificación y caridad.
Son las tres
grandes prácticas cuaresmales o medios de la penitencia cristiana (ver Mt
6,1-6.16-18).
Ante todo, está la
vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En
la oración, el cristiano ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la
gracia entre en su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la oración
del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38).
Por tanto debemos en el este tiempo animar a nuestros fieles a una vida de
oración más intensa.
Para ello podría ser aconsejable introducir el rezo de Laúdes o
Vísperas, en la forma que resulte más adecuada: los domingos o en los días
laborables, como una celebración independiente o unidos a la Misa; invitar a
nuestros fieles a formar algún grupo de oración que se reúna establemente bajo
nuestra guía, una vez por semana durante media hora. De esta manera además de
rezar podemos enseñarles a hacer oración; incentivar la oración por la
conversión de los pecadores, oración propia de este tiempo; etc. Además, no hay
que olvidar que la Cuaresma es tiempo propicio para leer y meditar diariamente
la Palabra de Dios.
Por ello sería muy bueno ofrecer a nuestros fieles la relación de
las lecturas bíblicas de la liturgia de la Iglesia de cada día con la confianza
de que su meditación sea de gran ayuda para la conversión personal que nos
exige este tiempo litúrgico.
La mortificación y la renuncia, en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también
constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de la Cuaresma. No
se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien ofrecer
aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas; de aceptar con
humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que nos presenta el ritmo
de la vida diaria, haciendo ocasión de ellos para unirnos a la cruz del Señor.
De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el
desapego y el desprendimiento. Incluso el fruto de esas renuncias y
desprendimientos lo podemos traducir en alguna limosna para los pobres. Dentro
de esta práctica cuaresmal están el ayuno y la abstinencia, de los que nos
ocuparemos más adelante en un acápite especial.
La caridad. De
entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la
vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León
Magno: “estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio
de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser,
debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que
contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados”. Esta vivencia de
la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más
cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos
construyendo en el otro “el bien más precioso y efectivo, que es el de la
coherencia con la propia vocación cristiana” (JuanPablo II).
“Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35). Según Juan Pablo II, el
llamado a dar “no se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato
que llega al hombre desde fuera” sino que “está radicado en lo más hondo del
corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros,
y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás”. “¿Cómo no ver en
la Cuaresma la ocasión propicia para hacer opciones decididas de altruismo y
generosidad? Como medios para combatir el desmedido apego al dinero, este
tiempo propone la práctica eficaz del ayuno y la limosna. Privarse no sólo de
lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en
necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica
praxis de vida cristiana. Nutriéndose con una oración incesante, el bautizado
demuestra, además, la prioridad efectiva que Dios tiene en la propia vida”.
Por ello será oportuno discernir, conforme a la realidad de
nuestras comunidades, qué campañas a favor de los pobres podemos organizar
durante la Cuaresma, y cómo debemos alentar a nuestros fieles a la caridad
personal.
La oración, la mortificación y la caridad, nos ayudan a vivir la
conversión pascual: del encierro del egoísmo (pecado), estas tres prácticas de
la cuaresma nos ayuda a vivir la dinámica de la apertura a Dios, a nosotros
mismos y a los demás.
5. La abstinencia y el
ayuno.
La práctica del
ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un
“ejercicio” que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena
para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: “No sólo de
pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt
4,4; ver Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)
¿Qué exige la Abstinencia
y del Ayuno?
La abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lactinios y cualquier
condimento a base de grasa de animales. Son días de abstinencia todos los
viernes del año.
El ayuno
exige hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de
alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que respecta a la
calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas (Constitución
Apostólica poenitemi, sobre doctrina y normas de la penitencia, III, 1,2).
Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Según acuerdo de los Obispos del Perú reunidos en Enero de 1985, y
conforme a las Normas complementarias de la Conferencia Episcopal Peruana al
Código de Derecho Canónico de Enero de 1986 aprobadas por la Santa Sede, el
Ayuno y la Abstinencia puede ser reemplazado por:
- Prácticas de piedad (por ejemplo, lectura de la Sagrada
Escritura, Santa Misa, Rezo del Santo Rosario).
- Mortificaciones
corporales concretas.
- Abstención de bebidas alcohólicas, tabaco, espectáculos.
- Limosna según las propias posibilidades. Obras
de caridad, etc.
¿Quiénes están llamados a
la abstinencia y al ayuno?
A la Abstinencia de carne: los mayores de 14 años.
Al Ayuno: los mayores de edad (18 años) hasta los 59 años.
¿Por qué el Ayuno?
Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede
clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación
espiritual que acerca el hombre a Dios.
El abstenerse de la comida y la bebida tiene como fin introducir en al
existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el
desprendimiento de lo que se podría definir como “actitud consumística.
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las
características de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El
hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de
ellos. La civilización se mide entonces según la cantidad y la calidad de las
cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro
adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo
para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y
útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se
deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada
vez mayor.
El hombre de hoy debe ayunar, es decir,
abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los
sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo solo
cuando logra decirse a sí mismo: No. No es la renuncia por la renuncia: sino
para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los
valores superiores, para el dominio de sí mismo.
6. La Confesión.
La Cuaresma es tiempo penitencial por excelencia y por tanto se
presenta como tiempo propicio para impulsar la pastoral de este sacramento
conforme a lo que nos ha pedido recientemente el Santo Padre y nuestro
Arzobispo Primado, ya que la confesión sacramental es la vía ordinaria para
alcanzar el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del
Bautismo.
No hay que olvidar que nuestros fieles saben, por una larga
tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el
precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez
al año. Por todo ello, habrá que ofrecer horarios abundantes de
confesiones.
7. La Cuaresma y la Piedad Popular.
La Cuaresma es
tiempo propicio para una interacción fecunda entre liturgia y piedad
popular. Entre las
devociones de piedad popular más frecuentes durante la Cuaresma, que podemos
alentar están:
La Veneración a Cristo Crucificado.
En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la
Pasión del Señor, es el día por excelencia para la “Adoración de la santa
Cruz”. Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de
la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por
una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de
Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el
significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente,
padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor
solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los
elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos
como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la
cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a
veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene
necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial
de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío,
la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración
evangélica y en el designio salvífico de Dios.
La Lectura de la
Pasión del Señor.
Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá
llevar a la comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre
todo, para la lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los
fieles tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en
ellos sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas
cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para
remisión de los pecados de todo el género humano y también de los propios;
compasión y solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por
el amor infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión
para con todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de
mansedumbre, paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado
en las manos del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su
Pasión.
El Vía Crucis.
Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la
Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A
través de este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su
afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena:
del Monte de los Olivos, donde en el “huerto llamado Getsemani” (Mc 14,32) el
Señor fue “presa de la angustia” (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue
crucificado entre dos malhechores (ver Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado
en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (ver Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de
piedad son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los
santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la
subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una
fisonomía sugestiva. En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen
también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la
comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del
misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de
conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias del
seguimiento de Cristo, según la cual el discípulo debe caminar detrás del
Maestro, llevando cada día su propia cruz (ver Lc 9,23) Por tanto debemos
motivar su rezo los miércoles y/o viernes de cuaresma.
8. La Virgen María en
la Cuaresma.
En el plan salvífico de Dios (ver Lc 2,34-35) están asociados
Cristo crucificado y la Virgen dolorosa. Como Cristo es el “hombre de dolores”
(Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en “reconciliar consigo
todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la
sangre de su cruz” (Col 1,20), así María es la “mujer del dolor”, que Dios ha
querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión. Desde los días
de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo
de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (ver Lc
2,35).
Por ello la Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en
nuestro amor filial a Aquella que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, y se
entregó Ella misma con Él, por nuestra salvación. Este amor filial lo podemos
expresar durante la Cuaresma impulsando ciertas devociones marianas propias de
este tiempo: “Los siete dolores de Santa María Virgen”; la devoción a
“Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores” (cuya memoria litúrgico se puede
celebrar el viernes de la V semana de Cuaresma; y el rezo del Santo Rosario,
especialmente los misterios de dolor.
También podemos impulsar el culto de la Virgen María a
través de la colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María, cuyos
formularios de Cuaresma pueden ser usados el día sábado.
1. Miércoles de Ceniza.
La bendición e imposición de la ceniza se hace después del
evangelio y de la homilía. Con motivo de este rito penitencial, al empezar la
misa de este día se suprime el acto penitencial acostumbrado. Por ello, después
que el celebrante ha besado el altar, saluda al pueblo y, a continuación, se
pueden decir las invocaciones, “Señor ten piedad”, (sin anteponer otras
frases, pues hoy no son el acto penitencial), y la oración colecta, y se
pasa a la liturgia de la palabra.
Después de la
homilía se hace la bendición e imposición de la ceniza; acabada ésta, el
celebrante se lava las manos y se continúa la celebración con la oración de los
fieles.
2. Domingo IV de Cuaresma.
Por ser el domingo
de la alegría en el camino cuaresmal hacia la Pascua, durante todo el
domingo IV, desde las I Vísperas que se celebran el sábado anterior, es
conveniente poner flores en el altar y tocar música durante las celebraciones.
De esta manera se subraya a los fieles que esta cerca la gran fiesta de la
Pascua y que el fruto de nuestro esfuerzo cuaresmal, será resucitar con el
Señor a la vida verdadera.
3. Ferias de la V Semana de Cuaresma.
Las ferias de la V
Semana de Cuaresma –antigua semana de Pasión- tienen unas pequeñas
características propias: sin dejar de ser tiempo de Cuaresma, ya toman algo del
color propio de la próxima Semana Santa y con ello inauguran, en cierta manera,
la preparación del Triduo Pascual, llevándonos a la contemplación de la gloria
de la cruz de Jesucristo.
Es conveniente no
olvidar que en la misa, se dice todos los días el prefacio I de la Pasión del
Señor.
Ayuno y abstinencia
El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La
abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza
y el Viernes Santo.
La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de
los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu,
alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras
con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de
la Iglesia.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio,
dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues
ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de
penitencia cristiana.
¿Por qué el Ayuno?
Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios. El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".
Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las
características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los
bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide
entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones
de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.
Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no
sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas
y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se
deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.
El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de
estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de
algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.
No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más
equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores,
para el dominio de sí mismo.
V.- ETIMOLOGÍA CUARESMAL
INCIENSO
El incienso de "incendere", "encender", es una
de las resina que produce un agradable aroma al arder. Esta palabra latina da
origen también al termino "incensario" (el instrumento metálico para
incensar), mientras que la raíz griega "tus", que también significa
incienso, explica la palabra "turíbulo" (incensario) y
"turiferario" (el que lo lleva).
El incienso se da sobre todo en el Oriente, y ya desde muy antiguo
en Egipto, antes que llegaran los israelitas se usaba en ceremonias religiosas,
por su fácil simbolismo de perfume y fiesta, de signo de honor y respeto o de
sacrificio a los dioses. Ya antes en torno al Arca de la Alianza, pero sobre
todo el templo de Jerusalén era clásico el rito del incienso (Ex.30). La reina
de Sabá trajo entre otros regalos gran cantidad de aromas a Salomón (1R.10).
Los cristianos sobre el siglo IV introdujeron el incienso en el
lenguaje simbólico de sus celebraciones, cuando se consideró superado el
peligro anterior de confusión con los ritos idolátricos del culto romano.
Actualmente se inciensa en la misa, cuando se quiere resaltar la
festividad del día, el altar, las imágenes de la Cruz o de la Virgen, el libro
del evangelio, las ofrendas sobre el altar, los ministros y el pueblo cristiano
en el ofertorio, el Santísimo después de la consagración o en la celebraciones
de culto eucarístico. Con ello se quiere significar a veces un gesto de honor
(al Santísimo, al cuerpo del difunto en las exequias), o un símbolo de ofrenda
sacrificial (en el ofertorio, tanto el pan y el vino como las personas).
AYUNO
Llamamos "ayuno" (latín "ieunium") a la
privación voluntaria de comida durante algún tiempo por motivo religioso, como
acto de culto ante Dios.
En la Biblia el ayuno puede ser señal de penitencia, expiación de
los pecados, oración intensa o voluntad firme de conseguir algo. Otras veces,
como en los cuarenta días de Moisés en el monte o de Elías en el desierto o de
Jesús antes de empezar su misión, subraya la preparación intensa para un
acontecimiento importante.
El ayuno Eucarístico tiene una tradición milenaria; como
preparación a este sacramento, el feligrés se abstiene antes de otros
alimentos.
Es en Cuaresma, desde el siglo IV, cuando más sentido ha tenido
siempre para los cristianos el ayuno como privación voluntaria de la que
existen en otras culturas y religiosas por motivos religiosos. El ayuno junto
con las oración y la caridad, ha sido desde muy antiguo una "practica
cuaresmal" como signo de la conversión interior a los valores
fundamentales del evangelio de Cristo.
Actualmente nos abstenemos de carne todos los viernes de Cuaresma
que no coincidan con alguna solemnidad; hacemos abstinencia y además ayuno (una
sola comida al día) el miércoles de ceniza y el Viernes Santo.
(del latín cinis, ceniza) Material proveniente de la combustión de
algo por el fuego. Simboliza la muerte, la fragilidad de la vida y también la
humildad y la penitencia. Las que se imponen el Miércoles de Ceniza se preparan
quemando palmas y olivos benditos el Domingo de Ramos del año anterior..
El simbolismo de la ceniza es el siguiente:
a) Condición débil y caduca del hombre, que camina hacia la
muerte;
b) Situación pecadora del hombre;
c) Oración y súplica ardiente para que el Señor acuda en su ayuda;
d) Resurrección, ya que el hombre está destinado a participar en
el triunfo de Cristo.
Convertirse es reconciliarse con Dios, apartarse del mal, para
establecer la amistad con el Creador. Supone e incluye dejar el arrepentimiento
y la Confesión de todos y cada uno de nuestros pecados. Una vez en gracia (sin
conciencia de pecado mortal), hemos de proponernos cambiar desde dentro (en
actitudes) todo aquello que no agrada a Dios
La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere
decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre
misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta
palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas:
En francés: «aumone»; en español: «limosna»; en portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en inglés: «Alms».
Miércoles de Ceniza: Miércoles anterior al primer domingo de
Cuaresma. Este día, con la imposición de las cenizas, comienzan las prácticas
penitenciales del tiempo que prepara a la Pascua.
(del latín abstinentia, acción de privarse o abstenerse de algo)
Gesto penitencial. Actualmente se pide que los fieles con uso de razón y que no
tengan algún impedimento se abstengan de comer carne, realicen algún tipo de
privación voluntaria o hagan una obra caritativa los días viernes, que son
llamados días penitenciales
Sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno y
abstinencia.
(en latín: El camino de la cruz) Ejercicio piadoso que consiste en
meditar el camino de la cruz por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Esta
meditación se divide en 14 o 15 momentos o estaciones. San Leopoldo de Porto
Mauricio dio origen a esta devoción en el siglo XIV en el Coliseo de Roma,
pensando en los cristianos que se veían imposibilitados de peregrinar a Tierra
Santa para visitar los santos lugares de la pasión y muerte de Jesucristo.
Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los días viernes, sobre todo en
Cuaresma. En muchos templos están expuestos cuadros o bajorrelieves con
ilustraciones que ayudan a los fieles a realizar este ejercicio.
Solemnidad que se celebra el 25 de marzo, nueve meses antes del
día de Navidad. Se recuerda el anuncio del ángel a María y la Encarnación del
Verbo de Dios. Es una fiesta de carácter cristológico y, al mismo tiempo,
mariano.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez