“YO SOY EL CAMINO”
ORACION COLECTA
Señor, tu que te has dignado
redimirnos y haz querido haceros hijos tuyos, míranos siempre con amor de
padre y haz que cuantos creemos en
Cristo, tu Hijo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por
Jesucristo nuestro Señor.
PRIMERA LECTURA
Lectura de los Hechos de los
Apóstoles 6, 1-7
En aquellos días, al crecer el
número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua
hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los
apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
No nos parece bien descuidar la
Palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged
a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y
los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al
servicio de la palabra.
La propuesta les pareció bien a
todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe,
Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los
presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando.
La Palabra de Dios iba cundiendo
y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes
aceptaban la fe.
SALMO
RESPONSORIAL (32)
El Señor es compasivo y misericordioso.
Aclamen,
justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos; dad gracias al Señor
con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
La
palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; él ama la
justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.
Los
ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su
misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de
hambre. R
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del Apóstol
San Pedro 2, 4-9
Queridos hermanos:
Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y
preciosa ante Dios, también ustedes, como piedras vivas, entran en la
construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para
ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice la Escritura: «Yo
coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no
quedará defraudado.».
Para ustedes los
creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos es la piedra que
desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular, en
piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
Y ellos tropiezan al no
creer en la palabra: ése es su destino.
Ustedes, en cambio, son
, una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo
adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la
tiniebla y a
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 1-12
En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No pierdan la calma, crean en Dios y
crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias si no, os lo
había dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio
volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.
Y adonde yo voy, ya saben el camino.
Tomás
le dice: Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?.
Jesús
le responde: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por
mí. Si me conocieran a mí, conocieran también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y
lo han visto.
Felipe
le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: Hace tanto
que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe?. Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?». ¿No crees que yo estoy
en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia.
El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el
Padre y el Padre en mí. Si no, crean a las obras. Les lo aseguro: el que cree
en mí, también el hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy
al Padre.
COMENTARIO
En un pueblo de
orígenes seminómadas, el tema del camino tiene un amplio uso en todas las
facetas de la vida. La palabra "camino" se emplea para designar la
ley de Moisés como cauce y dirección que el hombre ha de conocer y aceptar si
quiere llegar a la felicidad que anhela. Es necesario conocer los caminos del
Señor (las Sagradas Escrituras y preceptos legales: Sal 119.). La desobediencia
a esta ley es un extravío (Dt 31. 17) que orienta hacia metas contrarias a las
realmente deseadas por el hombre.
Jesús no es sólo
un nuevo Moisés que guía a su pueblo a través del desierto por rutas que otros
hayan trazado. Moisés no era la ley. Jesús afirma que él en persona es el
camino verdadero y viviente que sustituye a la ley mosaica. Para el cristiano,
no serán ni diez, ni trescientos trece los mandamientos de Dios; será la
persona misma de Jesús por medio de su Espíritu quien sirva de cauce buscado a
su actuar diario.
Todo hombre, en
su vida, sigue un camino u otro. Todo hombre busca, en su vida, encontrar la
verdad. Y todo hombre desea, en fin, que su vida no termine para siempre. A
esos tres profundos anhelos del hombre da Jesús, en el evangelio de hoy,
respuesta bien cumplida. Y no una respuesta teórica, cabalística o extraña: él mismo es el Camino,
la Verdad y la Vida.
En él, y en
vivir la vida como él la vivió, está la respuesta a los interrogantes y las
búsquedas del hombre. El Camino a seguir, La Verdad a defender, la Vida que no
se pierde, están al alcance de nuestra mano. Elegirlos o rechazarlos es cosa
nuestra.
Es necesario
convertirse y dejar de "judaizar". Hay que evitar entender las
palabras de Jesús como letra obligatoria, fijada y muerta.
En la lectura de
nuestra Biblia hemos de encontrar no una nueva normativa superior a otras, sino
a una persona dinamizadora y vivificante.
No se trataba ni
se trata de seguir física o miméticamente a Jesús por los polvorientos caminos
de Palestina, ni siquiera de saberse sus discursos o su doctrina.
Se nos pide ser
discípulos, no alumnos. Convertirse a él implica en primer lugar encontrarse
con él, aceptarle convencida y voluntariamente, estar de acuerdo con sus
sentimientos y su concepción de la vida.
De estas raíces
saldrán en último término los frutos de una actuación externa coherente con lo
que en el interior se siente y se vive. El programa de Jesús es él mismo.
PLEGARIA UNIVERSAL
Con fe en el Señor resucitado y para que, creyendo tengamos vida
en su nombre, dirijamos al Señor nuestra plegaria.
1.-
Para que la Iglesia viva con plenitud el gozo pascual y lo extienda con su
testimonio a todos los hombres. Roguemos al Señor.
2.- Para que el Papa, los obispos y sacerdotes
tengan el Espíritu de Cristo y sepan transmitir con fidelidad el mensaje
renovador de su muerte y resurrección. Roguemos al Señor.
3.-
Para que los pobres, enfermos y cuantos sufren encuentren la fortaleza que
necesitan. Roguemos al Señor.
4.-
Para que todos los hombres perciban los frutos del gozo y la paz que Cristo nos
comunicó por su resurrección. Roguemos al Señor.
5.-
Para que aquí reunidos experimentemos en nuestras vidas la fuerza de Cristo
resucitado y llevemos, por el amor y el
perdón, su alegre noticia al mundo que nos rodea. Roguemos al Señor.
Señor, tu que por medio de tu Hijo resucitado quisiste dar muerte
a nuestro hombre viejo y nos convertiste por la fe en hombre nuevo, aumenta
nuestra fe y dígnate escuchar cuantos te hemos pedido. Por el mismo Jesucristo
nuestro Señor.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio
nos haces participes de tu divinidad, concédenos que nuestra vida sea
manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos. Por Jesucristo nuestro
Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo,
y ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos
nuestra antigua vida de pecado y vivamos ya desde ahora, la novedad de la vida
eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 15: Hch.
14, 5-18; Sal 113b; Jn. 14, 21-26.
Martes 16: Hch.
14, 19-28; Sal 144; Jn. 14, 27-31ª.
Miércoles 17: Hch.
15, 1-6; Sal 121; Jn. 15, 1-8.
Jueves 18: Hch.
15, 7-21; Sal 95; Jn. 15, 9-11.
Viernes 19: Hch. 15, 22-31; Sal 56; Jn. 15, 12-17.
Sábado 20: Hch.
16, 1-10; Sal 99; Jn. 15, 18-21.
Domingo 21: Hch. 8, 5-8.14-17; Sal 65; Pe. 3, 15-18; Jn.
14, 15-21
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 14. 1-12
Jn 14. 1-12
1. Jesús,
a solas con la comunidad cristiana, con aquéllos que le han prestado su
adhesión saliendo del ámbito de la esclavitud religiosa judía. En la vigilia de
su paradójica glorificación, cuando se ponga de manifiesto su gloria, es decir,
su capacidad real de amar a costa de su propia vida. Este amor es el lugar donde
él mora y tiene la altura de una cruz. Jesús se va al lugar que le es propio.
Es un espacio, un ámbito espacioso: el espacio del amor a toda costa. Un
espacio ilimitado, con amplitud infinita, la amplitud que le confiere el amor
sin fronteras del Padre.
J/PADRE: La religión judía había empequeñecido este
espacio convirtiéndolo en un "bunker" donde se refugiaban los heridos
que causaba la propia religión. En este "bunker", Yahvé había perdido
su nombre y se había convertido en divinidad sin rostro. El trabajo de Jesús ha
consistido en devolverle a Yahvé su rostro concreto, el de Padre que ama. Un
continuo y arduo trabajo de depuración del hecho religioso, invirtiendo
totalmente la concepción tradicional de Dios. En Jesús, Dios ha recobrado su
verdadero rostro, deformado por los hombres religiosos. Por eso, este rostro
brillará en todo su esplendor en la cruz, porque no hay mayor amor que dar la
vida. La cruz, es decir, el amor, es el lugar hacia el que Jesús va. Ver a
Jesús es, pues, ver al Padre, porque uno y otro no son más que amor a ultranza.
De ahí que Jesús sea el camino, la verdad, la vida. Su criterio de verificación
son sus obras, sus acciones concretas de amor: la mujer que no ha muerto
apedreada, el ciego que ve, el paralítico que anda, la gente hambrienta
comiendo al aire libre, es decir, personas liberadas, con capacidad de
movimientos, personas emancipadas y adultas. Personas así son las obras que el
cristiano está llamado a realizar.
Dabar 1981/31
2. J/LEY /Jn/01/17-18.
El autor del
cuarto evangelio es de un radicalismo y de un atrevimiento que asustan. ¿La Ley
es mala? La Ley es la Ley, pero no es reveladora de Dios. La Ley es necesaria
en un mundo de tullidos religiosos, pero no en el mundo de los hijos de Dios.
Las obras de éstos son de una altura y una categoría desconocidas en un sistema
de Ley. Estas obras o trabajos posibilitan la libertad de movimientos (cf Jn 5.
1-9), la fiesta al aire libre (cf. Jn 6. 1-15), la autocrítica (cf. Jn 8.
2-11), la visión (cf.Jn 9. 1-7), la vida (cf Jn 11. 38-44). A través de estos
trabajos es como el autor del cuarto evangelio nos ha presentado a Jesús
revelando al Padre. A trabajos de este tipo nos invita el autor para poder ser
reveladores del Padre.
A. Benito, Dabar 1987/29
"No
perdáis la calma". Lo dice Jesús en un momento en el que las cosas estaban
mal para Él y para los suyos. Lo van a matar, que es el acontecimiento por
excelencia que puede alterar a un ser humano, y aquellos hombres a los que ha
llamado desde diversos sitios y que han convivido con Él van a quedar
desbordados por los acontecimientos. Era de lo más importante, por
consiguiente, la recomendación de Jesús.
Pero,
naturalmente, para mantener la calma es necesario tener unos firmes cimientos.
Jesús los pone inmediatamente después de la recomendación que hace: "Creed
en Dios y creed también en Mí". Ahí está el secreto de la calma que pide
el Señor. No es la calma del apático ni del pasota. No. Es la calma del hombre
que vive integrado en los problemas de su tiempo, que los siente, que los
sigue, que se incorpora a ellos, que intenta -si puede- solucionarlos, pero que
mantiene fija su vista en Dios, creyendo en Él. Es la calma del hombre sensible
al dolor ajeno y propio, sensible a la injusticia, sensible ante los
acontecimientos inexplicables que nos dejan asombrados y sin respuesta pero
que, a pesar de todo, cree en Dios. La calma que pide el Señor es una calma
activa, fruto de una personalidad forjada en el seguimiento de Cristo, que es
el rostro del Dios en el que creemos y al que no hemos visto nunca, como le
dice Felipe al Señor.
Ana M. Cortes, Dabar 1987/29
4. VIDA/SENTIDO
Cuando el
hombre pregunta por el camino está preguntando por el sentido y meta de su
existencia. Así se entiende la respuesta de Jesús.
Jesús es el
camino para Dios porque en Jesús es Dios quien personalmente ha venido al
hombre, abriéndole así el camino.
6.- La marcha
de Jesús y el miedo ante un mundo hostil hace nacer en los discípulos una
profunda angustia que corre el peligro de hacerlos sucumbir (14. 27; 16. 6/20).
Jesús quiere confortarlos mostrándoles que su marcha constituirá un paso serio
para una unión de carácter más íntimo que la que ahora tienen entre ellos, por
la fuerza del Espíritu. El miedo atenaza muchas veces al que cree en Jesús. Su
fuerza y su palabra le liberan.
El camino para
llegar a creer en Dios no es para nosotros más que uno solo: JC. De ahí que la
fe, asegurada en la propia fe de Jesús, tiene que remontar la angustia que
provoca la dureza de la vida hasta el encuentro con lo más íntimo de Dios. Para
nosotros, hoy por hoy, nuestra fe es la fe en Jesús. Confiados en él sabemos
que saldremos airosos de nuestra propia limitación y de la del mundo que nos
rodea, por dura que sea la contradicción.
La imagen del
camino largo y difícil que Israel debió recorrer para mantenerse en la
fidelidad a su Dios se encuentra en toda su amplitud en el Éxodo y su
simbólica. Después, la imagen fue aplicada a la ley como camino del justo hacia
Dios (Dt 34. 4; Sal 25. 10). En el NT la forma de caminar según Dios es la
persona misma de Jesús (Mc 8. 34; Lc 9. 23), pero en Juan tiene aún un
significado más profundo: Jesús no es solamente el camino en la medida en que,
por su enseñanza, conduce a la vida, sino que él es el camino que conduce al
Padre en la medida en que él mismo es la verdad y la vida (cf. 10. 9). Está
bien marcado el sentido último de nuestra misión cristiana: vivir como Jesús ha
vivido y tener la misma manera de pensar adaptada al mundo de hoy.
Felipe (1. 44)
expresa la aspiración más profunda del hombre, aspiración que nadie de nosotros
logra colmar (1. 18; 6. 46).
Pero Jesús se
presenta en esta situación como la garantía de la consecución de ese fin último
al que tiende con ansia el corazón del hombre. O dicho de otro modo: Jesús
puede hacer que el hombre sea feliz ya desde ahora.
Eucaristía
1978/19
Los Evangelios
de este día y de los domingos siguientes proponen extractos del discurso
pronunciado por Jesús después de la cena. Se trata de tres textos sucesivos. El
primero (Jn 13, 33-14, 31) es un discurso de despedida, al final del cual los
apóstoles y Cristo "se levantan" (Jn 14, 31); ha terminado la
reunión. El segundo (Jn 15-16) es un doblete del primero, cuyos temas principales
desarrolla. El tercero (Jn 17) reproduce la oración "sacerdotal" de
Cristo a su Padre. El Evangelio de este primer ciclo pertenece al primer
discurso.
Los apóstoles
manifiestan su inquietud y su tristeza ante el abandono de Cristo. Jesús les
anuncia que todos se reunirán en torno al Padre (Jn 14, 1-3, 19, 28), y les
garantiza su presencia entre ellos por el amor (Jn 13, 33-35; 14, 21) y el
conocimiento que de El tendrán (Jn 14, 4-10). Este pasaje evoca dos temas
bíblicos importantes: el de la casa y el de la ruta.
a) La casa de
Dios designa el Templo de Jerusalén. Pero Jesús ha dejado bien patente que la
verdadera morada del Padre no podía confundirse con esta casa de comercio y de
contratación (Jn 2, 17-20). Dio a entender, asimismo, que El mismo era esta
casa de Dios (Jn 2, 20-22), ya que su fidelidad al Padre constituye el
sacrificio definitivo y, en El, serán acogidos todos los hombres con mayor
hospitalidad que en el templo de Sión. En esta primera parte de su discurso
hace ver que la casa del Padre es la gloria en la que El entrará pronto y
adonde no pueden seguirle los que aún no hayan vencido la muerte y el pecado
(vv.1-3; cf. 2 Cor 5, 1). La casa llega a ser, según esto, una experiencia más:
la de "vivir" con el Señor y el Padre (v. 3); no es tanto un lugar
como una manera de existir sumergido en la vida divina y en la comunión con el
Padre.
b) La imagen de
la casa evoca sin esfuerzo alguno la de los caminos que a ella conducen: éxodo
que lleva a la Tierra Prometida, peregrinaje que nos pone en el Templo, camino
de regreso del destierro. Este tema del camino introduce la idea de la
mediación de Cristo. Lo mismo que la estancia del Padre excluye un lugar
físico, material, siendo más bien experiencia interna de comunión con El, de
igual modo el camino que lleva a esa unión cae fuera de toda localización
física, pues es una vivencia íntima en que se confunden autor y receptor de la
misma, comunicada por Dios a los hombres (v. 10) mediante la enseñanza de su
"verdad" y la comunicación de su "vida" (v. 6). Jesús es
verdad porque es la revelación exacta del Padre, inabordable en todos los
aspectos. Es vida porque, a partir de El, puede el hombre participar de la
comunión con Dios vivo (Jn 3, 36; 5, 24; 6, 47); y es, sobre todo, camino,
porque sus funciones de verdad y vida tienen su realización definitiva dentro
de un contexto escatológico cuyo cumplimiento está próximo.
Si tomamos las
expresiones del v. 6 desde otro punto de vista, podría decirse que son, al
mismo tiempo "descendentes" (verdad y vida) y "ascendentes"
(camino); se completan entre sí para evocar la mediación exclusiva del
Hombre-Dios. Cristo es el camino por el hecho de haber vivido en Sí mismo la
transfiguración, bajo el influjo de la gloria de Dios, de la humanidad fiel, y
por haber comunicado esta experiencia a sus hermanos. Es morada de Dios, porque
en El y con El la humanidad encuentra al Padre y participa de su vida.
Los temas casa
y camino son particularmente esclarecedores en eclesiología. Nos hacen caer en
la cuenta de que la Iglesia no es aún la mansión de Dios, pero toma ya parte en
el camino que conduce a ella. Aún no conoce realmente a Dios, pero el
conocimiento que de El tiene es, sin embargo, verdadero. Ambos temas se
completan y se corrigen mutuamente. A los cristianos sensibles a las ideas de
estabilidad y perfección, el tema del camino recuerda que la Iglesia es
susceptible de continua reforma y está obligada a hacer frecuentes altos en el
camino; les recuerda también a los cristianos este tema que la Iglesia no puede
-ni debe- conceder un valor absoluto a las culturas y ritos de que se vale para
su misión; que no puede dar valor eterno a lo que, en ella, no es más que
servicio a los demás y renuncia de sí. Por el contrario, el tema de la mansión
recuerda, a los cristianos sensibles a los cambios y agitaciones violentas, que
la Iglesia está avocada a la estabilidad y que en el propio seno de las
revoluciones late un solo corazón y un alma idéntica a ella misma que le
garantiza la presencia de su único e idéntico Señor.
Maertens-Frisque, Nueva Guia de la Asamblea
Cristiana IV, Marova Madrid 1969.Pág. 158
8.- Texto. Se
halla en las antípodas del texto del domingo pasado. Los interlocutores de
Jesús son sus discípulos; la forma no es la discusión sino la conversación: el
ambiente no es de enfrentamiento, sino de enseñanza y de aprendizaje; el
contexto es la amplia conversación de la cena previa a dejar Jesús este mundo
para ir al Padre.
JESUS/PADRE: La palabra Padre es
precisamente la palabra más repetida en el texto; doce veces, además de dos referencias
y de una mención de Dios. El texto es, pues una conversación sobre el Padre,
con quien Jesús va a reunirse pronto. El verbo ir, teniendo al Padre como
destino, se menciona cinco veces. La conversación sobre el Padre es más
concretamente una conversación sobre el camino para ir al Padre. La palabra
camino se repite tres veces. Este camino es Jesús. Yo soy el camino... Nadie va
al Padre si no es a través de mí. La frase es una reformulación de la frase del
domingo pasado "Yo soy la puerta" y, consiguientemente, una
descalificación de la Ley como camino para ir al Padre. Si Jesús es el camino
que lleva al Padre, conocer o ver a Jesús equivale a conocer o ver al Padre.
Los verbos conocer y ver son otros de los términos importantes del texto:
cuatro y tres menciones respectivamente. En este texto ambos verbos vienen a
ser sinónimos y no se mueven en el nivel empírico que tenía el verbo ver en el
texto del sepulcro del día de Pascua o en el de Tomás del segundo domingo de
Pascua. En esta ocasión conocer y ver se refieren al nivel hondo y total; es un
conocer y un ver a Jesús en profundidad. Resultado de este conocimiento y de
esta visión es la fe en Dios y en Jesús, que aparece enunciada al principio
como invitación y programa de vida para el discípulo de Jesús: Creed en Dios y
creed también en mí. La expresión creer en Jesús vuelve a repetirse en el
último versículo, esta vez introducida por la fórmula enfática Os lo aseguro,
realzando así la importancia de lo que se dice en el versículo: El que cree en mí,
también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Reaparece el término
obra, que nos es familiar desde los domingos de Cuaresma. Se trata de un
término del mundo laboral, que designa el trabajo, el esfuerzo de ayudar a las
gentes a salir de los sistemas religiosos en la medida en que éstos velen el
rostro de Dios y produzcan personas heterónomas e infantiles. Estas son las
obras que está llamado a realizar el discípulo de Jesús. Resulta emocionante
saber que estas obras pueden exceder en importancia de las del propio Jesús. A
modo de resumen para la reflexión: Jesús es el camino para ir al Padre; conocer
a Jesús es conocer al Padre; conocerlos es creer en ellos; creer en ellos es
realizar las obras que ellos hacen.
Comentario.
Creo que fue Goethe quien escribió lo siguiente: Si buscas al infinito, anda
tras lo finito en todas direcciones. La invitación tiene un antecedente en este
texto de Juan. Si buscas a Dios, anda tras Jesús. El es lo finito de Dios, a la
medida de las posibilidades humanas. El, es decir, una persona, no un sistema
ni una ley, por muy sacrosantos que sean, y con los que jamás hay posibilidad
de encuentro, de diálogo, de conversación, de enriquecimiento personal.
¡Qué hermoso
sería, si Dios existiera! La frase se la oía ayer a un joven. Y como yo andaba
a vueltas con este texto de Juan, me acordé de esta frase: El que me ve a mí,
ve al Padre. Y sentí que Dios existe y es real.
Fue Sócrates
quien en la Apología de Platón dice a sus jueces: Voy a aportaros pruebas, que
no van a consistir en palabras, sino en algo que vosotros tenéis en mayor
estima: obras. El testimonio tiene un seguidor en este texto de Juan: Creedme:
Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. ¡Cuántas
palabras, y grandes palabras en lo que llevamos de siglo! El resultado se llama
desencanto, repliegue, individualismo. La salida de la crisis pasa sólo ya por
las obras. ¡Qué pena que la palabra se haya degradado tanto!
Alberto Benito, Dabar 1990/28
9.- Jesús acaba
de decir a sus discípulos que se va, que uno de ellos le traicionará y otro le
va a negar tres veces antes de cantar el gallo. Los discípulos están deprimidos
por lo que han oído. Y, ahora, Jesús trata de consolarles y levantarles el
ánimo. Les pide que confíen en Dios y en él. Lo primero es comprensible, y lo
segundo debiera serlo también para aquellos discípulos si han creído lo que
claramente les ha dicho Jesús sobre su persona: que "él y el Padre son
uno" (10, 30 y 38). Por eso la fe y la confianza en Dios y en Cristo ha de
ser la misma (12, 44).
Jesús les
infunde una esperanza que debe ayudarles a superar todas las dificultades. Les
dice que se reunirá con ellos en la casa del Padre, en donde hay sitio para
todos. Si él marcha ahora es para prepararles un sitio. Cuando todo se haya
terminado y Jesús haya resucitado de entre los muertos, comprenderán, bajo la
luz pascual, que Jesús ha abierto con su muerte las puertas de la gloria y que
es así como ha ganado para sus discípulos el derecho de entrar en la casa del
Padre.
Los discípulos
debieran ya saber a dónde va Jesús, al Padre. Jesús, después de haberles
hablado de su propia persona y de su misión, supone también que conocen el
camino. Sin embargo, no parece que le hayan entendido muy bien; por lo que
Tomás, en nombre de todos, le pregunta adónde va y cuál es el camino del que
habla. El mismo es el camino por el que se llega al Padre. En la persona de
Jesús, en sus palabras y obras, se hace presente en medio de los hombres el
misterio de Dios, se revela el Dios invisible (1, 1 s.; 3, 32; 8, 31 s.; 12,
45). Pero la revelación de Dios en su Hijo encarnado no sólo manifiesta lo que
Dios es y quiere ser para los hombres, sino que además da vida a cuantos la
aceptan con fe. Por eso Jesús es el Camino para encontrar al Padre, la Verdad
en la que Dios se manifiesta y la Vida misma que Dios nos da. De todo esto ya
había hablado Jesús a sus discípulos mediante la "comparación" de la
puerta que se abre a las ovejas para que tengan vida abundante (10, 9).
Jesús es más
que un camino, es el Camino, absolutamente hablando y, por consiguiente, es
también Dios, uno con el Padre. De suerte que los discípulos, al conocer a
Jesús, conocen ya al Padre. Posiblemente Felipe le pide algo así como una
manifestación de Dios ante sus propios ojos, semejante a lo que ha leído en las
Escrituras (Ex 24, 10; 33, 18-34, 35; Is 6; Ez 1; etc). Piensa que sólo así
saldrá del sentimiento de inseguridad y abandono en el que se encuentra ante la
despedida de Jesús.
Jesús le indica
que él se mueve todos los días en una relación mucho más inmediata con el Padre
de lo que era posible en aquellas manifestaciones y visiones momentáneas,
Felipe, como los otros discípulos que le siguen, vive en un trato familiar con
Jesús y por lo tanto con el Padre.
Sin embargo,
esta visión del Padre no es posible sin la fe. Dios no sólo se manifiesta, sino
que también se oculta en la naturaleza humana de Jesús. Es preciso aceptar la
fe con todas sus consecuencias para experimentar el gozo de esta comunicación
con Dios en Cristo y por Cristo. Las palabras y las obras de Jesús son el
testimonio en el que se funda esa fe, pues son también palabras y obras del
Padre.
Eucaristía
1981/24
10.- Contexto.
El evangelio de hoy se enmarca en la situación motivada por la marcha de Judas
(Jn. 13, 30). Esta marcha expresa simbólicamente la muerte de Jesús cfr. Jn.
13, 31. La muerte como glorificación; recuérdese lo escrito el quinto domingo
de cuaresma comentando el relato de la resurrección de Lázaro). Leída, pues, a
nivel de significado (lectura de Juan), la marcha de Judas enfrenta a los
discípulos (=los cristianos) con una situación nueva, derivada de la
desaparición de Jesús (cfr. Jn. 13, 33). ¿Qué será de los discípulos en esta
situación? ¿Cuál es su función? A estas preguntas responde el evangelio de hoy,
que ha sido acertadamente calificado como "exhortación ante la
desaparición del Maestro" (M. J. Lagrange).
Texto y
sentido. Doble ruego de Jesús a sus discípulos (v. 1) y fundamentación del
mismo (vs. 2-11). La fórmula solemne del versículo 12 introduce una nueva
perspectiva, centrada en el papel de los discípulos como continuadores de la
obra de Jesús. El esquema formal nos lleva a distinguir, pues, dos partes. Pero
este modo de hablar resulta tremendamente pobre e inexacto, dada la situación
crítica que viven los personajes. Por eso, más que de partes hay que hablar de
vivencias.
Versículos 1-11
o invitación al consuelo y a la confianza. Estos versículos sólo los podrá
"entender" quien haya vivido la experiencia del desconsuelo y del
abandono por la pérdida de un ser querido. Esta experiencia constituye el
presupuesto hermenéutico necesario para captar el sentido de este texto.
Ante el
desconsuelo que su muerte desencadena en los discípulos (v. 1a), Jesús les
habla de un reencuentro en la casa del Padre, de un volverse a ver, de un
camino que lleva a ese reencuentro (vs. 2-4). A la hora de interpelar los vs.
2-4 hay que evitar el peligro de la racionalización. Racionalizar o de
estancias diferenciadas. Otro ejemplo: preguntarse cuándo tiene lugar la vuelta
de Jesús (manifestación solemne de la Parusía; cuando uno muere). El v. 3 no
dice nada de esto; simplemente está usando unas imágenes, poniendo una
comparación. Todo, para decir lo único que en una situación así importa: me
voy, pero nos volveremos a ver.
El segundo
ruego de Jesús es una invitación a la confianza, a fiarse del Padre y de El (v.
1b). El desarrollo-justificación de este ruego se realiza en forma de preguntas
y respuestas (vs.5-11). Las preguntas de los discípulos aferran la dificultad
que, en última instancia, una tal invitación plantea: ¿Cómo saber que podemos
tener confianza? ¿Dónde está la base segura y la fuerza motora de esa
confianza? Frente a la mística gnóstica contemporánea, preocupada por conocer
la vía de la inmortalidad, el itinerario a seguir en el otro mundo a través de
las esferas celestes, Juan propone la mística realística de Jesús: "Yo soy
el camino, la verdad y la vida". El que cree en Jesús no tiene necesidad
de ninguna otra gnosis o doctrina de salvación; está ya seguro de llegar a la
meta y ya la está tocando desde ahora. Se trata, como se ve, de la misma idea
del domingo anterior ("Yo soy la puerta"), pero desarrollada desde
símbolos distintos. Puerta y camino son metáforas; verdad y vida son
experiencias humanas.
Jesús es además
el que revela al Padre. El nos ofrece la garantía absoluta de que Dios existe y
de que es Padre. ¡Precisamente la garantía que como humanos necesitamos!
Versículo 12. A la invitación al consuelo y a la confianza sigue ahora la
invitación a la acción. En ausencia de Jesús, los discípulos deben desempeñar
entre los hombres el mismo papel que Jesús ha desempeñado entre ellos. La fe de
los discípulos no es un término, sino un punto de partida. Y un punto de
partida con unas repercusiones mayores que las de Jesús, porque la actuación de
los discípulos no estará limitada al estrecho marco judío, como fue el caso de
Jesús. Los discípulos deberán ser para los demás hombres testimonio de consuelo
y testimonio de confianza en el Padre y en Jesús; deberán ofrecer la garantía
de que Dios existe y de que es Padre. ¡Precisamente la garantía que como
humanos están necesitando!
Dabar 1978/27
11. FE/CREER-J:
Según la
concepción veterotestamentaria y judía, la fe es un apoyarse del hombre en el
fundamento vital divino, que le confiere vida y existencia; un entregarse sin
reservas y confiado en la promesa, bondad y lealtad de Dios. Justamente en este
sentido no es posible creer en todo. Más aún no se puede creer absolutamente en
nada del mundo, sino sólo en Dios, porque solo él responde al anhelo de una
fidelidad incondicional. En Juan el concepto "creer" tiene ya detrás
de sí una historia cristiana, y ha experimentado por lo mismo una ampliación
importante. Ahora la fe no se dirige tan sólo a Dios, sino también a la persona
de Jesús. Para el cristianismo primitivo Jesucristo está tan estrechamente
vinculado a Dios que él mismo se ha convertido en el "objeto de la
fe". La fe en Dios aparece mediatizada por Jesús; es Jesús quien ha pasado
a ser el fiador de la fe. Y, a la inversa, la fe en Dios se ha hecho fundamento
de la fe en Jesús, de tal modo que, según Juan, fe en Dios y fe en Jesús
constituyen una unidad indestructible.
/Jn/14/02: "El que quiera
servirme que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor"
(12,26). Ahora bien, el camino que Jesús recorre es el camino del Hijo del
hombre, que a través del mundo, pasando por la cruz y resurrección, conduce
hasta el Padre. Justamente ese camino es el que ahora se impone como
obligatorio también para los discípulos; pues, pertenecer a Jesús equivale a
estar con él, por fe y amor, en una especie de comunidad de destino. En la casa
de Dios, del Padre, hay "muchas moradas". O, formulado de una manera
abstracta: en Dios encontrará cada uno su plena posibilidad de amor, la
felicidad eterna acomodada a su propia capacidad; nadie tiene, pues, que
preocuparse de que no vaya a haber para él ninguna posibilidad, ninguna
consumación. Como quiera que sea, allí ya no imperará ninguna "necesidad
de vivienda". La partida de Jesús -así lo ve Juan- tiene el significado de
que él es en cierto modo el aposentador celestial que prepara la vivienda a sus
amigos. Con ello, sin embargo, va aneja la idea de que para los hombres no hay
otra posibilidad de llegar a Dios si no es por Jesús, que nos lo revela. Su
camino es el camino modélico del hombre hasta Dios. (...)
Jesucristo
representa la respuesta definitiva a la cuestión planteada en los símbolos
religiosos; es el cumplimiento del anhelo religioso de la humanidad, tanto por
lo que respecta a la esperanza judía de salvación como al anhelo religioso de
los gentiles. En Jesús se encarnan los valores e ideales supremos de la vida.
En las metáforas aflora una y otra vez como concepto fundamental la idea de
vida, de vida eterna. Jesús es el revelador que comunica al hombre la verdadera
y eterna vida divina.
J/SALVADOR-UNICO: De ahí deriva una doble
relación. Ante todo, la de que Jesús de Nazaret, como personaje humano e
histórico, es el revelador de Dios y el portador escatológico de la salvación; ése
es el supuesto básico del mensaje soteriológico de Juan, como de todo el
cristianismo primitivo. Eso significa, por una parte, que desde ese fundamento
se contemplan críticamente todas las demás expectativas de salvación sin que
puedan asegurar la salvación que prometen. Por otra parte, sin embargo, aflora
una visión positiva de las religiones, que se puede formular poco más o menos
así: con sus diversas formas de interpretar la existencia, las religiones son
la expresión más profunda y vigorosa del deseo humano de salvación. Ese anhelo
de salvación, el afán religioso no es una ilusión, sino una verdad humana
existencial, que cada uno puede experimentar en sí mismo. En Jesucristo y en el
Dios del amor universal a los hombres, al que Jesús llama Padre suyo, encuentra
ese anhelo su consumación insuperable. Lo que se dice explícitamente del
Antiguo Testamento, a saber, que ha de entenderse como una promesa de Cristo,
cabe decirlo también analógicamente de todas las religiones. En la fe cristiana
están sublimadas las religiones en el doble sentido hegeliano de la palabra: en
ella se realizan y consuman.
JESUS/CAMINO: El hombre -y así lo hemos
dicho en conexión con el versículo 5 -pregunta por el camino, el camino de la
vida o el camino de la salvación, y consiguientemente por el sentido y
finalidad de su propia existencia. Las religiones intentan, por su parte, dar
una respuesta a esa pregunta acerca del camino. Aquí dice Jesús de sí mismo: Yo
soy el camino. Lo cual significa de primeras, frente a todos los otros caminos,
que Jesús personalmente es el camino salvífico del hombre hacia Dios, al lado
del cual para la fe no cuentan para nada ni el camino soteriológico judío de la
piedad nomista (la tora) ni el gnóstico de un conocimiento puramente interno de
la salvación.
Pero la palabra
dice aún más. Y así lo expresa R. Bultmann: "Al designarse Jesús a sí
mismo como el camino, queda claro: 1. que para los discípulos las cosas
discurren de distinto modo que para él; Jesús no necesita para sí ningún camino
en el sentido que lo precisan los discípulos; más bien es él el camino para
ellos; 2. que camino y meta no pueden separarse en el sentido que lo hace el
pensamiento mitológico". En el encuentro con el revelador Jesús está la
salvación del hombre. Respecto de Jesús el concepto "camino" abraza
toda su historia, es decir, su actividad terrestre, su muerte y resurrección. Y
todavía un paso más: su camino desde la preexistencia celeste hasta el mundo y
de nuevo su retorno al Padre, su venida desde Dios y su ida a él. El hombre
tiene ya un camino hacia Dios, porque en Jesús es Dios quien personalmente ha
venido hasta el hombre, abriéndole así el camino. Con la revelación de Dios en
Jesús queda resuelto el problema del hombre acerca del camino.
Simultáneamente
late ahí también una referencia a la fe: si Jesús en persona es el camino,
también la fe en cuanto respuesta humana a la revelación hay que entenderla ya
como camino. La fe es asimismo algo vivo y dinámico, un movimiento que se
adueña de la vida del hombre y la convierte en una "marcha"
permanentemente. Ahí entra ciertamente la vinculación con Jesús, así como el
buscarle de continuo. Su persona no resulta jamás superflua para la orientación
de la fe, nunca queda superada.
JESUS/VERDAD: Para nosotros no es tan
fácil de comprender que Jesús se designe a sí mismo como la verdad; no, desde
luego, porque nosotros hayamos ligado al concepto "verdad" unas
representaciones muy distintas. Así, por ejemplo, se entiende como verdad (1)
el que uno diga lo que piensa y quiere, la armonía entre pensamiento, propósito
y lenguaje, en oposición al engaño o mentira. O bien (2) la concordancia de una
idea o afirmación, o bien de una doctrina, con la realidad, en oposición al
error. Hoy es frecuente sobre todo (3) entender la verdad como introducción a
la práctica recta; y, finalmente (4), se entiende a menudo verdad en el sentido
de que una afirmación o teoría responda a las reglas de la razón, de la lógica
o de los métodos científicos. La verdad del presente texto no se deja
encasillar en ninguna de las concepciones mentadas; buena prueba de que la idea
de verdad es aquí distinta de la que emplean el lenguaje cotidiano y la
ciencia. No se trata, por consiguiente, de que Jesús haya dicho la verdad, ni
de que en él concuerden pensamiento y lenguaje, o incluso lenguaje y obrar, de
que jamás haya mentido. Aquí se trata ciertamente de la radical búsqueda humana
de la verdad como experiencia de sentido y certeza. En esa dirección
fundamental podría apuntar la afirmación joánica.
Al tiempo hay
que pensar también especialmente en la idea veterotestamentaria de la verdad
(heb. emet). El término hebreo emet en sentido teológico expresa la absoluta
fidelidad de Dios en su obrar, en su revelación y en sus mandamientos. Verdad
significa la credibilidad absoluta de Dios frente al hombre, de tal modo que
éste puede confiar incondicional- mente en la palabra de Dios, en su promesa y
lealtad. De esa fiabilidad, lealtad y verdad de Dios puede vivir el hombre; ahí
adquiere la constancia y firmeza básica para su vida. El hombre, que se confía
a la palabra y revelación de Dios y que cuenta con ella totalmente en la
práctica, en cuanto que obra la verdad con fe, participará en la verdad de
Dios. En esa concepción de la verdad, la visión y el obrar (teoría y práctica),
conocimiento y experiencia, están en íntima relación.
Ahora bien, la
afirmación central del evangelio de Juan está en que esa verdad de Dios sale al
encuentro del hombre en Jesús; con él han venido la gracia y la verdad (1,17).
Esa verdad que sale al encuentro, que es objeto de experiencia y que habla, es
la que hace al hombre libre: "Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois
verdaderamente discípulos míos: conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres" (/Jn/08/31). En contacto con Jesús y su mensaje el hombre
encuentra la verdad y realidad liberadora de Dios: experimenta la verdad en
Jesús como salvación y como amor; puede ser de la verdad. Cierto que esa verdad
nunca se convierte en posesión disponible. Lo decisivo para la fe es que la
verdad liberadora sólo se experimenta en el encuentro con Jesús y su palabra;
tiene que ser otorgada al hombre. Pero en Jesús se nos da de hecho y de forma
permanente. De ahí que hable el deseo humano de la suprema verdad y sentido de
una manera insuperable.
JESUS/VIDA: Finalmente, por lo que
hace al concepto de vida, es difícil agotar el contenido transcendental de esa
palabra en el marco de la teología joánica. En conexión con el pensamiento
veterotestamentario y judío la vida (o la vida eterna) se convierte en palabra
clave para la salvación; es decir, para todo aquello que la revelación tiene
que ofrecer al hombre. Si en la tradición sinóptica esa palabra clave para la
salvación es el concepto "reino de Dios", en Juan lo es la palabra
"vida". Para una comprensión adecuada de la importancia que tiene esa
palabra podemos recurrir al concepto moderno "calidad de vida". Según
ese concepto, lo que le interesa al hombre no es simplemente un mínimo
existencial, como es el disponer de alimento, vestido y vivienda, sino que para
una vida humana plena hay otras cosas, como la participación en un cierto nivel
de vida o en los bienes de la cultura. La fe dice que ni siquiera eso basta,
sino que la vida humana sólo alcanza su plena consumación en la comunión con
Dios. Podemos calificar esa concepción como una calidad de vida escatológica.
Justamente eso es lo que preocupa al cuarto evangelista: la lejanía de Dios,
como ausencia de sentido, de felicidad y alegría es lo que constituye el
problema más grave y la auténtica enajenación de nuestra vida; mientras que la
vida verdadera, como podría ofrecerla la revelación, consiste en que por Jesús
se nos brinda la comunión divina. Jesús, el Hijo del hombre, es el donador de
vida escatológica. Por él ha sido dada aquella posibilidad de vida, que supera
toda otra calidad. FE/INICIO/VE:
En Juan se suma
como elemento decisivo el que esa vida eterna no se entienda sólo como algo
futuro que sólo se nos otorgará en el futuro lejano o después de la muerte,
sino que la fe es el comienzo de esa vida eterna. Con la fe el hombre alcanza
ya, aquí y ahora, una nueva calidad de vida escatológica. La fe es el paso
decisivo "de la muerte a la vida", porque es la participación del
hombre en la comunión divina que se le ha abierto por Jesús (cf. al respecto
1Jn/01/01-04).
Dícele Felipe:
"Señor, muéstranos al Padre..." Objetivamente la súplica formula el
deseo de una contemplación de Dios. En ese deseo de contemplar directamente la
divinidad en toda su plenitud, se condensa la quintaesencia de todo anhelo
religioso, el anhelo de que en el encuentro con Dios se nos abra el sentido del
universo. Pese a toda la diversidad de sus respuestas, las religiones son las
formas expresivas de un sentido último definitivo y que ya no puede superarse.
También la Biblia conoce ese deseo del hombre de contemplar a Dios, pero alude
una y otra vez a sus limitaciones. A Moisés, que dirige a Yahveh la súplica
"Déjame contemplar tu gloria", se le da la respuesta: "No puedes
contemplar mi rostro, pues ningún hombre que me ve puede seguir viviendo."
Lo más que puede otorgársele es que pueda contemplar "las espaldas"
de la gloria divina, pero nada más (cf. Ex 34,18-23). También el evangelio de
Juan mantiene esta concepción de que ningún hombre ha visto a Dios ni puede
verle (1,18; 6,46; cf. 1Jn 4,12). Ese principio de la invisibilidad de Dios por
el hombre constituye precisamente un supuesto básico de la teología joánica de
la revelación. Ciertamente que al hablar de Dios se tiene a menudo la impresión
de que ese principio básico ha quedado en el olvido, pues de otro modo nos
encontraríamos hombres con mayor inteligencia que no se contentan con la fe en
Dios.
Según la
concepción bíblica Dios se muestra sobre todo al "oyente de la
palabra". La respuesta de Jesús se mantiene exactamente en ese cuadro. El
reproche "Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido,
Felipe?", remite al lector una vez más al trato con el Jesús histórico.
Conocer a Jesús equivale justamente a reconocerle como el revelador de Dios.
Sobre Jesús se pueden decir muchas cosas. Cuando no se ha encontrado ese punto
decisivo, es que aún no se ha dado con el lugar justo para hablar de Jesús, por
seguir moviéndose siempre en preliminares y cuestiones acusatorias. Todo trato
con Jesús, el teológico y el piadoso, así como el trato mundano con él, debe
siempre plantearse esta cuestión.
Ahora el lado
positivo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". En el
encuentro con Jesús encuentra su objetivo la búsqueda de Dios. Pues ése es el
sentido de la fe en Jesús: que en él se halla el misterio de lo que llamamos
Dios. Por lo demás, el "ver a Jesús", de que aquí se trata, no es una
visión física, sino la visión creyente. La fe tiene su propia manera de ver, en
que siempre debe ejercitarse de nuevo. Pero lo que en definitiva llega a ver la
fe en Jesús es la presencia de Dios en este revelador. Y es evidente que, así
las cosas, huelga la súplica de "¡Muéstranos al Padre"!
Se da ahora la
razón de por qué la fe en Jesús puede ver al Padre: "¿No crees que yo
estoy en el Padre y que el Padre está en mí?" Hallamos aquí una forma de
lenguaje típica de Juan (fórmula de inmanencia recíproca), para indicar que
Jesús está "en el Padre" y que el Padre está "en Jesús". En
esa fórmula, que no debe interpretarse mal como una concepción espacial, se
manifiesta la íntima relación y comunión entre Dios y Jesús. Que Jesús
"está en el Padre" quiere decir que está condicionado en su
existencia y en su obrar por Dios, a quien él entiende como su Padre; y, a la
inversa, que Dios se revela a través de la obra Jesús, hasta el punto de que
"en Jesús" se hace presente. Se comprende que la verdad de esta
afirmación sólo se manifiesta en la fe, y no en una especulación sobre Dios que
pueda separarse de la fe. Y que la fe pone al hombre en una relación viva con
Jesús y, justamente por ello, en una relación viva con Dios, asegurando una
participación en la comunión divina. (...)
FE/SENTIDO: A la fe le incumbe
siempre un problema de sentido, no la cuestión del éxito externo o del
progreso. Pero si se dejase arrastrar hasta ahí, volvería a estar en posición
de poder alcanzar una nueva certeza. Ese sentido no es posible demostrárselo a
nadie; lo que sí se puede es vivir del mismo y testificarlo vitalmente, y eso
es lo que importa en definitiva.
MAS-ALLA/MU: Sobre los v. 2-4: Con
ello quedaría también aclarado el problema del "más allá". Juan
responde de forma breve y rotunda a esta cuestión, inquietante para muchos
hombres: quien se orienta según Jesús y en él ha encontrado la salvación, no
tiene ya en definitiva por qué seguir cavilando acerca del "más
allá", acerca de las "moradas" del cielo. A las preguntas de
¿qué ocurre después de la muerte?, ¿concluye todo con la muerte?, Juan da la
respuesta siguiente: la realidad del Dios del amor es mayor. Quien durante esta
vida confía en Dios, puede y debe mantener esa confianza. No caerá en el vacío.
Dios es el amor que abraza a todos los hombres, todos los tiempos y la historia
toda; y, por ende, también nuestra pequeña vida que alcanza su verdadero
significado sobre el trasfondo de ese amor. Todos los caminos del hombre acaban
por desembocar ahí. Con esa idea se puede vivir y morir. Tal vez sea importante
decir que ¡con eso solo se puede vivir! No es necesaria ninguna otra respuesta,
ni se necesita tampoco ninguna "geografía del más allá".
El Nt Y Su Mensaje, El Evang. según S. Juan, 4-2,
Herder Barcelona 1979.Pág. 71ss.
12.- Jesús
empieza a despedirse de sus discípulos, pero ¡qué diferencia y qué distancia!
Las palabras de Jesús son tan bellas, tan profundas, que los discípulos no se
enteran. Sus preguntas manifiestan la diferencia de niveles en que se
encuentran. Jesús empieza la despedida tratando de animarles. «No perdáis la
calma». Una palabra que no pierde actualidad y que nos ayuda a nosotros en
tantas y tantas ocasiones. Después les promete que no les dejará solos, que se
acordará siempre de ellos, que algún día volverán a estar todos juntos. Pero
¿dónde? Las respuestas de Jesús alcanzan una significación admirable que nunca
nos cansaremos de meditar. Nos revelan el misterio personal de Jesús, su unión
íntima con el Padre y su misión salvadora para el hombre.
Caritas, Ríos Del Corazón, Cuaresma y Pascua
1993.Pág. 241
13.- Jesús
anuncia que se va. La escena nos situa ante el llamado discurso de despedida de
Jesús a sus discípulos. La escena empieza y acaba con una invitación de Jesús a
creer (14,1.11-12). Y en medio, encontramos: la explicación del por qué Pedro
ahora no puede ir a donde va Jesús (14,2-3); el diálogo con Tomás sobre el
camino hacia la casa del Padre (14,4-6); y el diálogo con Felipe sobre la
identidad de Jesús (14,7-10), centrada en la afirmación: Quien me ha visto a mí
ha visto al Padre.
Antes Pedro ha
expresado el deseo de seguir a Jesús hacia el lugar a donde va o a donde vuelve
(13,36-38); incluso ha manifestado que está dispuesto a dar la vida por seguir
a Jesús. Pero Pedro sólo irá por la fe en Jesús resucitado. Por eso, Jesús
empieza con una llamada a la fe. Si ahora los discípulos no pueden seguirle,
han de continuar apoyándose en su persona, tal como el creyente se apoya en
Dios: ¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios"
(Si 42,6.12; 43,5).
Jesús vuelve a
la casa del Padre para prepararnos allí un lugar. Y el lugar dispuesto no es
tanto un espacio como una existencia con Jesús en el Padre. Jesús nos dispone
una estancia junto al Padre. La fe muestra la casa del Padre, el banquete
festivo con el Padre, e invita a la vez, aquí y ahora, a poner nuestra atención
en Jesús, el camino que lleva a él. El camino es una opción: Seguid el camino
que Yahvé vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y
prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión (Dt 5,33).
Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia (Dt 30,15-19).
Jesús se
presenta como el camino hacia el Padre. El salmo 43,3 afirma que sólo la luz y
la verdad conducen al lugar donde reside Dios. Jesús es la luz (ó,12; 9,5) y la
verdad (8,32; 18,37-38) que nos guía. Por eso, Jesús recuerda a Tomás, y a
todos, que hagamos nuestra su pregunta: si creemos que él es la Verdad y la
Vida, seguro que hallaremos en él el camino que lleva al Padre, a quien él
retorna y donde ya está.
Jesús se
presenta tan Dios como su Padre. Es aquí Felipe quien nos ayuda a plantearnos
la relación entre Jesús y el Padre. Jesús es Dios hecho hombre, su humanidad es
el camino, la puerta hacia el Padre. Sólo seremos como Dios si nos unimos a
Jesús por la fe, que es amor. En efecto: Quien me ha visto a mí ha visto al
Padre. Hemos de creer que Jesús está en el Padre y el Padre en él. La fe es
clave para poderlo percibir, vislumbrar o entrever.
Jesús satisface
nuestra búsqueda de Dios, nuestra sed de Dios. Si buscamos a Dios, miremos a
Jesús. La búsqueda de Dios es la búsqueda de todo creyente: Tiene mi alma sed
de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios? (Sal 42,3).
¡Ahora sí sabemos que ver a Jesús es ver la faz de Dios!
Jaume Fontbona, Misa Dominical 1999/07/08