viernes, 8 de septiembre de 2017

LECTURAS Y COMENTARIO DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO CICLO A - 10 SETIEMBRE 2017

ATREVERSE A REPROCHAR


ORACION COLECTA

Señor, tu que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de Padre y haz que cuanto creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA

Lectura del Profeta Ezequiel 33, 7-9

Esto dice el Señor: A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte.
Si yo digo al malvado: «Malvado, eres reo de muerte», y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero si tú pones en guardia al malvado, para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.

SALMO RESPONSORIAL (94)

Ojalá escuchen hoy su voz

Vengan, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R.

Entren, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R.

Ojalá escuchen hoy su voz: «No endurezcan el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto: cuando sus padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.».  R.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 13, 8-10

Hermanos: A nadie le deban nada, más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás», y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.».
Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Les aseguro además que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

COMENTARIO

Hay pocas personas que sean capaces de hacer lo que Jesús nos pide: Si tu hermano peca, ve y házselo saber, a solas entre los dos. Se habla mucho, pero a espaldas de la gente. Mira esa muchacha, ¿te has enterado?... ¡qué mala suerte!. O bien se enfrenta uno con el otro, se le echa en cara su conducta, se le grita, se le dicen cuatro verdades. Jesús nos pide que seamos prudentes y cariñosos: Hazle saber su falta, repréndele mansamente y a solas. Si te hace caso, lo habrás ganado. Ganarlo.
Para comprender bien esta palabra, hay que pensar en el grito del padre del hijo pródigo. ¡Mi hijo estaba perdido y lo he vuelto a encontrar!. Cuando se habla a un culpable con estos sentimientos, hay algunas oportunidades de ganarlo. ¡Ganarlo! ¡No conquistarlo a la fuerza!. Con frecuencia reprochamos a los demás sus defectos, pero quizás no hayamos demostrado nunca que se trata en ese caso de un acto evangélico, que exige por consiguiente un corazón evangélico.
¿Qué es lo que hormiguea en mi corazón en el momento en que me dispongo a reprocharle algo a   alguien?.
El interpretado  descubrirá muy pronto ese terrible gusto de humillar del que pocos corregidores se libran. O, bien si ponemos el orden y nuestro honor por encima de todo, nos costará mucho dominar nuestra cólera ¡Ya ves en qué situación nos has puesto! ¿Te imaginas lo  que   la   gente   va   a   pensar   de nosotros?. Generalmente la reacción del otro es: ¡Es asunto mío!
Encontraremos el tono para decirles: Es también problema mío. Yo no puedo quedarme indiferente. Perdona mi falta de acierto y escucha solamente la preocupación que siento por ti, porque te quiero.
Jesús nos pide que permanezcamos en el amor, aunque sea muy difícil,; si, no ¿qué es lo que nos quiere decir amar? Quizás tengamos que encajar cosas muy duras. Lo dicen todos los padres y responsables: ahora, apenas se atreve uno a hacer algunas advertencias, enseguida lo atacan: Mucho hablar y mucho predicar, pero ¿prácticas tú acaso tu moral? Podría intentarse la humorada (si se puede): Tienes razón, yo veo tu paja y no viga en el ojo. Pero hablaremos ahora de tu paja.
Las advertencias se reciben muy mal y tenemos tantas necesidades de un poco de paz que nos entrará la tentación de evitar ese deber tan desagradable.
A no ser que seamos malgeniados de nacimiento, ¡eso sería otra cuestión! De ordinario, nos dejamos llevar, pero el deseo de tranquilidad a toda costa no es ciertamente evangélico. ¡Cuántas veces una palabra inteligente, tranquila y cariñosa, había a su alrededor amigos que veían claro y que se lamentaban, sin atreverse a dar el paso: Sería conveniente hablar con él...
Pues bien, háblale tú. Déjate impulsar por Jesús que te dice:  Procura  ganarlo.

PLEGARIA UNIVERSAL

Pidamos, hermanos, al Señor que escuche nuestras plegarias y atienda a nuestras peticiones:

1.-  Por la Santa Iglesia de Dios, para que el Señor le conceda la paz y la unidad de todo mal y acreciente el número de sus hijos. Roguemos al Señor.

2.- Por la paz del mundo, para que cesen las rivalidades entre las naciones, renazca en el corazón de los hombres el amor y arraigue entre todos los pueblos la mutua comprensión. Roguemos al Señor.

3.- Para que Dios, Padre todopoderoso, purifique al mundo de todo error, devuelva la salud a los enfermos, aleje el hambre, abra las prisiones injustas y conceda  el regreso a los que añoran la patria. Roguemos al Señor.

4.- Para que el Señor nos conceda perseverar en la fe hasta el fin de nuestra vida, y después de la muerte, nos admita en el reino de la felicidad de la luz y de la paz. Roguemos al Señor.

Señor Jesucristo, que has prometido que el Padre del cielo escucharía la plegaria de los que se reúnen en tu  nombre, danos un espíritu y un corazón nuevo, para que, amándonos los unos a los otros, cumplamos de verdad tu ley. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Oh Dios, fuente de la paz y del amor sincero, concédenos glorificarte por estas ofrendas y unirnos fielmente a ti por la participación de esta eucaristía. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION DESPUES DE LA COMUNION

Con tu palabra Señor, y con pan del cielo, alimentas y vivificas a tus fieles; concédenos que estos dones de tu Hijo nos aprovechen de tal modo que merezcamos participar siempre de su vida divina. Por Jesucristo nuestro Señor.

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

Lunes 11: Col. 1, 24-2, 3; Sal 61; Lc. 6, 6-11.
Martes 12: Col 2, 6-15; Sal 144; lc. 6, 12-19.
Miércoles 13: Col 3, 1-11; Sal 144; Lc. 6, 20-26.
Jueves 14: Nm. 21, 4b-9; Sal 77; Jn. 3, 13-17.
Viernes 15:  Hb. 5, 7-9, Sal 30; Jn. 19, 25-27.
Sábado 16: 1Tm. 1, 15-17; Sal 112; Lc. 6, 43-49.
Domingo 17:   Eclo. 27, 33—28, 9; Sal 102; Rm. 14, 7-9; Mt. 18, 21-35

COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 18, 15-20

1.- Texto. Mateo aborda en él un nuevo aspecto en la dinámica de la vida de los discípulos. Es la primera vez que emplea el término "hermano" para designar la relación existente entre los miembros de la comunidad de discípulos de Jesús.
El pecado a que se refiere la condicional "si tu hermano peca" es, con bastante probabilidad, la ofensa o perjuicio de un hermano a otro.
Los tres versículos iniciales presentan tres maneras o caminos de ganar al hermano. Detrás de los dos primeros son perfectamente reconocibles procedimientos habituales entre los judíos y sancionados por los propios libros sagrados. Para la reprensión privada ver Lev. 19,17; para la reprensión en presencia de dos o tres testigos ver Deut. 19, 15.
Los procedimientos reseñados en estos tres últimos versículos son considerados habitualmente como corrección fraterna. Y ciertamente lo son, aunque son también mucho más por ir seguidos del v. 18, cuyas palabras expresan y significan el poder de perdonar los pecados: "Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo". Estas palabras se refieren al conjunto de los procedimientos anteriores, confiriendo a éstos la condición de actos y gestos de perdón con valor ante Dios.
Quedan, por último, los versículos finales 19-20. Corren el riesgo de ser leídos e interpretados como si no guardaran relación alguna con lo anterior. La propia traducción no ayuda a percibir la relación. "Os aseguro además" invita a pensar en un añadido distinto, cuando en realidad el texto griego expresa repetición: "Os repito: si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo". Los versículos finales reiteran con otras palabras la correlación de tierra y cielo, hombre y Dios, de la que ha hablado el v. 18. El ponerse, pues, de acuerdo para pedir algo no tiene en este texto un contenido indiscriminado; se refiere al acuerdo en materia de perdón. El Padre del cielo ratifica el perdón otorgado en la tierra por un hermano a otro.
Comentario. Es de todos conocido que el cap. 18 de Mateo está todo él centrado en el dinamismo que debe caracterizar a las relaciones de los discípulos de Jesús entre sí. Se trata de un capítulo genuinamente eclesial. En el texto de hoy este dinamismo recibe el nombre de perdón.
Las ofensas y perjuicios entre hermanos son escándalos que conllevan pérdida de fraternidad. Esta no se recupera si el ofendido o perjudicado no gana al ofensor por la vía del perdón.
Perdonar es ganar hermanos. Unirse para perdonar es tarea cristiana, probablemente la más grata al Padre del cielo.
Con la prudencia y la reserva exigidas por el tema, me atrevo a sugerir la necesidad de profundizar en las posibilidades que este texto ofrece de cara a una deseada renovación y revitalización de las formas del sacramento del perdón. A la vista, a su vez, del texto, estas posibilidades parten y pasan necesariamente por una recuperación del sentido comunitario, es decir, del sentido de la fraternidad. Si la vivencia de este sentido no falla o no se da, será difícil que el orden existente pueda cambiar.
A. Benito, Dabar 1990/45



Estas palabras de Jesús continúan el tema de la parábola anterior en la que enseña que es preciso salir en busca de la oveja perdida aun dejando en el monte las noventa y nueve restantes (v. 12-14). Es el tema del cuidado por la salvación del prójimo. La corrección fraterna está al servicio de ese cuidado.
La corrección fraterna debe tener lugar primero en la intimidad, entre dos personas, con tacto y amorosamente. Si el pecador se arrepiente, habrá salvado a un hermano para la vida eterna.
Según Dt 19, 15, un tribunal sólo puede condenar legítimamente si consta del delito por dos o tres testigos. En el presente caso, el testimonio debe convencer al culpable de la necesidad de hacer penitencia. El proceso sigue siendo todavía secreto.
La última instancia es la "iglesia", es decir, la comunidad de los discípulos de Jesús reunida en un lugar concreto. Ella tiene poder para expulsar a uno de sus miembros (cf. 1 Cor 5, 1-5) y para admitirlo cuando se convierta de corazón.
"Atar y desatar" tiene el sentido de expulsar y admitir de nuevo en la comunidad eclesial. Según este texto, Jesús confiere tal poder a la comunidad de sus discípulos. Claro que la comunidad eclesial sólo puede actuar por medio de sus legítimos representantes, de ahí que este mismo poder lo confiera Jesús de un modo especial a Pedro (16, 19). Sin embargo, la comunidad eclesial, todos los discípulos de Jesús debieran participar más explícitamente en este proceso (cf. 1 Cor 5, 2) de lo que sucede hoy en la "confesión". Así se vería más claramente que la paz con la Iglesia es el signo de la paz con Dios, el perdón.
La comunidad es siempre comunión en el Señor, y comienza donde dos se reúnen en su nombre. La presencia de Jesús en la comunidad hace que la oración eclesial sea escuchada por el Padre. Por tanto, la misma presencia que confiere ese valor especial a la oración es también la que da a la comunidad el poder de "atar y desatar".
Eucaristía 1990/42



3.- -"Donde dos o tres están reunidos en mi nombre". He aquí la comunidad creyente: la que se reúne en nombre de Jesús. Es el ámbito de la presencia de su Señor. De aquí que la palabra que proclamamos juntos es más que recuerdo, estudio, exhortación: es presencia viva y activa del Señor. De aquí la fuerza de los sacramentos: ni ritos mágicos, ni compromisos voluntarista; es el mismo Señor quien bautiza, es él mismo quien celebra con nosotros la eucaristía, es él quien ora con nosotros y en nosotros; o mejor, nosotros oramos "por él, con él y en él". Avivemos nuestra fe: nos hemos reunido en nombre de Jesús. La Iglesia es siempre más que nuestra suma.
-"Si tu hermano peca...". No estamos acostumbrados a la corrección fraterna; más bien nos parece una práctica ridícula de ciertas congregaciones religiosas. También la palabra "pecado" ha perdido fuerza para nosotros y queda muy reducida a determinadas dimensiones individuales. ¿No merecería la pena que reflexionásemos sobre aquellos comportamientos que son contradictorios con el seguimiento de Jesucristo? La Iglesia no es una comunidad de puros, sino de pecadores; pero es la comunidad de Jesús. Y el seguimiento del Señor no se aviene con toda clase de comportamientos, que desfiguran su rostro y desvirtúan a la comunidad. Entre el purismo y el laxismo, debemos encontrar un camino que cohesione a los que hemos decidido seguir a Jesús, a pesar de las propias debilidades y de los propios pecados.
-"Todo lo que atéis en la tierra...". Hace quince días estas palabras se dirigían a Pedro; hoy se dirigen a la Iglesia. Los vínculos que existen entre nosotros son más que simples lazos humanos: comprometen al "cielo", porque el "cielo" se ha comprometido con nosotros. Pero es siempre con temor que podemos proceder a atar y desatar, a determinar cuál es el pecado que compromete de verdad el seguimiento en la comunidad de Jesús. La excomunión no es una arma política; ni tiene porqué ser un residuo o un recuerdo histórico. Pero sí pide una actualización sobre los "pecados" que cuestionan el rostro público de la comunidad de los seguidores de Jesús. Y una participación de la Iglesia -es decir de toda la comunidad reunida- en su determinación.
J. Totosaus, Misa Dominical 1987/17



a) El tema importante de este pasaje es el perdón. Cristo recuerda su obligatoriedad (vv. 21-23) y al mismo tiempo da poderes para concederlo (vv. 15-18). La nueva era se caracteriza porque el Señor ofrece al hombre la posibilidad de liberarse del pecado, no solo triunfando del suyo en la vida personal, sino también triunfando del de los demás por medio del perdón.
No será inútil recordar las principales etapas de la legislación judía que han provocado y autorizado esta ley sobre el perdón.
La sociedad primitiva se manifestaba violentamente contra la falta del individuo, porque carecía de medios para perdonarle y tan solo podía vengar la ofensa mediante un castigo ejemplar setenta y siete veces más fuerte que la misma falta (Gen 4, 24). Se producirá un progreso importante cuando la ley establezca el talión (Ex 21, 24). El Levítico (Lev 19, 13-17) da un paso más hacia adelante.
Propiamente hablando no establece la obligación del perdón (el único caso de perdón en el Antiguo Testamento es: 1 Sam 24 y 1 Sam 26), pero insiste en la solidaridad que une a los hermanos entre sí y les prohíbe acudir a los procedimientos judiciales para arreglar sus diferencias.
La doctrina de Cristo sobre el perdón señala un progreso decisivo. El Nuevo Testamento multiplica los ejemplos: Cristo perdona a sus verdugos (Lc 23, 34); Esteban (Act 7, 59-60), Pablo (1 Cor 4, 12-13) y otros muchos hacen lo mismo.
Generalmente, la exigencia del perdón va ligada a la inminencia del juicio final: para que Dios nos perdone en ese momento decisivo es necesario que nosotros perdonemos ya desde ahora a nuestros hermanos (sentido parcial del v. 35) y que tomemos como medida del perdón la misma que medía primitivamente la venganza (v. 22; cf. Gén 4, 24). Basado en la doctrina de la retribución (Mt 6, 14-15; Lc 11, 4; Sant 2, 13), este punto de vista es todavía muy judío. Pero la doctrina del perdón se orienta progresivamente hacia un concepto típicamente cristiano; el deber del perdón nace entonces del hecho de que uno mismo es perdonado por Dios (Mt 18, 23-35; Col 3, 13). El perdón que se ofrece a los demás no es, pues, tan solo una exigencia moral; se convierte en el testimonio visible de la reconciliación de Dios que actúa en cada uno de nosotros (2 Cor 5, 18-20).
El perdón no podía concebirse dentro de una economía demasiado sensible a la retribución y a la justicia de Dios entendida como una justicia distributiva. Corresponde a una vida dominada por la misericordia de Dios y por la justificación del pecador. Eco de esta manera de concebir las cosas, Mt 18, 15-22 la formula aún a la manera judía. Pero al menos el evangelista es consciente de que la Iglesia es una comunidad de salvados que no pueden tener otras intenciones que salvar al pecador. Si no lo consigue es porque el pecador se endurece y se niega a aceptar el perdón que se le ofrece (v. 17). La comunidad cristiana se diferencia, pues, de la comunidad judía en que no juzga al pecador sino perdonándole. Por consiguiente, la condena solo puede caer sobre él si se niega a vivir en el seno de esa comunidad acogedora.
b) El cap. 18 de Mateo es de redacción muy tardía. En él descubrimos a la Iglesia primitiva ocupada en elaborar una disciplina y en estructurar su vida. Tiene que hacerse a la idea de que el Reino no se presentará inmediatamente y que tiene que aprender a subsistir hasta su llegada. Se inspira, probablemente, en las reglas de las comunidades esenias. Pero estas últimas se consideraban fervientes y condenaban fácilmente al pecador, siquiera fuese en tercera sustancia: "Que sea para vosotros como un publicano..." Una comunidad de fervientes se hace pronto sectaria. Por eso la Iglesia primitiva se preocupa por mantener el diálogo más que por pronunciar una condenación: mientras el pecador permanezca en la Iglesia, mientras el "cristiano sociólogo" sea recibido en ella por la paciencia, el perdón y la oración en común, la Iglesia se verá libre del sectarismo y su misión estará asegurada. El pecador no descubre el perdón de Dios si no toma conciencia de la misericordia de Dios que actúa en la Iglesia y en la asamblea eucarística. Los miembros de una y otra no viven tan solo una solidaridad nacional que les obligaría a perdonar tan solo a sus hermanos; están incorporados a una historia que arrastra a todos los hombres hacia el juicio de Dios y que no es otra cosa que su perdón ofrecido en el tiempo hasta su culminación eterna.
Maertens-Frisque, Nueva Guia de la Asamblea Cristiana VII, Marova Madrid 1969.Pág. 41