viernes, 15 de septiembre de 2017

LECTURAS Y COMENTARIO DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO CICLO A - 17 SETIEMBRE 2017

¡SETENTA VECES SIETE!


ORACION COLECTA

Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos y para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA

Lectura del Libro del Eclesiástico 27, 33. 28, 9

El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor
y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo,  y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?.
No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?. Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?.
Piensa en tu fin y cesa en tu enojo, en la muerte y corrupción y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo, la alianza del Señor, y perdona el error.

SALMO RESPONSORIAL (102)

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R.

El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R.

No está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas. R.

Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 14, 7-9

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor.
Para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?.
Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete.
Y les propuso esta parábola: Se parece el Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y agarrándolo lo estrangulaba diciendo: Págame lo que me debes.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

COMENTARIO

 A Pedro le interesan mucho estos consejos sobre la vida fraternal; había oído ciertas discusiones de los rabinos sobre el tema del perdón: “¿A tu mujer?... Puedes perdonarla una vez… ¿A tu hermano?. Debes perdonarle hasta cinco veces”. ¿Qué es lo que piensan Jesús? ¿Cuántas veces tendré que perdonar? ¿Siete veces? Siete veces, no; setenta veces siente. Ante esta respuesta, una de las más locas de todo el evangelio, podemos encontrarnos en este momento en un estado de drama o de inmensa calma. Drama: El Señor está pidiéndonos un perdón muy difícil y todo se rebela en nosotros frente a esta idea. Calma: nuestra vida es tranquila y esta exigencia de Jesús nos parece fácil: desde luego, siempre habrá que perdonar. Miremos a nuestro alrededor. ¿Quién perdona? Incluso se piensa que perdonar sería dar más ánimos a los imperdonables: “Anda, no te preocupes”. Obedecer  a Jesús exige un cambio ya muy conocido. Jesús me invita al perdón inmediato, sean cuales fueren mis heridas y mis rebeldías.
Matamos en  nosotros al evangelio y matamos nuestra vida cuando contemporizamos, cuando pensamos que no estamos en estado de hacer lo que Jesús nos pide. A nosotros nos toca permanecer ante la llamada suplicando a Jesús: quiero pero no puedo ¡Ayúdame! Si no tengo problemas, la exigencia de Jesús es una buena medicina preventiva, me sumerge contra corriente de un mundo orgulloso que rechaza el perdón. El orgullo sabe tan bien disfrazarse de honor, de sentido común, de justicia, de legítima defensa, de procurar no favorecer los malvados, que eso es lo primero que hay que eliminar: “Tú orgullo, no te mezcles en esto”.  Con este aire más limpio se puede entonces examinar la idea de que hay realmente perdones malos. Cuando acepto sonreír y tender la mano porque eso me va bien, no perdono, sino que soy un astuto. Cuando excuso a un tirano que aplasta a los débiles, no perdono, sino que tengo miedo. El evangelio nos ofrece un medio de cultivar en nosotros la aptitud para una pronta reconciliación: situar nuestros perdones en el perdón de Dios. No somos nunca el justo que otorga su clemencia a un miserable pecador. Todos, él y nosotros somos perdonados, invitados a entrar en una misma lógica del perdón. Es lo lógica del Padrenuestro: “Perdóname como se perdona a un hijo, pues procuro ser tu hijo perdonando”. Afirmar: “Nunca negaré a nadie el perdón” es decir: “Deseo seguir siendo de la familia de Dios”.

PLEGARIA UNIVERSAL

Con corazón contrito y espíritu humilde nos presentamos ante ti, Dios Padre, y te ofrecemos nuestras suplicas. Y respondemos: Escúchanos Señor.

1.- Para que todos los miembros de la Iglesia, el Papa Francisco, los obispos, presbíteros, diáconos, ministros y todo el pueblo de Dios tengan permanentemente espíritu de  conversión y reconociendo sus faltas, invoquen el perdón generosos y lleno de ternura de Dios Padre. Escúchanos Señor.

2.- Para que todas las naciones de la tierra y sus gobernantes, actúen con constante autocritica y sean capaces de enmendar  sus faltas y carencias, sobre todo las cometidas con la gente más humilde, pobre   y  necesitada.  Escúchanos  Señor.

3.- Por todos los padres, madres, hijos e hijas de la tierra, para que sepan volver siempre   al  abrazo  amoroso  del regreso y del  perdón   mutuo. Escúchanos Señor.

4.- ara que los pobres, los marginados, los solitarios, los enfermos de mente y de cuerpo encuentren en cada uno de nosotros hermanos solidarios, cercanos que damos lo mejor de nosotros mismos. Escúchanos Señor.

 5.- Por nosotros presentes en esta Eucaristía, para que salgamos del templo con la clara conciencia de que hemos sido perdonados por Dios. Escúchanos Señor.

 Escucha Dios Padre de todos y de todo, las plegarias que te presentamos hoy y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.  Por  Jesucristo   nuestro  Señor.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Se propicio a nuestras suplicas, Señor y recibe con bondad las ofrendas de tus siervos, para que las oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos. Por Jesucristo nuestro Señor.

12.- ORACION DESPUES DE LA COMUNION

La acción de este sacramento, Señor penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida. Por Jesucristo nuestro Señor.

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

Lunes 18: Sb 7, 7-10.15-16 (o bien 1Co 1, 26-31); Sal 130; Lc 12, 32-34.
Martes 19: 1Tm 3, 1-13; Sal 100; Lc 7, 11-17.
Miércoles 20: 1Tm 3, 14-16; Sal 110; Lc 7, 31-35.
Jueves 21: Ef 4, 1-7.11-13; Sal 18; Mt 9, 9-13.
Viernes 22:   1Tm 6, 2c-12; Sal 48; Lc 8, 1-3
Sábado 23: 1Tm 6, 13-16; Sal 99; KLc 8, 4-15
Domingo 24:  Is 55, 6-9; Sal 144; Flp 1, 20c-24.27ª; Mt 20, 1-16.


COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 18, 21-35

1.PERDON. NO ES SOLO DEBER MORAL SINO EL ECO DE LA CONCIENCIA DE HABER SIDO PERDONADO.
El judaísmo ya conocía el deber del perdón de las ofensas pero todavía se trataba de una conquista reciente que no conseguía imponerse más que por la composición de tarifas precisas. Las escuelas rabinas exigían que sus discípulos perdonasen tantas o tantas veces a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, etc..., y estas tarifas variaban según la escuela. Así se comprende que Pedro preguntase a Jesús cual era su tarifa, preocupado por saber si era tan severa como la de la escuela que exigía perdonar siete veces a su hermano.
Jesús contesta a Pedro con una parábola que libra al perdón de toda tarifa para hacer de él el signo del perdón recibido de Dios. (...). Es la característica del perdón cristiano: se perdona como se ha sido perdonado, uno se apiada de su compañero porque se han apiadado de él (vv. 17 y 33; Os 6. 6; Mt 9. 13; 12. 7).
El perdón ya no es únicamente un deber moral con tarifa, como en el judaísmo, sino el eco de la conciencia de haber sido perdonado. Así llega a ser una especie de virtud teologal que prolonga para el provecho del otro el perdón dado por Dios (Col 3. 13; Mt 6. 14-15; 2 Co 5. 18-20). (...).
La Eucaristía dominical tiene una evidente dimensión penitencial: en ella proclama y ejerce la Iglesia el perdón de Dios, puesto que no es otra cosa que la asamblea de los pecadores pendientes de la iniciativa misericordiosa de Dios. Pero la fraternidad de los cristianos eucaristiados y perdonados no es real y significante para el mundo sino en la medida en que colaboran efectivamente en las empresas humanas del perdón, de manera especial en la edificación de la paz.
Maertens-Frisque, Nueva Guia de la Asamblea Cristiana VII, Marova Madrid 1969.Pág.66 Y 67



2. GRATUIDAD/MDA:  LA TRADICIÓN BÍBLICA PRESENTA A UN DIOS QUE AMA A UN PUEBLO QUE NO SE LO MERECE. 
Quizá la característica más expresiva que tiene este misericordia de Dios, manifestada no sólo en su perdón al mal uso de nuestra libertad, sino en toda su relación con nosotros, es la imposibilidad de poder ser pagada de alguna manera por el hombre. Es auténtico amor a fondo perdido. Dios nada gana con querernos.
La tradición bíblica presenta a un Dios que ama a un pueblo que no se lo merece ni por su grandeza cultural, ni por su poderío político, ni por su fidelidad religiosa, ni por ningún otro valor antecedente. Es un Dios loco de amor por su pueblo. No existe otra razón. A nosotros se nos invita a actuar en esta dirección de gratuidad, amando a los enemigos o invitando a quien no nos puede invitar.
Comerciar con el amor y la relación humana "también lo hacen los publicanos y fariseos". (...) La seguridad del amor de Dios como gracia inmerecida e impagable aparta de nosotros todo escrúpulo legalista y potencia nuestra decisión de entrega más allá de cualquier norma establecida.
En una sociedad utilitarista competitiva y comercial la gratuidad resulta de difícil comprensión. El creyente se ve también afectado e incluso contagiado por este entorno que lo rodea. La búsqueda de influencias sociales, el cultivo interesado de las "relaciones públicas" el estar a bien con quien nos puede valer, el hacer favores para poderlos cobrar son tentaciones de cada día. Desde el utilitarismo habitual, preguntarse para qué me puede servir o perdonar a quien no me puede pagar en la misma moneda suele ser un interrogante que brota de forma espontánea.
La referencia a un Dios que se nos da como pura gracia, de manera gratuita, ha de servirnos no sólo para organizar evangélicamente nuestro corazón, sino también para purificar las acciones de nuestra comunidad y no confundir el proselitismo con el verdadero servicio.
Eucaristía 1987/44



3. A-DEO/A-H. NOSOTROS CREEMOS Y VIVIMOS COMO SI FUERAN DOS RELACIONES DISTINTAS. LO CONTRARIO ES LA VERDAD:AMBAS RELACIONES NO CONSTITUYEN MAS QUE UNA: /Mt/25/31-46.
Esta parábola está construida sobre una doble relación. La relación del siervo con el rey y la de los siervos entre sí. El siervo malo debía de pensar que estas dos relaciones son distintas, que su comportamiento para con los demás siervos no tendría importancia por lo que hace a su relación con el rey. Lo contrario es la verdad: ambas relaciones no constituyen más que una. Si el rey está dispuesto a comportarse en relación a los siervos exactamente lo mismo que ellos se comportan entre sí, es que, en definitiva, hay un único juego de relación, único aun siendo complejo, de los hombres entre sí y de los hombres con Dios.
Los hombres no pueden negar el perdón a los demás porque a todos y cada uno Dios les ha perdonado muchísimo más. Y además, esos mismos hombres no pueden ignorar que su actitud en lo referente a sus hermanos compromete su propia situación ante Dios. Si su relación con el prójimo es vivida bajo el signo de la maldad, no hay razón para que su propia relación con Dios se viva de otra manera; pero entonces son ellos las víctimas.
Louis Monloubou, Leer y Predicar el Evangelio de Mateo, Edit. Sal Terrae Santander 1981.Pág. 234



4.- Texto: Continúa con la temática del perdón introducida el domingo pasado. Pedro, la piedra-cimiento del edificio comunitario, pregunta por los límites del perdón de las ofensas entre hermanos. Preguntar es propio del discípulo, deseoso de aprender. En un claro indicio del carácter didáctico de su evangelio, Mateo prodiga las preguntas de los discípulos, y en concreto de Pedro, al Maestro.
- La pregunta y la respuesta barajan las mismas cifras que baraja Génesis 4, 24 para hablar de la venganza como base de actuación: "Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete". Las cifras barajadas convierten el perdón en la base de actuación superadora de la venganza. El sentido de la respuesta es que no se pueden poner límites al perdón: hay que hacerlo siempre.
-La respuesta tiene un desarrollo gráfico en la parábola posterior. No se trata de una parábola pura, pues el versículo final ofrece la explicación: Lo mismo hará mi Padre celestial con aquel de vosotros que no perdona de corazón a su hermano (v. 35).
-Partiendo de esta explicación nos encontramos con la siguiente equiparación dinámica: aquél de vosotros que no perdona a su hermano se comporta igual que el empleado incapaz de perdonar una pequeña deuda a un compañero suyo, después de que a él le han perdonado una enorme deuda. El perdonado no sabe perdonar; los perdonados por Dios no saben perdonar al hermano.
-En el conjunto del texto la parábola aporta, pues, un elemento nuevo a la respuesta inicial dada por Pedro. El discípulo de Jesús no debe poner límites al perdón, porque él sabe con creces lo que significa ser perdonado. El discípulo de Jesús tiene motivo para perdonar. El motivo es el perdón que Dios le otorga a él.
Comentario: El único comentario adecuado a este texto es su puesta en práctica. Pero ¡atención!
-La venganza de la que se habla en el Génesis 4, 24 era el instrumento jurídico del que se servían las sociedades primitivas para regular la conducta en casos de lesión o perjuicio. La venganza trataba de evitar y cortar excesos a la hora de exigir compensaciones por el daño sufrido. Su concreción era la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente. Es decir, por un ojo, un ojo y no los dos; por un diente, un diente y no los demás.
-El perdón del que se habla en este texto es la renuncia incluso a la compensación justa por daños y perjuicios.
-Vistas así las cosas, resulta cada vez más claro lo tantas veces escrito en estos comentarios: ser discípulo de Jesús es ser diferente, pues equivale a poner en marcha la utopía.
-El discípulo tiene una buena razón para poder hacerlo pues se sabe perdonado por Dios y vive desde la experiencia de ese perdón. El discípulo se sabe envuelto en gracia. Por eso, lo que brota del discípulo nunca serán exigencias, sino donación, perdón y gracia.
A. Benito, Dabar 1990/46



5.- El perdón es una misión de la Iglesia. Esta podría ser la conclusión de la parábola de este evangelio. Pedro, como tantas otras veces dentro del evangelio de Mateo, se dirige a Jesús formulándole una cuestión referente al perdón del hermano. El tema sigue al que empezó el domingo anterior: "Si tu hermano peca..." (v. 15). Pedro lo plantea todavía dentro de una óptica típicamente de casuística judía aferrada fuertemente al legalismo. La generosidad de la ley es grande pero tiene un límite. Perdonando "siete veces" Pedro pensó probablemente haber dado un paso decisivo hacia las exigentes metas propuestas por Jesús. La respuesta de Jesús hunde las medidas calculadas por una visión legalista.
La parábola que sigue, propia también de san Mateo, no hace más que insistir en el punto central de reflexión propuesto por la primera lectura en términos de perdón y cantado en el versículo aleluyático en términos de amor: "que os améis mutuamente como yo os he amado" (Jn 13, 34).
No hay que perder el sentido global del evangelio dentro del marco de este capítulo 18, porque es muy importante. Dentro de la Iglesia el pecado sigue siendo una realidad con la que hay que contar. Jesús y el evangelista son realistas. Luego, si el objeto del plan de Dios es que nadie se pierda, son inútiles todos los escándalos y el "parece imposible". Estas son actitudes farisaicas, sobre todo porque denotan no haber asimilado todavía que la deuda que nunca puede llegar a pagarse es la que todo hombre tiene para con Dios. En este sentido, la perícopa resalta la importancia que tiene el perdón entre los hermanos que forman la comunidad; los "pequeños", empleando la terminología del evangelista. Sin esta firme voluntad de acoger, de proteger, de salvar lo que quizá pueda perderse, la iglesia, cualquier iglesia, corre siempre el riesgo de la propia destrucción.
Anton Ramon Sastre, Misa Dominical 1978/16



6.- La primera parte del discurso (18,1-14) nos ha demostrado con claridad que en la comunidad cristiana existen aún rivalidades, escándalos y pecados. ¿Cómo conducirse frente a todo esto? La actitud fundamental que hay que adoptar es el perdón sin límites, porque únicamente el perdón sin límites ("No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete") se parece al perdón de Dios. La parábola (18,23-25) -todo es inverosímil en esta parábola, pero justamente por ello está claro su significado- enseña que el perdón de Dios es el motivo y la medida del perdón fraterno.
Debemos perdonar a los otros porque sería inconcebible retener para sí un don inmenso gratuitamente recibido. Debemos perdonar sin medida, porque Dios nos ha hecho objeto de un perdón sin medida.
Del sentido de la gratuidad del don de Dios es de donde nace el perdón. El versículo final de la parábola (18,35) considera el amor fraterno como una condición para obtener el perdón de Dios.
El amor dispone al hombre al perdón. La idea está indudablemente presente; además, se la afirma también en otros pasajes del evangelio (cfr. /Lc/07/47). Mas no es ésta la perspectiva más profunda. El perdón fraterno es más bien consecuencia del perdón de Dios, no respuesta; es someterse completamente a la acción misericordiosa de Dios de suerte que pueda desarrollarse en toda su vitalidad y difundirse. En este sentido, perdonar a los hermanos es signo de la plenitud de la eficacia del perdón de Dios ya recibido. De hecho, el contraste entre los dos cuadros de la parábola no tiene como fin principal hacer ver la diversidad del comportamiento divino para con el hombre que sabe perdonar y para con el hombre incapaz de perdonar. Intenta más bien hacer ver lo digno que es de condena el siervo que no perdona cuando él ha sido primero objeto del perdón divino. El siervo es condenado porque retiene el perdón para sí y no permite que su perdón se convierta en alegría y perdón también para los hermanos. Es preciso, por el contrario, imitar el comportamiento de Dios (Mt 5,43-48).
Bruno Maggioni, El Relato de Mateo, Edic. Paulinas/Madrid 1982.Pág. 193



Primitivamente, una ofensa merecía una venganza "setenta veces siete" mayor (Gn 4. 24). La ley del talión (Ex 21. 24) redujo la tarifa a la medida de la falta. Sólo con posterioridad se descubre la noción del perdón. Y Pedro pregunta por los límites (la constante tentación de la ley) de este perdón. Para Jesús se ha de perdonar a los demás indefinidamente, porque todos hemos de tener conciencia de haber sido, nosotros mismos, perdonados sin medida por Dios: así proclamamos la Buena Nueva del perdón de Dios.