LITURGIA DE SEMANA SANTA
JUEVES SANTO
El
jueves santo se encuentra en la encrucijada entre la cuaresma y la pascua. Es
el último día de cuaresma, y su misa vespertina da paso al triduo pascual, que
es la preparación inmediata para la pascua, al mismo tiempo que comienza ya su
celebración.
Domina, pues, en este día
el ambiente de preparación. Todo en él se encamina a la pascua. Así ocurrió el
primer jueves santo, cuando el Señor envió a Pedro y a Juan para hacer
preparativos: "Vayan y preparen para que comamos la pascua" (Lc
22,8).
Para
los fieles es un día de preparación espiritual. En él se reconciliaban con la
Iglesia los penitentes públicos de los primeros tiempos. Se les volvía a
recibir en plena comunión con la Iglesia, absolviéndolos de sus pecados
mediante un rito público y solemne, para que pudiesen volver a celebrar la
pascua y recibir la comunión pascual con los demás fieles. Es muy acorde con la
tradición el hacer la confesión pascual en este día, si es que no se ha hecho
antes.
El
jueves santo se celebran dos misas: la llamada misa crismal, que tiene lugar
únicamente en las catedrales, y la misa vespertina en la cena del Señor, en las
parroquias y casa religiosas. La misa crismal incluye la consagración de los
óleos que se usan para el bautismo y otros sacramentos. En esta liturgia
resalta el tema del sacerdocio y su institución por parte de Cristo. La misa
vespertina conmemora sobre todo la institución de la eucaristía. Ambos temas
están íntimamente relacionados entre sí, pero es conveniente distinguirlos con
dos celebraciones.
La misa crismal
Como
ya dijimos arriba, esta misa se celebra únicamente en las catedrales y tiene
lugar por la mañana. El obispo diocesano consagra los óleos y preside como
celebrante principal. Es un rito hermoso e impresionante, que además cuenta con
un rico contenido catequético.
En
esta asamblea del pueblo de Dios tenemos una expresiva manifestación de la
Iglesia, porque la diócesis es la Iglesia de Dios en miniatura. En tiempos
pasados era posible que un obispo celebrase la eucaristía rodeado por casi
todos sus feligreses. Esto es muy difícil en nuestros días, pero sigue siendo
lo ideal. Así lo expresa la constitución sobre la liturgia del Vaticano II:
Conviene
que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al
obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal
manifestación de la Iglesia se realiza en la manifestación plena y activa de
todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente
en la misma eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde
preside el obispo, rodeado de su presbiterio y ministros.
La
liturgia de jueves santo en la catedral se aproxima mucho a este ideal. En ella
tenemos al obispo, jefe de la Iglesia local, rodeado por sacerdotes de todas
las parroquias de su diócesis y representantes de los religiosos. El obispo
concelebra con sus sacerdotes como señal de unidad y fraternidad, y es asistido
por ellos en la consagración de los óleos. Los diáconos y otros ministros
también están presentes y tienen parte activa en la celebración.
Como
expresión visible de la Iglesia jerárquica, es una ocasión única; y más si
están presentes también en ella un buen número de fieles. La asistencia y
participación de los seglares es muy de desear, porque la Iglesia no está
completa si no incluye esta parte del pueblo de Dios.
Es
altamente significativo que la consagración de los óleos que han de usarse para
los sacramentos tenga lugar en el contexto de la eucaristía y en la proximidad
de la pascua. Los sacramentos reciben su significación y eficacia del misterio
pascual de Cristo, que se renueva en cada celebración eucarística, y con
solemnidad especial el día de pascua. Citemos una vez más la constitución sobre
la liturgia:
La
liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien
dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia
divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder.
Todos
los sacramentos tienen conexión con pascua; son sacramentos pascuales.
Debemos recordarlo cuando asistimos a un bautismo, confirmación u ordenación y
se usa el santo crisma; y también cuando se unge a alguien con el crisma de los
enfermos.
El
tema principal de la misa crismal es el sacerdocio. Al entregar el misterio de
la eucaristía a la Iglesia, Cristo instituyó también el sacerdocio. Los textos
de la misa presentan un conjunto catequético no solamente acerca del sacerdocio
ministerial, sino también relativo al sacerdocio general de los fieles. En la
antífona de entrada, la asamblea aclama: "Jesucristo nos ha convertido en
un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre". La expresión se repite en
la segunda lectura, y de ella se hace eco también el prefacio.
Todo
sacerdocio es una participación del sacerdocio único de Cristo. El es nuestro
mediador y sumo sacerdote, y su unción viene del Espíritu Santo. Así se
desprende de la lectura de Isaías (61,1-3.6.8-9) y del evangelio de Lucas
(4,16-21), donde el Señor cita y se aplica a si mismo los textos proféticos:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido".
Por
el sacramento del orden, los hombres comparten de una forma especial el
sacerdocio de Cristo. A ellos se les da el poder de perdonar los pecados y de
convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, cosa que hacen
en su nombre y por su mismo poder. Ellos son, de manera especial, pastores y
maestros de la Iglesia, así como administradores de los sacramentos. Todo esto
se resume en el prefacio:
Ellos renuevan en nombre de Cristo el
sacrificio de la redención, preparan a tus hijos al banquete pascual, presiden
a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con
los sacramentos.
No
es fácil para el sacerdote vivir a la altura de su vocación y ministerio.
Necesita el apoyo y la oración de los demás cristianos. Necesita de vez en
cuando "avivar la llama", el don que ha recibido de Dios (2 Tim 1,6).
Una
de las partes más impresionantes de la misa crismal, añadida recientemente, es
la renovación del compromiso de servicio sacerdotal. Después del evangelio y la
homilía, el obispo invita a sus sacerdotes a renovar su dedicación a Cristo y a
la Iglesia. Juntos prometen solemnemente unirse más de cerca a Cristo, ser sus
fieles ministros, enseñar y ofrecer el santo sacrificio en su nombre y conducir
a otros a él.
En
este acto de entrega, el obispo pide para sí las oraciones de todo su pueblo.
Necesita sus oraciones. Como el gran obispo san Agustín dijo en una ocasión a
sus fieles: "Si por un lado me
aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con
vosotros" (Liturgia de las horas IV, 1201, oficio de lecturas para la
fiesta de san Jenaro).
Un
obispo representa a Cristo en su diócesis de una manera muy real. "El obispo debe ser considerado como el
gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en
Cristo de sus fieles" (Constitución sobre la liturgia, 41.).
La
bendición de los óleos y la consagración del crisma puede hacerse después de
renovar los compromisos o en otro punto más avanzado de la misa. La tradición
más antigua coloca la bendición del óleo de los enfermos inmediatamente antes
de terminar la plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y
la consagración del crisma tienen un interés especial. Todos los sacerdotes
concelebrantes se asocian a la plegaria consecratoria, que es una de las más
solemnes de la liturgia. Contiene una auténtica lección sobre la dignidad y
poder de los sacramentos, en particular del bautismo.
El
triduo pascual comienza con la misa vespertina de la cena del Señor.
Significado de Jueves Santo
Misa Vespertina
Como Jueves Santo se conoce la festividad cristiana
que celebra la última cena de Jesús de Nazaret con sus discípulos, la
institución de la eucaristía y del orden sacerdotal, así como el lavatorio de
pies.
Como tal, toda la cristiandad, tanto la Iglesia
católica como las otras iglesias cristianas, conmemora el Jueves Santo con
procesiones y celebraciones eucarísticas.
El Jueves Santo tiene lugar durante la Semana Santa,
el jueves anterior al Domingo de Pascua o de Resurrección.
Con el Jueves Santo acaba la Cuaresma y se inicia el
Triduo Pascual, es decir, el periodo en que se recuerda la pasión, muerte y
resurrección de Jesús, que se extiende del Jueves Santo al Sábado Santo.
Dos eventos de singular importancia tienen lugar
este día según la Biblia: la última cena, donde se instituye la eucaristía y el
sacerdocio, y el lavatorio de pies.
Este día, pues, se suele conmemorar la institución
de la eucaristía mediante la celebración de los Santos Oficios, y se recuerda
la agonía y oración de Jesús en Getsemaní, en el jardín de los olivos, la
traición de Judas y el arresto de Jesús.
Última cena
Como última cena se conoce la comida que, en
celebración de la Pascua, compartió Jesús con sus discípulos. En ella instituyó
la eucaristía, también llamada comunión, en la cual Cristo deja su cuerpo y
sangre transustanciados en pan y vino.
San Lucas, en el Nuevo Testamento, lo relata así:
“Entonces tomó el pan y, habiendo dado las gracias, lo partió y les dio,
diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria
mía’. Asimismo, tomó también la copa, después de que hubo cenado, diciendo:
‘Esta copa es el nuevo convenio en mi sangre, que por vosotros se derrama’”
(Lucas, 22: 19-20).
Lavatorio de pies
Como lavatorio de pies del Jueves Santo se denomina
el evento en el cual Jesús, como un acto de humildad, lava los pies a sus
discípulos, con la finalidad de dar un ejemplo de amor y servicio a los
semejantes. De allí se desprende el mandamiento que Jesús hizo a sus
discípulos: que debían amarse y servirse unos a otros.
Visita a los 7 templos
Una de las costumbres asociadas a la celebración del
Jueves Santo es la tradicional visita a las siete iglesias o siete templos, que
se puede realizar entre la noche de Jueves Santo y la mañana de Viernes Santo.
Su finalidad, como tal, es agradecer a Jesucristo el don la de eucaristía y el
sacerdocio, que instituyó aquella noche.
Monumento de Jueves Santo
Existe también la tradición de levantar el monumento
de Jueves Santo, que es la capilla o altar donde se reserva la hostia
consagrada desde el Jueves Santo al Viernes Santo. Ante él, se suele dar
gracias al Señor por su pasión, con la cual redimió, según las Escrituras, a la
humanidad.
VIERNES SANTO
El
viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor dulcificado por la
esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no
puede menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar
por la parte que tenemos en los pecados del mundo.
La
devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad
cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se encuentra en
los escritos del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria, describiendo las
ceremonias del viernes santo en Jerusalén el año 400 de nuestra era, nos ha
dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los fieles ante las
lecturas de la pasión. "Es
impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen
duelo. Difícilmente podréis creer que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren
durante esas tres horas, pensando en lo mucho que el Señor sufrió por
nosotros" (Egerids Travels 138).
La
liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los mejores contenidos de
la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu de la Iglesia primitiva
con su énfasis en la gloria de la cruz; ahí el realismo, ternura y compasión de
la Edad Media. Los contenidos de todas las épocas, la piedad de la cristiandad oriental
y la de la occidental se entrelazan de alguna manera para formar un todo
armónico.
Celebración de la pasión
del Señor.
La
celebración de la pasión del Señor tiene lugar a primeras horas de la tarde,
alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado. La liturgia se divide
en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.
Liturgia de la
palabra.
La
ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y los ministros se
aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso
antiguo, se postran. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A
continuación el celebrante lee la oración colecta, y después todos se sientan
para escuchar las lecturas.
La
primera lectura (Is 52,13-53,12)
nos presenta al "siervo paciente", figura profética en la cual la
tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido a Cristo. Cristo
en su pasión es, efectivamente, el "varón de dolores" que con tanta
fuerza describe este poema. En él se contiene todo: sus humillaciones y
sufrimientos, el rechazo por parte de su pueblo, su muerte redentora; incluso
los detalles de las narraciones de la pasión, por ejemplo: "Fue traspasado
por nuestros pecados".
Esta
lectura da el tono a la celebración del viernes santo. Pero incluso en ella la
oscuridad se rompe con la luz de la esperanza. Desde la primera línea el poema
apunta a la victoria final: "Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y
crecerá mucho". Con la misma nota de exaltación concluye el poema. Porque
el Siervo de Yavé, aceptando su papel de víctima expiatoria, trae la paz, la
salud y la justificación de muchos: "A causa de los trabajos de su alma,
verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando
con los crímenes de ellos".
La
segunda lectura (Heb 4,14-16; 5,7-9)
nos presenta a Cristo en su función sacerdotal, reconciliando a los hombres con
Dios por el sacrificio de su vida. El es a la vez sacerdote y víctima, oferente
y ofrenda; es nuestro mediador con el Padre. En esta lectura contemplamos a
Cristo en su existencia celestial y en su actividad presente. En el evangelio
tenemos el relato de su pasión y muerte.
Cristo
no es un personaje del pasado, impresionante y remoto. Ha experimentado la
fragilidad humana en todo menos en el pecado. Por eso puede comprendernos en
nuestro dolor y abatimiento, ya que también él sufrió en su sagrada humanidad.
El evangelio.
"Pasión
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan". Con esta sencilla
introducción, el lector comienza el evangelio del viernes santo (Jn
18,1-19,42). Parece que en la Iglesia romana se ha seguido siempre la tradición
de leer la pasión según san Juan en este día. San Juan, el teólogo y místico,
ve la pasión con mayor profundidad que los otros evangelistas, a la luz de la
resurrección. Su fe pascual transfigura cada detalle y cada episodio de esta
última fase de la vida terrena del Salvador.
Fijémonos,
por ejemplo, en el tratamiento que da san Juan a la cruz. En sí misma es un
sacrificio cruel y bárbaro; pero, desde que Cristo redimió a los hombres en el
leño de la cruz, ésta es objeto de veneración. Es más que eso. Para san Juan,
la cruz es una especie de trono. La cruz es descrita como una
"exaltación", término que instantáneamente comunica la idea de ser
elevado y glorificado. Es san Juan quien nos dice que Jesús llevó su propia
cruz.
Sin
quitar importancia a los sufrimientos del Señor, toda la narración está
impregnada de una atmósfera de paz y serenidad. Cristo, y no sus enemigos, es
quien domina la situación. No hay coacción: él libremente se encamina hacia su
ejecución; con perfecta libertad y completo conocimiento del significado de lo
que acontece, sale al encuentro de su destino. El motivo, la ulterior razón, es
el amor. La cruz es la revelación suprema del amor de Dios.
En
el cuadro que san Juan nos ofrece, Jesús aparece con una tripe función: como
rey, como juez y como salvador. Las burlas de los soldados y la coronación de
espinas sirven para poner de manifiesto su realeza. En el acto mismo de su
condena, es Jesús, no Pilato, quien aparece como juez; ante sus palabras y ante
su cruz nos encontramos condenados o justificados. Finalmente, como salvador,
Jesús reúne a su pueblo en unidad alrededor de su cruz. La Iglesia,
representada en la túnica sin costura, queda formada. A María, su madre, le
confiere una maternidad espiritual; queda constituida madre de todos los
vivientes. Jesús desde la cruz entrega su espíritu, inaugurando así el período
final de la salvación. De su costado brota sangre y agua, símbolos de salvación
y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el verdadero cordero pascual
cuya sangre ya había salvado a los israelitas. Volverse a él con fe es
salvarse.
Intercesiones generales.
En
las intercesiones generales tenemos reminiscencias de una antigua fórmula de
oración de los fieles. Parece ser que, en épocas pasadas, tales oraciones
solemnes de intercesión eran comunes en la liturgia romana (En el siglo v
formaban parte del ordinario de la misa).
Esta
fórmula extensa y elaborada se ha conservado solamente en la liturgia de este
día del año. En las diez grandes oraciones de intercesión, la Iglesia echa una
mirada al mundo entero y ora formalmente por todo el género humano.
Es
una oración verdaderamente universal, que incluye todas las categorías de
personas; y muy oportuna en este día en que los cristianos de todo el mundo se
reúnen en torno a la cruz de Cristo asociándose a su oración sacerdotal. Su
oración alcanza a todos porque todos están incluidos en su amor. "Por
nosotros extendió sus brazos en la cruz" en un gesto que abrazaba a todo
el mundo. La cruz en que Jesús murió es símbolo de universalidad en la
tradición cristiana; sus extremos apuntan a los extremos del orbe.
Las
antiguas oraciones del viernes santo han sido adaptadas a las circunstancias
actuales y reflejan el espíritu ecuménico de nuestros días. Ya no se hace
mención de "herejes" ni "cismáticos", sino que se adopta la
expresión por "aquellos hermanos nuestros que creen en Cristo".
Tampoco deja de manifestarse el ecumenismo más amplio, que busca estrechar
lazos de amistad con los no cristianos. Por ejemplo, en la oración por los
judíos hay respeto y amor, por cuanto ahora nos referimos al pueblo hebreo como
"al primero a quien Dios habló", y pedimos que puedan crecer en el
amor al nombre de Dios y en fidelidad a su alianza.
Además
se han añadido dos nuevas oraciones, que ponen de relieve el espíritu actual:
"por los que no creen en Cristo" y "por los que no creen en
Dios". Es laudable recordar que los cristianos somos una minoría de la
población mundial: en comparación con los millones de no-cristianos, la Iglesia
de Cristo es en realidad un "pequeño rebaño". La mies es, por tanto,
abundante; de modo que debemos pedir "por todos los que no creen en
Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren también ellos el
camino de la salvación".
La
otra oración es por los que no creen en Dios. El ateísmo está muy difundido hoy
día; la ciencia, la tecnología, la filosofía materialista y otros factores han
producido un efecto demoledor en la fe religiosa. En buena parte del mundo se
vive bajo regímenes militares antirreligiosos, siendo así muy difícil que en
ellos pueda penetrar el evangelio. Pero tanto los cristianos como los ateos
formamos parte de la familia humana. Pedimos para todos nuestros hermanos que
están lejos del redil, que por la rectitud y sinceridad de su vida alcancen el
premio de llegar a Dios.
La
última oración es por aquellos que se encuentran en particulares necesidades:
los enfermos, los agonizantes, los emigrantes y desterrados, los prisioneros,
etc. Son verdaderamente universales estas oraciones. En este gran ejercicio de
intercesión, en que todos los fieles están comprometidos activamente, la
Iglesia se reconoce más en su papel de Ecclesia orans, "Iglesia
orante".
Adoración de la cruz.
El
viernes santo no se ofrece el sacrificio eucarístico. La parte central de la
misa, la plegaria eucarística, se omite. En su lugar tenemos la emotiva
ceremonia de la adoración de la cruz. A ésta sigue la comunión.
La
misma ausencia en este día de sacrificio eucarístico nos habla de la íntima
relación entre el sacrificio del Calvario y la misa. Cristo murió de una vez
para siempre por nuestros pecados. Su sacrificio es único y suficiente, pero el
memorial de aquella muerte y sacrificio se celebra en todas las misas. En cada
celebración eucarística "la obra de la redención se renueva". En este
día la mirada de la Iglesia está fija en el Calvario mismo, en donde Cristo
inmoló su vida en expiación por nuestros pecados.
El
rito de la adoración tiene dos formas, de las que el celebrante puede elegir la
que mejor le convenga. La primera consiste en un descubrimiento gradual de la
cruz. El celebrante, de pie ante el altar, toma la cruz, descubre un poco de la
parte superior y la eleva, diciendo o cantando: "Mirad el árbol de la cruz
donde estuvo clavada la salvación del mundo". El pueblo responde:
"Venid a adorarlo". Todos se arrodillan y veneran la cruz en
silencio. Seguidamente el celebrante descubre el brazo derecho de la cruz y hace
de nuevo la invitación a adorarlo. Por fin descubre la cruz totalmente,
haciendo una tercera invitación, a la que sigue la tercera veneración.
Aunque
esta primera fórmula tiene una larga e interesante historia, la segunda parece
más efectiva. En ella hay una solemne procesión con la cruz descubierta desde
la puerta de la iglesia hasta el presbiterio. La cruz es llevada por el
sacerdote o por el diácono, y los ministros acompañan con velas encendidas. En
el camino hacia el altar se hacen tres estaciones, la primera cerca de la
entrada, la segunda en el medio de la iglesia y la tercera junto al
presbiterio. En cada una de ellas el sacerdote o diácono que lleva la cruz se
detiene, la eleva y canta o dice: "Mirad el árbol de la cruz donde estuvo
clavada la salvación del mundo"; sigue la respuesta y adoración de la cruz
como en la primera fórmula. Se coloca luego la cruz junto al presbiterio en
posición adecuada para que todos los fieles puedan acercarse y adorarla
mediante una genuflexión o un beso.
Lo
ideal es que cada uno de los miembros de la asamblea tenga la oportunidad de
hacer su homenaje personal al Salvador crucificado. Con el sencillo gesto de
besar la cruz, la piedad popular se expresa espontáneamente y de modo
conmovedor. Esto presta además a la sombría y majestuosa liturgia del viernes
santo un detalle tierno y personal. También el gesto de besar la cruz tiene una
larga historia; los cristianos de Jerusalén usaban el beso como acto de
adoración a la cruz el viernes santo ya desde el siglo IV (Egeria's Travels
137. El beso a la cruz se practicaba también en Roma desde el siglo VII).
Mientras
los fieles se acercan para adorar la cruz se cantan antífonas, himnos y otras
composiciones adecuadas. Hay algunas muy antiguas que, incluso traducidas,
impresionan por su belleza y profundidad.
La
primera antífona nos sorprende por su aire gozoso: "Tu cruz adoramos,
Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido
la alegría al mundo entero". La cruz nunca está ausente de la vida
cristiana, pero tampoco la alegría. Incluso el viernes santo podemos meditar
sobre el gozo de Cristo, el gozo del sacrificio total.
Luego
vienen los famosos "improperios", llamados así porque en ellos Jesús
reprocha a su pueblo su ingratitud. Él relata lo que ha hecho por su pueblo: lo
sacó de Egipto, lo condujo a través del desierto, lo alimentó con el maná, hizo
por él toda clase de portentos; en recompensa por todos esos favores, el pueblo
lo trata con desprecio. La antítesis: "Yo te saqué de Egipto, tú
preparaste una cruz para tu Salvador", es usada para dar efecto a toda la
composición. Entre un improperio y otro tenemos el patético estribillo:
"¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme", y
el trisagio: "¡Santo es Dios, santo y fuerte! Santo inmortal, ten piedad
de nosotros".
Cristo
nos reprocha a todos, no sólo a los que lo crucificaron; pero lo hace de forma
tan suave, que suscita nuestra compasión más que nuestro sentimiento de
culpabilidad. Lo que se cuestiona es nuestra ingratitud y dureza de corazón. La
única respuesta a esas preguntas y reproches es el beso silencioso a los pies
del Señor crucificado.
Estos
improperios combinan el sentimiento religioso con la percepción teológica.
Porque el Cristo que llama a su pueblo es la Palabra preexistente. Como la
palabra de Dios, él estaba presente y actuando a través de todas las etapas de
la historia sagrada; guió a su pueblo elegido, dio forma al devenir de su
historia. Jesús es la Palabra hecha carne; mientras el recuerdo de sus
sufrimientos suscita nuestra compasión, no hemos de olvidar ni un momento que
él es el Santo de los santos.
Mientras
los fieles siguen caminando hacia la cruz, se entona el Pange lingua. Este
himno 4 se ha comparado a una marcha victoriosa. Relata las gloriosas victorias
de Cristo contra su adversario, Satanás. Luego, en una de sus estrofas, evoca
la escena de la crucifixión en toda su crudeza; pero aun aquí no se pierde de
vista el valor redentor de todos esos sufrimientos. Después, en un rasgo de gran
ternura, el poeta se dirige a la misma cruz pidiéndole que temple su rigor.
Tenemos aquí una espléndida combinación de las devociones primitiva y medieval
a la cruz y la pasión.
La gloria de la cruz.
El
gran pontífice y padre de la Iglesia san León nos ha dejado en sus sermones
cantidad de pensamientos hermosos e impresionantes sobre la pasión y la cruz
del Señor que pueden ayudarnos en nuestra meditación del viernes santo.
Dice
en su sermón 55 que "la pasión de Cristo contiene el misterio de nuestra
salvación", que es para nosotros "el escalón para la gloria" y
que simboliza "el verdadero altar de la profecía".
El
martes de la quinta semana de cuaresma, en el oficio de lecturas (Liturgia
de las horas II, 306-308), tenemos uno de sus mejores sermones sobre la
pasión. En él menciona "la gloria de la cruz que irradia por cielo y
tierra": ¡Oh admirable poder de la
cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos admirar el tribunal del
Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado.
La
cruz es "la fuente de toda bendición, la causa de todas las gracias".
En
un sermón que predicó el domingo de ramos, llegó a hablar de la "fiesta de
la pasión del Señor" (festivitas Dominicae passionis). Esto nos
puede parecer una contradicción de términos, pero no lo es si consideramos la
obra de la redención como un todo único, tal como lo hacían los padres de la
Iglesia. Si se mira con los ojos de la fe y se contempla a la luz de la
victoria pascual de Cristo, la cruz es, en realidad, "el trofeo de su triunfo"
y "el signo adorable de la salvación". Por la misma razón, la alegría
de la pascua no borra la memoria de la pasión y el Calvario; de hecho, en la
época del papa san León la lectura del evangelio del día de pascua incluía el
relato de la pasión junto con el de la resurrección del Señor (Sermón 72, Nicene
and Post-Nicene Fathers, vol. XII,
184. El papa san León dice aquí:
"El texto de la historia divinamente inspirada ha mostrado claramente la
perfidia de la traición contra el Señor Jesucristo, el juicio por el que lo
condenaron, la barbarie de su crucifixión y la gloria de su resurrección").
El rito de comunión.
El
altar está ahora cubierto por el mantel, y sobre él se han colocado el corporal
y el libro. Se trae al altar el copón con las hostias consagradas en la misa
vespertina del jueves. Dos ministros con velas encendidas acompañan al
sacerdote o diácono y colocan las velas sobre el altar o próximas a él.
Se
dicen las oraciones acostumbradas antes de la comunión: el Padrenuestro con
su embolismo y aclamación y la oración privada de preparación del sacerdote.
Luego se muestra la hostia, diciendo: "Este es el cordero de Dios", y
la respuesta: "Señor, no soy digno".
La
significación especial de la comunión en estos días podemos captarla citando a
san Pablo, que alude a una profunda y misteriosa relación entre la comunión
sacramental y la pasión y muerte de Cristo. En sus enseñanzas sobre la cena del
Señor recuerda a los corintios: "Pues cuantas veces comáis este pan y
bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor
11,26).
Pero
la eucaristía no es solamente una proclamación; es también una participación en
la muerte de Cristo, es decir, con Cristo en su estado de víctima sacrificial.
Recibir su cuerpo y su sangre es entrar en su disposición de total entrega de
sí mismo al Padre; es ser atraído al mismo movimiento de sacrificio amoroso.
Esto es lo que significa participación en su nivel más profundo, y el papa san
León nos lo explica maravillosamente en el siguiente pasaje:
Lo
que ocurre cuando participamos del cuerpo y la sangre de Cristo es que nos
convertimos en lo que recibimos, y en cuerpo y espíritu llevamos por todas
partes a aquel en el cual y con el cual morimos, fuimos sepultados y volvimos a
resucitar.
Por
tanto, nuestra comunión del viernes santo proclama y da testimonio de la pasión
y muerte del Señor, nos capacita para participar al nivel más profundo en el
sacrificio de Cristo y para asociarnos con él; además, nos hace partícipes de
los frutos de este sacrificio.
Cuando
todos han comulgado, se guarda silencio durante algunos minutos para poder
meditar en el sacramento que se acaba de recibir. Así damos gracias al Señor,
que en este sacramento nos ha dejado un memorial maravilloso de su pasión y
muerte y una prenda de la gloria futura.
La
liturgia concluye con la oración después de la comunión, seguida por otra de
bendición. La primera se refiere al poder curativo y transformante del
sacramento, y pide un espíritu de servicio generoso para los que han tomado
parte en la celebración. Entre las bendiciones que se invocan sobre la asamblea
tiene especial importancia la de una fe más fuerte. La fe es el fundamento de
todas las virtudes.
La
liturgia del viernes santo termina así, sin despedida ni canto final. El pueblo
se retira en silencio. Algunos se quedan para continuar su oración personal y
sus devociones. Los que no hayan tenido oportunidad de besar la cruz pueden
hacerlo en este momento. Otros preferirán hacer el vía crucis.
El
altar queda desnudo, el sagrario vacío, el presbiterio sin flores ni ornamentos
de ninguna clase. Es el día en que la iglesia presenta un aspecto
extremadamente austero. Nada distrae nuestra atención del altar y la cruz. La
Iglesia permanece vigilante junto a la cruz del Señor.
SÁBADO SANTO
El
sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, permaneciendo por
ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o de la
expectación nocturna de la resurrección, pueda alegrarse con gozos pascuales,
de cuya abundancia va a vivir durante cincuenta días.
Esta
nota introductoria del misal explica el espíritu del día. No debemos dar paso a
una alegría anticipada, porque la celebración pascual todavía no ha comenzado.
Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección.
Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día
anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como
el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había
sido quitado (Mt 2,19-21).
Si
podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será
empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere la hermosa homilía
elegida para el oficio de lecturas de hoy:
Un
gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran
silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque
Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde
antiguo'.
El
primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de
hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas.
Solamente María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo.
Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y
tiene una misa votiva y oficio en su honor.
Una
nota de serenidad, incluso de gozosa expectación, impregna la liturgia del
sábado santo. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que
despertará en la mañana de pascua.
Los
salmos elegidos para la liturgia de las horas rezuman confianza y expectación.
Parece como si el mismo Cristo los estuviese recitando. El salmo 4 contiene
este versículo: "En paz me acuesto y en seguida me duermo", que se
aplica a Cristo en la tumba esperando confiadamente la resurrección. También en
el salmo 15 tenemos una maravillosa expresión de esperanza: "No me
entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás
el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua
a tu derecha".
La
lectura de la Biblia (Heb 4,1-13) nos habla del descanso sabático preparado
para el pueblo de Dios después de las fatigas de esta vida. De ella se
desprende esta conclusión: "Un tiempo de descanso queda todavía para el
pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso descansa él también de sus
tareas, como Dios de las suyas".
En
la homilía de la que hemos citado antes algo hay un diálogo entre Cristo y
Adán. Cristo entra en la morada de los muertos y despierta a Adán, diciendo:
"Levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos.
Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza.
Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e
indivisible persona".
Todos
participamos del misterio del sábado santo; san Pablo nos lo recuerda:
"Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte,
para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del
Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida" (Rom 6,4). En la
Iglesia primitiva, el simbolismo del bautismo como sepultura con Cristo
resultaba mucho más claro que en tiempos más recientes. Los catecúmenos adultos
descendían realmente a la pila bautismal, que, en su aspecto, no era muy
diferente de una tumba. Descendían a las aguas, como signo de muerte y
sepultura, y salían significando la resurrección.
Nuestra
participación en la sepultura de Cristo se expresa en las oraciones finales de
la liturgia de las horas. Así se expresa la petición final de laudes:
"Cristo, Hijo de Dios vivo, que has querido que por el bautismo fuéramos
sepultados contigo en la muerte, haz que, siguiéndote a ti, caminemos también
nosotros en una vida nueva". En la oración final rogamos: "Te pedimos
que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo,
resucitar también con él a la vida eterna" (Liturgia de las horas II,
415).
VIGILIA PASCUAL
El
Sábado Santo es el día de silencio. Silencio de Dios. Silencio de la Iglesia.
El órgano no suena, ni tampoco las campanas. No se celebra la Eucaristía ni los
sacramentos. La comunidad cristiana ora y medita.
La
celebración de la Vigilia Pascual. A pesar de ser la más importante del año, no
es popular. Lo explica los largos años de alejamiento.
“Según
una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor” (Ex
12,42). Los fieles como recomienda el Evangelio “Tened ceñida vuestra cintura y
encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a su
Señor, vuedlva de la boda, para abrirle apenas venga y llame” (Lc. 12,35-36)
ESQUEMA DE LA CELEBRACIÓN
I ª Parte: RITO DE ENTRADA
-
Lucernario
Si
cada tarde, en Vísperas, cantamos a Cristo como Luz, como Sol que no conoce ocaso,
en esta noche de Pascua, desde la oscuridad total, entonamos nuestra alabanza
entrañable a cristo bajo el símbolo del Cirio y la Luz. El brilla en medio de
las tiniebla con su nueva vida. Y no s la contagia a toda la comunidad.
Él
nos ha dicho: “yo soy la luz del mundo; quien me sigue, no andarás en
tinieblas”. Esta noche, más que nunca le podemos gritar más que nunca nosotros
nuestra alabanza: “Luz de Cristo, Demos gracias Dios”. “Oh luz gloriosa…”
El
rito del fuego se hace fuera de la iglesia. Incisiones en el Cirio de las
cifras del año N. , o los granos de incienso. Cirio grande y hermoso, nuevo
cada año… Procesión con las aclamaciones. Y progresiva iluminación en el templo
que permanece a oscuras.
-
Pregón Pascual
Debe
ambientar y dar el tono festivo y lírico para introducirnos a la celebración.
Cantado o declamado por el diácono u otro seglar. El asamblea puede intercalar
alguna aclamación cantada.
Su
contenido es como sigue: Invitatorio: alegría de la fiesta (ángeles, la tierra,
la iglesia universal, la asamblea local) cuyo motivo es ser la fiesta d el a
luz por la victoria de Cristo.
Síntesis
de la Historia de la Salvación pascual: la Pascua, profetizada por el Antiguo
Testamento (cordero del éxodo, el paso del mar rojo, la columna de fuego); la
Pascua realizada en el Nuevo Testamento ( Cristo del verdadero Cordero, los
fieles iluminados y salvados por El, representado en el Cirio).
Himno
Y
proyección al futuro, pascua y parusía ( que el lucero matinal, Cristo, en su
venida encuentre ardiendo este Cirio)….. a la noche santa ( en que Cristo
resucita, Israel ha sido liberado, la Iglesia santificada y los fieles llenos
de dones) .T.
II ª Parte LITURGIA DE LA PALABRA.
Son
nueve lecturas. Se proclama la Salvación que Dios ofrece a la humanidad, culminando
con el anuncio de la resurrección del Señor.
Dios
habla y el hombre responde: Grandes maravillas que Dios hizo con su pueblo:
Grupo
Primero
1ª
Lectura: Vió Dios que todo lo había hecho y era muy bueno Génesis 1, 1-31; 2,
1-2.
Respuesta:
Salmos 103 o 32.
Oración
2ª
Lectura: Sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe. Génesis 22, 1-18.
Respuesta.
Salmos 15,5 y 8.9-10.11
Oración
3ª
Lectura: Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjunto. Exodo 14,
15-15, 1.
Respuesta:
Ex 15, 1-2.3-4.5-6. 17-.18.
Oración
Grupo
segundo
4ª
Lectura: Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor. Isaías 54,
5-14.
Respuesta:
Salmo 29, 2 y 4. 5-6.11 y 12ª y13b.
Oración
5ª
Lectura: Venid a mí, y vivirèis; sellaré con vosotros alianza perpetua. Isaías
55, 1-11.
Respuesta:
Is. 12, 2-3. 4bcd. 5-6.
Oración
Grupo
tercero
6ª
Epístola: Cristo una vez resucitado de entre lso muertosa, ya no muere más.
Respuesta: Salmo 18, 8. 9. 10. 11.
Oración
7ª
Evangelio: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Lucass 24, 1-12.
Homilía.
IIIª Parte LITURGIA DEL
SACRAMENTO. Los de la iniciación cristiana: BAUTISMO, CONFIRMACIÓN, EUCARISTÍA
Esta
noche, después del camino cuaresmal y del catecumenado, sed celebran, antes d
ela Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo y la
Confirmación. La Palabra anteriormente proclamada, se celebra sacramentalmente
esa misma salvación, con los sacramentos. Palabra y Sacramento, en ritmo
interior lleno de dinámica, que esta noche tiene todavía mayor importancia.
Liturgia
BAUTISMAL
La
celebración está compuesta de estos elementos:
Las
letanías de los santos
La
bendición del agua: larga, si hay bautizo, y la corta sino no lo hay.
La
renovación de las promesas bautismales
El
signo de la aspersión con un canto bautismal
La
oración Universal de los fieles: que es el ejercicio por parte de la comunidad
de su sacerdocio bautismal, intercediendo ante Dios por toda la humanidad: es
una oración a la que hoy hay que dar relieve.
Liturgia
EUCARISTICA
La
celebración eucarística es la culminación de toda la Noche Pascual. El Señor
Resucitado nos hace partícipes de su Carne y de su Sangre, como memorial de su
Pascua.
-
Preparación de las Ofrendas. Puede ser una pausa (musical con órgano festivo);
y si hay neófitos no párvulos, sería bueno que ellos llevaran los dones al
altar.
-
Memorial del sacrificio. Cantar el celebrante el prefacio, las palabras del
Relato o la doxología final. Amén de la asamblea cantada. El canon romano por
la glosa que tiene para esta noche o el Canon IV que es un repaso entusiasta de
la toda la Historia de la Salvación.
-
Participación en la comunión. Esta noche, es muy conveniente que sea bajo las
dos especies.
VI
ª Parte Despedida de la comunidad, cantando el doble aleluya, pero esta noche
empieza una fiesta que dura cincuenta días.