SANTA ROSA DE LIMA EN LAS TRADICIONES DE RICARDO PALMA
Ricardo
Palma dedica tres de sus tradiciones a la figura de Santa Rosa; una cuando la
adolescente Rosa está en Quive, las otras dos pertenecen a su etapa de
recogimiento en la ermita del huerto. En estas historias se presenta a la Santa
con todo el sabor criollo que le fue tan peculiar, de esa Lima que era su
patria y que ella adoraba.
Son
semblanzas inspiradas en pasajes de la vida de la Santa que los diferentes
biógrafos recogen, a las cuales las envuelve el aire místico y misterioso que
Palma da a las estampas limeñas antiguas sin dejar de lado la anécdota y los
escapes tan ingeniosos y picarescos propios del temperamento limeño.
ESQUIVE VIVIR EN QUIVE
En
esta tradición de Ricardo Palma se cuenta la explicación del refrán tan
popularizado en el siglo XIX como fue: “Esquive vivir en Quive”. Por los años
en que la familia Flores Oliva residió en Quive, población de la provincia de
Canta, pasó por ahí el Arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo en recorrido de
evangelización, impartiendo a los fieles el sacramento de la confirmación. Fue
advertido por el por el párroco de la poca fe en la doctrina católica de los
naturales. Ya en la iglesia encontró sólo tres niños, entre ellos una niña,
Rosa. Luego de la ceremonia salió desmoralizado de la iglesia y otros niños lo
insultaron en quechua. Santo Toribio de Mogrovejo no los bendijo, sino murmuró:
“¡Desgraciados! ¡No pasaréis de tres!”. Desde esa fecha han sucedido en Quive
innumerables calamidades por lo que ha quedado prácticamente deshabitado, a no
ser por tres familias que han quedado. Ricardo Palma termina esta tradición
señalando la falta de cuidado de los canteños para la conservación de la casa
que ocupó Santa Rosa.
TRADICION LOS MOSQUITOS DE SANTA ROSA DE LIMA - RICARDO PALMA
Cruel
enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo
revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su
incansable musiquería.
¿Qué
reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o
cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel,
se siente interrumpido por el impertinente animalejo?
No
hay más que cerrar el libro y arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico
para ahuyentar al malcriado.
Creo
que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo,
aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído.
Por
eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores
físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir,
sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines.
Y
ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre el tema tal refiere de los biógrafos
de la santa limeña.
Sabido
es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso
huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al
recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío
forman, son criaderos de miriadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a
su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza,
optó por parlmentar con los mosquitos. Así decía:
–
Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos
y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido.
Y
el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos
politiqueros.
Aun
cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y
lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa,
les decía:
–
¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!
Y
empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les
decía:
–
Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.
Y
los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.
Ya
al anochecer los convocaba, diciéndoles:
–
Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.
Y
repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:
–
A recogerse amigos, formalitos y sin hacer bulla.
Eso
se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le
insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.
No
obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen
comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una
beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no
aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.
–
¿Qué haces hermana? –dijo la santa–, ¿Mis copañeros me matas de esa manera?
–
Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo –replicó la beata. ¡Mira éste
cómo se había cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto!
–
Déjalos vivir hermana: no me mates a ninguno de estos probrecitos, que te
ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz que
conmigo tienen.
Y
ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.
También
la santa en una ocasión tuvo que valerse de sus amiguitos para castigar los
remilgos de Francisquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a
acercarse a la ermita, por miedo de que la picasen los jenjenes.
–
Pues tres te han de picar ahora –le dijo Rosa–, uno en el nombre del Padre,
otro en el nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.
Y
simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de los tres
mosquitos.
SANTA ROSA Y EL GALLITO
Y
comprobado el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos;
refiere el cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho
mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la
casa. Enfermó el animal y postrose de manera que la dueña dijo:
–
Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado.
Entonces
Rosa cogió el ave enferma y acariciándola dijo:
–
Pollito mío, canta de prisa, pues si no cantas, te guisa.
Y
el pollito sacudió las alas, encrespó las plumas y muy regocijado soltó un
¡Quiquiriquí!
(¡Qué
buen escape el que dí!)
¡Quiquiricuando!
(Ya
voy, que me están peinando).
EL ROSAL DE SANTA ROSA
Este
escrito de Ricardo Palma explica la presencia de las primeras rosas en Lima. La
casa de la familia de la Santa colindaba por la parte de atrás con el hospital
del Espíritu Santo, lugar donde los marinos españoles “pagaban la chapetonada”
de llegar a América (enfermaban de terciana y disentería). Este era al
principio un terreno sin finalidad alguna hasta que Rosa lo convirtió en su
“huerto y jardinillo”. De él brotaron espontáneamente rosas a pesar de que era
sabido que en el nuevo mundo no se conocían los esas plantas: “Las rosas no se
producían en el Perú, pues según lo afirma Garcilaso en sus Comentarios Reales
, los jazmines, mosquetas, clavelinas, azucenas y rosas no eran conocidos antes
de la conquista”. Y se pusieron de moda no sólo para embellecer sino también
para curar; los médicos encontraban propiedades medicinales en sus hojas secas.
Mendiburu asegura que las primeras rosas que hubieron en Lima fueron las del
jardín del Espíritu Santo, confundiéndose este jardín con el de Santa Rosa.
Esta
es la Tradición Peruana narrada por Ricardo Palma:
En
1581, el griego Miguel Acosta y navieros de lima hicieron una colecta para
fundar un hospital destinado a la asistencia de marineros atacados por la
terciana y la disentería. Nació así, el hospital del Espíritu Santo. Al otro
lado había un gran lote, donde su dueño Gaspar Flores edificó unos cuartos, en
uno de los cuales nació el 30 de abril de 1586 Santa Rosa de lima; siendo Papa,
Sixto V; rey de España, Felipe 11; arzobispo, Toribio de Mogrovejo y
gobernador, Martín Enríquez “el Gotoso”.
En
un espacio ocioso, Rosa cultivó su jardinillo. Las rosas, según Garcilaso, no
se producían en el Perú.
Grande
fue la sorpresa de Rosa al ver que había brotado un rosal en su huerto; de
cuyos retoños se proveyó la gente para adornar sus cabelleras. Y hasta el
empirismo médico le descubrió virtudes, pues sus hojas secas se guardaban para
la curación de complicadas dolencias.
Cuentan
que cuando en 1669 presentaron a Clemente IX el expediente para su
beatificación, murmuró...
-
¿Santa y limeña? ¡Hum! Tanto da una lluvia de rosas.
Y
perfumadas hojas cayeron sobre él. Así nació su afán por ella, pues firmó su
beatificación (12 de febrero de 1669) y su nominación como Patrona del Perú,
reformando la Carta de Urbano VIII para acelerar la canonización.
Muerto
Clemente IX legó en su testamento una suma para erigir en Pisto ya, su ciudad,
una capilla a Santa Rosa. El dominico Parra, en su “Rosa Laureada”, (Madrid,
1760) dice que la primera firma que como monarca puso Felipe IV fue para pedir
la beatificación de Rosa.
En
febrero de 1672, siendo virrey el Conde de Lemus, se celebró la canonización; y
las calles se pavimentaron con barras de plata, cotizadas en ocho millones de
pesos.
Años
después, Pedro de Valladolid y Andrés Vilela, dueños del lote, lo cedieron para
edificar su Santuario. El rosal se llevó al jardín del convento de los
dominicos.
En
"Tradiciones peruanas", por Ricardo Palma.