lunes, 24 de agosto de 2015

SANTA ROSA DE LIMA EN LAS TRADICIONES DE RICARDO PALMA

SANTA ROSA DE LIMA EN LAS TRADICIONES DE RICARDO PALMA


Ricardo Palma dedica tres de sus tradiciones a la figura de Santa Rosa; una cuando la adolescente Rosa está en Quive, las otras dos pertenecen a su etapa de recogimiento en la ermita del huerto. En estas historias se presenta a la Santa con todo el sabor criollo que le fue tan peculiar, de esa Lima que era su patria y que ella adoraba.

Son semblanzas inspiradas en pasajes de la vida de la Santa que los diferentes biógrafos recogen, a las cuales las envuelve el aire místico y misterioso que Palma da a las estampas limeñas antiguas sin dejar de lado la anécdota y los escapes tan ingeniosos y picarescos propios del temperamento limeño.

ESQUIVE VIVIR EN QUIVE


En esta tradición de Ricardo Palma se cuenta la explicación del refrán tan popularizado en el siglo XIX como fue: “Esquive vivir en Quive”. Por los años en que la familia Flores Oliva residió en Quive, población de la provincia de Canta, pasó por ahí el Arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo en recorrido de evangelización, impartiendo a los fieles el sacramento de la confirmación. Fue advertido por el por el párroco de la poca fe en la doctrina católica de los naturales. Ya en la iglesia encontró sólo tres niños, entre ellos una niña, Rosa. Luego de la ceremonia salió desmoralizado de la iglesia y otros niños lo insultaron en quechua. Santo Toribio de Mogrovejo no los bendijo, sino murmuró: “¡Desgraciados! ¡No pasaréis de tres!”. Desde esa fecha han sucedido en Quive innumerables calamidades por lo que ha quedado prácticamente deshabitado, a no ser por tres familias que han quedado. Ricardo Palma termina esta tradición señalando la falta de cuidado de los canteños para la conservación de la casa que ocupó Santa Rosa.

TRADICION LOS MOSQUITOS DE SANTA ROSA DE LIMA - RICARDO PALMA


Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería.

¿Qué reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo?

No hay más que cerrar el libro y arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico para ahuyentar al malcriado.

Creo que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído.

Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines.

Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre el tema tal refiere de los biógrafos de la santa limeña.

Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miriadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlmentar con los mosquitos. Así decía:

– Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido.

Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros.

Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:
– ¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!

Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:
– Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.

Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.

Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:

– Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.

Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:

– A recogerse amigos, formalitos y sin hacer bulla.

Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.

No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.

– ¿Qué haces hermana? –dijo la santa–, ¿Mis copañeros me matas de esa manera?

– Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo –replicó la beata. ¡Mira éste cómo se había cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto!

– Déjalos vivir hermana: no me mates a ninguno de estos probrecitos, que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz que conmigo tienen.

Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.

También la santa en una ocasión tuvo que valerse de sus amiguitos para castigar los remilgos de Francisquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a acercarse a la ermita, por miedo de que la picasen los jenjenes.

– Pues tres te han de picar ahora –le dijo Rosa–, uno en el nombre del Padre, otro en el nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.

Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de los tres mosquitos.

SANTA ROSA Y EL GALLITO


Y comprobado el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos; refiere el cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postrose de manera que la dueña dijo:

– Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado.

Entonces Rosa cogió el ave enferma y acariciándola dijo:

– Pollito mío, canta de prisa, pues si no cantas, te guisa.

Y el pollito sacudió las alas, encrespó las plumas y muy regocijado soltó un

¡Quiquiriquí!
(¡Qué buen escape el que dí!)
¡Quiquiricuando!
(Ya voy, que me están peinando).

EL ROSAL DE SANTA ROSA


Este escrito de Ricardo Palma explica la presencia de las primeras rosas en Lima. La casa de la familia de la Santa colindaba por la parte de atrás con el hospital del Espíritu Santo, lugar donde los marinos españoles “pagaban la chapetonada” de llegar a América (enfermaban de terciana y disentería). Este era al principio un terreno sin finalidad alguna hasta que Rosa lo convirtió en su “huerto y jardinillo”. De él brotaron espontáneamente rosas a pesar de que era sabido que en el nuevo mundo no se conocían los esas plantas: “Las rosas no se producían en el Perú, pues según lo afirma Garcilaso en sus Comentarios Reales , los jazmines, mosquetas, clavelinas, azucenas y rosas no eran conocidos antes de la conquista”. Y se pusieron de moda no sólo para embellecer sino también para curar; los médicos encontraban propiedades medicinales en sus hojas secas. Mendiburu asegura que las primeras rosas que hubieron en Lima fueron las del jardín del Espíritu Santo, confundiéndose este jardín con el de Santa Rosa.

Esta es la Tradición Peruana narrada por Ricardo Palma:


En 1581, el griego Miguel Acosta y navieros de lima hicieron una colecta para fundar un hospital destinado a la asistencia de marineros atacados por la terciana y la disentería. Nació así, el hospital del Espíritu Santo. Al otro lado había un gran lote, donde su dueño Gaspar Flores edificó unos cuartos, en uno de los cuales nació el 30 de abril de 1586 Santa Rosa de lima; siendo Papa, Sixto V; rey de España, Felipe 11; arzobispo, Toribio de Mogrovejo y gobernador, Martín Enríquez “el Gotoso”.

En un espacio ocioso, Rosa cultivó su jardinillo. Las rosas, según Garcilaso, no se producían en el Perú.

Grande fue la sorpresa de Rosa al ver que había brotado un rosal en su huerto; de cuyos retoños se proveyó la gente para adornar sus cabelleras. Y hasta el empirismo médico le descubrió virtudes, pues sus hojas secas se guardaban para la curación de complicadas dolencias.

Cuentan que cuando en 1669 presentaron a Clemente IX el expediente para su beatificación, murmuró...
- ¿Santa y limeña? ¡Hum! Tanto da una lluvia de rosas.
Y perfumadas hojas cayeron sobre él. Así nació su afán por ella, pues firmó su beatificación (12 de febrero de 1669) y su nominación como Patrona del Perú, reformando la Carta de Urbano VIII para acelerar la canonización.

Muerto Clemente IX legó en su testamento una suma para erigir en Pisto ya, su ciudad, una capilla a Santa Rosa. El dominico Parra, en su “Rosa Laureada”, (Madrid, 1760) dice que la primera firma que como monarca puso Felipe IV fue para pedir la beatificación de Rosa.

En febrero de 1672, siendo virrey el Conde de Lemus, se celebró la canonización; y las calles se pavimentaron con barras de plata, cotizadas en ocho millones de pesos.

Años después, Pedro de Valladolid y Andrés Vilela, dueños del lote, lo cedieron para edificar su Santuario. El rosal se llevó al jardín del convento de los dominicos.


En "Tradiciones peruanas", por Ricardo Palma.