CARTA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO A TODA LA IGLESIA ARQUIDIOCESANA
DE PIURA Y TUMBES CON OCASIÓN DE LA CONCLUSIÓN DEL X CONGRESO NACIONAL
EUCARÍSTICO Y MARIANO
Muy
queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús, el Pan vivo que da la vida al
mundo:
Con
alegría me dirijo a ustedes a un mes de la clausura del X Congreso Nacional
Eucarístico y Mariano, para juntos elevar nuestra oración agradecida a
Dios-Amor por medio de Santa María nuestra Madre, por el don inmenso de este
gran evento eclesial de tanta trascendencia para Piura, Tumbes y el Perú
entero. Del 13 al 16 de agosto pasado, dimos un maravilloso y multitudinario
testimonio de nuestra fe cristiana y católica en el marco de nuestro Año
Jubilar por los 75 años de la creación de nuestra Iglesia particular de Piura y
Tumbes. Mi profundo agradecimiento a todos los que contribuyeron con sus
oraciones, ofrecimientos, generosidad y trabajo esforzado por hacer posible los
días que hemos vivido. Gracias a las autoridades regionales y locales de Piura
y Tumbes, a los sacerdotes, consagrados y consagradas de mi Arquidiócesis, a
las hermandades, a los laicos, a las empresas e instituciones que con gran
generosidad colaboraron por hacer realidad un acontecimiento de gracia y
bendición para nuestra Región Norte y para el Perú entero.
Los
piuranos y tumbesinos fuimos capaces de demostrar que cuando ponemos al Señor
Jesús, a María Santísima y a nuestra fe cristiana y católica en el centro de
nuestras vidas somos capaces de unirnos para hacer cosas grandes. Siempre
unidos a Jesús por María, podemos alcanzar lo que humanamente es inalcanzable.
Gracias
Señor por el don de la Eucaristía y de María
Nuestro
Congreso Eucarístico fue ocasión preciosa para celebrar dos prodigios del amor
de Dios que se entrelazan entrañable y devotamente: La Eucaristía y la
Maternidad divina y espiritual de Santa María. Nunca hay que olvidar que vivir
la Eucaristía nos exige acoger a María como Madre y que nuestras celebraciones
eucarísticas nos deben siempre conducir a escuchar la voz de Jesús que desde el
Altar, memorial de la Cruz, nos dice: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 26-27).
Los
días vividos fueron días jubilosos donde los niños, los jóvenes, los ancianos y
enfermos, así como nuestros hermanos encarcelados y las familias, profesaron
públicamente su fe en la Eucaristía ya que el Señor Jesús no vino a este mundo
para darnos algo sino para darse Él a sí mismo, como alimento de vida eterna
para quienes tienen fe en Él; y ésta comunión nuestra con el Señor nos
compromete a nosotros, sus discípulos del tercer milenio, a imitarlo, haciendo
de nuestra vida, por medio de nuestras actitudes de amor fraterno, un pan
partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su
carne.[1]
Fueron
días benditos donde el Pueblo de Dios agradeció al Señor el tesoro más grande
que le ha dejado: la Sagrada Eucaristía, misterio que contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, ya que contiene al mismo Cristo, nuestra Pascua y Pan
de Vida. Renovamos así nuestra fe en el Señor Jesús, realmente presente en el
Santísimo Sacramento del Altar, y la conciencia de que no hay posibilidad de
alcanzar un nuevo impulso y vigor en la vida cristiana sin la Eucaristía, es
decir, no hay posibilidad de santidad y de plena fecundidad evangelizadora sin
ella. Como bien decía San Juan Pablo II: “Todo compromiso de santidad, toda
acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de
planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y
se ha de ordenar a él como a su culmen”.[2]
Al
inicio del tercer milenio cristiano, los discípulos y misioneros del Señor
Jesús, estamos llamados a caminar con un renovado ánimo y aliento dando
testimonio visible y convincente de nuestra fe. Para ello necesitamos centrar
nuestras vidas en Cristo nuestro Señor, a quien tenemos que conocer, amar y
seguir más de cerca. Para ello nos es imprescindible la Eucaristía, porque en
ella, “tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su
resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la
obediencia y el amor al Padre”.[3]
Fueron
jornadas de gracia en que hicimos de la celebración de la Eucaristía el centro
y el culmen a la que se dirigen todos los actos y los diversos ejercicios de
piedad y donde fomentamos la adoración del Santísimo Sacramento y las
procesiones eucarísticas públicas, todo en un ambiente de piedad que despertó
el sentido fraterno de la comunidad eclesial. Fue imponente la gran procesión
pública final del Congreso Eucarístico con el Santísimo Sacramento que congregó
a miles de fieles cristianos que colmaron las calles y plazas de nuestra
Ciudad.
Fueron
días santos vividos en unidad y comunión, aquella que sólo Jesús Eucaristía
puede hacer surgir entre nosotros ya que, “el don de Cristo y de su Espíritu,
que recibimos en la Eucaristía, cumple con plenitud sobreabundante los anhelos
de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, los eleva
muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión
con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia llega a ser cada vez más lo que debe ser:
misterio de unidad «vertical» y «horizontal» para todo el género humano. A los
brotes de disgregación, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigados en
la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad
del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía, formando continuamente a la Iglesia, crea
también comunión entre los hombres”.[4]
Piura
y Tumbes, tierra de profunda fe cristiana y católica
Los
días congresales vividos han evidenciado una vez más la profunda identidad
católica de nuestra tierra manifestada en las devociones multitudinarias a la
Cruz de la Conquista o de la Evangelización, al Señor Cautivo de Ayabaca, al
Señor de la Buena Muerte de Chocán y a nuestra querida “Mamita Meche”, Nuestra
Señora de las Mercedes de Paita. Todo ello nos compromete a impulsar de manera
más decidida la Nueva Evangelización a la que reiteradamente nos convoca el
Papa Francisco, para que con nuevo ardor de resucitados y con santa audacia
llevemos a todos el Evangelio de la Vida que vence a la muerte y la Palabra de
la belleza eterna que no se apaga.[5]
Recemos
al Señor por María para que aleje de nosotros un Fenómeno del Niño severo
En
la inauguración del Congreso Eucarístico les pedí a todos que rogáramos al
Creador, para que aleje de nosotros el peligro de un Fenómeno del Niño extremadamente
severo o extraordinario que pueda sembrar muerte y destrucción, y que más bien
nos conceda la gracia de un tiempo sereno con suficiente lluvia, tan necesaria
para nuestra subsistencia y para la fecundidad de nuestros campos y
sobrevivencia de nuestro ganado. Este pedido recibió la adhesión inmediata de
todos los que colmaban las tribunas de nuestro Estadio Miguel Grau de Piura con
sus espontáneos aplausos. Por ello vuelvo a pedirles que a través de nuestra
oración al Señor por medio de Santa María sigamos pidiendo por esta intención y
que lo hagamos rezando personal, familiar y comunitariamente la oración del
Bajo tu Amparo:
Bajo
tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no
deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes
bien líbranos siempre de todo peligro,
¡oh
Virgen gloriosa y bendita!
Amén.
Que
esta preocupación que ahora vivimos nos lleve a fomentar una cultura de la
prevención y que escuchando al Papa Francisco, pongamos más empeño en cuidar la
creación, nuestra casa común, porque cuidar de ella es tarea y responsabilidad
del cristiano y respuesta a la primera creación de Dios.
Pongo
en las manos y en el Inmaculado y Doloroso Corazón de Santa María, Madre de
todas las Mercedes, todos los trabajos del X Congreso Nacional Eucarístico y
Mariano. Mirándola a Ella vemos la fuerza transformadora que tiene la
Eucaristía, vemos a la Iglesia y al mundo renovados por el amor, y así con Ella
y bajo su guía, nos preparamos a vivir
el gran acontecimiento del Jubileo Extraordinario de la Misericordia para que
contemplando con la Madre el “rostro eucarístico” de su Divino Hijo, sepamos
descubrir que Jesucristo es el “rostro de la misericordia del Padre”. Con el
Santo Padre les digo: “Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante
que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales.
¡Adelante!”.[6]
Con
mi afectuosa bendición pastoral, pide sus oraciones.
[1]
S.S. Francisco, Homilía de Corpus Christi, 22-VI-2014.
[2]
San Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n. 60.
[3]
Ibid.
[4]
S.S. Benedicto XVI, Discurso a la Plenaria del Comité Pontificio para los
Congresos Eucarísticos Internacionales, 11-XI-2010.
[5]
Ver S.S. Francisco, Exhortación Apostólica, Evangelii gaudium, Oración Final n.
288.
[6]
S.S. Francisco, Homilía en la celebración penitencial “24 horas para el Señor”,
13-III-2015.