DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B – 26 DE
AGOSTO DEL 2012
1º
LECTURA Jos. 24, 1‑2a. 15‑17. 18b: Nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro
Dios!.
SALMO RESPONSORIAL Sal 33: Gusten y vean qué bueno es el Señor.
2º LECTURA Ef. 5,21‑32: Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a
la Iglesia.
EVANGELIO Jn. 6, 60‑69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
PRIMERA LECTURA
Lectura
del libro de Josué (24,1-2a.15-17.18b):
En
aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los
ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se
presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: «Si no les parece bien servir
al Señor, escojan hoy a quién quieran servir: a los dioses que sirvieron sus
antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país
habitan; yo y mi casa serviremos al Señor.»
El
pueblo respondió: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses
extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros
padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos
protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde
cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!».
SALMO
RESPONSORIAL Sal
33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23)
Gusten
y vean qué bueno es el Señor.
Bendigo
al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se
gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Los
ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor
se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. R
Cuando
uno grita, el Señor lo escucha y lo libra fe sus angustias; el Señor está cerca
de los atribulados, salva a los abatidos. R
Aunque
el justo sufra muchos males, de todos lo
libra el Señor; él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. R
La
maldad da muerte al malvado, y los que odian al justo serán castigados. El
Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. R
SEGUNDA LECTURA
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-32):
Sean
sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus
maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo
es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la
Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amen a sus mujeres corno Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí
mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la
palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni
nada semejante, sino santa e inmaculada.
Así
deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar
a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne,
sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos
miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y
se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio:
y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
EVANGELIO
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,60-69):
En
aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de
hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando
Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto los hace vacilar?, ¿y
si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?. El espíritu es quien
da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu
y vida. Y con todo, algunos de ustedes
no creen.»
Pues
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y
dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no
volvieron a ir con él.
Entonces
Jesús les dijo a los Doce: «¿También ustedes querrán marcharse?»
Simón
Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién
vamos
a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna;
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.».
COMENTARIO: ¿A QUIEN IREMOS?.
Evangelio de crisis, meditación de crisis o para
prevenir una crisis: las dificultades se presentan a veces brutalmente y de
improviso. De pronto, la misa nos cansa, un predicador nos molesta, el mal en
el mundo nos aplasta, la muerte de un niño nos rebela, la iglesia nos
decepciona, o simplemente el sacerdote de la parroquia nos desilusiona... y
tenemos ganas de dejarlo todo. “Muchos de sus discípulos se retiraron y dejaron
de acompañarle”.
Hacer entonces un esfuerzo por mirar a Jesús y
acabar diciéndole: ¿A quién iremos?. Eres tú el que tienes palabras de vida
eterna”, puede ser un
reflejo salvador. Con tal
que no
sea un impulso demasiado forzado o demasiado
sentimental. El Jesús
con que nos encontramos en el texto de hoy no es un Jesús tierno. Ve muchas cosas, “sabe” dice Juan
reacciona como lo hace siempre que choca con gente cobarde. No habla entonces de amor, sino de fe: “Hay
algunos que no creen”. Nosotros “¿A quién iremos?” no es un buen grito de amor
y de confianza pero si una confianza de
fe. Pero la dificultad aumenta. Podríamos pensar que en esos momentos de crisis
lograríamos arrancar nosotros mismos de nuestras entrañas ese grito de fe-amor.
Y también allí se muestra duro y desconcertante: “Ya les expliqué que nadie
puede venir a mí si mi Padre no los llama”. Una frase que no nos gusta porque
nos deja desarmados. ¿En qué momento y
de qué forma nos atrae el Padre hacia Jesús dándonos la gracia de creen de
verdad en él?. ¿A quién le hace ese regalo?. Es
la tentación siempre inútil de ponernos en el sitio de Dios, de intentar
colarnos en sus pensamientos, en sus decisiones... ¡y en sus preferencias!.
Tenemos
que hacer ciertamente alguna cosa, pero no cuestionando a Dios en sus opciones,
sino recibiendo lo mejor posible lo que él ha escogido darnos.. En vez de
imaginarme demasiado pronto que hemos ido a Cristo que queremos ir a él y que
haremos cualquier cosa por él, empecemos aceptando humildemente la idea de que
todo depende del Padre. Esto nos moverá primero a pedirle con mucha más pasión
la gracia de sentirnos atraídos hacia el Hijo.
Y
seremos además más decididos para explotar al máximo esta atracción que san
Juan llama “creer” en el sentido de la mayor adhesión posible de todo nuestro
Ser. Ese “creer” tan fuerte es prácticamente todo su evangelio. No se trata de
velar, de sufrir, de dar limosna, etc... Como en Mateo, Marcos y Lucas. Aquí
todo se reduce a la fe. Lo que hay que hacer brotará normalmente de nuestro
arraigo en Cristo.
Si
podemos decir como Pedro “Creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios” al
mismo tiempo porque nos atrae el
Padre y porque nosotros no
cesamos de reforzar esa atracción,
nuestro “¿a quién iríamos?” no será
un suspiro por la
última oportunidad o un
resto de afecto sentimental al Jesús de nuestra adolescencia. Será, en nuestras
lágrimas y en nuestra sonrisa de fe-amor
el desafío que lanzaba san Pablo: “¿Quién podrá separarme de
Cristo?” (Rom. 8, 39).
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez