1º LECTURA: Reyes 19, 4-8: Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta la montaña de Dios.
SALMO RESPONSORIAL: Sal 33: Gusten y vean que bueno es el Señor.
2º LECTURA: Ef. 4, 30-5,2: Vivan en el amor como Cristo.
EVANGELIO: Jn. 6, 41-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
PRIMERA
LECTURA
Lectura
del primer libro de los Reyes (19,4-8):
En
aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al
final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: «¡Basta, Señor! ¡Quítame
la vida, que yo no valgo más que mis padres!»
Se
echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo:
«¡Levántate, come!»
Miró
Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua.
Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y
le dijo: «¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.»
Elías
se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta
días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9)
Gusten y vean qué bueno es el Señor
Bendigo
al Señor en todo momento,
su
alabanza está siempre en mi boca;
mi
alma se gloría en el Señor:
que
los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamen conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos
juntos su nombre.
Yo
consulté al Señor, y me respondió,
me
libró de todas mis ansias. R.
Contémplenlo,
y quedarán radiantes,
el rostro de ustedes no se avergonzará.
Si
el afligido invoca al Señor,
él
lo escucha y lo salva de sus angustias. R.
El
ángel del Señor acampa en torno a sus fieles
y
los protege.
Gusten
y vean qué bueno, es el Señor,
dichoso
el que se acoge a él. R.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,30–5,2):
No
pongan triste al Espíritu Santo de Dios con que él los ha marcado para el día
de la liberación final. Destierren de ustedes la amargura, la ira, los enfados
e insultos y toda la maldad. Sean buenos, comprensivos, perdónense unos a otros
como Dios los perdonó en Cristo.
Sean
imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivan en el amor como Cristo los amó
y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
EVANGELIO
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,41-51)
En
aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan
bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos
a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús
tomó la palabra y les dijo: «No critiquen. Nadie puede venir a mí, si no lo
atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está
escrito en los profetas: "Serán todos
discípulos de Dios."
Todo
el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya
visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre.
Sé
lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros
padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del
cielo, para que el hombre coma de él y
no muera.
Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
COMENTARIO
DIOS SE HACE
NUESTRO PROFESOR
“Los judíos protestaban contra Jesús”. En el
estilo de san Juan, la expresión “los judíos” designa a la gente que se ha
vuelto desconfiada, crítica y a las autoridades y dirigentes. Instintivamente
nos procuramos distanciar de esa gente que no supo escuchar a Jesús. Pero, si
nos fijamos un poco quizás nos descubramos un poco “judíos” quizás tampoco esto
nos venga mal, pues entonces las palabras de Jesús nos resbalarán tanto sobre
nosotros. Cuando Jesús dice: “He bajado del cielo” y “Tienen que comerme”,
hasta los discípulos al final de este discurso sobre el pan de vida se pondrán
a murmurar: “Es demasiado duro, ¿quién puede escuchar semejantes palabras?”. Si
también a nosotros nos chocan estas palabras, que son realmente duras, podremos
recibir mejor otra afirmación que corría el peligro de escapársenos: “Todos
serán discípulos de Dios”.
Después de haber citado esta antigua expresión de
Isaías (54, 13) Jesús corrige inmediatamente un posible error de interpretación
que consistiría en pensar que el Padre nos enseña directamente. “No, indica
Jesús, el Padre les enseña por medio de Mi, pero se trata ciertamente de su
palabra, porque yo soy su palabra. El me ha enviado a ustedes, vengo de junto a
él, del cielo; él los atrae hacia mí
para que sientan ganas de creer en mí y yo los atraigo hacia él
revelándonos quién es”. En este movimiento de revelación divina es donde hay
que entrar para recibir debidamente unas afirmaciones desconcertantes, como hay
otras muchas a lo largo de todo el evangelio. En vez de atender inmediatamente
a la dificultad de lo que se dice, miremos quien es el que lo dice. Ejemplo
único de la importancia primordial concedida a lo que se llama el “argumento de
autoridad” que de ordinario ocupa el último lugar en el valor de los
argumentos. En esta ocasión, la autoridad de Jesús es tan grande que aceptamos
lo que él dice ante todo porque es él quien lo dice, dispuestos a intentar
comprender luego las coas, pero en el interior de nuestra primera y total
adhesión a su palabra, por ser él la palabra de Dios. Cuando Jesús habla, es
Dios mismo el que nos enseña. Una vez más, se trata de algo absolutamente
único, como fuerza de autoridad de una palabra en labios humanos: cuando
escuchamos a Jesús, escuchamos a Dios.
Si se nos ocurre murmurar como los judíos no empecemos a insistir ante
todo en la excesiva dureza de sus afirmaciones, sino despertemos cuando antes y
lo más posible nuestra fe: tu palabra, Jesús es la palabra de Dios. Decir
“ante todo” significa que hay un “después”. La adhesión total a la autoridad de
Jesús no tiene nada que ver con una obcecación fanática, ininteligente: “puedes
decirme cualquier cosa: yo seguiré adelante porque se trata de ti”. ¡Qué
insulto a Jesús y a nosotros mismos!. Sus afirmaciones mas desconcertantes, sus
exigencias más implacables que a veces llegan a rebelarnos, han de ser
necesariamente inteligentes en el más alto grado y exigen el uso de nuestra
inteligencia. Ser enseñados por Dios no supone nunca la obligación, indigna de
un hombre y de un hijo de Dios, de perder todo sentido crítico y hasta toda
curiosidad crítica. La fe de una persona inteligente tiene que ser inteligente.
Es una pena que haya tan pocos cristianos que intenten hacer su fe cada vez más
inteligente. Esto exige reflexión,
estudios y hace surgir murmuraciones, dudas; pero se trata de una batalla de
hombres, de un coraje de hombres y a Dios no les disgustan estos combates de
Jacob (Gn. 32, 23-31). Suéltame, le dijo Dios. No te soltaré, le respondió
Jacob hasta que me hayas bendecido. No te llamarás ya Jacob, sino Israel,
porque has luchado con Dios y has ganado. ¡Qué Dios nos dé la inteligencia y la
fuerza de arrancarle toda la luz para vivir, ya que ha querido ser nuestro
profesor de vida!.
Pbro. Roland Vicente Castro
Juárez