LA MONTAÑA DE LA GLORIA
ORACION COLECTA
Oh Dios, que en la gloriosa
Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el
testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta
adopción como hijos tuyos, concédenos te rogamos que escuchando siempre la
palabra de tu Hijo, el Predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. Por
nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10.
13-14
Durante la visión, vi que
colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve,
su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas,
llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le
servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los
libros.
Mientras miraba, en la visión
nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó
al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio;
todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no
pasa, su reino no tendrá fin.
SALMO
RESPONSORIAL (96)
El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.
El
Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube
lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono. R.
Los
montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos
pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Porque
tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los
dioses. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pedro 1, 16-19
Queridos hermanos:
Cuando les dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor
Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido
testigos oculares de su grandeza.
Él recibió de Dios Padre
honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo
amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando
con él en la montaña sagrada.
Esto nos confirma la palabra
de los profetas, y hacen muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que
brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en sus
corazones.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9
En
aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se
los llevó aparte a una montaña alta.
Se
transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y
se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro,
entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si
quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.».
Todavía
estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz
desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo.»
Al
oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús
se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no teman.». Al alzar los ojos,
no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús
les mandó: «No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite
de entre los muertos.»
COMENTARIO
Según
el relato evangélico, la Transfiguración ocurrió en un monte alto y apartado
llamado Tabor (Israel) que en hebreo significa “el abrazo de Dios”. Jesús siente como se levanta contra él
la hostilidad de los jefes religiosos y la decepción de las gentes que esperaban un mesías-rey. En adelante se
consagrará a la formación de sus apóstoles que también se sienten desalentados.
Le dijeron “¡Tú eres el mesías”!. Y el contesto: “Si, pero voy a sufrir”. Se
preguntan por este hombre extraño que parece tan poderoso y que habla de
sufrir. Dios mismo va a hablarles a estos discípulos al borde de la duda: “Este
hombre transfigurado es mi Hijo”.
San Jerónimo comentaba este episodio de la vida de Jesús con mucho
fervor y añadía incluso palabras en la boca de Dios Padre para explicar la
predilección de Jesús. “Este es mi Hijo, no Moisés ni Elías. Éstos son mis
siervos; aquel, mi Hijo. Éste es mi Hijo: de mi misma naturaleza, de mi misma
sustancia, que en Mí permanece y es todo lo que Yo soy. También aquellos otros
me son ciertamente amados, pero Éste es mi amadísimo. Por eso escúchenlo”,
decía el Santo. “Él es el Señor, estos otros, los consiervos. Moisés y Elías
hablan de Cristo. Son consiervos suyos. No honren a los siervos del mismo modo
que al Señor: prestad oídos sólo al Hijo de Dios”, añadía. La
transfiguración es una gracia de revelación. Por todos los medios, el estilo sagrado, la visión, la voz,
los símbolos, el evangelista quiere hacernos entrever la gloria de Jesús; él
es, como dice San Pablo, “de condición divina” (Flp 2, 6). La nube es el signo
de Dios, así como los vestidos blancos y el rostro de sol. La montaña, con
Moisés y Elías, recuerda la revelación del Sinaí. El que va a sufrir es
ciertamente un hombre como nosotros, su vida es nuestra vida, pero
transfigurada por un misterio de inhabilitación: el Padre en el Hijo y el Hijo
en el Padre. Desvelada por unos momentos, la gloria de Jesús nos dice que viene
de lejos, que es un salvador absolutamente único, que reaparecerá en esa gloria
y hará de nosotros unos transfigurados. A veces necesitamos subir con Pedro,
Santiago y Juan hacia la montaña de la gloria. El misterio de JESÚS, Dios y
hombre, estará siempre fuera de nuestro alcance, pero la palabra luminosa:
“Este es mi Hijo muy amado” nos pone en contemplación ante lo esencial: somos
amados. “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”. Y he aquí lo que
hace el amor: el único ha venido no solo
a morar en nuestra tierra, sino también en nuestra vida. ¡Qué esplendor da esto
a la condición humana!. Desde luego, las imágenes de fealdad, de vacío, de
sufrimiento y de desesperación desaparecen pronto cuando decimos: “¡He llegado
la transfiguración vista por Marcos y por Lucas: escupirán sobre la gloria, el
transfigurado está a punto de ser el desfigurado. El Padre proclama
solemnemente que ese hombre es su hijo,
para que sepamos bien que, a pesar de todo lo que pueda pasar a él y a
nosotros, él es el sol del mundo desde ahora y será el sol del mundo venidero.
La transfiguración nos aparta durante un breve momento de fulgor de los
aspectos duros o sin brillo que estamos a punto de vivir: “En su gloria, mira
tú gloria”.
PLEGARIA UNIVERSAL
Imploremos a Dios que quiso revelarnos su
Gloria en el monte de la transfiguración y pidámosle que la manifieste a todos
los hombres. R.- Concédenos, Señor, ir a
tu encuentro.
1.-
Por todos los cristianos, para que vivamos siempre llenos de la luz y la
alegría de la fe. Concédenos, Señor, ir a tu encuentro.
2.-
Por las Iglesias de Oriente, que celebran con gran solemnidad esta fiesta, para
que sean semillas de esperanza en sus países. Concédenos, Señor, ir a tu
encuentro.
3.
Por aquellos que no conocen a Jesucristo, para que el Espíritu Santo renueve su
corazón y les de su gracia. Concédenos, Señor, ir a tu encuentro.
4.-
Por los que viven en la oscuridad de la tristeza y la desesperanza, para que
encuentren una mano solidaria que les ayude a salir adelante. Concédenos,
Señor, ir a tu encuentro.
5.-
Por nosotros y nuestra comunidad, para que la Eucaristía sea para nosotros un
intenso encuentro con el Señor que es la luz para nuestras vidas. Concédenos,
Señor, ir a tu encuentro.
Concédenos, Señor ir tu encuentro en la montaña,
dejar nuestras sendas trilladas, escuchar a Jesús, tu palabra, y caminar
con el hacia ti en la llanura cotidiana de la vida; porque siguiéndolo, la
renuncia es libertad de espíritu y la muerte es vida que anticipa la
resurrección.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Santifica, Señor, nuestras ofrendas por la gloriosa
transfiguración de tu Unigénito, y con los resplandores de su luz, límpianos de
las manchas de nuestros pecados. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Los celestes alimentos que hemos
recibido, Señor, nos trasformen en imagen de tu Hijo, cuya gloria nos has
manifestado en el misterio de su transfiguración. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA
DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 07: Nm.
11, 4b-15; Sal 80; Mt. 14, 13-21.
Martes 08: Nm.
12, 1-13; Sal 50; Mt. 14, 22-36.
Miércoles 09: Nm. 13, 1-2.25—14, 1.26-30.34-35.; Mt. 15, 21-28.
Jueves 10:
2Cor. 9, 6-10; Sal 111; Jn. 12, 24-26.
Viernes 11: Dt. 4 32-40; Sal 76; Mt. 16, 24-28.
Sábado 12: Dt.
6, 4-13; Sal 17; Mt. 17, 14-20.
Domingo 13: 1R.
19, 9ª.11-13ª; Sal 84; Rm. 9, 1-5; Mt. 14, 22-33.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 17, 1-9 Lc 9, 28b-36
1.- Dos observaciones
literarias pueden ayudarnos a comprender el significado de la transfiguración
en la vida de Jesús y en la trama del evangelio de Marcos. Este episodio (9,
2-13) está colocado intencionadamente entre la primera y la segunda predicción
de la pasión. Y los diversos detalles de la narración (el vocabulario, las
imágenes, las referencias al Antiguo Testamento) demuestran que pertenece al
género epifánico-apocalíptico: intenta ser una revelación dirigida a los
discípulos, revelación que tiene como objeto el significado profundo y
escondido de la persona de Jesús y de su "camino".
Algunos elementos,
como la nube y la voz celestial, la presencia de Moisés y de Elías, evocan la
presencia en el Sinaí. Con esto se quiere afirmar que Jesús es el "nuevo
Moisés", que en él llegan a su cumplimiento las esperanzas, la alianza y
la ley.
Otros elementos, como
la transfiguración de su rostro, las vestiduras blancas, evocan al Hijo del
Hombre del profeta Daniel, glorioso y vencedor, y parecen ser un anticipo de la
resurrección: intentan revelarnos el significado escondido de la vida de Jesús,
su destino personal.
Jesús, el que camina
hacia la cruz, es realmente el Señor. En este camino hacia la cruz es donde hay
que insistir ante todo. Precisamente en este Jesús que marcha hacia la cruz es
donde encontramos el cumplimiento de todas las esperanzas. Y es precisamente
este camino mesiánico el que encierra un significado pascual. Y todo esto con
una indicación: el género epifánico-apocalíptico al que pertenece nuestro
relato no se limita a revelar el futuro, a señalar la conclusión inesperada de
lo que ahora está sucediendo; pretende más bien manifestar el significado
profundo que la realidad tiene ya ahora, un significado escondido que no
descubre la mayoría y que las apariencias parecen desmentir. De esta forma la
transfiguración se convierte en la revelación no sólo de lo que será Jesús
después de la cruz, sino lo que él es a lo largo del viaje hacia Jerusalén. Es
ésta una clave que nos permite captar la verdadera naturaleza de Jesús detrás
de lo que podríamos llamar su realidad fenoménica.
Pero la
transfiguración no tiene sólo un significado cristológico. En la intención de
Marcos asume un papel importante también en la experiencia de fe del discípulo.
Los discípulos han comprendido que Jesús es el Mesías y están ya convencidos de
que su camino conduce a la cruz; pero no llegan a comprender que la cruz
esconde la gloria. A este propósito tienen necesidad de una experiencia, aunque
sea fugaz y provisional: tienen necesidad de que se descorra un poco el velo. Y
éste es el significado de la transfiguración en la vida de fe del discípulo: es
una verificación. Dios les concede a los discípulos, por un instante,
contemplar la gloria del Hijo, anticipar la pascua.
El velo que se
descorre no revela únicamente la realidad de Jesús, sino también la realidad
del discípulo que camina con él hacia la cruz y también hacia la resurrección,
y está con él en posesión -por encima de la realidad fenoménica engañosa- de la
presencia victoriosa de Dios. En otras palabras, podemos comparar a la
transfiguración con lo que solemos llamar las "comprobaciones", esos
momentos luminosos que encontramos a veces en el viaje de la fe, momentos
gozosos dentro de la fatiga cristiana. No son momentos que se encuentran
automáticamente y de cualquier manera; hay que saber descubrirlos. Y sobre todo
no hay que olvidar que su presencia es fugaz y provisional. EL discípulo tiene
que saber contentarse con ellos; esas experiencias tendrán que ser escasas y breves.
A Pedro le habría gustado eternizar aquella visión clara e imprevista, aquella
experiencia gloriosa. Se trata de un deseo que manifiesta una incomprensión de
aquel suceso, que no es el comienzo de lo definitivo, que no es la meta, sino
sólo una anticipación profética de la misma. El camino del discípulo sigue
siendo todavía el camino de la cruz. Dios le ofrece una comprobación, una
prenda, y es preciso aceptar esa prenda, sin exigencias de ningún género.
Finalmente, hay un
aspecto sobre el que hay que reflexionar y que en cierto sentido parece
constituir el punto central del texto: la orden de "escucharlo".
Escuchar es lo que caracteriza al discípulo. Su ambición no es la de ser
original, sino la de ser servidor de la verdad, en posición de escucha.
En conformidad con
toda la tradición bíblica, la palabra de Dios que hay que escuchar no tiene
sólo un aspecto cognoscitivo, vehículo de ideas y de conocimientos (en el
sentido de que nos revela el plan de Dios: quién es él, qué somos nosotros,
cuál es el sentido de la historia en que estamos insertos), sino además un
aspecto imperativo (lo que tenemos que hacer, la regla que hay que seguir, el
punto de vista que hemos de asumir en nuestras relaciones con los demás y con
la historia); finalmente, la palabra de Dios es una fuerza, un promesa fiel que
alcanza su objetivo, a pesar de todos los obstáculos. Comprendemos entonces
cómo esta invitación a escuchar es invitación a la obediencia, a la conversión
y a la esperanza.
Exige no solamente
inteligencia para comprender, sino también coraje para decidirse. En efecto, la
palabra que escuchamos es una palabra que nos compromete y que nos arranca de
nosotros mismos.
Bruno Maggioni, El Relato De
Marcos, Edic. Paulinas/Madrid 1981, Pág. 128ss.
2.- Ya leímos este evangelio
en el segundo domingo de Cuaresma. Los capítulos 8 y 9 de Mc constituyen una
bisagra: Jesús pasa de Galilea a Jerusalén, de la aceptación al rechazo de su
persona, de la proclamación del Reino al anuncio de su pasión.
Entre la primera y la
segunda predicación de la pasión, Marcos coloca la escena de la
Transfiguración. Un texto difícil, es cierto, pero teológicamente hablando muy
denso. Sus diferentes elementos como son el vocabulario, las imágenes empleadas
y las referencias al Antiguo Testamento nos indican que el texto participa de
las características de una epifanía apocalíptica.
La nube, la voz
celestial, la presencia de Moisés y Elías nos evocan la manifestación de Dios
sobre la montaña del Sinaí (cf. Ex 19,16ss y 1R 19,9ss). El rostro resplandeciente
y la túnica blanca nos recuerdan la visión del Hijo del hombre que hemos leído
en la primera lectura. En Cristo se nos revela el rostro divino de Dios, del
mismo Dios que salva a Israel de Egipto por medio de Moisés (Ex 19), Elías de
la muerte (1R 19) y el pueblo de los Santos de la persecución helenística (cf.
Dn 7).
Pero el relato se
abre también a la actitud de los discípulos en su camino tras Jesús. "Éste
es mi Hijo amado; escuchadlo" propone al discípulo la actitud receptiva de
la escucha. Escucha que no sólo incluye la palabra, sino también la aceptación
de la persona del nuevo Siervo de Yahvé (cf. Is 42,1, citado por Mc).
Cristo, el auténtico
Hijo del hombre, invita al creyente a descubrir la presencia divina en su
predicación y en su obra. Jesús puede también transfigurar nuestra vida, puede
ayudarnos a descubrir la presencia de Dios en nuestra historia, y a ser sus
testigos ante un mundo secularizado.
Jordi Latorre, Misa
Dominical 2000, 10, 16
3.- Como cada año, el
evangelio de este domingo nos describe la transfiguración del Señor, y, como
cada año, esta descripción está orientada a preparar nuestros espíritus para
una comprensión más profunda del misterio pascual. El relato de Mc es más breve
que el de los otros dos sinópticos, pero contiene como elemento propio (aparte
del detalle del blanco de los vestidos que ningún batanero -¿por qué no
traducir "ningún detergente puede imitar"?- la insistencia en el
hecho de que los apóstoles no entendieron del todo qué querría decir aquello de
resucitar de entre los muertos. Se podría basar la homilía en esta realidad:
nosotros tampoco -pese a la fe en la resurrección de Xto y en la nuestra- no
llegamos tampoco a entender todo el sentido del misterio pascual.
La realidad que se
expresa a través de la descripción poética y llena de imágenes del episodio de
la transfiguración, es una experiencia profunda de fe tenida por los amigos más
íntimos de Jesús. En un momento de comunicación profunda, tuvieron la impresión
de percibir a Jesús en su verdadera identidad. Fue un instante de éxtasis, que
les hizo entrever la realidad gloriosa de Jesús, pero que aún no les mostró
toda la profundidad de su misterio. Para llegar a entenderlo, de algún modo,
fue necesario el contacto real con la vida, fue necesario que, a través de los
sufrimientos y muerte de Jesús -y a través de sus propios sufrimientos y, más
adelante, de su propia muerte-, comprendieran que hay que pasar por la muerte
para llegar a la vida (cf. el prefacio propio de este domingo), médula de la realidad
del misterio pascual. Tampoco nosotros entenderemos qué significa
"resucitar" si nos quedamos sólo en el terreno de la fe contemplativa
-y es muy posible que, en el nivel teórico, se nos presenten grandes
dificultades para aceptar este misterio-. En cambio, si descendemos de la
montaña de las ideas a la tierra firme de las realidades diarias,
experimentaremos en carne viva lo que significa morir a nosotros mismos y vivir
hacia Dios y hacia los hermanos; entenderemos qué es la resurrección.
J. Llopis, Misa Dominical
1973, 2
4. 2S/07/01-05
La tentación de
"hacer tres tiendas" está siempre presente. Es curioso que el hombre
se preocupe siempre por construirle una casa a Dios, cuando el mismo Dios ha
bajado a la tierra para vivir en las casas de los hombres. Dios no tiene tanta
necesidad de metros cuadrados para iglesias como de acogida en el corazón
humano. Dios no quiere vivir en un "hotel para dioses" relegado como
nuestros ancianos, en una especie de parkings. Dios quiere vivir en familia con
los hombres, andar entre sus pucheros. Por ambientados que estén nuestros
templos, siempre le resultarán fríos a un Dios que busca el cobijo de los
hombres.
EMMANUEL. El Dios-con-nosotros no puede quedar en una especie de producto
situado en un mercado al que se acude cuando se necesitan servicios religiosos.
Dios no es un objeto de consumo. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros
nos empeñamos en confinarlo en su casa en lugar de tenerlo como compañero
continuo en el camino de la vida.
El Dios de Jesús no se
mantiene en alturas celestiales, sino que nos señala en dirección al mundo y
quiere que como él nos encarnemos -valga la expresión- en nuestra propia carne.
Además de nuestra condición de hombres, hay algo que refuerza nuestro interés
por el mundo: nuestra fe. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo" (G.S. núm. 1).
Eucaristía 1985, 10
5.- El segundo
Evangelio sitúa la transfiguración dentro de un contexto en el que, con más
claridad que en los otros sinópticos, se afirman los presentimientos de Cristo
relativos a su muerte y a su gloria. Jesús acaba precisamente de anunciar su
Pascua próxima (Mc. 8, 31-32), pero Pedro se ha opuesto audazmente: no puede
admitir que el reino de la gloria y del poder anunciado por los profetas pase
por el sufrimiento y la muerte (Mc. 8, 32-33). Jesús se sirve entonces del
ritual de la entronización del Mesías doliente en la fiesta de los Tabernáculos
para convencer a los suyos que solo será mediante el sufrimiento como
conseguirá su mesianidad.
* * * *
a) El primer
versículo recuerda hábilmente ese contexto: a pesar de una traducción un tanto
confusa, parece que Jesús quiere decir, en un tono un tanto triste:
"Esperan de tal forma un reino de poder que ni uno de entre ellos querría
pagar con su vida la venida de ese reino". Por eso, a los ojos de Marcos,
el episodio de la transfiguración se presenta ante todo como revelación, por
parte de Cristo, de la totalidad de su misterio pascual al grupo elegido de sus
apóstoles (los mismos que estarán junto a El en Getsemaní: Mc. 14, 33). De ahí
que Marcos dé prioridad a Elías sobre Moisés (v. 4), porque si Elías es Juan
Bautista, está claro que anuncia el sufrimiento del Mesías a través de sus
propios sufrimientos (cf. la explicación de Jesús en Mc. 9, 12-13). Parece,
pues, estar claro que lo que constituye el centro del Evangelio de Marcos es la
perspectiva del Mesías paciente.
b) La transfiguración
consiste esencialmente en la toma de conciencia, por parte de los tres
apóstoles, de que Jesús es verdaderamente el Mesías que entroniza la fiesta de
los Tabernáculos. La mención "seis días" (v.2) alude a la duración
clásica de esta fiesta, la montaña y la nube son elementos tradicionales
propios también de esta fiesta, así como especialmente la construcción de
tiendas que sugiere Pedro (v.5). En este sentido el relato de la
transfiguración es absolutamente paralelo al de la entrada de Jesús en
Jerusalén (Mt. 21). Jesús es ciertamente el Mesías al que todos los años la
fiesta de los Tabernáculos espera y entroniza revistiéndolo de blancura y de
luz (v. 3) e invistiéndolo de la misma palabra de Dios (v. 7). Pero el libro
judío de los Jubileos, casi contemporáneo de los Evangelios, anunciaba ya que
el Mesías esperado durante la fiesta de los Tabernáculos sería un Mesías
sufriente. Ahora bien: Cristo acaba precisamente de anunciar a los suyos su
próxima pasión (Mc. 8, 31-38); sin duda aprovechó la ocasión de un ritual de
investidura de la fiesta de los Tabernáculos para convencer a los apóstoles de
que este camino era normal, ya que correspondía a la misma liturgia.
* * * *
La transfiguración
es, pues, una exhortación de urgencia hecha de manera especial a Pedro para que
se avenga a escuchar a Jesús (v.7) cuando habla de sus sufrimientos y de su
muerte, sin dejar de reconocerle por eso como Mesías definitivo, a la manera
del Siervo ideal (Is. 42, 1).
La fe exigida a los
espectadores de la transfiguración impulsa hoy a la Iglesia a no huir de las
necesarias encarnaciones y del desprendimiento que implican para no buscar más
que un Reino de poder que prescindiera de la muerte; pero la impulsa también a
no querer una encarnación sin las correspondientes transfiguraciones. La
Iglesia no es llamada a estar presente en la estructuras del mundo más que para
transformarlas; y no es llamada a transformarlas si no es aceptando morir a
todo confort y a toda autoseguridad; conoce también las alternancias de gloria
y de humillación y sabe que su victoria no será una clamorosa realidad hasta
tanto, rota por la muerte, no surja en un mundo al que habrá ayudado a
transfigurarse.
Maertens-Frisque, Nueva Guia
De La Asamblea Cristiana III, Marova Madrid 1969. Págs. 72-74
6.- -"Jesús..
subió con ell22222os solos a una montaña alta, y se transfiguró": En una
montaña, lugar de revelación y de manifestación de Dios, Jesús se revela a tres
discípulos, y los hace portadores especiales de esta revelación. La descripción
de la transfiguración se hace a través de una frase popular al referirse al
color blanco. "Se les aparecieron Elías y Moisés...": Elías que fue
arrebatado al cielo y Moisés que en el Sinaí quedó transfigurado por su contacto
con Dios. El profeta y el legislador por excelencia, y los dos que habían
entrado en la experiencia de Dios en el Sinaí. El hecho de que aparezca primero
Elías, puede ser un indicativo de Marcos que con Jesús ya estamos en el tiempo
final.
-"Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está
aquí!": Los discípulos lo viven como una anticipación de la vida
celestial. En este sentido las tiendas que quieren hacer ser refieren a las
estancias de los bienaventurados. Quieren que la visión siga. Pero el juicio
del evangelista es negativo ante esta actitud: "Estaban asustados, y no
sabía lo que decía" "Estar asustados" más que admiración por la
transfiguración, significa miedo, indecisión y, sobre todo, falta de
comprensión del acontecimiento. Quieren retener la visión para huir de la cruz.
-"Este es mi
Hijo amado; escuchadlo": la nube y la voz divina explican la
transfiguración y dan una respuesta a los discípulos.
La nube es signo de
la presencia de Dios. Tal como aparecía en el éxodo sobre el tabernáculo, ahora
aparece sobre Jesús. Los discípulos son los destinatarios de esta revelación
sobre Jesús.
Lo deben escuchar,
para después ser sus testigos. Pero Marcos indica que la revelación sobre el
Hijo y también el testimonio sobre él, están estrechamente relacionados con el
silencio de la cruz: ven a Jesús "solo con ellos" y se les manda
silencio, pues no pueden captar ni testimoniar el misterio de Jesús sin la
pasión y la muerte.
J. Naspleda, Misa Dominical
1988, 5
7.- La narración de
la transfiguración según san Marcos es sensiblemente igual que la de los otros
dos sinópticos, si bien añade el detalle pintoresco de que "sus vestidos
se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero
del mundo".
La transfiguración de
Cristo es una manifestación o epifanía de la presencia de Dios entre los
hombres, parecido a las que tuvieron lugar a lo largo de la historia del pueblo
de Israel. Así como Dios se había aparecido en el Sinaí, sobre el tabernáculo
de la Alianza y sobre el templo de Salomón, así también se apareció sobre
Jesús, en quien tenemos la revelación definitiva de Dios. Revelación que
llegará a su plenitud en la resurrección de Cristo, de la que la
transfiguración era un anticipo.
Es importante destacar
que esta manifestación de Dios se realiza a través de una humanidad, en todo
igual a la nuestra. La transfiguración luminosa del cuerpo de Cristo nos hace
ver que es toda la humanidad la que ha sido elevada a la categoría de
instrumento y vehículo de la divinización del mundo. La luz divina, manifestada
en la humanidad de Cristo gracias al misterio de la transfiguración (y, sobre
todo, al de la resurrección y glorificación), estalla también en todos los
hombres que se unen a Cristo por la fe y el amor, y rezuma misteriosamente en
todos los demás y también en todas las realidades materiales que estos hombres
divinizados utilizan.
El mundo entero es el
que queda transfigurado. Transfiguración que se da de una manera velada -pero
patente a los ojos de la fe- especialmente en todas aquellas realidades que se
convierten en símbolos sacramentales. Es bueno ver bajo esta luz las realidades
materiales del pan y el vino que constituyen el signo básico de la Eucaristía.
J. Llopis, Misa Dominical
1994, 3
8.-6.8.16. Un rostro de luz. La
Transfiguración según Mateo
05.08.16 | 11:10.
El relato de la
Transfiguración, que los sinópticos ofrecen en versiones paralelas (Mc 9, Mt 17
y Lc 9), constituye el texto básico de la mística cristiana:
‒ Es un
texto histórico, que recoge el sentido más hondo de su vida y
misión , expresada como rostro de luz de amor, luz invisible que irradia vida:
Que sana, que llama, que eleva y que ama.
‒ Es un
texto pascual: Los evangelios no se han atrevido a presentar
abiertamente el rostro de Jesús resucitado, sólo lo han hecho aquí, de un modo
simbólico, proyectando su resplandor hacia el tiempo de su vida.
‒ Es un
texto de esperanza de cielo: es decir, de futuro. Todos nosotros
estamos llamados a la luz suprema de la montaña de Dios, con Moisés y Elías, de
la mano de Jesús, que nos eleva como quiso hace a los tres primeros testigos
oficiales varones de la pascua: Pedro, Santiago, Juan.
‒ Es un
texto de compromiso: Ésta es la fiesta del rostro que irradia luz
de Dios, del rostro del pobre y excluido, del enfermo, del encarcelado, rostro
de Dios…luz de Luz, vida de Vida… Todo el evangelio de Dios se condensa en la
visión del Rostro del Hermano: Cada rostro humano es figura y concreción de
Dios, un don y compromiso de amor, una palabra hecha Vida, hecha Luz, hecha
Presencia.
Como he dicho, hay
tres relatos paralelos de la transfiguración. Este año (ciclo C)
toca en la liturgia el de Mateo. Por eso quiero comentarlo en
particular, con cierto detalle, pues sólo los detalles nos abren su misterio.
Éste es el texto
supremo de la mística cristiana, mística del monte de Dios, en
comunión con la historia de la salvación (Moisés y Elías), en
apertura al rostro del pobre, de enfermo, como sigue diciendo la continuación
del evangelio (curación del niño lunático…).
De esa forma, la
mística del Monte de Dios se convierte en Presencia sanadora en el valle de los
hombres, donde discuten letrados y discípulos, mientras sufre y muere el
lunático (aquel a quien enloquecen las locuras de los hombres que no miran al
rostro, que no quieren de verdad...).
Pero hoy trato sólo de la Transfiguración
según Mateo, la fiesta de San Salvador, como
se decía en otro tiempo.
Los cuatro iconos que
presenten expresan rasgos distintos de este fiesta, con el Cristo en el óvalo
sagrado, espacio de luz... un Cristo a quien vemos (hemos de ver, adorar y
acompañar) en cada uno de los hombres y mujeres, creados a su imagen y
semejanza, es decir, a su forma. Buen día.
Mateo 17
17, 1 Y después de
seis días, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y les
hizo subir en privado a un monte alto. 2 Y fue transfigurado delante de
ellos. Su rostro resplandeció como el sol, y sus
vestiduras se hicieron blancas como la luz.
3Y he aquí que les
aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces intervino Pedro y dijo
a Jesús: --Señor, es bueno que nosotros estemos aquí. Si quieres, levantaré
aquí tres tabernáculos: uno para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 5
Mientras él aún hablaba, de pronto una nube brillante les introdujo en la
sombra, y salió una voz de la nube diciendo: "Éste es mi Hijo amado, en
quien tengo complacencia. Escucharle.
6 Al oír esto, los
discípulos se postraron sobre sus rostros y temieron en gran manera. 7 Entonces
Jesús se acercó, los tocó y dijo: Levantaos y no temáis. 8 Y cuando ellos
alzaron los ojos, no vieron a nadie sino al mismo Jesús solo .
Introducción
Pasados seis días, es decir, una semana, tras el anuncio de la pasión (Mt 16, 21-28) y llevó Jesús a sus tres discípulos preferidos a una montaña (que parece tener un sentido pascual, como la de 28, 16, aunque no se dice que sea “la” montaña de Galilea, sino una montaña en general, sin artículo) y se transfigura ante ellos, como ser luminoso (¡sol!), de vestiduras blancas, como viviente del cielo, con Moisés y Elías a su lado. El texto nos lleva así de las dos montañas anteriores, bien determinadas, una de la enseñanza (5, 1) y otra de la curación/alimentación (15, 29), a esta montaña general de la luz de Dios, que es la transformación pascual.
Pasados seis días, es decir, una semana, tras el anuncio de la pasión (Mt 16, 21-28) y llevó Jesús a sus tres discípulos preferidos a una montaña (que parece tener un sentido pascual, como la de 28, 16, aunque no se dice que sea “la” montaña de Galilea, sino una montaña en general, sin artículo) y se transfigura ante ellos, como ser luminoso (¡sol!), de vestiduras blancas, como viviente del cielo, con Moisés y Elías a su lado. El texto nos lleva así de las dos montañas anteriores, bien determinadas, una de la enseñanza (5, 1) y otra de la curación/alimentación (15, 29), a esta montaña general de la luz de Dios, que es la transformación pascual.
Toda la escena tiene un sentido positivo,
de ratificación de un misterio, y ha de entenderse en forma de culminación del
pasado (Moisés y Elías dan testimonio de Jesús) y de anticipación (es como si
se adelantara la pascua). Mateo sitúa el texto
en el camino hacia Jerusalén (16, 21) de manera que sólo en ese contexto se
entiende, pero Pedro (¡que debía ser la Roca de la Iglesia, el mismo que ha
querido rechazar el camino de entrega de Jesús!) quiere permanecer allí (¡gozar
del triunfo de Dios y del cumplimiento de las Escrituras sin entregar la vida
por los demás!), construyendo según eso tres tabernáculos, que expresan la
culminación del tiempo, con Moisés y Elías dando testimonio de Jesús.
De esa manera, estos privilegiados (Pedro,
Santiago y Juan) pueden participar ya de la gloria de Jesús (con Moisés y Elías), pero quieren hacerlo sin compartir su
entrega. Pedro mantiene así su propuesta anterior, a pesar de que Jesús le ha
dicho que se aparte, llamándola Satán y Escándalo (16, 23). A partir de aquí ha
de entenderse la escena, que Mateo ha tomado básicamente de Marcos, aunque ha
introducido algunas novedades que destacaremos.
Elementos
‒ Como el sol, como la luz. Cristo icono de Dios (17, 2). El texto de Mc 9, 2-3 era más sobrio,
sólo decía que se transfiguró y que sus vestiduras quedaron blancas (como
ningún batanero podría haberlas blanqueado…). Mateo, en cambio, elaborando una
tradición que parece evocada ya en Lc 9, 29, precisa los rasgos de las
transfiguración de un modo muy preciso: Brilló su rostro como el sol (ô ho
hêlios). Esta imagen poderosa proviene de la tradición de las
religiones “solares”, que presentan al Gran Dios o a su enviado como
el Gran Astro del día. Pues bien, Mateo evoca aquí con toda precisión al Cristo-Sol,
como rostro que mira y que irradia, expandiendo su luz.
Por eso, el texto
sigue diciendo que sus vestiduras era blancas como la luz (leuka hôs ho phôs),
pues luz que irradia del Sol-Cristo y que todo lo alumbra y lo transforma. Ya
no estamos ante el signo de la Estrella que viene a la cuna de Jesús nacido (2,
1-4), sino ante el mismo Sol crecido, que desde su montaña alumbra todo lo que
existe. Ésta es evidentemente la montaña de la transfiguración y la visión que
definirá desde ahora toda la experiencia religiosa y la “mística” cristiana.
Pero debemos recordar que se trata de una transfiguración que sólo se despliega
y expresa en el camino de entrega de la vida, a favor de los demás, en el
camino de Jerusalén .
‒ Moisés y Elías (17, 3). De manera muy significativa, este Cristo Icono de Dios, sol divino
cuyos vestidos son luz, no está sólo como el Dios de Is 6, 1, cuyo manto
llenaba con sus vuelos todo el templo, sino acompañado por Moisés y Elías; éste
es un Dios que se “encarna” en el camino de los profetas, que no está en
Jerusalén, sino que va a morir allí, dando su vida… Esta diferencia entre el
Dios del templo (Is 6) y el Cristo de la montaña (Mt 17) marca la conexión y
diferencia entre Israel y el cristianismo.
La conexión viene
dada por la presencia de Moisés y Elías; de una forma lógica, Mateo corrige el
orden en que ellos aparecían en Marcos, poniendo a Moisés (Ley), antes que a
Elías (profecía; Mt 17, 3; cf. Mc 9, 4), para mantener en principio el esquema
“canónico” de Israel, con la Ley antes de los profetas; de todas maneras, en la
discusión que sigue, que el referente fundamental para entender el camino de
Jesús será Elías, vinculado a Juan Bautista, no Moisés. Están los dos con
Jesús, que se distingue de ellos, con gran diferencia, pues sólo él irradia luz
como sol, sólo a él se dirige la palabra de Dios que dice “este es mi Hijo”.
Jesús constituye así el centro y meta del camino “epifánico” de Israel,
subiendo a Jerusalén para dar la vida de Dios a los hombres .
Gran parte de la teología e iconografía,
especialmente en la Iglesia Oriental, constituye una reflexión y comentario de
esta experiencia del Tabor, como
he puesto de relieve en No harás ídolos: Imágenes de la
Fe 1000, PPC, Madrid 2016, Cf. A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration
of Christ, Longmans, London 1949; A. Andreopoulos, Metamorphosis: The
Transfiguration in Byzantine Theology and Iconography, St Vladimir's Seminary
Press, New York. 2005; D. Lee, Transfiguration, Bloomsbury Academic, London
2004. P. Eudokimov, El Arte del Ícono. La Teología de la Belleza, Claretianas,
Madrid 1991; L. Oupensky, Teología del icono, Sígueme, Salamanca 2013; P. A.
Sáenz, El icono, esplendor de los sagrado, Gladius, Buenos Aires 1991; Ch.
Schönborn, El Icono de Cristo. Una Introducción Teológica, Encuentro, Madrid
1999.
− Kyrios, Hijo de Dios (17, 4-5). Pedro llama a Jesús “Kyrie” (Señor), en vez de
Rabbi (Maestro), a diferencia de Mc 9, 5, destacando así su grandeza y
soberanía, como Señor Pascual, signo divino, por encima (a diferencia) de
Moisés y Elías. Esta denominación y título ha de entenderse en sentido
estricto; y a ella se debe añadir la voz de la nube (fwnh. evk th/j nefe,lhj)
del Dios de Israel diciendo: ¡Este es mi Hijo… escuchadle!
La nube es signo de
la presencia y providencia de Dios que guía al pueblo de Israel (Ex 13, 21-22),
como ha recordado Pablo al afirmar que todos los israelitas se hallaban bajo la
nube de Dios (cf. 1 Cor 10, 1-2). Pues bien, la Voz de la Nube es la voz de
Dios, que da testimonio de Jesús, llamándole su Hijo Querido, a quien los
hombres deben escuchar, ratificando así la palabra del bautismo (comparar Mt
17, 5 con 3, 17). Quizá se puede evocar en este contexto la oscuridad (sko,toj)
que se extiende sobre toda la tierra a la muerte de Jesús que grita a Dios con
voz grande (27, 46), que se puede relacionar con la voz de la nube que Dios
Padre le ha dirigido aquí a Jesús, diciendo “este es mi Hijo querido” . Jesús
no es Sol por sí mismo, es el Sol de Dios Padre, en el camino de luz gloriosa
de la Cruz que ciega y mata en el sentido más hondo del término.
‒ Terror
divino, experiencia de resurrección (17, 6-7). En esa línea se
sitúa estos versos en los que Mateo pone de relieve el poder sobrecogedor de la
experiencia de Dios que habla a Jesús en la montaña y deja a los tres
discípulos (Pedro, Santiago y Andrés) paralizados, llenos de terror, de manera
que el mismo Jesús tiene que tocarles y despertarles, diciendo (egerthete,
levantaos, resucitad), para que así vuelvan a la vida. Al oír la voz de Dios, los
discípulos han caído sobre su rostro, llenos de temor), pues han estado
inmersos en una teofanía: Han descubierto a Dios en Jesús, han ido más allá de
los límites del mundo, tienen que morir (y en el fondo han muerto), como bien
sabe la tradición israelita (cf. Is 6, 5).
De esa forma, Jesús viene a ellos desde
más allá de la muerte, desde el lado de Dios, y les despierta, es decir, les
eleva, diciéndoles resucitad. Esta
experiencia de Jesús es un toque de resurrección, y así se dice que
“tocándoles… les levantó de nuevo, para que siguieran viviendo en este mundo,
pero bien fundados en el más allá, desde la presencia del Dios de Jesús que
resucita, es decir, nos hace vivir resucitados., reconociendo así la presencia
de Dios (la realidad divina de Jesús).
‒ Y abriendo los ojos sólo vieron a Jesús
(17, 8). Ésta ha sido una experiencia de muerte, y los tres discípulos de
Jesús han desbordado los límites de este mundo, han entrado en eso que suele
llamarse el “túnel luminoso”, contemplando lo que hay más allá de la muerte: La
gran Luz de Dios en Jesús, la palabra que dice “éste es m mi hijo, escuchadle”.
Lógicamente tendrían que haber muerto sin retorno a este mundo, pero ésta ha
sido una muerte para retornar, y por eso Jesús les toca y les despierta (cf. 9,
25: tomó de la mano a la niña y resucitó…). Pues bien, Jesús toca aquí a los
tres y les resucita, para vivan desde el otro lado, como testigos de la
resurrección que es la verdad de una muerte como la de Jesús en Jerusalén (cf.
16, 21).
Conclusión
Ésta es la
experiencia que define a los cristianos, que son aquellos que han descubierto
la presencia y acción de Dios en la muerte de Jesús, que han experimentado a
Jesús como el viviente, aquel a quien deben seguir, como ha dicho Dios
(escuchadle: 17, 5). Por eso, lógicamente, abriendo de nuevo los ojos, tras la
luz cegadora de la montaña sagrada, con la Palabra de Dios, sólo ven a Jesús
hombre, al mesías concreto de la historia, que les lleva hacia Jerusalén .
A diferencia de Mc 9,
5-6, que afirma que “no sabía lo que decía”, cuando proponía elevar tres
tiendas (para Jesús, Elías y Moisés), Mateo ha tratado a Pedro con más respeto,
de manera que no dice y haremos tres tiendas, sino “si tú quieres
yo haré”, poniéndose así, con su propia autoridad (cf. 16, 16-19), al servicio
de Jesús y de su obra, para descubrir que no debe hacer las tiendas, edificando
así una iglesia arraigada ya en el mundo de la fiesta final de los
Tabernáculos, sobre la montaña de la gloria, sino seguir a Jesús, en un camino
de entrega de la vida y de resurrección. De esa manera. Mateo ha evocado de
algún modo la dignidad y conocimiento mesiánico de Pedro, que no entiende a
Jesús, pero no le rechaza, sino que se pone a su servicio, de manera que no
tiene que añadir “pues no sabía lo que decía” (a diferencia de Mc 9, 7). Sobre
el sentido de Jesús como Señor (Kyrios, invocación de Pedro), sobre la palabra
de Dios que de llama Hijo, y sobre el mensaje de conjunto de la Transfiguración
he tratado en las entradas correspondientes del Gran diccionario de la Biblia,
Verbo Divino, Estella 2015.
Mateo acentúa así el valor de gloria y
muerte (renacimiento) de la transfiguración sobre una montaña, cuyo nombre no indica (la tradición habla del Tabor, en
Galilea), poniendo de relieve la confesión mesiánica de Dios, que reconoce ante
los discípulos que Jesús es su Hijo Amado, aquel a quien deben escuchar (17,5:
avkou,ete auvtou/), y la experiencia de resurrección de los discípulos, a
quienes Jesús ha debido tocar y resucitar. Igual que en Marcos, esta escena viene
tras la “confesión” de Pedro, con el anuncio de la pasión y la llamada al
seguimiento, y conserva la referencia temporal de los seis días (17,1) que
evocan la gran semana que transcurre entre el anuncio de la pasión y la gloria
de la transfiguración (resurrección).
Esta escena tendría que haber detenido el
camino de la “historia” de los discípulos de Jesús, que han caído de bruces,
llenos de miedo, ante la confesión divina, en experiencia pascual de muerte.
Pero Mateo, lo mismo que Marcos y Lucas, ha querido situarla en el camino que
lleva a Jerusalén, como anticipo pascual, en un contexto contemplativo (como ha
puesto de relieve la tradición de la Iglesia ortodoxa), pero también activo, de
compromiso mesiánico, como ha puesto más de relieve la tradición de la iglesia
occidental .
Así lo ha puesto de relieve Juan Pablo II en su exhortación postsinodal Vita Consacrata (1996),
fundada en gran parte sobre este icono de la Transfiguración. Visión de
conjunto en R. Silva, Hechos de Jesús. Bautismo, tentación, transfiguración,
Follas Novas, Santiago 2000; E. Divry, La lumière du Christ transfiguré chez
les saints: nouvelles approches dogmatiques sur la lumière thaborique I-II,
Univ. Fribourg 200; Id., La Transfiguration selon l’Orient et l’Occident.
Grégoire Palamas - Thomas d’Aquin: vers un dénouement œcuménique, Croire et
savoir 54, Paris 2009.