jueves, 10 de octubre de 2013

PADRE NUESTRO: CINCO MEDITACIONES

JESÚS ESPEJA
 

PADRE NUESTRO

CINCO MEDITACIONES


Reflexión Primera

Nos atrevemos a decir "Padre Nuestro"
 

Los seres humanos abrigamos anhelos de plenitud ; deseamos encontrar un amor sin lagunas y tener la verdad sin sombras para ser totalmente felices. Pero sufrimos la limitación en todos los ámbitos, y espontáneamente soñamos con una fuerza superior que nos ayude a plasmar nuestras naturales aspiraciones. Cuando acudimos a la divinidad en el fondo lo que buscamos es nuestra salvación o realización humana completa . 

1.- Jesús de Nazaret no hizo grandes discursos sobre Dios. No fue un filósofo especulativo ni un teólogo perdido en metafísicas sagradas. Fue un hombre que vivió de forma única la cercanía benevolente de Dios como Alguien que respira ternura e inspira confianza. No sólo cuida los lirios del campo y goza cuando las personas humanas son felices; no se aparta de ellas incluso cuando ellas deciden olvidarlo y hace salir el sol también para los malvados. 

En la experiencia de Jesús, Dios es esencialmente bueno. Su omnipotencia y su justicia llegan hasta nosotros mediadas por el amor. No actúa nunca con un poder que paraliza o reprime; su amor prueba su verdad acompañando eficaz y silenciosamente, respetando la decisión libre de cada uno, en la paciencia de quien siempre mira con esperanza. El padre del hijo pródigo no práctica la justicia vindicativa que a cada uno da lo suyo, lo que merece; da más bien lo que cada uno necesita, más de lo que merece . 

2.- Dentro de una cultura, Jesús manifestó aquella experiencia singular de Dios con el símbolo "Padre". El símbolo es camino de acceso a la realidad; aunque de modo deficiente; cuando una madre abraza tiernamente a su hijo, en ese gesto simbólico hace presente algo de su cariño maternal, que sin embargo no se agota en el abrazo. El símbolo "Padre" nos dice algo de Dios cuya ternura, si bien podemos gustar, resulta siempre inabarcable. Como todos los símbolos, también éste no sólo está sometido a la limitación cultural; puede incluso tener un significado negativo dentro de una determinada experiencia humana; para un niño cuyo padre ha sido un degenerado, ese término evocará inevitablemente algo negativo. 

Saliendo al paso de una posible interpretación negativa, Jesús puntualiza que cuando habla de "padre", se refiere a la experiencia positiva que tienen tantos niños a quienes su progenitor les cuida con solicitud y da siempre lo que necesitan: "¿Hay alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan, le dé una piedra?" 

3.- La palabra aramea "Abbá", Padre, lleva una carga de confianza sin límites , refleja los sentimientos espontáneos de un niño pequeño agarrado a la mano de su papá; se siente con derecho a preguntarle todo, a pedir todo, a esperarlo todo. Ello explica que los judíos en el siglo primero considerasen irreverente llamar "Abbá" al Dios Altísimo.

Jesús, sin embargo, experimenta que Dios es alguien en quien siempre se puede confiar, y así lo invoca con ese término. Padre, madre, amigo, esposo.. Estos y otros símbolos significan ternura, inclinación gratuita en favor nuestro, calor sincero que siempre arropa nuestra existencia, y pueden ser mediaciones aproximativas, aptas, de la experiencia íntima que Jesús tuvo de Dios. 

Ya los profetas presentaron a Dios con sentimientos y conducta maternos: "Efraín es para mi un hijo querido, un niño predilecto; cada vez que lo amenazo, vuelco a pensar en él; mis entrañas se conmueven y me muero de ternura hacia él. ¿ Acaso olvida una mujer a su hijo y no se apiada del fruto de sus entrañas?; pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré"; como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo".

La perfección de Dios no se mide por el alejamiento de lo trascendente e inasequible. Desconcierta y es inabarcable por su misma cercanía. Es "misericordia entrañable", amor gratuito que se hace cargo y carga con la miseria de los otros. 

4.- Los cristianos hemos sido alcanzados por la experiencia singular de Jesús. Apoyados en la intimidad del Padre que gustó de modo único aquel hombre, Jesús, nosotros confesamos que él es el Hijo, la Palabra de Dios. Pero nuestra fe no es reconocimiento puramente intelectual, ni nuestra confesión es un frío enunciado de nuestras cabezas. Más bien es un encuentro interpersonal que nos permite recrear la experiencia de Jesús: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1 Jn 4,16). Alcanzados por esta gozosa experiencia de Jesús, nos atrevemos a decir "Padre Nuestro". 

Esta novedad evangélica debería empapar nuestra existencia y actividades. De modo especial en estos días debemos tomar conciencia de la buena noticia y tratar de actualizarla siguiendo la invitación de Juan Pablo II en su Carta Tertio milennio adveniente: "Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del padre, del cual se descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo". 

Al ver los miedos de tantos bautizados cuando escuchan el término "Dios", no es fácil pensar que miran a la divinidad como Padre. Sobran temores serviles y falta confianza. No acabamos de creernos que Dios nos ama, no porque seamos buenos, y sólo en la medida en que lo seamos, sino porque él es bueno. 

Si su amor, que "a todo da vida y aliento", envuelve también a todas las mujeres y hombres del mundo ¿cómo justificar tantas discriminaciones y hasta venablos contra los otros en nombre de Dios? Hay en nuestra sociedad una indiferencia religiosa cada vez más generalizada. Conviene, pues, que los cristianos nos planteemos con seriedad el interrogante que lanza Juan Pablo II viendo esta situación de indiferencia religiosa: "¿Qué parte de responsabilidad debemos reconocer los cristianos por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, a causa de los defectos de su vida religiosa moral y social?". 

Que estos días de gracia en el año 1999 sean "una gran peregrinación hacia la casa del Padre". Y que en esa peregrinación miremos a todos los hombres como hermanos, y así ellos aprenderán a ver a Dios como Padre. 

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Reflexión Segunda

Quien ama conoce a Dios 

Desde nuestra debilidad humana con facilidad nos imaginamos una divinidad perfecta en continuidad con los grandes y poderosos de este mundo, aunque en un grado que a todos sobrepasa. En tiempo de Jesús los religiosos judíos se imaginaban así a la divinidad: perfecta en su ley, en su templo, en su trascendencia deslumbrante. Pero Jesús de Nazaret tuvo otra percepción de Dios y la ofreció a todos los morales: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36). La misericordia es una forma peculiar de amor que se deja impactar por la miseria del otro y sale de sí mismo para ponerse al lado de los oprimidos ayudándolos a superar su postración. 

1. Antiguo Testamento. 

En el Antiguo Testamento hay un artículo central de fe. Es aquél en que, cuando el pueblo de Israel estaba en Egipto sufriendo la opresión de sus capataces, Dios se dejó alcanzar por sus gemidos y, movido a compasión, intervino para liberarlo. De generación en generación aquel pueblo celebrará las gesta liberadora del Dios compasivo, "lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado". 

Impresiona también leer en el profeta Oseas 11,9 que, a pesar de que el pueblo no responde al proyecto de amor diseñado para él, Dios, en sus sentimientos de padre y de madre, no abriga nunca venganza: "No dejaré correr el ardor de mi ira, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, no hombre; en medio de ti yo estoy, el Santo, y no me complazco en destruir". Lo peculiar del Inefable, su perfección, aquello que le distingue de todas las criaturas, es la gratuidad de su amor, la entrega compasiva de sí mismo hasta las últimas consecuencias para erradicar la miseria y la muerte que se oponen a la vida. Eso quiere decir la simbólica trinitaria: las tres Personas divinas se constituyen no por la lógica de la imposición y del dominio, sino relacionándose y afirmándose mutuamente. El dinamismo comunitario, que es todo lo contrario al individualismo autosuficiente, expresa la condición última de Dios que se ha revelado como misericordia. 

2. Nuevo Testamento. 

Esa misericordia, como atributo más entrañable de Dios, se personificó en la historia de Jesús que pasó por el mundo "haciendo el bien, curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con él " (Hch 10,38). "Movido a compasión" aquel hombre curó a los leprosos, abrió los ojos a los ciegos, perdonó a la mujer adúltera e hizo milagros para dar de comer a las multitudes hambrientas. Sólo quien respiraba sentimientos de misericordia, pudo construir las parábolas del buen samaritano, del hijo pródigo, del buen pastor, o del señor que, compadecido ante la situación menesterosa de quien le debe dinero, perdona toda la deuda. 

3. Don o gracia. 

Muchas veces nosotros nos sentimos envueltos y animados por ese amor de misericordia. Como es un don que se nos regala, lo llamamos gracia; y ella nos hace encontrarnos aceptados y acogidos por Alguien que gratuitamente nos ama. Esta sensación provoca en nosotros gratitud y es invitación a que seamos agradables en nuestra relación con los demás. Los que han gozado en su vida de apoyo y ternura, los que se consideran beneficiados por un amor inesperado, han conocido al Padre misericordioso, y pueden ser testigos de la misericordia en un mundo cada día más seco y sediento de gratuidad y de ternura. 

4. Dios, rico en misericordia. 

Hace unos años, en su encíclica "Dives in misericordia", Juan Pablo II señalaba la tarea prioritaria para la Iglesia evangelizadora en nuestro tiempo, que es "profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad". En efecto, dado que los hombres necesitan cada vez más sentimientos y prácticas de misericordia, porque estos valores apenas tienen audiencia en una cultura de violencia y de máximo goce inmediato, la Iglesia samaritana puede ser hoy la buena noticia de liberación. 

5. Sentido de la "misericordia". 

La verdadera misericordia nada tiene que ver con paternalismos o maternalismos que hieren la dignidad de los pobres, ni con asistencialismos que descuidan la promoción responsable de los beneficiarios como sujetos de su propia liberación. Y es ofensiva del evangelio la conducta de quienes, para blanquear su conciencia manchada con negocios inmorales, hacen donativos a la Iglesia para que ayude a los pobres. Sin embargo, la misericordia como sentimiento de compasión ante la miseria de las personas y práctica liberadora en la superación de la misma, es hoy artículo de primera necesidad. Lo económicamente rentable se impone cada días más como ley única, y cada vez cuentan menos las personas que no tienen recursos porque no pueden y no saben. Por eso la tarea evangelizadora más importante de la Iglesia en esta situación es ser testigo de la misericordia. 

Los cristianos necesitamos acoger esa misericordia que Dios mismo nos regala. No tenemos derecho ni motivos para deslizarnos por el mundo como alma en pena con la cara de poco redimidos. 

Mientras el fariseo que sube al templo para orar tratando de manipular a Dios es incapaz de recibir gratuitamente amor, el publicano que gusta la cercanía misericordiosa de Dios respira sentimientos de paz y de confianza. El buen el samaritano se inclina con amor hacia el expoliado junto al camino, porque antes acoge y se deja transformar por la misericordia de Dios que vibra cuando ve sufrir a los pobres. Más aún, si somos capaces de mirar con ojos limpios, la creación y la humanidad están, como dice el Vaticano II, "funda-mentadas y acompañadas por el amor del Creador y liberadas por Cristo". El mundo está trabajado ya por el Espíritu; en él brotan sentimientos y prácticas de misericordia antes de que la Iglesia llegue. Tarea y vocación de la comunidad cristiana es acoger estos signos históricos de gracia, trabajando para que las semillas den fruto. 

6. Ofrecer misericordia. 

Ofrecer misericordia en una práctica coherente de vida. Dos terrenos complementarios demandan aquí el compromiso de los bautizados.

En primer lugar, el tema de los derechos humanos. Estamos celebrando el 50ºaniversario de la Declaración Universal publicada en 1948. Si bien se han dado muchos pasos positivos, las sombras y vacíos empañan el horizonte no sólo de nuestra sociedad española sino también de la organización internacional. Si realmente los cristianos creemos que los derechos humanos tienen algo de divino, una práctica histórica en la promoción de tales derechos es imperativo ineludible de nuestra fe. 

En segundo término, la opción por los pobres. El compromiso por los derechos humanos tendrá garantías de verdad y recibirá impulso con la opción por la causa de los pobres. Quizás esta causa no entró en el Vaticano II como clave determinante para el diálogo de la Iglesia con el mundo moderno; y la carencia está repercutiendo en el individualismo insolidario que desfigura el rostro de nuestra organización social. Si la comunidad cristiana quiere de verdad emprender una práctica de misericordia, debe recobrar su vocación evangélica: ser voz de los pobres. 

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Reflexión Tercera

Amor que nos libra del mal 

1. El enigma del mal. 

La existencia del mal en el mundo es un enigma terrible. Hay males causados directamente por la libertad humana, pero hay otros muchos que suceden a los hombres por una especie de fatalidad inscrita en el dinamismo creacional. Ante tanta negatividad y sufrimiento, muchos concluyen que Dios no existe. Si existiera, acabaría con tanta deficiencia que tortura inútilmente a las personas. Los mismos creyentes no se ven exentos de la duda y también se preguntan cómo está Dios presente y activo en este mundo tan desfigurado por el dolor y la muerte La dificultad va directamente contra el poder de Dios. Suponiendo que él no desea el mal, algo falla en su poder si no hace que las cosas sean de otra forma. Hay a veces cristianos que, para defender el poder divino cuestionado, discurren así : Dios puede quitar los males, pero no lo hace para probar nuestra paciencia y darnos oportunidad de llegar al cielo. Este es un discurso piadoso pero ineficaz; en el fondo la divinidad sigue ahí fuera, como poder arbitrario que juega con nuestro destino, quedándose al margen de nuestra aventura humana.

2. Dios, Padre. 

Antes de confesar que Dios es todopoderoso, en el "Credo" confesamos que es Padre. Quiere decir que la omnipotencia de Dios debe ser medida desde su paternidad, y no al revés. Por nuestra experiencia normal de vida conocemos el poder que funciona como dominación sobre los demás; y en esta lógica, "todopoderoso" significa el que puede dominarlo todo; no hay ámbito que se le resista, y el omnipotente entra en contradicción consigo mismo cuando permite la existencia de realidades que no quiere. Pero en nuestra forma de pensar ¿dejamos espacio suficiente al poder ejercido por el amor? Cuando es auténticamente gratuito, este amor no impone nada; seduce, sugiere, inspira y provoca, pero nunca emplea la fuerza del poder coercitivo. Ante la resistencia de personas o de realidades, ese amor se hace presencia indefectible, acompañamiento activo, espera paciente; pero nunca se vuelve para negar la decisión libre o la condición real del ser amado. Con frecuencia vemos que una madre no quiere la drogadicción del hijo, pero no puede tampoco evitarla; la verdad de su amor no se prueba en conseguir lo que quiere sino en su ternura fiel junto y a favor del hijo. El ejemplo puede servirnos para vislumbrar lo sentimientos y conducta de Dios ante los males que nos destrozan: quiere que los venzamos, pero no puede hacerlo silenciando nuestra libertad y atropellando la condición finita de las criaturas. Precisamente porque sigue junto a nosotros y con nosotros aceptando ese "no-poder", pero trabajando con amor en nosotros la victoria sobre el mal, manifiesta la omnipotencia de su amor. 

El ejemplo de Jesucristo es aquí muy elocuente. Siendo el Hijo, se manifestó "en la condición de servidor". Y su conducta en nuestra tierra estuvo marcada por la lógica del no-poder. Antes de imponer nada por la fuerza, de reprimir la libertad de los otros o alterar los procesos naturales, prefirió estar en medio de los hombres "como el que sirve", hasta las últimas consecuencias. En aquella conducta histórica de Jesús "se manifestó la bondad de Dios Nuestro Salvador y su amor a los hombres" (Tit 3,4). Y en el acontecimiento "Jesucristo" se revela cómo Dios mismo no puede erradicar el mal ignorando la condición finita de las criaturas y reprimiendo la libertad de las personas humanas. 

3. Ante el "mal" Jesús no fue indiferente. 

No consta en los evangelios que hubiera en tiempo de Jesús catástrofes naturales llamativas. Pero se cuenta un accidente, la caída de la torreta de Siloé que dejó dieciocho víctimas.. En la interpretación del hecho Jesús descarta cualquier castigo divino: "¿Pensáis que ellas eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?; no, os lo aseguro" (Lc 13,4). El mal no viene de Dios; queda al otro lado. Es la fe bíblica confesada en los primeros capítulos del Génesis. Jesús gusta la cercanía de Dios que quiere la vida en abundancia para todos; su objetivo no es castigar a los hombres, sino "salvarlos", hacer que lleguen a la plenitud de vida. 

Ante la injusticia social y la enfermedad, Jesús no permaneció pasivo. "Pasó haciendo el bien" y combatiendo a las fuerzas diabólicas que dividen a los hombres y tiran por el suelo a las personas. Pero no acabó con el dolor y la muerte. Al enterarse de que su amigo Lázaro había muerto, "lloró, se conmovió hondamente y se turbó". En esas reacciones manifestaba los sentimientos del Padre compasivo que nos acompaña en nuestros males y es sensible a nuestro dolor. La encarnación significa la entrada de Dios mismo en nuestra condición doliente, participando con nosotros del azote seco de tantos males, del fracaso de tantos empeños fallidos y de la zozobra de la muerte. 

4. Dios hace suyos nuestros males.

Pero Dios no sólo es compañero en nuestros males; hace suyo nuestro sufrimiento, pues el Hijo, siendo "de la misma sustancia del Padre, sufrió". De poco serviría el mero acompañamiento, si a la hora de la verdad el mal no fuera vencido ¿Cómo podríamos confiar en un Dios incapaz de hacer felices a nuestros seres queridos y a nosotros mismos? En la conducta de Jesús se revela que Dios está venciendo al mal en nosotros y con nosotros, fortaleciéndonos y haciéndonos libres en el sufrimiento. Es significativa la oración de Jesús en Getsemaní, poco antes de su martirio. Suplica insistentemente al Padre que le libre de la muerte; pero no se le concede lo que pide. Sin embargo en su intimidad experimenta una fuerza nueva que le conforta y sostiene para entregarse con amor y libertad hasta la muerte.

Dios-Espíritu trabajaba en aquel hombre venciendo al mal y librándolo de la desdicha en medio del sufrimiento. 

5. Dios garantiza nuestra victoria. 

"Dios ha resucitado a Jesús" fue posiblemente la primera fórmula de la fe cristiana en la resurrección. El Padre no sólo nos acompaña en nuestros males, ni sólo realiza en nosotros y con nosotros anticipaciones de victoria sobre nuestros sufrimientos. Resucitando a Jesús, garantiza la victoria definitiva sobre los males de la historia y sobre la muerte. A pesar de tantas sombras en la existencia y de tantas contrariedades en el camino, merece la pena empeñarnos en erradicar el mal, porque todo compromiso de liberación, hecho con amor, no cae ya en el vacío. 

Dejándonos alcanzar por esta presencia vivificante de Dios ya en nuestra historia, los cristianos pedimos: "Líbranos del mal", deseando que se haga realidad ya aquí en la tierra esa victoria que será total y definitiva "en el cielo"; en esa "nueva tierra" que barruntamos, y expresamos en el "credo" con "la resurrección de la carne".

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Reflexión Cuarta

Pasar de siervos a hijos
 

1. Parábola del hijo pródigo. 

La parábola del hijo pródigo es una pieza de singular densidad teológica. Cuando ha caído ya en un lamentable deterioro humano, el hijo, que pretendiendo ser patrono independiente se hizo esclavo despreciable, recuerda que su padre no es tan malo, pues se preocupa con solicitud también de los criados que trabajan en la casa. Decide cambiar de vida y volver a los brazos paternos. Pero no acepta ser recibido como hijo: "Ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros". Es tan miope como el hijo mayor que había pasado toda la vida trabajando como un esclavo, siendo incapaz de mirar y aceptar a su hermano con amor fraterno. 

Pablo escribió a los fieles de Roma una Carta donde celebra con gozo el inabarcable, gratuito y tierno amor de Dios manifestado en Jesucristo. Con esa viva experiencia recuerda: "Todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! " (Rm 8,14-15). Sin embargo muchos cristianos no acabamos de creérnoslo, y preferimos seguir mirando a Dios más como amo que como amor. 

2. Dos imágenes de Dios. 

No hacen falta profundos análisis para encontrar dos tipos de bautizados. Unos miran a Dios como a alguien altísimo y encumbrado, que ha diseñado un determinado programa y lo impone desde arriba. Esa determinación del omnipotente postula en nosotros obediencia y cumplimiento de lo mandado. Con nuestra sumisión y buenas obras haremos méritos, evitaremos el castigo final y conseguiremos el cielo. Son cristianos, hombres y mujeres, que ponen su seguridad en las obras que hacen y en su conducta intachable. Con frecuencia tienen cierta tonalidad de estoicismo y viven obsesionados por "ser perfectos", entendiendo la perfección como tarea puramente humana. 

En general, esas personas viven pendientes de responder puntillosamente a todo lo mandado, no son capaces de perdonarse a sí mismas, viven obsesionadas por presentarse incontaminadas ante los otros, y, al final, se desploman porque no llegan a la pureza que se proponen. Son, en el fondo, esclavos de una divinidad que se han fabricado, a la que contemplan como rival de su libertad humana, y que no les deja ser felices. 

Hay otros cristianos, sin embargo, que se han dejado alcanzar por un amor gratuito. Se sienten acogidos sin méritos propios, respiran confianza y actúan convencidos de que Dios es Padre que nunca les falla. Ocurra lo que ocurra, en cualquier situación pueden volverse y encontrar ese Amor que siempre regenera y da esperanza. No necesitan justificarse porque Alguien previamente los abraza y hace justos. Animados por esa confianza, viven alegres, trabajan en el mundo, reconocen sus muchas limitaciones, pero no se agobian. El "espíritu de hijos" que gratuitamente han recibido, suscita en ellos sentimientos de gratitud y de paz; fomenta su compromiso en favor de los otros, y les permite mirar confiadamente al porvenir. Hacen obras buenas, no para ganarse la vida eterna, sino como resultado de que se sienten acogidos por un amor que da vida. 

3. De siervos a hijos. 

"No estáis bajo la ley sino bajo la gracia" (Rm 6,14). Es otra versión de la novedosa experiencia cristiana: "Ya no os llamaré siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo; os diré amigos porque os he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre"(Jn 15,14-15). Y la paternidad de Dios es la confidencia reveladora de Cristo. Hay que actualizar esta revelación evangélica para renovar a fondo la moral cristiana.

Impresiona la libertad de Jesús de Nazaret ante los preceptos y ante los ritos más sagrados; ante las apariencias y ante los fracasos. 

Viendo con qué libertad había vivido y fue capaz de morir, el centurión romano expresó la fe de la primera comunidad cristiana: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39). En realidad , aquel hombre fue tan libre "porque Dios estaba en él". 

Lejos de aminorar, oprimir o reprimir a la libertad humana, el verdadero Dios la reafirma y promueve. La autonomía humana de Jesús era fruto y expresión de su "teonomía". Porque tuvo la gracia en plenitud, fue un hombre totalmente libre. 

Últimamente, quizás por el puesto relevante de las persona sobre las instituciones que ha tenido y está teniendo lugar en la época moderna, se ha destacado mucho la subjetividad con peligro de una moral individualista y amenazada de relativismo. Mirando a esta situación, Juan Pablo II salió hace unos años al paso con la encíclica "Veritatis splendor". Hay que pasar de una moral simplemente preceptiva, a una moral indicativa; de la seguridad en unos preceptos interpretados como absolutos a la confianza que nos da fuerza para cumplir y al mismo tiempo relativizar los preceptos. La única forma de no caer en el fanatismo legal ni en el relativismo, según el cual no hay ninguna verdad objetiva y es igual hacer una cosa que otra, es despertar y alimentar la "ley de la gracia", la experiencia de hijos. Por ahí debe ir la renovación de la moral cristiana. 

4. Una gran peregrinación hacia la casa del Padre". 

En esto consiste funda-mentalmente la vocación cristiana. Por el bautismo recibimos la filiación, pero el bautismo es como el primer momento de un viviente que se desarrolla en un proceso histórico vital. Los bautizados "nacen de nuevo" por la fuerza del Espíritu; salen de la pila bautismal "como niños recién nacidos" y dispuestos a rechazar "todo engaño, hipocresía, envidias y toda clase de maledicencias". Pero tienen que actualizar esa novedad en cada instante de su vida, y fácilmente abdican de su dignidad de hijos para caer en la condición de esclavos. 

Gustando la novedad cristiana, la primera carta de san Juan ( 4,18) concluye así:"No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor". Evidentemente se refiere al temor servil propio de los esclavos. Cuando experimentamos la cercanía benevolente de Dios como Padre, su justicia se revela como gracia y no queda ya razón para el miedo a ser castigados; pero esa confianza que se apoya en la misericordia, se vive históricamente como proceso de "llegar a ser hijos. 

Mientras vamos creciendo en esa filiación, una y otra vez, funcionamos en el esquema de siervos paralizados por la desconfianza y el miedo. Iremos acabando con la lógica del "siervo-amo" y avanzaremos en la relación cálida de "hijo-padre", si nos dejamos alcanzar y transformar por el corazón de Aquel que siempre nos espera porque nunca nos abandona: "Estando todavía lejos el hijo, le vio el padre y, conmovido, corrió, se le echó al cuello y le besó efusivamente". La parábola del hijo pródigo es una invitación a pasar del miedo a la confianza. En este paso consiste la conversión cristiana.

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Reflexión Quinta

Orar confiadamente
 

1. Oración de Jesús. 

En su forma de orar Jesús de Nazaret manifestó su experiencia de Dios. Fue un contemplativo sobre los surcos de la historia, y, en medio de los conflictos, una y otra vez acudió en la oración al Señor de la vida y de la muerte. La oración de Jesús fue unas veces de alabanza, otras de petición y en muchas ocasiones oró para dar gracias al Padre que hace salir el sol también para los pecadores y se pone al lado de los indefensos. Sabiéndose amado del Padre, e inspirado por ese amor, Jesús se dirige "al que todo es posible", seguro de que se puede confiar en él siempre. 

Oró en su bautismo y escuchó la vez del cielo: "Tu eres mi Hijo". 

Oró también cuando la incomprensión de las autoridades judías cuestionaba su misión; en su oración descubrió la presencia del Padre con su proyecto de salvación para todos, y optó por subir a Jerusalén arriesgando la propia seguridad. Cuando llegó la crisis final, en su agonía siguió invocando a Dios como Amor cercano e incondicional, pero al mismo tiempo escondido en su misma cercanía; fortalecido por el Espíritu, aceptó el difícil trance de la cruz. 

2. Pedid y recibiréis. 

Es la invitación que Jesús hace a sus discípulos. Esa oración no tiene por objetivo despertar a Dios y ponerle de nuestra parte, pues ya está con nosotros antes de que le invoquemos. Más bien oramos porque Dios está de nuestra parte y a nuestro lado por un amor indefectible. San Pablo gustó esa cercanía de quien nos ama "cuando todavía somos pecadores", y comenta: "El Espíritu mismo viene en ayuda de nuestra flaqueza; pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, permitiéndonos orar en la confianza de hijos" ( Rm 8,26). 

La oración cristiana es un trato de amistad con el amigo de quien nos podemos fiar siempre. Con los sentimientos y expresiones que tiene un niño agarrado de la mano por su padre bueno. Jesús no enseñó a sus discípulos métodos especiales de oración; pero les dio la clave de la novedad cristiana: "Cuando oréis decid “Padre Nuestro”. Implícitamente sugiere: Confiad como hijos que nunca son abandonados por su Padre. 

3. Hija predilecta del Padre. 

Así llama el Vaticano II a María, la madre de Jesús. Porque fue favorecida singularmente por Dios, ella es "la pobre", la que acoge la Palabra, confía totalmente y sale de la propia tierra sin exigir nada a cambio. Aquella mujer no vio a Dios cara a cara, y tuvo que ir descubriendo su presencia en los acontecimientos a veces desconcertantes de cada día. En ese clima de búsqueda contemplativa hizo muchas veces oración para mantenerse fiel al proyecto de gracia. Según Hech 1,14, todavía después de morir Jesús, permanecía en oración con los discípulos pidiendo la venida del Espíritu. 

Ya en la anunciación María pide luces para descifrar la voluntad de Dios, y concluye: "Aquí está la pobre del Señor". Pide, no para cambiar a Dios, sino como expresión de que ella misma se dispone a cambiar; muestra su fidelidad inquebrantable cuando, en silencio cargado de amor y de interrogantes, "permanecía en pie junto a la cruz". El "Magníficat" permite asomarnos a la intimidad singular de María, delicadamente trabajada por el Espíritu. Las formas de oración en ese cántico son de alabanza y de acción de gracias. 

Dialoga no con una divinidad metafísica y trascendente, sino con Dios "mi salvador", alguien que vive a nuestro lado y camina con nosotros; se deja impactar por "nuestra humillación", y se hace presente a nuestro lado "como salvador". 

Aunque tengamos confianza , en la vida no se puede ser ingenuos. 

Una y otra vez se impone la ley del más fuerte, y en la sociedad no queda lugar para los que no saben, ni tienen ni pueden. El círculo maligno de tal modo se repite que a veces uno se ve tentado a pensar que la justicia es imposible. María de Nazaret, probada por la dureza de la vida -" a ti una espada te atravesará el alma"- fue la primera discípula de Jesús. Creyó y celebró la llegada del reino de Dios que "derriba a los potentados de sus tronos y libera de la opresión a los pobres". 

4. María, imagen de la Iglesia. 

"Imagen purísima de lo que la Iglesia toda entera ansía y espera ser", María es el icono de la comunidad cristiana, un signo de gracia para todos los cristianos. La invocamos "madre de misericordia", porque se dejó alcanzar y transformar por el espíritu del "Padre misericordioso". Y esa transformación se hizo en la conflictividad de cada día y en la oscuridad del camino, porque María supo ser "pobre", creyente y contemplativa. Su oración como expresión y recurso para seguir a Jesús y poner en práctica su evangelio, queda como ejemplo de quienes nos hemos empeñado en el mismo seguimiento. Antes que nosotros, María realizó "esa gran peregrinación a la casa del Padre", que para nosotros es invitación especial en estos días de meditación.


Jesús Espeja, Dominicos