¿QUIENES SON
LOS SANTOS?
La solemnidad de Todos los Santos comenzó a celebrarse en torno al año
800. Es celebración que resume y concentra en un día todo el santoral del año,
pero que principalmente recuerda a los santos anónimos que no tienen imagen
reconocible en los retablos ni se encuentran en la lista oficial de santos
(pueden ser la abuelita, el padre trabajador y honesto, la madre abnegada, el
joven alegre y virtuoso, etc...).
¿Quienes son los santos? Son esa multitud innumerable de
hombres y mujeres, de toda raza, edad y condición, que se desvivieron por los
demás, que vencieron el egoísmo, que perdonaron siempre. Santos son los que han
hecho de su vida una manifestación de los valores trascendentes; por eso
quienes buscan a Dios lo encuentren can facilidad humanizado en los santos. La
palabra "santo" fácilmente nos recuerda a señores vestidos con largas
túnicas, propias de otras épocas, que llevaron una vida bastante distinta de la
de sus contemporáneos (a veces con muchas rarezas) y que, en muchos casos, eran
obispos, frailes o monjas. Esta lamentable idea se saca sin dificultad de
cierta imaginería religiosa, no poco frecuente, y de las "vidas de
santos" catalogados en el santoral oficial. Nos cuesta imaginarnos un
santo con blue jeans, montado en una bicicleta, jugando un partido de fútbol,
detrás de una computadora o una cocina preparando unos alimentos, a final de
cuentas, una vida tan normal como la nuestra.
Ser
santo lo hemos identificado con ser raro, aburrido o absurdamente sacrificado.
Naturalmente esta figura de santo tiene poco atractivo. En otras ocasiones
identificamos al santo con el ser perfecto y concluimos que deben ser cosas de
otras épocas, porque hoy en día hay gente buena y hasta muy buena pero perfecto
es algo que no podemos decir de nadie que hayamos conocido.
Retratar
a este Dios como el del aburrimiento o el de los absurdos es sustituirlo por un
ídolo. No se trata de rezos extraordinarios, ni de reprimir la alegría, ni de
sufrir mucho ("¡Cuánto sufrió la pobre. Era una santa!"), ni siquiera
en ser moralmente perfectos. La parábola de los talentos nos indica que
responder a la gracia de Dios en la proporción en que se nos dio. Cada uno de
nosotros es consciente de lo que Dios puso en sus manos y de lo que en cada
momento debe ser el fruto de ese don.
Hombres
y mujeres así no sólo existieron en el pasado remoto o cercano, sino también
hoy andan por nuestras calles, trabajan en nuestras fábricas o sufren en
nuestros hospitales. Reconocemos en ellos a María, Alicia, Rosa, Pedro,
Esteban, Erasmo, Francisco, José Luis... Hombres y mujeres de carne y hueso
como nosotros, que han recorrido esta tierra como nosotros. Es como una carrera
de relevos, como una procesión inmensa, mientras nosotros vamos caminando y
otros empiezan a salir o esperan su turno: "para que, animados por su
presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como
ellos, la corona que no se marchita".